III Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Logorrea

Enrique González Gandarillas · Toledo 

No hay quien aguante al Maxi desde que estudió Derecho en el talego. Llevamos 36 horas currándonos un butrón. Yo, con dolor de cabeza, un catarro del carajo y él que no para de explicarme lo que significa jurisdicción, fallo procesal, fianza… Vamos, que me ha tocado el premio gordo. Llegamos a la joyería. Meto el soplete a la caja fuerte. “Eximente, reforma judicial, cómplice…”. Yo, nervioso, le digo que empiece con las vitrinas y él, que no para. Saco la pistola. Silencio. Le tiembla la mandíbula, se frota las manos. “Desacato…”. Le disparo en una pierna. Suena la alarma. Una precaria bombilla ilumina la celda. Estoy sentado en la parte baja de la litera. Saco punta a una varilla, raspándola en el suelo. Arriba, el Maxi, rayándose. “Premeditación, ensañamiento, alevosía…”. Me guarda rencor por lo del disparo. Observo la varilla, levanto la mirada. Diez años así son demasiados.

0 Votos

 

Relatos seleccionados

  • ¡Qué mala pata!

    Montserrat Llata Ribera · Castellbisbal (Barcelona) 

    Tenía un catarro de narices, nunca mejor dicho. Iba por el piso estornudando, como poseída, cuando… ¡zas! Tropiezo con la alfombra, me doy con la frente contra la mesilla, se cae la lámpara y la bombilla se rompe en mil pedazos. ¡Maldita reforma del piso! A oscuras palpo y encuentro unos papeles (deben ser los dibujos que ha estado haciendo el niño esta tarde). Los rompo por la mitad y los voy poniendo por el suelo hasta alcanzar el interruptor de la luz. ¡Premio! He llegado sin cortarme los pies… ¡Cáspita! Como se entere mi marido… He roto sus papeles del juzgado y no veas las malas pulgas que gasta el juez de su jurisdicción. ¿Esto tendrá arreglo, no? Porque con lo meticuloso, reflexivo, exigente, serio, ordenado, quisquilloso, maniático, escrupuloso, calculador, perfeccionista, minucioso, puntilloso, cuidadoso, inflexible, rígido, pulcro y pundonoroso que es… ¡se va a armar la de San Quintín!

     

    0 Votos

     
  • Victoria

    Luis Calvo Costa · Shangai 

    Pensó en la reforma de la casa, en el catarro de los niños y los domingos en el pueblo. Sin poder evitarlo, se le apareció a continuación la enorme biblioteca que devoraba cada verano con la bombilla de mate bien cargada a su lado. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, recordó el olor del campo en noviembre, cuando las setas empiezan a asomar entre las piedras, y los premios de mus que había ido acumulando sobre la chimenea. En unos instantes ya era tarde para evitar la riada de recuerdos y sensaciones que le separaban cada vez más de su meta. Quiso luchar, pero pronto había perdido cualquier jurisdicción sobre sus propios pensamientos. Las palabras se escaparon alegres, como mariposas: “Lo siento, pero no me interesa ser socio”. Todos en el despacho se quedaron lívidos menos él, que, por primera vez en años, sonrió aliviado.

     

    0 Votos

     
  • Anoche soñé

    Mercedes Daza García · Purchena (Almería) 

    El catarro me llevó a cobijarme debajo de las sábanas. Mi dolor de cabeza era intermitente como la luz de la bombilla que anunciaba su muerte. Quizás mi estado de salud fuese un castigo por ser letrado. Reflexionando por qué nuestra profesión era tan odiada pese a nuestra idílica labor de impartir justicia, no pude evitar entrar en un profundo sueño. De repente mi figura se trasladaba a una austera sala. Sin quererlo me encontraba inmerso en una enzarzada discusión entre Kelsen y Grocio. Draco hacía hincapié en que el código penal necesitaba una reforma, textualmente dijo que nos habíamos vuelto unos blandengues. Sassoferrato intentaba poner cordura a la situación. El profesor Couture, obsesionado escribía repetidamente la palabra “jurisdicción” en la pared. Absorto, me encontraba en un estado de embriaguez permanente ante tanta sabiduría. Al despertarme entendí que la vida me había concedido el mayor de los premios, ser ABOGADO.

     

    0 Votos

     
  • Arsénico sin compasión

    Mª Isabel Soriano Vidal · Cheste (Valencia) 

    Le llamábamos “el bombilla” porque estaba calvo y su cabeza tenía forma de pera. Andaba siempre pegado al pañuelo, compañero inseparable de sus crónicas alergias, y de su enrojecida nariz con forma de pimiento. Aún así, todos le envidiábamos un poco, y lo del apodo era también porque era un juez brillante, adicto a la cafeína, que impartía estricta justicia y no admitía irregularidades dentro de su jurisdicción. Se contaba que habían intentado “untarle”, y que él se había erguido altivo al repeler, vehemente, tan osado atrevimiento. Cuando inició la reforma de su juzgado, notamos que empeoraba su salud. “Un catarro por el polvo”, tranquilizaba él con su voz nasal. Hoy he recogido su premio póstumo a la mejor labor. El mismo día que se conocía el resultado de la autopsia: envenenamiento gradual. El arsénico fue encontrado en su azucarero. Él solo se lo había ido echando en el café.

     

    0 Votos

     
  • Cuentos Modernos

    Mar Soler Esplugues · Castellón de la Plana 

    Había una vez, en una república bananera, una malvada abogada celosa del éxito de su hijastra, Blancaleyes, una prometedora estudiante de derecho. La madrastra, que era más mala que un catarro en agosto, decidió expulsarla de su jurisdicción, vamos, que la echó de casa. La pobre Blancaleyes no tuvo más remedio que acampar en una céntrica plaza de la capital junto con cientos de enanitos, perdón, jóvenes sin futuro, que pedían una reforma del país. Pero a nuestra chica se le encendió la bombilla, y con 7 compañeros de clase y revolución, se le ocurrió presentar una demanda por incumplimiento del deber de alimentos. Premio, aquello era una auténtica manzana envenenada, aunque esta vez no hicieron falta príncipes azules... Bastó con un juez. ¿Felices para siempre? Hasta que la emancipación las separe.

     

    0 Votos

     
  • Curación

    Santiago González Sacristán · Leganés (Madrid) 

    El catarro me ha abierto los ojos. Dos días afónico, mudo, convertido en un trasto inservible, me han hecho recapacitar. Dos días sin atender el turno de oficio, el que escogí desdeñando otro premio que no fuera mi propia satisfacción, voltean el horizonte vital de cualquiera. Una bombilla se enciende sobre mi cabeza. La de un mileurista y, cuando no me pagan, ni eso. Los viejos sueños de adolescente se difuminan, van deshaciéndose, chapotean mientras giran atraídos por el desagüe del pragmatismo. ¿Qué me espera mañana? ¿A qué futuro me enfrento? Asuntos sin importancia, faltas, chiquilladas, tirones, menudeo, trapicheo... ¿Qué me espera? Ahora mismo en el gabinete un cliente antiguo que ha progresado. Un hombre de negocios que conjuga el verbo transferir millones de euros. Para ti, dice, defiéndeme como antes. No hay reforma ni jurisdicción que resista su oferta. Para ti, insiste. Estoy curado. Para mí, acepto.

     

    0 Votos

     
  • Defensa Polémica

    Enrique Pérez Martín · Nigrán 

    Mi cliente rebasó por primera vez la puerta y, nada más verlo, mi semblante se oscureció. Era él. Recordaba haber escuchado la noticia aquella misma noche. Empezó hablando de cosas banales: “¡Menudo catarro tengo!”, recuerdo que dijo. Pero sus ojos parecían dos bombillas sobrecargadas de poder. Al ver que yo no cedía, se dejó de rodeos y me empezó a plantear un batiburrillo de disparates sobre la posibilidad de escapar de la jurisdicción o la de aprovechar las últimas reformas de ley para salir impune. Le dije, no sin cierto pudor, que aquellas cosas no eran más que castillos en el aire. “Mansiones en el aire, diría yo”. Se rió y dejó un maletín de cuero sobre la mesa. “Ya nos veremos”. Acto seguido se marchó dando un portazo. Me quedé mirando fijamente el maletín. Me había tocado el premio gordo: Tenía que defender a un corrupto.

    0 Votos

     
  • El abogado y el mar

    Rafael Camarasa Bravo · Valencia 

    Allí estaba el anciano. Recibiendo en nombre de su hijo, el joven y famoso abogado, que no había podido acudir por encontrarse en cama con un fuerte catarro, el prestigioso premio que le habían concedido por su trabajo sobre la reforma de la jurisdicción social en España. Un galardón que el hombre recogió orgulloso, emocionado, con los ojos iluminados como bombillas, sin acordarse de cuando el hoy premiado tenía once años y le preguntó en la playa si la orilla era el principio o el fin del mar, y él pensó, muy abatido, que de sus dos hijos aquél era el más tonto.

    0 Votos

     
  • El juicio más importante

    Javier Serra Vallespir 

    Vuelvo del trabajo a las once. Cenamos precocinados. Acuesto a mi hijo enfermo. Pulso el interruptor de su lamparilla. No se enciende. “Mamá, dijiste que cambiarías esa bombilla hace un mes. Ya podríamos haber hecho una reforma completa de la habitación”. Sonrío a contrapié. Ignoro cómo conserva el sentido del humor. No padece un catarro precisamente. “Tienes razón, mereces un premio por tu paciencia”, reconozco. “¿Recuerdas que mañana después de la quimio tenemos una entrevista con mi tutor del aula hospitalaria?”. Frunce el ceño mirándome de reojo. Sabe que lo había olvidado. “Claro que sí” —miento—, “pero el fiscal…” Su abrazo me silencia. “No te preocupes, abogada. Manejas causas importantes”. Cierto, pero sus lágrimas cayendo en mi hombro me advierten: sólo él tiene jurisdicción en mi vida. Y rectifico. “¿Sabes? No pienso faltar a esa entrevista. El fiscal puede esperar”. No quiero perder el único juicio que realmente importa.

     

    0 Votos

     
  • Demasiado tiempo libre

    María Teresa Pascual Fernández · Madrid 

    '-Todo empezó con un catarro.-Lupita sonrió con aire inocente-Me aburría tanto que pensé en arreglar algunas cosillas en casa, como esa bombilla que a Peter se le olvidaba siempre cambiar... -Señora, abrevie, por favor.-El juez puso los ojos en blanco

    0 Votos

     
  • Falso inocente

    Silvia López Carpizo · Laguna de Duero (Valladolid) 

    Entramos en la gruta y aspiré el hedor a putrefacción y vejez que exhalaba de aquellas catacumbas suspendidas en otro tiempo. “Esto necesita una reforma urgente” pensé, sobrecogido. La bombilla de la linterna vaciló y todos contuvimos el aliento. -Creo que carecemos de la autorización necesaria para entrar en este lugar. –murmuré con la voz colapsada por el catarro. Me ignoraron. -Esto no es legal… -añadí trémulo, mi faceta de abogado vocacional derramándose de mis labios. Germán rió, inclinado sobre los escombros y excrementos de paloma. -Y tú, de jurisdicción sobre mí. –se burló utilizando el término con malicia. Me mordí la lengua. -Nos la vamos a cargar… -mascullé sobrecogido, al ver el premio que portaban sus manos. -No. Ahora todo cambiará. –replicó con los ojos brillantes. Tragué saliva. Había algo más en aquella mirada, algo que entonces no entendí... Ahora comprendo por qué aquella calavera significaba tanto para Germán…

     

    0 Votos

     
  • Papá, soy Diego y existo

    SANDRA CRISTINA RINALDI MANZANO · Córdoba (Argentina) 

    Diego amaneció con catarro, esto que para cualquier madre es sencillo, para Eugenia es el infierno, pues puede terminar con la vida de su hijo. El, es down con plus. Vive solo por el amor traducido en cuidados. Por diez años, su madre luchó en la jurisdicción reclamando al padre la fortuna con la que pagó por su divorcio, para darle el derecho a Diego de ser una persona y no un “monito que había que enjaular”. Nunca obtuvo ese premio. Un juez machista se burló de su dolor, rechazando su demanda. Ya no hay más recursos que interponer. Diego tiene una vida oscura, iluminada solamente por una bombilla y la desesperanza de cualquier reforma que le devuelva la dignidad hurtada. En su mundo impenetrable, solo queda la espera silenciosa que el padre contribuya algún día, al menos, con un abrazo.

     

    0 Votos

     
  • Gallito peleón

    Cristina Niubó Morales · Hospitalet de LLobregat (Barcelona) 

    Durante meses, la bombilla pendió desnuda de un cable. La halógena no llegó a sustituirla: las obras de la cocina se suspendieron de repente, y fogones y azulejos, testigos de la infidelidad de una esposa, jamás recibieron el premio de una reforma integral. El marido finiquitó su matrimonio al saberse traicionado, no sin antes contratar al mejor abogado de toda la jurisdicción. Y el abatido divorciado, tras meses de sustentarse a base de congelados, decidió aprender a cocinar ¡Y resultó tener un don! Montó su propio negocio, y su fama fue creciendo. Si le piden que recomiende un plato, siempre aconseja “gallito peleón”. Le recuerda al paleta que cambió su vida, al que no acabó las obras, al hombre que pasó toda una noche desnudo en el balcón ¡Benditos los catarros! El que cogió fue tan fuerte que el primer estornudo fue su delator.

     

    0 Votos

     
  • Luto

    Inés González Soria · Madrid 

    La luz azulada de la bombilla no favorecía nada a Cosme, el del catarro. Acentuaba las ojeras y el surco nasogeriano de este madrileño apocado de cuarenta y tantos que no se quería divorciar. No me di cuenta de nada. Vino cuatro veces al despacho y las cuatro tartamudeó violentamente antes de lanzarse a hablar. Siempre hacía lo mismo. Primero carraspeaba, luego sorbía la nariz, después se frotaba las manitas como un hamster, y ya por fin arrancaba su discurso apesadumbrado, casi murmurando con su vocecilla nasal: “Porque Irene, es que Irene, según Irene...” Y yo para entonces ya estaba en la inopia, pensando en el premio de Juan, en la reforma de la casa, en cualquier otra cosa. Ayer recibí este mensaje de mi jefe: “Jurisdicción penal. El del catarro está en coma. Su mujer le ha atropellado con el coche”. No puedo dormir.

     

    0 Votos

     
  • Justicia popular

    Victor manuel Fragoso Ayuso · Villanueva de la Serena (Badajoz) 

    '-¿Se ha tragado alguna vez una bombilla?

    -¿Ha sufrido catarro por dormir desnudo?

    -¿Ha paseado en ocasiones descalzo por la calle con los zapatos atados al cuello?

    El reo no daba crédito al interrogatorio. La reforma en el juzgado había hech

    0 Votos

     
  • Muerte de una vida

    Mireia Bonaventura Caparrós · Barcelona 

    El catarro no me privó de asistir a la fiesta y disfrutar del merecido premio de tener algo de vida social. Últimamente, mis días pasaban entre juicios, recursos y clientes poco recomendables… La agenda apretaba, los expedientes se acumulaban y la cuenta de tareas pendientes a nivel personal crecía inmensurablemente. Estaba acostumbrado a ordenar la vida de los demás, pero mi mundo estaba claro que era una jurisdicción sin ley, y que necesitaba urgentemente una reforma. Con un whisky en la mano y en medio de la vorágine de pensamientos, miré a mi alrededor y se me encendió la bombilla. Tuve claro que esa noche iba a morir, Marisa no paraba de lanzarme miraditas incandescentes desde hacia rato. Susurré su nombre y sonreí, Marisa, rubia, inteligente, sofisticada…Pensé que iniciar el día en otra cama y en compañía, ya era el comienzo de algo y quién sabe si...

     

    0 Votos

     
  • Taquígrafo

    Mayte Martín Tejada · Madrid 

    Las manos de la funcionaria volaban por encima del pequeño taquígrafo. Habitualmente se podía permitir el lujo de pensar en sus cosas mientras transcribía automáticamente el más mínimo comentario que se pronunciase en la sala. Pero hoy todo estaba resultando más complicado. El catarro le embotaba la cabeza. Que el juicio fuese tremendamente aburrido no contribuía a mejorar su estado. El abogado agobiaba al testigo con detalles sobre la última reforma de la ley y cómo había afectado el cambio de jurisdicción. Una mosca sobrevoló la sala en dirección a la bombilla de su lamparita y depositó algo. ¡Premio! Aquello había sido lo más emocionante del día. La voz del juez tronó en la sala en su dirección; “¿puede por favor repetir las ultimas palabras del testigo?”. ¿El testigo había dicho algo? La taquígrafa miró sus notas y tragó saliva. “Cagadita de mosca“ no parecía una respuesta coherente.

     

    0 Votos

     
  • Retrato en negro

    José Vicente Pérez Bris · Bilbao 

    Pensé escribir un relato negro, bajo la mirada enmarcada de Bogart. -El protagonista será un abogado –anuncié. Spade pestañeó. << ¿Y la chica? -Un pendón oxigenado sediento de reforma. <<No olvidemos al malo ¿Qué tal un griego desconfiado, que no duerma sin romper una bombilla ante su puerta? -Demasiado obvio. Prefiero un anciano juez, aquejado siempre de catarro, objeto de lástima, aunque podrido de dinero. Humphrey bizqueó, intentando escupir sin éxito, tras el cristal. <<Oye, si tanto sabes será mejor cambiarme de jurisdicción ¿Qué tal el cuarto de Rosa? –su rostro brilló con mirada lasciva. -Ni lo sueñes. Pensándolo mejor, será un letrado bajito, flacucho, incapaz de besar sin dejar un rastro de saliva. Mi ídolo se fue tornando gris y sentí lástima. <<Es el premio obtenido por defender a mi patria –gimoteó. Silbé bajito “El tiempo pasará”. Bogart esbozó de nuevo su sonrisa lobuna, perdonándome otra vez… Sam.

     

    0 Votos

     
  • Problema de cálculo

    Javier Yuste González · Pontevedra 

    ¡No miento! Ahí estaba yo, con un catarro tal que mi cerebro bailaba él solito un reggaeton o, pensando en algo menos hortera, el último éxito de Lady Gaga. Delante de mí, ese individuo de cabeza con forma de bombilla, haciendo aspavientos en referencia a la última reforma del código de esta jurisdicción, publicada a bombo y platillo en los periódicos, a toda plana. Ya saben, el típico que va donde su abogado a darle clases de Derecho y al que le echa una galleta como premio si le oye decir lo que quiere. ¿Quién sería capaz de calcular, cuando exploté, cuán frágil sería esa cabecita ante el suave impacto de mi bate de béisbol, escondido bajo mi mesa de trabajo? Encontré restos de sus sesos en el bolsillo de mi americana hasta una semana después. ¡No es una exageración! Aún así, Señoría, lo volvería a hacer.

     

    0 Votos

     
  • Recurso de toga

    Victoria Trigo Bello · La Joyosa (Zaragoza) 

    Recoger el premio al abogado revelación era poco gratificante en mis circunstancias. Un fuerte catarro me obligaba a limpiarme la nariz a cada instante. Además, aquel reconocimiento por casos que no habían sido de mi jurisdicción era un disparate más de aquella reforma que puso los juzgados boca abajo. ¿A quién se le ocurriría organizar un evento así en tiempos en que para reponer una bombilla en cualquier sala había que presentar la fundida y eran necesarias tres firmas para que el bedel te diera la nueva? Pero, independientemente de ese absurdo, lo más grave era que según el plan de ahorros eliminaron el papel higiénico y las toallitas para secarse las manos. Ya no me quedaban pañuelos ni en el escritorio, ni en el abrigo, ni en el coche… ¡Y los medios de comunicación en mi despacho! No quería recurrir a la toga aunque, tal vez, con la venia…

     

    0 Votos

     
  • Paso turno

    Silvia Vicedo Ramón · Alcoy (Alicante) 

    Mi madre pensó que me había tocado el premio gordo al casarme. Tuvo razón. Me llevé un peso pesado de noventa kilos al que apenas le cabían los trajes para acudir al juzgado. Dependía de mí para todo; incluso para tratarse un catarro común. Azorado por el simple hecho de cambiar una bombilla en nuestra habitación, pretendía hacer una reforma integral en la casa cuando los mellizos hacían de las suyas tropezando con su taca-taca en las paredes, mientras el mayor les marcaba el sendero con rotulador. Por lo visto, todas esas eventualidades escapaban a la jurisdicción de un abogado convertido en magistrado años más tarde. Fiel a sus convicciones, tampoco supo defenderse en la demanda de divorcio que presenté. Patoso e impráctico, acabó por delegar en una novata que lo miraba embelesada, a la que mi abogado desarmó sin esfuerzo. “Enhorabuena, letrada, te llevas a un diamante en bruto…”.

     

    0 Votos

     
  • Sueños de un picapleitos

    Elena Marqués Nuñez · Sevilla 

    Cuatro paredes, una alfombra sucia, una bombilla. Esa es su jurisdicción. Con lo bien que le sienta el aire libre. Pero todo esfuerzo tiene su premio. Más tarde o más temprano, algún abogado prestigioso se fijará en él, en su aspecto desenfadado a la par que elegante, las manos blancas y activas que tan pronto ensayan un alegato que se entretienen subrayando la reforma de una ley. A través de la ventana, un muro de ladrillos salpicado de lluvia. “Con lo que gano no me da para más”. Porque su sueño incluye algo más amplio: una mesa sin fisuras con vistas a la Castellana, calefacción central que le ahuyente el catarro, una secretaria pelirroja y un socio de apellido interminable que conozca a medio Madrid y presente a sus clientes honorarios de muchas cifras. La niebla del cigarro dulcifica el entorno. Apaga la colilla y sigue con su sueño.

     

    0 Votos

     
  • J´ACCUSE

    Kalton Bruhl · Comayaguela (Honduras) 

    Cuando acudí al llamado de mi viejo amigo, éste se encontraba en cama, afectado por un fuerte catarro. Sonreí con tristeza. La luz de la bombilla, acentuaba su deterioro físico. - Me alegra que haya venido, mon ami -susurró- hay algo que debo contar. Hay un crimen que ha escapado a toda jurisdicción y castigo. Un inocente fue condenado por el orgullo de un ambicioso joven. Suspiró antes de continuar: - En 1894, cuando una celebridad como Alphonse Bertillon, le buscó, solicitándose su ayuda en un dictamen grafológico, lo vio como un premio a su inteligencia. Las muestras no se parecían en absoluto, pero su ambición le cegó. Alfred Dreyfus fue enjuiciado por ese dictamen y aunque sabía que reconociendo su error podía lograr la reforma de la condena, decidió callar. Mi viejo amigo, alzó el índice y gritó: - ¡J´Accuse!, me acuso a mí mismo, ¡Acuso a Hércules Poirot!”

     

    0 Votos

     
  • ¿Estás bien?

    Pilar Marco Novella · Zaragoza 

    > 16:00 horas. Mi pasante brama: ¿a cuánto va la multa por no solicitar licencia de obras menores para una reforma? ¡Atchuá! Fefende fe nas fefodmas (rediez, mira las ordenanzas) 17:00 horas. Es poco más que cambiar cuatro bombillas de sitio. No lo entiendo. ¡Cof, cof! Na funta fe fefinos. ¿Qué pepinos? ¡Moooc! Vecinos 18:00 horas. ¿Y si la administración pasa de nuestras alegaciones? ¡Atchuáaaa! A fa gurisficción fontendiosa. ¿Dónde? ¡Moooc! Jurisdicción 19:00 horas. Oye, vaya catarro llevas, no se te entiende y estás espesa de mente. Afí ef (sigo explicando) 20:00 horas. Gracias, pero no te van a dar un premio jurídico por esto. Por cierto, ¿estás bien? Fí (lo agarré y le espeté un beso a lo Bugs Bunny) 21:00 horas. Estoy en mi cama, mañana estaré recuperada, la primera llamada del día será para mi pasante: ¿estás bien? Espero me conteste: Fí.

    0 Votos

     
  • Dura lex, sed lex

    Enrique Osca Martínez-Corberá · Valencia 

    Tres décadas le separaban del ejercicio de la abogacía. Desde entonces, el despacho de la casa se erigía como único testigo de su actividad... Mientras sus premios pugnaban en los anaqueles disputándose la luz de las bombillas, a él le entretenía la inminente reforma constitucional. Sonó una campanada. El vetusto reloj de pared, magistral desde siempre, marcaba las nueve. Era la hora de la cena, más esperada por cansancio que por hambre —un catarro, obstinado en no abandonarle, se presumía causante del exceso de lo uno y la falta de lo otro—. Trataba de zafarse del sillón, pero la edad y un repentino ataque de tos no se lo ponían fácil. Ya una vez erguido, llegó la falta de aire y comprendió que asistir a la cena le resultaría imposible. Con la novena campanada perdió toda jurisdicción sobre su cuerpo, que decidió sentarse de nuevo; pero ya sin él.

     

    0 Votos

     
  • Carta del recluso Lecumberri a una desconocida destinataria

    Mariella del Riego Machado · Sant Joan Despí (Barcelona) 

    “La luz de la única bombilla que alumbra mi celda es tan mortecina que apenas puedo ver mis letras en este arrugado papel. Mi alma, sin reforma ya posible, se apaga, también arrugada, al ritmo del estentóreo sonido de mis pulmones. Un catarro mal curado ha sido suficiente para ahogarme definitivamente con mis penas entre los recovecos de sus alveolos. Hoy mi abogado –ese muchacho casi imberbe que un día me asignaron– me ha comunicado tartamudeando la ratificación de la sentencia. Veinte años, ha dicho. Hace una hora el médico –éste sí que absolutamente imberbe- ha decidido mi traslado al hospital. “No aguantará más de dos días”, le escuché decir. Con mis últimas fuerzas, mi querida Leonor, mi único premio en esta vida, quiero decirte que estoy preparado para volver a ser juzgado en la Jurisdicción inapelable del más allá. Donde no tendré el consuelo de volvernos a encontrar. Dond…”

     

    0 Votos

     
  • Celos

    Víctor Manuel Hernández Bas · Redován (Alicante) 

    Un catarro suyo era sinónimo de premio en forma de juguete, tebeo o pelota. Un catarro mío sin embargo, era el compañero ideal para cambiar otra bombilla, hacer una reforma en el desván, alimentar a los caballos… Ley de vida, lo llamaba mi madre. Visto lo visto, dejé de creer en las leyes a temprana edad. Pese a que éramos coetáneos jamás me dejaron jugar con él, en la mansión imperaban estrictas normas referentes al trato con la servidumbre. En el ocaso de un día cualquiera, me colé a hurtadillas en su habitación. Disfrazado con la toga de su padre, y sin salirse del papel que interpretaba, espetó: “¡Fuera de aquí plebeyo! ¡Este no es territorio de tu jurisdicción!” Abandoné su alcoba y continué realizando las labores domésticas que me habían encomendado. Trascurrida una hora, el alarido materno al descubrir su cadáver me hizo sentir el auténtico rey del caserón.

     

    0 Votos

     
  • Acoso

    José Agustín Navarro Martínez · Alicante 

    Dispense que le atraquemos así, en pleno catarro, señor abogado. Pero es usted una eminencia, un buen hombre, el flamante ganador del Premio de Derechos Humanos. Tiene que ayudarnos. Quién si no. Se trata de un asunto complicado, peliagudo, escabroso, sin duda de jurisdicción nacional. Verá, mi familia está siendo víctima de acoso inmobiliario. Hace años que el arrendador nos prometió una reforma, pero lo cierto es que no arreglan las goteras, ni el ascensor, y la luz proviene de una única bombilla. Pero ahí no acaba. La semana pasada contrataron un fantasma para atemorizarnos. Sí, sí, lo que oye, un fantasma. Cada noche el espantajo deambula por nuestro dormitorio desregulando nuestro sueño, ninguneando nuestro déficit de vida, escrutando los enseres mercadeables. Antes de marcharse, abre la ventana de par en par, nos desarropa por completo, y susurra con cinismo: “Buenas noches. Soy la mano invisible de Adam Smith”.

     

    0 Votos

     
  • El traficante, mi juez

    Diego García-Abril Goyanes · Madrid 

    Pasaba todos los días sentado en una esquina de la habitación, a ratos a oscuras y a ratos con la escasa luz de una vieja bombilla que colgaba del techo. Estaba desorientado, me invadía el miedo y tenía frío, catarro y fiebre. Intentaba mantener la mente ocupada y consideraba un premio cualquier momento en el que conseguía olvidarme de mi situación. Daba rienda suelta a mi imaginación y me entretenía con las distintas vías para impulsar una reforma del código penal. Repasaba mis mejores recuerdos, aquellos momentos que consiguieron hacerme feliz. Curiosamente ningún caso, ni ganado ni perdido, se asomó a mi memoria. Ninguno, excepto el último proceso contra un traficante de drogas, dueño del zulo en el que me encontraba y señor de mi destino. “La justicia es lenta y ahora estás bajo mi jurisdicción” me dijo hace… ¿meses?, ¿años? Desde entonces no he vuelto a oír ninguna voz.

     

    0 Votos

     
  • Adivinanza

    Ernesto Alaimo · Buenos Aires (Argentina) 

    ¿Cuántos abogados se necesitan para cambiar una bombilla? Fácil: diez, uno para sostener la escalera, otro para confirmar que el lugar esté autorizado para tener luz eléctrica, otro para consultar la normativa vigente sobre cambios de muebles e inmuebles en la jurisdicción, otro para exigir una reforma a esa normativa, otro para elaborar un informe detallado del proceso y elevarlo al juez, otro para recibir la nota pero postergando la cita una semana porque el juez ha pescado un catarro y no puede atender asuntos que involucren consonantes nasales, otro para gestionarle un té de limón al juez con el azúcar que le gusta que sólo se consigue en la feria de la jurisdicción vecina, otro para apelar, otro para estudiar la posibilidad de que una mala praxis derive en juicio que le depare un premio por su magistral labor y otro para pagarle al electricista.

     

    0 Votos

     
  • Justicia

    Ana Belén Herrera de la Cruz · Barcelona 

    El abogado le vendó los ojos. “¿Derecha o izquierda?”, preguntó. “¿Soy una criminal peligrosa bajo tu jurisdicción?, ¿una ciudadana ciega votando una reforma”. Rió ella. “Elige”, dijo el abogado acercándose con una balanza temblorosa. “Quiero acostarme, este catarro...”. “Elige”, insistió el abogado. La mujer intentó quitarse la venda. Forcejearon. La balanza agitándose. “Tendrás un premio”, susurró. Ella suspiró. Eligió. “Derecha”. El abogado hizo una mueca vacía. El ramo de rosas de la bandeja izquierda cayó. La pistola firme en la mano. Un disparo. El abogado le quitó la venda ensangrentada. Le besó. La balanza quedó en equilibrio. “Izquierda”. Cara de nada. El abogado cogió la pistola de la bandeja derecha, se la guardó. La balanza dejó caer las rosas. El abogado las recogió, se las dio a oler. Ella lo besó. Su cara brillante como una bombilla. La venda puesta. La balanza quedó en equilibrio.

     

    0 Votos

     
  • El juicio

    Guillermo La Cave Rupérez · Madrid 

    Dedos que martillean la mesa de madera como pájaro carpintero: cuatro. Tres miradas furtivas, dos sostenidas. Togas arrugadas: seis. Abogados ambiciosos que no ambicionan felicidad: cuatro. Jurisdicción que reforma conciencias: ninguna. Funcionarios con ojos inquietantes: cinco. Bocas llenas de palabras que no significan nada: incontables. Magistrados cuya visión incita al miedo: tres. Ayudantes con catarro: dos. Un fiscal al acecho de apetitos pedestres que se engrandece. Dos acusados de ser amigos de bienes y males ajenos que empequeñecen. Madres dolorosas y silentes entre el público: tres. Monto de euros robados: mil. Meses de hospital para el tendero lesionado: seis. Una mosca condenada a cinco minutos y un día de existencia. Un par de cortinas de terciopelo rojo. Una bombilla que se funde. Un premio de dos años de cárcel. Y una inscripción en piedra presidiendo la Sala: “De todo lo que ahora es, mañana no quedará ni rastro”.

     

    0 Votos

     
  • Tregua Vacacional

    Pablo Herrera Ponce · Santa cruz de Tenerife 

    Mi cerebro sufre un continuo conflicto de jurisdicción. De un lado el abogado y, del otro, el escritor. Mientras el abogado me obsesiona con la reforma del despacho, el escritor reclama encender la bombilla de esa inspiración que por fin nos lleve al premio de cualquier reconocimiento con el que justificarse. Ya se imaginarán quién trae el dinero a casa. Es como un crónico catarro neuronal que siempre me tiene a medio gas. Viéndose obligados a convivir, pues podrían compartirme, pero no señor?, sólo altercados, disputas mentales de poder que no se acaban nunca. Ya no me halaga que me pretendan con semejante virulencia, sólo querría deshacerme de ambos, aunque sólo fuera un rato, como cuando llega agosto y me concedo la tregua de cogerlos a los dos y, a falta de otro sitio mejor, mandarlos de una vez por todas a la mismísima playa.

    0 Votos

     
  • Examen final

    Natalia Piñuela Coronado · Madrid 

    Mi abuelo fue abogado. Mi padre es abogado. Y yo… yo también, claro. Bueno, a falta de una asignatura. Y aquí estoy, con el catarro más impresionante que he tenido en toda mi vida y a falta de dos días para mi último examen de la carrera. Además, el tema de jurisdicción constitucional se me resiste. Para colmo mi vecino de arriba está de reforma y mis estornudos van al compas de sus martillazos. Para rematar, la bombilla de mi flexo se acaba de fundir. Ahora mismo saldría corriendo pero ya llevo seis años con la carrera, bueno, quien dice seis dice siete y mi padre, todo este tiempo, lleva prometiéndome un premio para cuando me licencie. ¿Sabéis cuál es? Trabajar gratis en su bufete. Le tuve que dar las gracias encima… cualquiera le lleva la contraria. Más vale que termine este año o seré yo quien necesite un abogado.

     

    0 Votos

     
  • El más rápido

    Benedicto Torres Caballer · Valencia 

    El güisqui no mejoraba mi catarro pero aliviaba el tormento que sentía cuando las recordaba. Tenía que haber ido yo a ingresar aquel maldito premio, un mísero talón de cien dólares. Ahora sabía que ninguna reforma legislativa sería tan efectiva como el revólver, libre de jurisdicciones. Después de cabalgar durante semanas siguiéndole el rastro, finalmente encontré a Billy bebiendo tequila en una desolada cantina fronteriza. “Billy, ¿recuerdas la matanza del atraco al National Bank? He venido para entregarte”, le dije descubriendo mi pistolera. Mientras el cantinero se escabullía en la trastienda Billy se levantó furioso y desenfundó. Sentí impasible los fogonazos y una bala reventando una moderna bombilla de adorno. Tuve suerte, él no la merecía. “Desenfundas rápido. ¿Quién eres?”, preguntó deslizándose sobre una columna que manchó de sangre. “El abogado de la acusación”, le respondí en cuclillas mientras le enseñaba una foto de mi mujer con mi pequeña.

     

    0 Votos

     
  • LUZ… PARA NO DORMIR

    Estrella Mérida Macías · Sevilla 

    Soy una bombilla. No se imaginan lo dura que es mi vida. Mi jurisdicción está totalmente limitada al hueco que queda libre por la parte baja de la lámpara de escritorio de un abogado con insomnio. Veo junto a él, de todo: malos tratos, evasiones de impuestos, robos, ataques a la propiedad privada y un sinfín de casos, que él incansablemente, repasa siempre de noche. Se puede decir que soy una bombilla con experiencia letrada. Ayer llego con un tremendo catarro y tras un estornudo, me premió con una minúscula gota de mucosidad; bajo mi luz, el excremento, se hacía más grande a su vista, oscureciendo parte de sus documentos. Mi pregunta: ¿Intentará hoy una reforma, aseándome? ¿Seguirá estornudando sobre mí, hasta que yo explote? Estoy asustada y parpadeo.

     

    0 Votos

     
  • EL PECADOR

    Jesús Martín del Bosque · Barcelona 

    En pocos minutos tendría lugar la vista oral por el alma de Frank, y siendo aquella la jurisdicción de Belcebú, la cosa estaba complicada. El letrado no había podido preparar la defensa adecuadamente debido al catarro que sufría desde hacía una semana, y aprovechó los últimos momentos para repasar la legislación, aunque con pocas esperanzas. Después de un considerable lapso de tiempo, no había encontrado un sólo artículo del Código de Almas y Pecadores (CAP), que le fuese útil; lástima que el pecado se hubiese cometido con anterioridad a la reforma del citado código, pues éste se había flexibilizado considerablemente. De repente se le encendió la bombilla, ¡premio!, allí estaba: art. 327, CAP:¡€™todo acusado que en el momento de su defunción mostrase arrepentimiento, aunque éste no fuere de forma explícita, tendrá derecho al aplazamiento de la pena, previo ingreso en Centro Purgatorio

    0 Votos

     
  • El robo

    Jesús Urbano Sojo 

    ¡Atchis! -Perdónenme, he cogido un catarro.- Continuó el abogado. -Entonces, usted, a pesar de que sabía que no era su jurisdicción, apresó a mi cliente por "robar una bombilla", según leo en su informe. -Sí. -Contestó el policía. -Sepa usted que aquella bombilla era de mi cliente. Su exmujer se negaba a darle la mitad del dinero de un trastero que tenían a medias. Y como tampoco le dejaba usarlo, él simplemente aprovechó una reforma en el trastero de al lado, para entrar en el suyo y, como castigo a su expareja, dejarla sin luz. Es cierto, se merece un premio al mayor idiota, pero no es justo que lo detengan y lo acusen de robo con premeditación. Carlos sonreía desde su asiento. "¡Qué ingenuos!" Pensaba. "No robaba la bombilla, la iba a llenar de gasolina para que, cuando la zorra de mi exmujer llegara..." ¡Atchis

     

    0 Votos

     
  • Leyes Paternas

    Rocío Sánchez Rivas · Alcalá de Guadaira (Sevilla) 

    '-¡Soy juez penal, tengo jurisdicción para administrar justicia! -Lo sé, pero que no se te suba a la cabeza. Ser juez no significa que siempre lleves la razón, que tengas a tu hija agobiada, ordenándole que estudie aunque la veas con un catarro descom

    0 Votos

     
  • Mujer prevenida vale por tres

    Antonio Díez Núñez · Valladolid 

    María era tan seductora como inteligente. En la facultad, Juan, un tipo atractivo y pendenciero, se sentaba a su lado. Yo permanecía en la distancia deseando que se inclinara por mis encantos y aborreciera los suyos. Quedaba con ella en una calle de su elección y alumbrados por una mortecina bombilla, le pasaba mis apuntes anhelando conseguir el premio de su afecto. Al salir un día con un pertinaz catarro por una zona diferente a nuestra “jurisdicción”, los vi en una actitud imposible de soportar. Tramé una coartada para terminar con aquella pesadilla. Llevé a Juan hasta la biblioteca y mostrándole la reforma del Código Penal, le propiné un golpe con el voluminoso Derecho Romano haciéndole pasar a mejor vida. Ya libre, María me dio un pícaro beso susurrándome al oído: “Ya sabes, me gustan los chicos malos pero desde ahora, mándame los apuntes por correo electrónico”.

     

    0 Votos

     
  • Muerte de una vida

    MIREIA BONAVENTURA CAPARRí S · Barcelona 

    El catarro no me privó de asistir a la fiesta y disfrutar del merecido premio de tener algo de vida social. Últimamente, mis días pasaban entre juicios, recursos y clientes poco recomendables… La agenda apretaba, los expedientes se acumulaban y la cuenta de tareas pendientes a nivel personal crecía inmensurablemente. Estaba acostumbrado a ordenar la vida de los demás, pero mi mundo estaba claro que era una jurisdicción sin ley, y que necesitaba urgentemente una reforma. Con un whisky en la mano y en medio de la vorágine de pensamientos, miré a mi alrededor y se me encendió la bombilla. Tuve claro que esa noche iba a morir, Marisa no paraba de lanzarme miraditas incandescentes desde hacia rato. Susurré su nombre y sonreí, Marisa, rubia, inteligente, sofisticada…Pensé que iniciar el día en otra cama y en compañía, ya era el comienzo de algo y quién sabe si...

    0 Votos

     
  • Si me jodo yo, que se joda el letrado

    María Sonia Martín Barranco · Las Palmas de Gran Canaria 

    Si es que no. No quería infringir el Código de Circulación —tan jodido después de la última reforma que vas a la jurisdicción penal por menos de ná. Paro el coche en el arcén. Saco el inhalador —que el asma me está matando con este catarro y no quiero pegarme la hostia en un golpe de tos—, aspiro. La black empieza a vibrar mientras por el retrovisor se acerca la bombilla coloreada de Tráfico. Escondo el teléfono. Documentación, seguro, carnet y su puta madre. Todo en orden...casi. —Qué brilla ¿Un móvil? —Pero no estoy hablando, será algún mensaje. —Tiene que ir apagado. Debo sancionarle. Firme. —Mierda ¿cuánto va a ser? —¿El premio? 3 puntos menos y 300€ ¡¿El premio?! ¡Me cago en la puta que te parió, civil de los cojones! —hala, que el cabrón de mi abogado se lo curre por unos cargos como dios manda.

    0 Votos

     
  • El Secreto

    Rita Villarino Moure · Vigo 

    Me preguntan constantemente por el secreto de mi éxito como fiscal. Con modestia lo atribuyo al trabajo duro. Gano todos mis casos. Los abogados defensores no entienden como me adelanto siempre a sus alegaciones, y me suponen agraciado con poderes adivinatorios. Mañana será el juicio de un importante narco. Fue difícil conseguir pruebas contra él al encontrarse fuera de nuestra jurisdicción, pero lo conseguimos. Mientras no haya una reforma de las leyes que protegen a esos individuos, seguiré haciendo lo que hago... La luz de mi escruitorio parpadea y se apaga. Alargo la mano para cambiar la bombilla fundida, que parece desenroscarse sola. Preocupado me pongo frente al espejo y solo veo un traje con corbata que flota sobre el suelo. Ha empeorado... No voy a poder ir a recoger el premio... Quizás pueda alegar un catarro... La invisibilidad, muy conveniente mientras la controlaba, es ahora un engorro.

    0 Votos

     
  • Un despiste lo tiene cualquiera

    Teresa Hernández Díaz · Madrid 

    Afortunadamente era juez y no necesitaba ganarse el pan con la destreza de sus manos. Era un torpón que odiaba el bricolaje y evitaba cualquier reforma casera por mínima que fuera, por eso le venía grande el papel de jurado en aquél premio de manualidades vanguardistas. Pero era un compromiso que no podía eludir, ni siquiera utilizando la argucia de un catarro inoportuno. Se paseó por la exposición incapaz de valorar los trabajos presentados y, tras mucho deliberar, se decantó por una bombilla decorada en curiosos tonos grises. No interpretó la cara de sorpresa de los asistentes al acto hasta que un operario ataviado con mono azul subió a una escalera y enroscó una lámpara nueva en un casquillo vacío del techo; después bajó e introdujo su obra de arte preferida en la papelera. - Por suerte no pertenece en nuestra jurisdicción.- Oyó a su espalda.

    0 Votos

     
  • Un minuto de amor

    Isabel González González · Madrid 

    Mi médico y yo estamos enamorados. Soy abogada y cuando mi médico me pregunta por la jurisdicción de mi catarro, yo le contesto que afecta al tercio superior de mi organismo. Si me interroga sobre la reforma ilegal de mi rodilla, le expongo lo habitual de las lesiones en ligamentos. Y si se interesa por el periodo de vencimiento de mi protocolo, establezco paralelismos entre la posología del paracetamol y la del ibuprofeno. Mi médico se merece un premio. Sabe cómo hablarme. Yo sé cómo hablarle a él. Juntos somos felices. Un minuto al día. Lo peor es el otro minuto. Cuando nada más llegar, le pregunto si me desabrocho la blusa y él me contesta no sé qué sobre la bombilla de su linternita. Entonces no sabemos qué decirnos. Estamos fríos. Distantes. No encontramos las palabras. Qué retorcidos son los preámbulos.

    0 Votos

     
  • Una reforma necesaria

    Carmen Grimaldi Fuentes · Cádiz 

    Aquella casa era su jurisdicción, el único lugar en el que podía mandar, dominar, decir la última palabra. Y ahora?ahora estaba solo, sin nadie. Después de que Beatriz se marchara, lo único que le quedaba era un catarro. Un catarro después de 25 años junto a él, un catarro como premio a su innegable amor. No, no sentía pena, no sentía dolor, no sentía melancolía. Lo que había ocurrido no era más que una reforma necesaria. Ella debía desaparecer, por eso lo había hecho. Era una noche iluminada por la luna llena, había estado lloviendo durante todo el día, pero ella tenía que acabar en aquel lago, esa sería su morada eterna. Ahora sólo tendría que buscar un buen abogado que le siguiera la corriente. No aquel palurdo, que tenía cara de bombilla y que había levantando la ceja cuando le dije que se había marchado con otro.

    0 Votos

     
  • Un instante de evasión

    M¡¦ Carmen Gómez Mirumbrales · Vitoria 

    El abogado le había dicho que el caso iba a dilucidarse ante la jurisdicción civil ordinaria. El día había llegado. El juicio estaba en su punto álgido. Las partes expondrían oralmente sus conclusiones sobre todas las cuestiones que se habían tratado a lo largo del procedimiento. En el momento en el que el abogado defensor pedía la absolución de su patrocinado, se oyó una sirena. Miguel cerró lentamente el libro que le habían dado como premio por su buen comportamiento, los protagonistas del mismo se esfumaron, la sala judicial desapareció y volvió a su cruda realidad. Miró hacia arriba y vio la bombilla que pendía del techo. Allí estaba, tumbado en su catre estrecho, con ese catarro que no se le terminaba de curar. Su vida necesitaba urgentemente una reforma y se había propuesto llevarla a cabo. Pronto saldría de aquella cárcel y esta vez, sería para no volver.

    0 Votos

     
  • Réquiem por Don Pepito

    Felipe Zaglul Criado · Madrid 

    Su Jurisdicción abarcaba gran parte del distrito madrileño de Chamartín. Una parada de autobús constituía su domicilio habitual; otra, más al sur e iluminada por una bombilla de farola, le servía como residencia de verano. Premio Nacional de Ensayo Jurídico en los ochenta; su gran fama de abogado penalista le llevó a participar en una importante reforma normativa. Pero todo esto no le impidió abrazar el mundo de la mendicidad, cuando veinte años más tarde una mala práctica jurídica le apartó de todo aquello que controlaba. Pedía en las iglesias de la zona y a veces comía en un albergue de religiosos; lo que no le impedía blasfemar constantemente contra curas y monjas cada vez que podía. Un catarro se lo llevó el pasado invierno. Obrero o marinero decían que había sido; yo, en cambio, a título póstumo, le he asignado un ilustre pasado jurídico.

    0 Votos

     
  • Olvido

    Juan Ponce López · Madrid 

    Mientras camino por el jardín de la residencia, observo a papá, bajo la sombra de un arce, postrado en una silla, encorvado y ausente. Al llegar a su lado, no puedo evitar recordar al prestigioso abogado que fue y el día que, al agradecer el premio concedido por su ensayo sobre cierta reforma legal, confundió el término jurisprudencia con jurisdicción y, a continuación, mirando confuso a su alrededor, se quedó callado. Desde entonces, su cerebro se fue apagando lentamente. Cuando se encuentra con fuerzas, damos un paseo por el parque. Casi nunca me reconoce, sin embargo, le noto feliz a mi lado. En una ocasión, como una bombilla mal ajustada que misteriosamente vuelve a hacer contacto, su mente recobró cierta lucidez: - No estoy bien, hijo. - Será un catarro, papá. - Sí, será eso. Y volvió a perderse en el laberinto del olvido.

    0 Votos

     
  • NOTAS

    Rubén Gozalo Ledesma · Salamanca 

    Tenía catarro, pero aun así fue a la biblioteca de la facultad. La débil luz de la bombilla iluminó los estantes. Cogió el volumen sobre La jurisdicción contencioso administrativa, lo abrió y reparó en la nota. Llevaban meses comunicándose así para que nadie sospechase. Leyó el mensaje despacio. Ella le decía que no podían seguir. No estaba bien. Debían dejarlo. Después, él escribió unas líneas y las introdujo en el tomo de La reforma constitucional. Y se marchó a hacer el examen. Tras la confesión de ella, ya no le interesaba aprobar, ni que le dieran el premio extraordinario de fin de carrera. Durante el examen no escribió nada. Solo quería estar con ella. A los diez minutos se levantó y dejó encima de la mesa de la profesora el folio en blanco. En la parte superior junto al nombre, ella pudo leer: mira la página ciento veintitrés, por favor.

    0 Votos

     
  • La reforma

    Yurima Martín Pérez · Sancti Spíritus, Cuba 

    Quería estar lista para el cumpleaños de Antonio. Yo sé que le encantan las mujeres esbeltas y delgadas. Desde el parto de Tonito quedé con unas libras de más que me hacen lucir fuera de su jurisdicción. El cumpleaños se acerca y no saldrá a tiempo la reforma. He pescado este catarro y el médico atrasó mi cirugía. Estirar el dorso, aumentar los pechos, eliminar el péndulo de la barriga, todo de una vez. Cuando salga de la bombilla del quirófano tendrá una mujer nueva. No se fijará más en la abogadita que entró a su bufete el año pasado. Me han explicado bien las posibles complicaciones. Que si la Diabetes que hace más de 12 años me acompaña, que si la Hipertensión desde el último embarazo, que si las costuras y la cicatrización?..no me importan los riesgos. Encuentro dulce el premio. ¡Antonio volverá a mirarme como antes!

    0 Votos

     
  • Jekyll & Hyde Abogados

    David Guijosa Aeberhard · San Cristóbal de La Laguna (Tenerife) 

    Pago las deudas con plomo, mi premio es el gatillo. Se diría que mato por placer y es cierto. Hasta ahora no he fallado nunca, no he cogido ni un catarro, no me tiembla el pulso. Reparto bien el oficio, soy internacional. Mi jurisdicción es el planeta. Nunca descuido el estilo en cada trabajo, mi intención es la reforma del método. La víctima es la estrella de mi obra. Cuando ejecuto un asesinato estoy sublimando un arte, quiero desmayar a Stendhal. Y al acabar siempre reservo un momento de tranquilidad y medito. Apago la Play Station y repaso mentalmente las puntuaciones. Me voy a la cama. La bombilla emite un suave zumbido antes de desvanecerse, la adrenalina se diluye por mi cuerpo y me siento despejado. Mañana será el traje impoluto, defensas, expedientes... jerga de abogados. Pero luego vendrá la noche y yo seré la condena.

    0 Votos

     
  • Mensaje divino

    Ana Luz Pérez García De Franz · Aschaffenburg (Alemania) 

    Después de 20 años en ejercicio de mi profesión como abogado, me enfrento hoy con el caso más difícil: Un hombre es condenado a muerte, además de no permitírsele la presencia de sus familiares. Acudí a los más altos tribunales, utilizando como argumento en el discurso de mi defensa los principios de la jurisdicción universal y una vieja reforma que acepta como válidas, las declaraciones de amigos y familiares más cercanos. Ya han pasado 2 semanas, he amanecido con un fuerte catarro y en la oscuridad de mi habitación abro mis ojos...alguien está conmigo, sonríe y me entrega un mensaje de fe, esperanza, amor y perdón, finalmente dice:- Has vuelto a ganar el premio- y desaparece. En ese mismo instante entran mis padres, esposa e hijos...prenden el bombillo y con lágrimas en los ojos me dicen: - Has ganado el caso.

    0 Votos

     
  • Vocación de aventurero

    Miguel Egea Padilla · Almería 

    Aquel invierno, sin darme cuenta, decidí hacerme abogado. Había cogido un catarro tan fuerte que me prohibieron salir de casa. Papá se pasaba el día encerrado tras montañas de carpetas y recibiendo misteriosas llamadas. Por la noche apagábamos todas las bombillas y la única luz provenía de su pequeña lámpara de escritorio. Yo anhelaba descubrir qué ocultaba en sus dominios y dejaba la seguridad de la cama en pos del inigualable premio: satisfacer mi eterna curiosidad. Me imaginaba espía en territorio enemigo y acercándome sigilosamente a la puerta de su despacho trataba de adivinar que terribles secretos escondía detrás. A veces, afinando el oído, se escuchaban débiles fragmentos de su vieja colección de música clásica; otras, le oía maldecir cosas como jurisdicciones, sobreseimientos o reformas legislativas. En mi mente infantil se grababan estas palabras creando una geografía de términos cuyo significado desconocía pero que parecían augurar inminentes y maravillosas aventuras.

    0 Votos

     
  • FEBRIL

    Miguel ¡µngel Flores Martínez · Barcelona 

    Eso no pertenece a mi jurisdicción, le oí decir a través de la pared. Yo continuaba acostado por un catarro perruno. No quería salir, no necesitaba comer. ¡l, que era abogado, trabajaba en casa y su despacho estaba junto a mi cama. Está bien, haré lo que pueda, dijo, espero que el fiscal no sea muy impertinente. Yo era incapaz de comprender todo lo que decía. La fiebre seguía a subiéndome sin parar. Me notaba arder como si me hubiera tumbado al sol tres días seguidos. Colgó. Se asomó al cuarto y encendió la bombilla. No habrá premio si no te levantas, me dijo. Para entonces me sentía como si me estuvieran haciendo una reforma por dentro. No podía moverme. Abrí los parpados. Para mí era imposible hablar. Así que, lo único que pude hacer, con mucho esfuerzo, fue soltar un débil guau, que casi no se entendió

    0 Votos

     
  • El peso de las nubes es… una esperanza

    EDUARDO GALVEZ FERNANDEZ · Valencia 

    Defender cual es el peso de una nube era mi aventura ante ese tribunal sin jurisdicción. Intentaba dormir pero solo conseguía doblar la almohada. Se estaba convirtiendo en una habitación de los destinos donde no era la hoz del catarro el arma infernal que alumbraba como una bombilla mi insomnio. Las botas del reloj corrían deprisa.Como defender a ese mendigo que había arrancado a capazos la humedad de aquella nube hasta secarla.Estaba en blanco, con ruido en mi cabeza. Me vestí, cogí la toga con esa desesperanza que reforma las dudas. Llovía, fui acercándome al juzgado notando como las gotas golpeaban los charcos.Vi mi reflejo en uno de ellos. Estaba en dos sitios.Ese fue mi premio. No necesitaba un peso de nubes solo se había transformado en aguacero.Las soluciones están en la propia vida y solo basta hacerles nudos a la esperanza de la gente

    0 Votos

     
  • La mejor defensa posible

    Juan Manuel Rodríguez Gayán · Asturias 

    En aquel cuarto inmundo estábamos mi cliente, yo y aquella mala bestia que ejercía de interrogador. El parpadeo de la bombilla no me dejaba pensar. Yo estaba afónico por un catarro y mi voz sonaba ridícula. Para colmo, mi detenido se merecía el premio del año a la mejor expresión de culpabilidad. No tenía muchas alternativas para salir de aquel lío. Apelé a la falta de jurisdicción, clamé por una urgente reforma de la justicia, saqué un par de billetes de doscientos euros. Aquel tipo se rio en mi cara pero se quedó con el dinero. Conseguí suavizar el asunto. Fue una buena actuación. Sólo le llovieron dos o tres guantazos. Las pruebas eran claras y, sin duda, parecía culpable. Pero yo sabía que era inocente, y un infeliz. Me daba pena. Tendría que haber elegido otro chivo expiatorio. En el juicio tuve que contenerme para no confesar mi culpabilidad.

    0 Votos

     
  • Fiesta

    José Antonio Ruiz Quero · Barcelona 

    El día de mi cumpleaños tenía un catarro como premio de la fiesta de la noche anterior, me propuse emprender la reforma de mis costumbres noctámbulas dejando los baños marítimos en estado de embriaguez y limitando mi jurisdicción lúdica a ciertos garitos y chicas de confianza. Llevaba unos meses de desenfreno y ello era incompatible con el trabajo en el juzgado, la mirada del juez por encima de sus anteojos y endurecida por la bombilla de su escritorio condenaba mi insistencia en aparecer más desastrado que mis humildes clientes, rateros todos de baja extracción. Ignorando la respetable opinión del juez sobre mi persona me sumergí en mis más agradables pensamientos, y en ellos estaba la chica de anoche, la desconocida que me invitó a una copa y con la que compartí el mar, la que ahora era mi cliente por robo y estafa.

    0 Votos

     
  • Jurisprudencia de una delación

    David Adolfo Panayfo Cóndor · Lima 

    Los largos años de trabajo con casos esperpénticos, legajos abultados y poca paga han tenido su decantación aliviadora al recibir la noticia de su promoción hacia una jurisdicción más notoria. Quiere verlo como un premio, pero ese beneplácito se desinfla al compulsar su caso con el de otros colegas, quienes sin merecerlo han asumido magistraturas más preclaras. Encerrado en su oficina y bajo el haz opaco de la bombilla ocre que cuelga sobre su escritorio, lamenta haberse dejado engullir por el tinglado tautológico de la sierpe corrupta que silenció y tumbó sus ganas de luchar por una reforma judicial, a tal punto de sentirse desilusionado de haber estudiado derecho. Entre mocos cayentes y el estornudo indiciario de un catarro que asoma, coge un papel y bolígrafo y se pone a escribir los nombres e imputaciones que plasman la enseña de su despecho delator. Ya la prensa se encargará del resto.

    0 Votos

     
  • El Tribunal Supremo de la República

    Plácido Romero Sanjuán · Linares (Jaén) 

    Mlynarski, con un catarro descomunal, avisó de que no asistiría. Kolodziej estaba ocupado aquella noche: el Obersturmbannf¡hrer Brauer, en cuya casa servía, celebraba una fiesta; el ayudante del gobernador general le entregaría un muy codiciado premio. Dabrowski, el tercer magistrado, simplemente no se presentó. Sólo asistían a la sesión, pues, cuatro de los jueces, por lo que Spiczynski, siempre tan preocupado por los problemas de jurisdicción, intentó, sin éxito, aplazarla. Nowak comenzó explicando la nueva reforma que el gobierno de ocupación preparaba en la legislación laboral: sueldos más exiguos y jornadas más largas; no podía esperarse otra cosa de los alemanes. Estaban juzgando la conducta de un Scharf¡hrer que había disparado contra la señora Madejowa en Nowe Miasto, discutían las circunstancias del incidente cuando repentinamente se fundió la triste bombilla que iluminaba el pequeño sótano. Como no consiguieron otra, hubo que levantar la sesión del Tribunal Supremo de la República.

    0 Votos

     
  • Informe de urgencias

    Angel Tormes Alberdi · Donostia-San Sebastián 

    Motivo de consulta: Colapso funcional. Antecedentes: Intervención quirúrgica (equipo Dr. Zapatero) en noviembre de 2009 con implantación de prótesis para mejora funcional. Enfermedad actual: Refiere sensación de cansancio, como si realizara esfuerzos descomunales sin premio, de empacho, y embotamiento generalizado. Lo describe como un catarro crónico pero sin mocos. Lo achaca todo a un pequeño corte por la rotura de una bombilla que nunca a nadie se le encendió (considerar intervención psiquiátrica). Exploración general: Pulso muy débil y atrofia muscular acusada con total pérdida de agilidad. Sin más hallazgos significativos. Pruebas complementarias: Analítica con saturación desproporcionada. Juicio diagnóstico: Atrofia de jurisdicción por saturación. Tratamiento: Ingreso en UCI para estudio de reforma.

    0 Votos

     
  • Déjate arrastrar

    Iván Romero Soriano · Valencia 

    Nunca quiso ser abogado. Lo tuvo claro nada más empezar la carrera. Fue oír la palabra jurisdicción y saber que aquello era un error. Pero pensó que a casi nadie le gusta lo que hace. Que simplemente se trata de ganarse la vida lo mejor posible para, por ejemplo, llegar a sus cuarenta y tres y poder pagarse la reforma de la casa. Los obreros trabajaban duro, decía su mujer, pero lo cierto es que la triste bombilla que iluminó el salón cuando pulsó el interruptor colgaba del techo ya durante dos semanas. La obra parecía no avanzar. Entonces la oyó estornudar en el dormitorio. Por la mañana, al cruzarse con el capataz de los albañiles, había notado que el tío llevaba un buen catarro encima. Mejor ni pensarlo, se dijo. Mejor limitarse a escribirlo, a ver si hay suerte y cae un premio.

    0 Votos

     
  • Clímax resolutivo.

    Pedro Manuel García Ceberino · Badajoz 

    Se abre el juicio, como se abre la boca para un primer beso de pasión lleno de flores y peces. En los primeros compases, todo marcha lento, cansino y cenagoso como un pegajoso catarro. El abogado defensor no se rinde, con suma paciencia aguarda y observa los prolegómenos, ensimismado, como si de quitarle la ropa a la justicia se tratase. En un mar de sábanas siempre se ha visto arrastrado a actuar; en demandas, por divorcios o por jurisdicciones territoriales (por supuesto, siempre a la moda de las últimas reformas legislativas) y aún le recorre la incertidumbre calenturienta de saber si llegará hasta el final. Entonces, le brilla la bombilla, ¡idea!, aprieta, y con todas sus fuerzas acompañadas de un poderoso grito se vacía en la victoria del pleito, con los últimos suspiros como premio, con la miel de la satisfacción brotando por cada uno de sus poros.

    0 Votos

     
  • Estornudar a tiempo

    Javier Fernández Granda · Salas (Asturias) 

    No era mi primera experiencia en un juzgado aunque no tenía ni idea del alcance de palabras como jurisdicción, causa o reforma, que había escuchado balbucear a mi abogado minutos antes con un hombrecillo menudo en los pasillos. Qué pestilencia de vocabulario, pensé. En aquella sala diminuta alguien me pidió que contestase a la pregunta del fiscal y resultó ser él, el mismo del pasillo. Aquél día llevaba un catarro en condiciones y un inesperado estornudo le alcanzó antes de poder contestarle a la pregunta. Como premio el hombrecillo recibió unas salpicaduras abundantes que me hicieron sonrojar, mientras notaba que era un momento fatal para que se iluminase la bombilla de mi ingenio. Seguí estornudando y, sin saber qué decir, pedí un médico. Me dejaron salir hasta calmarme; el tiempo necesario para pensar. Entré de nuevo y les convencí con algo que no tenía preparado. El estornudo había sido propicio...

    0 Votos

     
  • Obra indivina

    Ramón Vigil Fernández · Madrid 

    Ese hombre llevaba razón en todo cuanto decía. Estaba muy mal hecho. Para empezar, sus piernas eran extremadamente cortas y, al juntarse ambas a la altura de la cintura, la cosa empeoraba. A partir de ahí su cuerpo se iba ensanchando en una enorme barriga que no veía su fin hasta llegar a la altura de los hombros. ¡l mismo reconocía que parecía una bombilla y su cabeza redonda y sin pelo venía a corroborar esa idea y a culminar una obra que hubiera ganado el primer premio en cualquier concurso de Halloween. Sus pretensiones, expuestas con una voz que provenía de un catarro constante, no podían ser más justas. Solicitaba una indemnización para hacerse una reforma integral. A pesar de que quería darle la razón, tuve que sobreseer el caso por no tener jurisdicción para enjuiciar un defectuoso cumplimiento del contrato de ejecución de obra por parte del Creador.

    0 Votos

     
  • Suerte caprichosa

    Montse Augé Hernández · Sabadell (Barcelona) 

    No era posible encontrarse en un estado de mayor depresión: mi primera noche en un piso alquilado que necesitaba a gritos una reforma urgente, alumbrado tan sólo por una triste bombilla que colgaba como un ahorcado del techo e iluminaba a duras penas la palabra jurisdicción que se repetía continuamente en mis apuntes de la Facultad. Mis ojos vidriosos a causa de un catarro contribuían a transportarme a un mundo de sombras e imágenes borrosas. La melodía de mi móvil... Alguien llama. Era Marcos. -¡Ignacio! ¡El premio gordo! ¡Nuestro número finalmente ha salido! No era posible encontrarse en un estado de mayor depresión: aquella semana no había jugado.

    0 Votos

     
  • Se amaron

    Manuel Monje Pajuelo · Madrid 

    Un hombre y una mujer se amaron. Jurisdicción y territorio dudosos. El abanico se abre, de lo civil contractual a lo penal delictivo. El dolor, la intención, la negligencia, la culpa, el juez debe hacer caso omiso de la palabrería del letrado defensor y del relato inquisitivo del fiscal e indagar más allá. La fragilidad de la ternura, el estambre de una bombilla caliente que se rompe al roce. No vengas esta noche, tengo catarro, no tengo pena de no estar contigo, no quiero que duermas a mi lado. No eres mi premio, no soy tu sosiego, no me alientas, no me alcanza tu deseo, no te recuerdo. No hay forma ni reforma de leyes que arregle lo nuestro. Me entrego a la tristeza y rescato la vida, antes de que me la arrebates por tu mano siempre amiga.

    0 Votos

     
  • Los deseos de Angélica

    Nuria Rubio González · Madrid 

    Antes de casarnos, me pidió que me desprendiera de aquellos objetos personales que no eran de su agrado. Tiré corbatas, gemelos, cds, libros, fotografías y hasta la estatuilla que mis amigos me regalaron tras obtener el Premio Extraordinario de fin de carrera. A los seis meses de la boda, me sugirió dar un toque femenino al bufete familiar. Tras su particular reforma, de la original decoración de "Castillejo & Castillejo Ruiz" no quedó ni una bombilla. Hoy, víspera de nuestro aniversario, me ha comentado que sería conveniente plantearse arreglar papeles, puesto que, a la edad de mi padre, un simple catarro mal curado puede ser fatal... Comienzo a tener miedo de mis futuros actos. Mi voluntad es territorio plenamente entregado a la jurisdicción de los deseos de Angélica.

    0 Votos

     
  • La aprobación

    Claudia Alemán Concepción · Ciudad de La Habana 

    Víctor, con horrendo catarro, adelantó la mesa, encaramó su gran caparazón y apretó la bombilla, que seguía titilando produciéndole náuseas; en eso entró Martica, la abogadilla nueva, con su saya marrón, exhibiendo aquel premio que era su trasero. Víctor volvió a la silla, carraspeó, bebió agua, sacó un fajo de hojas y se los dio a la joven. í¹ Ahí está lo referente a la Reforma í¹, dijo él simulando no ver las sendas nalgas, las más poderosas de toda la Jurisdicción, nalgas que alcanzarían un propósito afín, la aprobación del nuevo documento.

    0 Votos

     
  • Mi solícito deseo

    Angel Silvelo Gabriel · Madrid 

    Mi mujer me ha prometido un premio si me curo pronto del catarro. Pero ella está tan metida en su propia jurisdicción que no se da cuenta que a mí no me interesan sus regalos. Yo sólo deseo que me haga caso, porque siempre tengo que competir con sus proyectos y sus correspondientes reformas. No sé para qué se casó conmigo o hizo la carrera de derecho, porque se pasa las noches tecleando delante de su ordenador, mientras yo me tengo que conformar con verla reflejada en la sombra que la bombilla de su despacho emite sobre la pared del pasillo. Ni mi tos, ni mis anhelos, la sacan de su togado ensimismamiento. Y sus promesas, como las de los personajes de sus novelas de abogados, de nuevo se incumplen, porque las absoluciones se convierten en condenas, y los plazos se pierden en el olvido, como mi solícito deseo.

    0 Votos

     
  • Fogosa juventud

    José Antonio Delgado Jiménez · SAn Fernando (Cádiz) 

    Le advertí a mi joven e impulsiva esposa que demandar al constructor que nos hizo la reforma de la casa por negarse a cambiar la ubicación de la bombilla del porche y otras cuantas minucias, me parecía algo excesivo y fuera de lugar, y que sería fácil encontrar una solución menos drástica para este asunto. Ella, con la osadía de su espléndida juventud y la arrogancia que le proporcionan sus escasos años de ejercicio de la abogacía, haciendo uso de sus armas de bella y apasionada mujer, tardó poco en desarmarme y hacerme comprender que poco podía hacer yo para disuadirle de que acudiera a la jurisdicción competente con aquél asunto. Hoy, que un inoportuno catarro me mantiene en cama, he leído con detenimiento la Sentencia del caso, que nos ha traído como premio una espléndida condena en costas, con cuyo importe habríamos podido volver a reformar toda nuestra casa.

    0 Votos

     
  • Disociación

    Laura Arjonilla Cristóbal · A Coruña 

    Jamás lo esperé. Desde niña mamó la tinta que impregnaba mis códigos, creció entre ajenas demandas de divorcio y un contestador en que los mensajes de sus amigos nunca encontraban hueco. El premio a sus intachables calificaciones fueron tardes de cine abortadas por detenciones inesperadas, casos pendientes, juicios sumarios. No intuí su propósito y cuando se acercó a mi, aquella tarde de sábado, alumbradas por la bombilla de bajo consumo del despacho, me lo confesó. No podía distinguir si su voz gangosa era fruto de un incipiente catarro o el preludio de un acceso de llanto. "No quiero seguir estudiando Derecho. Voy a dejar la carrera". La miré a los ojos. Mi despacho, otrora mi jurisdicción, se me antojó un lugar desconocido. "Te entiendo", dije. Y me asaltó el fantasma de mi egoísmo. Lo entendí realmente. A quien miraba no era yo; era mi hija, trazando su propio camino.

    0 Votos

     
  • El nivel 30 del purgatorio

    Rubén Cabrera Martínez · Madrid 

    Como un catarro que no se va, como una piedra en el zapato durante todo el camino de Santiago. La reforma del piso de abajo ha pasado de ser una molestia a una tortura, ha trascendido a jurisdicción penal. Con holgura. Bajo la luz de la enésima bombilla del flexo de mi escritorio, ultimo detalles para la cita semanal. Un poco más de jalea real. Necesito relajarme, tirarme en la cama un rato, gritar. Pero ahí está mi madre, en su butaca, vigilando cual carcelero malhumorado. Abogado del estado, puestazo. Esta oposición es el premio que todos en mi entorno codician y que a mí ya me da un poco igual. Seguro que es hasta divertido, pero nada comparado con escapar de mi celda, los fines de semana de dos días. Volver a apreciar el significado de la palabra cantar. Y otra vez martillazos en el piso de abajo.

    0 Votos

     
  • El caso Yoplait

    Ugaitz Rojo Galarza · Bilbao 

    Para mi sorpresa cuando abrí el frigorífico la bombilla de su interior iluminó un juicio. Uno en el que el ser humano no tenía ningún tipo de jurisdicción. Las hortalizas y los envases estaban decidiendo si hacer una reforma de ley para expulsar a los yogures. Un trozo de apio ejercía de abogado acusador y una caja de leche de abogado defensor. El trozo de apio argumentaba que lo único que hacían era ocupar sitio para finalizar caducados. En cambio la caja de leche defendía las cualidades alimenticias y de lucro, por el posible premio, de los yogures. Fue entonces cuando decidí cerrar la puerta. Por un lado para dejarles intimidad para deliberar y por otro para no agarrar un catarro. Desconozco que ocurriría al final pero no he vuelto a comprar yogur, por si acaso.

    0 Votos

     
  • Adiós al tiempo

    Carmelo Juez Jiménez · Huesca 

    El juicio le había parecido largo, pero ya no sabía si ese pensamiento era objetivo o tan solo era fruto de la pasividad de su tiempo. Tumbado en la cama y arropado por su serenidad recibió la noticia por boca de sus abogados. Aquella tarde se convirtió en un carnaval de afecto. Todos se acercaron para despedirle. Al apagarse el sonido de la última voz se puso a recordar el principio; el catarro inicial, la posterior enfermedad, la degradación física. La decisión tomada. La tenacidad de sus abogados. Su caso, estaba seguro, sentaría jurisdicción. A la mañana siguiente le pusieron el gotero. Inicialmente se encontró mareado, molestándole incluso hasta el resplandor de la bombilla. Después, una calma benéfica le acompañó hasta el final.

    0 Votos

     
  • Escombros

    Isabel de Fernández y Pilar Ortega · Valencia 

    Fueron dos tiros, el primero a la bombilla del baño, el segundo al lóbulo temporal izquierdo. El maldito lóbulo temporal izquierdo. Sabía que ese método era infalible: demasiados años como su abogada defensora. No voy a defenderte más. Disparé feliz, con alegría, con la dicha plena de saber que por fin estaba haciendo un bien a la humanidad. Usé un catarro como excusa para librarme unos días del trabajo y la reforma del piso de arriba para ocultar el cadáver. Por algo me dieron el premio al mejor trabajo de investigación en el máster de psicología forense. Hartura se escribe con h en esta y cualquier otra jurisdicción y el caso fue archivado.

    0 Votos

     
  • En el Olimpo

    Susana San Miguel Larreina · Vitoria 

    Otro asunto psiquiátrico en mi jurisdicción. No era la primera vez que lo detenían por hechos similares. Allanamiento. Ni la reforma de la galería de arte lo había frenado. Vulneraba los últimos sistemas de seguridad como el mejor de los escapistas. Su transtorno de identidad disociativo activaba su otra personalidad, como un interruptor enciende una bombilla. En ese instante, se convertía en una escultura helénica de bellas proporciones. Su misión, alcanzar la sala de la exposición dedicada a los Dioses del Olimpo, su morada momentánea. Allí permanecía, desnudo entre los suyos, hasta que entumecido por el frío de la estancia, sentía los primeros síntomas de su incipiente catarro. Esos estornudos apagaban su luz. Su amnesia era total, no recordaba nada. Mi fallo fue su premio. Hoy empieza el tratamiento en el Centro Psiquiátrico. Con ayuda volverá a ser el buen abogado que ha encubierto.

    0 Votos

     
  • Causas imposibles

    Santiago fernández Patón · Málaga 

    La presidente de la comunidad vino a buscarte antes de la cena. Sabía que tú eras abogado y, como deberíamos haber leído en la última circular, la comunidad había denunciado a la empresa encargada de la reforma del edificio por incumplimiento de contrato. Le dije que estabas en la cama, doblegado por un catarro que habías traído de Copenhague, donde en representación de tu firma acababas de recoger un premio europeo. Por fortuna, el leve resplandor de una bombilla que en un descuido no había apagado se escapaba de nuestro dormitorio, y ella pareció creer mis palabras. Se marchó y yo entré en el dormitorio. Antes de apagar la luz miré nuestra cama, vacía. Esta noche, como tantas otras, tu jurisdicción estaría en el colchón de otra mujer. A veces parezco yo la abogada de causas imposibles. Pero a mí no me dan ningún premio.

    0 Votos

     
  • Conflicto teórico

    Julio Enrique Macossay Chávez · MÅ xicé 

    Justo Reforma pensó que ganaría el premio. Su relato era brillante: la historia de una nariz que se separa de su dueño y vaga desesperada por las calles de una invernal ciudad sin poder contar ni siquiera con el calor de las bombillas que vende, pero nadie compra. En sus últimos momentos imagina los buenos días que pasó con su antiguo dueño. Amanece muerta por culpa de un catarro. Sin embargo, el argumento lo tomó de un texto de Gogol y de uno de Andersen, quizá creyó que nadie se daría cuenta. Claro que yo me percaté de ello, y como eso está en mi jurisdicción conseguí que fuera descalificado. ¡l arguyó que no era plagio sino sólo transformación, técnica que, según él, fue utilizada por Borges, y otros. Eso a mí me importa un carajo; el plagio se persigue de oficio y para eso estamos los abogados.

    0 Votos

     
  • Crimen y premio

    Pablo Pérez García · Barakaldo (Bizkaia) 

    Cogí un fuerte catarro por que la ventilación de mi casa necesitaba una reforma. Se me encendió una bombilla interior cuando me comunicaron el premio en mi jurisdicción: pleitos criminales. Era a raíz del asesinato de Eva López. Conseguí rastrear la pista del asesino entre diversas y posibles hipótesis. Tras un penoso esfuerzo de investigación, y de documentación, conseguí presentar mi tesis y hacer comparecer al presunto culpable ante el Tribunal. Más tarde debí soportar el alegato del abogado defensor contra mi tesis. Implicó largas horas de seguimiento en la noche y recolección de pesquisas durante el día. Finalmente, el jurado llegó al término de una síntesis del defensor y la antítesis presentadas. Obviamente, el lector comprenderá que también representó un penoso esfuerzo para mí su seguimiento. Mereció la pena: conseguí el PREMIO DE NOVELA NEGRA

    0 Votos

     
  • Analogía

    Otto Fernández · San Diego 

    En lo más profundo de aquel laberinto de entradas y salidas, las bestias rapaces, traicioneras y carnívoras. Reunidas, se disputan el mejor premio del día. A distancia se oían sus chillidos ensordecedores, con muecas y gestos, se comunicaban. Otros con ademanes por el catarro que les molestaba. Caminaban de un lugar a otro mirándose entre sí, cuidando celosamente su jurisdicción. La mayoría arrastrándose cual serpientes sigilosas para no ser vistos. Los menos, brincan para ser tomados en cuenta, encendiendo y apagando su bombilla. Al final nadie quedó satisfecho con su parte. Lograron terminar su cometido. La Reforma de Ley estaba aprobada. El sufrimiento pronto vendría. El pueblo volvería a temblar... Todos los diputados, en ritual siniestro abandonaron el Congreso.

    0 Votos

     
  • Alergia

    Lola Sanabria García · Madrid 

    Mamá lo llama catarro, pero es un premio incómodo de la naturaleza. Yo trabajaba como detective privado en la jurisdicción de Margarita. Una ocupación de bombilla y luz macilenta de cine, pero sin el glamour ni la vida excitante de un Marlowe. Necesitaba urgentemente una reforma en mis hábitos. Y aquella noche se me ocurrió dar una vuelta por los muelles. Miraba las aguas turbias, cuando pasó aquel tipo cerca de mí y comencé a estornudar sin tregua. Corrió asustado, como si fueran tiros y lo seguí con mi automática a punto, hasta darle caza. Resultó ser un mafioso. Después vinieron otros casos. Siempre me ocurre igual. Sufro algún tipo de alergia al mal. Decidí aprovecharlo y hacer el bien. Estudié para juez. No falla: entra un culpable en la sala y no paran los estornudos y el lagrimeo hasta que se lo llevan esposado. A más maldad, más estornudos.

    0 Votos

     
  • Abogado de vocación

    Miguel ¡µngel García Rodríguez · Valladolid 

    Muchos piensan que los abogados estamos todos forrados. No les culpo, el desconocimiento es lo que tiene. En mi caso mi sueldo apenas me alcanza para vivir en un piso pequeño, con una calefacción deficiente; así que me agarro unos catarros importantes. Cobro tan poco que el otro día me vi obligado a realizar yo mismo una pequeña reforma, cuando no había cambiado ni una bombilla en mi vida. Recibí el primer premio de mi promoción en la carrera de Derecho; pero mi fallo ha sido que poseo ideales. Lo que, hablando en términos legales, significaría que mi jurisdicción abarca a todo aquel desamparado que necesita ser defendido. A estas alturas lo habrán adivinado, trabajo en el turno de oficio, y me siento orgulloso por ello.

    0 Votos

     
  • Chapuzas

    María Luisa Mateos Aguado · Madrid 

    Cuando en julio contraté la reforma del despacho él me aseguró que tardaría dos meses, ni un día más. Han transcurrido cinco soportando frío, lluvia y cascotes. No hay ventanas. Las mesas y expedientes siguen tapados con plásticos. He perdido a mis clientes. Lo que tengo, dice el médico, no es catarro sino pulmonía. ¡Vaya premio! Por eso, ayer, cuando el albañil rompió la única bombilla que iluminaba mi mesa, no pude contenerme. Sí, le he empujado señoría, todo estaba a oscuras, no le veía. Era un chapuzas y por eso se cayó por el hueco de la ventana. Incumplió la normativa de riesgos laborales. Deberían condenarle a que me indemnice por los daños y perjuicios causados. El juez reconoce el nombre del muerto. Recuerda la obra que hizo en su casa. Firma el auto: la jurisdicción penal es incompetente, corresponde conocer los hechos al juzgado de lo social.

    0 Votos