Carmen Gurruchaga
Periodista y ganadora del I Premio Abogados de Novela con su obra “La Prueba”.
“Evidentemente no soy nadie para dar consejos, pero como llevo más de 30 años ganándome la vida con esto de juntar palabras, me voy a comportar de manera osada y ahí van cinco preceptos que siempre tengo presente a la hora de escribir.
1.- Pensar bien la historia que se va a contar antes de empezar a darle a la tecla. Pues en caso contrario, las ideas se dispersan y, en mi opinión, se pierde mucho tiempo.
2.- Documentarse muy bien antes de empezar. Un conocido escritor español me decía que si él se documentara tanto como lo hago yo para escribir cualquier cosa -desde un artículo a un libro-, él podría hacer una tesis doctoral. En mi opinión, es la única manera de sentirse seguro al escribir y de no meter la pata.
3.- Encontrar un personaje que nos resulte atractivo, para sacarle todo lo que pueda dar de sí. Y otro que, como diría un navarro, sea el “capacico de las tortas”. Sirve para desfogarse.
4.- Primero desarrollar la idea con una máxima que me enseñó un redactor jefe: Sujeto, verbo y predicado. Y una vez plasmada, podemos hacer florituras con las palabras, buscar y encontrar sinónimos bonitos, darle la vuelta a una frase, etc.
5.- Utilizar mucho la puntuación. El texto, al leerlo, tiene que resultar ágil y fácil. En mi opinión, esas frases subordinadas son imposibles hasta el punto de que el lector nos abandona de puro aburrimiento y de puro agotamiento”.
Como muestra, este relato:
“Parecía una mujer de una pieza, honesta, e incapaz de perder su reputación por pringarse con actuaciones ilegales. Además no lo necesitaba. Tenía dinero más que suficiente para vivir sin trabajar. Sin embargo, cuando las Fuerzas de Seguridad fueron a por ella, las pruebas en su contra parecían irrefutables. Es más, existían grabaciones que, al oírlas, borraban de un plumazo la presunción de inocencia. Ella, como todos los inculpados por asuntos similares, se declaraba víctima de un «complot». Sufrió todo tipo de vejaciones durante la instrucción del sumario. Al final, asesinada socialmente, se desmontó que las grabaciones habían sido «editadas».”
LA MANO EN EL FUEGO
Se presentó ante mí como un tipo brillante, inteligente y atractivo, dispuesto a desenmascarar a quien fuera necesario para defender su inocencia. Hacía una defensa a ultranza de su honestidad con una aparente gran convicción. “He dedicado toda mi vida a luchar por los derechos de los trabajadores y no me he enriquecido a su costa”, me decía. Transmitía credibilidad, aunque en los tiempos que corren no pondría la mano en el fuego para defender la honradez o la honorabilidad de nadie. Pero no me quedaba más remedio que aceptar el caso. Al preparar su declaración ante el juez recalcaba cuanto despreciaba la porquería que está apareciendo en los medios, referente a la repugnante corrupción trasversal que azota el país. Casi logra convencerme, pese a que él mismo era protagonista de alguna noticia. Ayer, un juez decretó su ingreso en prisión sin fianza.
También te aconsejan:
Estos son mis consejos para escribir un buen relato:
-La idea tiene que ser universal.
-El desarrollo tiene que ser local.
-El lenguaje tiene que ser sincopado.
-Se deben utilizar figuras como la elipsis, la paradoja, la metáfora o la sinécdoque.
-Importan sobre todo la primera frase y la última.
El ABOGADO QUE NUNCA PERDIÓ UN CASO
Mi amigo Eugenio, abogado penalista, tenía un amigo boxeador que le decía: “Boxear es no boxear”.
Y otro amigo, escritor, que le repetía: “Escribir es no escribir”
El secreto de un buen abogado defensor, sostenía en consecuencia Eugenio, no es otro que el de no defender a su cliente. Si uno se obstina en sacarle las castañas del fuego, quema al juez y acaba él mismo más quemado “que la cafetera del Virginiano”. En cambio, si el letrado se esfuerza en su defensa, si la plantea sin énfasis ni mayor interés, el juez aparcará sus suspicacias, aplacándose ante la renuncia del combate, e impondrá una sanción más leve.
Así, la enseñanza de Eugenio para la posteridad fue: “Pleitear es no pleitear”.
Aupado en esta filosofía, mi amigo consideraba no haber perdido nunca un caso. Puede que algunos clientes, admitía, opinasen lo contrario, pero la subjetividad, es sabido, nunca fue un valor en justicia.
Como Joaquín Costa, Eugenio nunca legisló. Aunque en su tumba ni siquiera pone que no lo hiciera.
“Aunque llevo toda la vida escribiendo y tengo varias novelas escritas (algunas autoeditadas), en realidad sólo he publicado una vez, con motivo de la concesión el pasado año del V Premio Abogados de Novela por la obra “El Abogado de pobres”. Razón por la cual no me considero nadie para aconsejar a nadie acerca de cómo escribir. No obstante lo cual, y respondiendo a la gentil solicitud que se me efectúa, breve y respetuosamente ante mis compañeros de oficio comparezco y digo:
*No se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos, dijo André Gide. Y yo digo: hace falta haber vivido. Y leído.
*Nunca pienses que pierdes el tiempo si escribes, aun en la certeza de que tus letras no van a ver la luz. El ejercicio de escribir es la mejor terapia para uno mismo, sin diván y gratis.
*Ama el idioma. No te conformes con escribir “cielo” si, cuando lo miras, ves algo más.
*Deja las introspecciones para los poetas: la novela necesita una historia, y cuanto más intensa, mejor.
*Lee lo que has escrito una vez y otra hasta convencerte de que no tienes capacidad para mejorarlo. Y si, aún así, no estás satisfecho y no te emocionas, la papelera de reciclaje suele ser el mejor cajón donde guardar lo escrito.
*Antes de aprender a escribir, hay que aprender a leer.
*Y, por último, ten siempre claro que la escritura no nace de las musas, ni de la inspiración, ni de la iluminación divina ni de nada que no sea la constancia y la perseverancia”.
UN CASO PERDIDO
-Le ruego me atienda, abogado.
-No tiene causa alguna. La suya es causa perdida, y yo sólo defiendo casos que pueda ganar.
En el bufete la tensión se podía rasgar. Abogado y cliente se miraban cara a cara.
-Tengo derechos, y tiene usted la obligación de defenderme. ¿No es obligación del abogado defender a los débiles, a los desamparados? ¿Y quién hay más desamparado que yo? Soy objeto de todas las iras, el destino de la furia ajena. Y también tengo sentimientos, padres y hermanos. ¿Y cree usted que no sufren al verme atacado, quemado, destruido?
El abogado contempló la piel gris del cliente, el verde de su tapadera, los rastros de los recientes ataques. Mas negó. Lamentándolo mucho, negó con la cabeza. Y tuvo que esconder su emoción cuando vio que, levantándose de la butaca, el contenedor de basuras se marchaba compungido del pequeño bufete.
“Dar un consejo es fácil, lo malo es aceptarlo… porque puede ser equivocado.
Aun así, me aventuro a aportar alguna idea nacida de la experiencia propia que pueda servir para aquellos que quieran abrir la puerta de la creatividad escrita:
1- Si quieres escribir, lee
2- Después, si quieres escribir, sigue leyendo.
3- En tus paseos, en el coche, en el fútbol…: observa, mira, siente, respira, aprende, memoriza, imagina…
4- Por último, si quieres escribir, escribe…aunque no se vaya a publicar.
5- Dáselo a leer a alguien. Si te da vergüenza, no te plantees publicar.»
LA OCURRENCIA
Los aspirantes ocuparon su lugar. Miraban con codicia cada uno de los puestos. Cuatro sillas. Cinco asociados. El socio director activó el reproductor y la música sonó atronadora. Los abogados bailaron alrededor de las sillas con los reflejos preparados para cuando se produjese el súbito silencio. Así seis minutos. La música cesó. Los asociados se abalanzaron hacia las sillas. Cuatro lograron asiento. Otro gemía de pie saboreando la amargura de la oportunidad perdida.
– Lo siento, Gabriel– dijo el socio director.
– Pero…pero…yo lo he soñado muy fuerte como dijo el coach– tartamudeó Gabriel.
– Ellos lo han debido de soñar más fuerte.
– Y he sido yo mismo…
– Quizá deberías haber sido mejor. Por favor, debes abandonar el despacho.
Gabriel salió compungido por su fracaso.
– Adoro el nuevo sistema de elección de socios que se me ha ocurrido. Chavales, ¡Bienvenidos al partnership!– bramó el socio director.
Todos le aplaudieron.