Defensa Polémica

Enrique Pérez Martín · Nigrán 

Mi cliente rebasó por primera vez la puerta y, nada más verlo, mi semblante se oscureció. Era él. Recordaba haber escuchado la noticia aquella misma noche. Empezó hablando de cosas banales: “¡Menudo catarro tengo!”, recuerdo que dijo. Pero sus ojos parecían dos bombillas sobrecargadas de poder. Al ver que yo no cedía, se dejó de rodeos y me empezó a plantear un batiburrillo de disparates sobre la posibilidad de escapar de la jurisdicción o la de aprovechar las últimas reformas de ley para salir impune. Le dije, no sin cierto pudor, que aquellas cosas no eran más que castillos en el aire. “Mansiones en el aire, diría yo”. Se rió y dejó un maletín de cuero sobre la mesa. “Ya nos veremos”. Acto seguido se marchó dando un portazo. Me quedé mirando fijamente el maletín. Me había tocado el premio gordo: Tenía que defender a un corrupto.

 

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