Disociación

Laura Arjonilla Cristóbal · A Coruña 

Jamás lo esperé. Desde niña mamó la tinta que impregnaba mis códigos, creció entre ajenas demandas de divorcio y un contestador en que los mensajes de sus amigos nunca encontraban hueco. El premio a sus intachables calificaciones fueron tardes de cine abortadas por detenciones inesperadas, casos pendientes, juicios sumarios. No intuí su propósito y cuando se acercó a mi, aquella tarde de sábado, alumbradas por la bombilla de bajo consumo del despacho, me lo confesó. No podía distinguir si su voz gangosa era fruto de un incipiente catarro o el preludio de un acceso de llanto. «No quiero seguir estudiando Derecho. Voy a dejar la carrera». La miré a los ojos. Mi despacho, otrora mi jurisdicción, se me antojó un lugar desconocido. «Te entiendo», dije. Y me asaltó el fantasma de mi egoísmo. Lo entendí realmente. A quien miraba no era yo; era mi hija, trazando su propio camino.

 

0 Votos

 

Queremos saber tu opinión