Arsénico sin compasión

Mª Isabel Soriano Vidal · Cheste (Valencia) 

Le llamábamos “el bombilla” porque estaba calvo y su cabeza tenía forma de pera. Andaba siempre pegado al pañuelo, compañero inseparable de sus crónicas alergias, y de su enrojecida nariz con forma de pimiento. Aún así, todos le envidiábamos un poco, y lo del apodo era también porque era un juez brillante, adicto a la cafeína, que impartía estricta justicia y no admitía irregularidades dentro de su jurisdicción. Se contaba que habían intentado “untarle”, y que él se había erguido altivo al repeler, vehemente, tan osado atrevimiento. Cuando inició la reforma de su juzgado, notamos que empeoraba su salud. “Un catarro por el polvo”, tranquilizaba él con su voz nasal. Hoy he recogido su premio póstumo a la mejor labor. El mismo día que se conocía el resultado de la autopsia: envenenamiento gradual. El arsénico fue encontrado en su azucarero. Él solo se lo había ido echando en el café.

 

 

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