I Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Ilustración: Juan Hervás

Inteligencia artificial

Laura Rubio García 

A veces echaba de menos mi condición humana. Se suponía que todos esos sentimientos y emociones deberían haber sido borrados de mi conciencia antes de volcarla en la red, pero yo recordaba el olor a papel rancio de los legajos, mis primeros años de pasantía, recordaba el pichón estofado con patatas que preparaba mi mujer, las cacerías con mi padre, e incluso las huelgas de profesores en la Universidad. Sin embargo, no logro recordar mi nombre. Ahora soy una Conciencia Artificial Virtual. Me asignan diariamente más de dos mil juicios a lo largo de la enormidad de la red. Defiendo asesinos y simples infractores por igual. Soy capaz de procesar más de mil artículos por segundo en setenta y cinco Sistemas Legislativos diferentes. A pesar de todo, aun tengo pesadillas.

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Relatos seleccionados

  • La reunión

    Elena Bretos Palomera · Huesca 

    '- Llegas tarde – señalas-. - Yo nunca llego tarde – sonrío–. Tan sólo genero expectativas. Te pones a caminar sin responderme, repiqueteando por el largo pasillo, con un grueso legajo bajo el brazo y sin comprobar si te sigo. Ese aplomo no lo ten

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  • Frente al espejo

    Manuel de la Peña Garrido · Madrid 

    Cada mañana, al afeitarse, el magistrado afronta el juicio del espejo. Cada mañana encuentra más terrible su propio rostro. No se inmuta. No mientras las cicatrices de sus crímenes solo alcancen su imagen virtual. Esta madrugada se rasura ante un espejo dorado. Lejos, aullidos, gruñidos; la jungla. En el lujoso dormitorio, la respiración acompasada de la becaria. La recomendó al abogado de un narco para una pasantía especial: abandonaría los legajos y sumarios siempre que él la requiriese. Como ahora. Invitados a una cacería del tigre. Exquisito soborno del Clan de los Dimitris. ¡Pensar que años antes apenas cobraba algún pichón! La huelga de controladores le permitió prorrogar su permiso, perderse en este paraíso de marajás. Siente su espléndido cuerpo acercándose. Lo contempla reflejado en la luna… Descubre el destello de un cañón. “Debo hacer justicia, cazar al monstruo”, sentencia ella, apuntándole. Varios disparos ahogan las últimas maldiciones del juez.

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  • Entrevista de trabajo

    José Miguel Bolívar Maldonado 

    Los días de cacería el bufete estaba más tranquilo. La secretaría llamaba a su pichón, poníamos la radio y nos íbamos media hora antes. Sin los jefes nos ceñíamos a los servicios mínimos, como en la huelga. Yo, que me encargaba de temas de pasantía, leía a fondo la sección de deportes de todos los periódicos. Meses después supimos que los tres socios del despacho habían instalado cámaras. Por eso se iban con más frecuencia al campo. No avisaron. Distribuí un legajo para recoger firmas entre los de la oficina. No tenían derecho a filmarnos. Obtuve poca respuesta. Fui a juicio. Un error porque los abogados eran ellos Alegaron holganza. Aún pago costas. Busco trabajo. Cronista deportivo. Vocacional, ¿sabe? Dejo el derecho. Pruebo de plumilla. Estaría dispuesto a hacer partidos de cualquier categoría. Conozco cómo va la liga en todas las divisiones regionales. Mientras no me grabe, aquí me tiene.

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  • El ministro

    José María Solís Carpintero · Alcalá de Henares (Madrid) 

    El ministro, los pies en la mesa, la cabeza echada hacia atrás, exhaló el humo de su habano mientras hacía un repaso mental a los aconteceres de la jornada: largas charlas con su amigo el juez, una buena comida en el campo y un par de pichones abatidos, que no merecían otra cosa que figurar en el legajo de abortos –tras alguna duda, los había dejado tirados en el campo entre una sabina y una coscoja-. No recordaba una cacería menos fructífera desde los tiempos de su pasantía en Garrido-Castrejana, recién acabada la carrera. Hizo un esfuerzo por volver a la realidad, la huelga que se le venía encima, la primera convocada por jueces en la historia de la democracia, ocupó sus pensamientos. Se le vino a la cabeza las palabras de su abuela: “Marianín, nunca llovió que no escampara”, dio una profunda bocanada a su puro y sonrió.

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  • El archivo

    Alejandro Conde Arias-Salgado · Valladolid 

    Luis nació poco después de la muerte de su padre, el profesor Isidro Echeverría, ocurrida, según dijeron, en un desgraciado accidente de caza. Terminada su carrera, el muchacho comenzó la pasantía en el bufete de Don Ezequiel Carreño. “Yo haré de ti un jurista” – fueron sus emocionadas palabras. “En recuerdo de mi amigo Isidro”. Cierta tarde, avanzado el segundo mes de la huelga de funcionarios, Luis rebuscaba antecedentes en los expedientes antiguos, arrumbados en grandes altillos. Al abrir una portezuela, decenas de legajos se desplomaron sobre él alfombrando el suelo de papeles. Una elegante tarjeta verde captó su atención: se trataba de la invitación a una cacería organizada por la Real Sociedad Granadina de Tiro de Pichón. Tenía grapado un amarillento recorte de periódico: “Un joven abogado, acusado de homicidio involuntario…” –comenzaba la entradilla bajo la borrosa fotografía de Don Ezequiel.

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  • La presa

    Rafael Antonio Jara Vicente · Las Palmas de Gran Canaria 

    Sentado detrás de mi mesa de caoba podía oler su carísima colonia. Èl no escatimaba airados improperios contra ella, pero, sus manos descansaban en el regazo como si estuvieran en huelga. Yo asentía, mirando con fingida atención un montón de legajos, tratando de convencer a aquel individuo de mi profesionalidad. La cacería estaba en su momento álgido, y no podía permitir que la presa se escapara. -Le apetece un café.- le dije distraídamente, pulsando el botón del dictáfono. En ese momento, apareció la becaria que estaba haciendo la pasantía en mi despacho, portando una bandeja con dos tazas de café humeantes. Rubia, de largas piernas y con un traje de chaqueta que realzaba su figura. El “pichón” cogió la taza de café sin poder apartar los ojos del escote de la becaria. Yo sonreí levemente, mientras comenzaba a pensar lo que iba a hacer con tanto dinero.

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  • La entrevista

    Javier Molina Lucas 

    El candidato era un joven muy despierto de unos veinticinco años, que se sentó en el sillón de las visitas antes de ofrecérselo. Hablamos del mal tiempo de este invierno para romper el hielo. Le pregunté qué opinaba sobre la justicia. Su respuesta me hizo sonreír. Sin pensárselo respondió: “La justicia es un cachondeo, y ahora más con la huelga de jueces, y no digamos de la cacería del ex ministro de Justicia, que no había ido precisamente a matar pichones sin licencia”. Estaba disfrutando de verdad con la franqueza de este muchacho. -¿Qué es para ti la pasantía?, murmuré, y él me contestó más irónico aún: “Pues trabajar concienzudamente en los legajos que el jefe te deja, desahogarle de trabajo y no cobrar ni un duro, mientras él se lleva el mérito”. Mi respuesta tras una carcajada fue breve: “Bienvenido al mundo de las leyes. El puesto es tuyo”.

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  • Huelga de hambre

    Teresa Buzo Sala · Statesboro (Georgia). EEUU 

    Aquel peligroso terrorista conocido por sus atroces atentados en los que murieron personas inocentes se puso en huelga de hambre para obtener una llamada diaria, habitación individual, televisión por cable y biblioteca provista de importantes libros y legajos de política. Tras esta vista apareció un humilde individuo acusado de ir al tiro pichón sin tener los papeles de cacería, y para colmo mató por error a una especie en extinción de faisán y le cayeron diez años entre rejas. El pobre hombre después de presenciar el juicio anterior, exclamó: -Su pasantía, quiero decir señoría, yo no sabía que aquel pajarraco era tan valioso, pero si tengo que pagar mi culpa, por mi honra que la pago. Lo único que pido es ir a la misma cárcel que el compañero. Yo también estaría dispuesto a pasar hambre, ¡acostumbrado estoy a la fatiga! Además llevo dos días sin comer ¿eso ya contaría?

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  • Honorarios profesionales

    Gerardo M Rodríguez López · Salobreña (Granada) 

    Se encontraba el joven letrado rodeado de legajos cuando se acercaron a él dos hombres requiriendo su intervención. Licenciado, ya que ha terminado usted la pasantía y dado que observamos que no ha secundado la huelga, permítanos solicitar su dictamen sobre un hecho que es motivo de disputa entre nosotros – dijo uno de los hombres. Comenzó éste a relatar lo sucedido: esta mañana fuimos de cacería, uno de nosotros hirió de un disparo a un pichón, consiguiendo éste remontar el vuelo y siendo finalmente abatido por el otro. La cuestión es, señor abogado, a quién de nosotros pertenece la pieza de caza, ¿a quien la hirió primero o a quien finalmente la abatió? –inquirió el hombre. En un instante, el leguleyo, sonriendo socarronamente, les contestó diciendo: ¡amigos míos, el dictamen solicitado tiene su precio, pero me contentaré con que me entreguen a mí el pichón!

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  • El pasante diletante

    Marta Trutxuelo García · Andoain (Gipuzkoa) 

    Siempre imaginé la pasantía como una oportunidad única para conocer los entresijos del mundo de la abogacía. Ardía en deseos de resolver casos interesantes: me veía pasando las noches en vela, entre legajos de documentación y con una fiel taza de café como eterno estímulo.“¡Ay, pichón! Si quieres aprender el oficio tienes que trabajar duro”. Huelga decir que ofrecí al bufete mi más ferviente disposición a colaborar y mis expectativas se vieron cumplidas: noches sin dormir preparando aquella cacería con un respetable juez, litros de un líquido estimulante como el café pero de más alta graduación corriendo por mis venas tras las reuniones vespertinas en el bar de enfrente, sin olvidar los legajos relativos al sumario del más sonado caso de corrupción de abogados que se recuerde. “¡Qué oportunidad para conocer desde dentro los entresijos del mundo de la abogacía!”—evoco, nostálgico, desde la soledad de mi celda.

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  • La cacería anual

    Álvaro Giménez García · Orihuela (Alicante) 

    Cuando dejó atrás la facultad de Derecho, con sus fiestas y sus huelgas, e inició la pasantía en el bufete de Farnesio & Simons Asociados, se sintió madurar. Aunque sólo se dedicaba a ordenar legajos tras una cochambrosa mesa, ya se sentía abogado. Su entusiasmo aumentó al ser invitado a la cacería anual del pichón, en el coto privado de uno de los socios principales, Ernesto Alberto de Farnesio. Era la oportunidad para codearse con lo mejor del gremio y postularse, así, como un letrado de futuro. Perfectamente equipado, llegó al coto: botas, zurrón, guantes, cortaplumas y, lo más importante, sombrero verde estilo tirolés. Sin duda, en este último detalle, demostró sus buenas cualidades, pues fue lo único que le dejaron llevar encima del disfraz de pichón con el que esquivó los disparos de pintura que sus “nuevos compañeros” dirigieron, con verdadera saña, contra él.

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  • Jubilación

    Joan Iglesias · Hospitalet de Llobregat (Barcelona) 

    Un rastro de muerte condujo al equipo del inspector-jefe Smith por los corredores del bufete de Jason Carpenter, prestigioso penalista de Chicago. En estado de alerta, empuñando su arma, se deslizaron silenciosamente por las dependencias... había sido una cacería: clientes y abogados cosidos a balazos, una estudiante en pasantía degollada como a un pichón. Huelga decir que Smith había presenciado cientos de escenarios abyectos, pero al asomarse arma en mano al despacho de Jason Carpenter sintió un vago estremecimiento que presagiaba lo que había de ocurrir. Un ventilador acababa de encenderse en el interior esparciendo por doquier las hojas de un legajo y, sin saber aún adónde apuntar, Smith pudo reconocer la voz del viejo Carpenter gritando: “Socio, te jubilas conmigo” y al instante sintió entre las cejas el impacto de su penúltima bala.

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  • Nunca murió

    Victoria Eugenia Muñoz Solano · Málaga 

    No me gustan las cacerías. A mi jefe, abogado con el que estaba haciendo mi pasantía, le apasionaba matar pichones; por eso aprovechamos para salir al campo cuando empezó la huelga de jueces. Mientras él estaba esperando apostado entre los matorrales, yo salí a dar una vuelta para no ver cómo acometía a perdigonazos a los inocentes pajarillos. Entre la hojarasca, vislumbré un legajo húmedo y amarillento que decía: “Espero que me seas favorable al hallar este documento y digas a mi familia que me encuentro vivo. Me refugio en una cueva”.Mi sorpresa fue aún mayor cuando leí la firma. -Federico García Lorca. Más tarde localicé la gruta. En ella había restos de una hoguera y papeles escritos por el suelo. Al tiempo que me temblaba la mano cogí uno y leí: -“ Esta es mi última poesía antes de partir a Buenos Aires”. Estaba claro... ..Federico nunca murió.

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  • La secta

    Rosana Alonso Fernandez-Garcia · Camarma de Esteruelas (Madrid) 

    —Ya se lo he dicho. Todo ocurrió durante mi pasantía. Me gané su confianza y fue delegando en mí tareas de mayor responsabilidad. Yo siempre le he admirado a pesar de esos detalles que me inquietaban. Le apasiona la cetrería y cuando me invitó a su casa de campo pude ver como disfrutaba dejando pichones vivos a merced de su halcón favorito. Esa primavera se convocó una huelga de jueces y asistía a muchas reuniones, fue entonces cuando descubrí su afición. Me dio las llaves de su casa para que fuera en busca de un legajo y, sin pretenderlo, encontré las fotos. El, rodeado de sus amigos, posaba sonriente; a sus pies las piezas cobradas durante la cacería: cuerpos humanos. ¡Tiene que creerme! —Está bien, no se excite. Ahora un celador le acompañará a su celda, necesita dormir. Mañana continuaremos la conversación.

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  • Licenciado en Derecho

    Eva María Requejo Fernández · Mieres (Asturias) 

    Había terminado la carrera ¡Por fin! Como quería mi padre, ya era LICENCIADO EN DERECHO. Pensaba que ya había conseguido la meta pero no, nada más lejos de la realidad. Mi padre ya lo tenía todo preparado, o entraba en el “partido” y hacía carrera política, o entraba en un despacho (de un amigo, claro) y me convertía en "Letrado". Me sentía como un pichón al vuelo. En esa tesitura estaba mientras cenaba lo que mi madre me había preparado (nadie cocina como una madre). En la televisión las noticias se sucedían, huelga de trabajadores que veían pisoteados sus derechos (me haría letrado), Ministro que acude a cacería (me haría político), instrucciones de sumarios con legajos interminables (sí, sí, político); y un anuncio, “Despacho de abogados de prestigio realiza examen a aspirantes a pasantía por módicos precios”. Decidido: “Papá, ¡MAÑANA VAMOS AL PARTIDO!".

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  • La diferencia

    Benigno Rodolfo Palero Valdivia · Lima (Perú) 

    Hice mi pasantía con un Juez laboral suplente, muy cachondo. En su oficina éramos tres practicantes, dos varones y una mujer. Nos puso apodo a cada quien. Yo era “Pichón”, el otro “Pico de Oro”, y la dama, bastante cándida,” Paloma”, nuestros nombres de combate según él. Con el juez había que saber algunos códigos: “Me voy de cacería” era la salida con nueva conquista. “Paloma, estoy en huelga, como mango verde”, que estaba con la libido por las nubes. “Fulana está buena para mi legajo”. En fin, la jerigonza se nos estaba pegando a la conversa. Una tarde llama una vocal superior requiriendo al juez. Nuestra compañera contesta: -Se fue de cacería… -¿Qué? -Estaba de huelga… -¿¿?? - Quiero decir que se fue de cacería porque estaba en huelga y necesitaba llenar su legajo… Al día siguiente: -Paloma, Palomita, te voy a incluir en mi legajo... -Gracias, doctor…

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  • Reunión de Borrachos

    Gabriel Vázquez González · Mérida (Yucatán). México 

    Él sólo era el chico pobre y algo tonto que cargaba con las armas durante la cacería en el coto de Las Ruinas. Lo llamaban en tono despectivo el Pichón, Pichón ven aquí, Pichón trae el vino, límpiame la escopeta….y no se dieron cuenta de que ya no era un muchacho. El tiempo les pasaría la factura de sus burlas una década después. Dicen que si el Pichón nunca hubiese tenido acceso a esas reuniones de abogados y jueces borrachos nunca se habría sentido tentado a formar parte de un bufete jurídico, que nunca se habría puesto a escarbar en los legajos amontonados de casos obsoletos durante su eficaz pasantía y que jamás habría sido posible que llevara a la huelga nacional a todo el país. Ahora lo llaman el Pichón Libertador, y se rumorea que muy pronto será el dueño de las urnas presidenciales.

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  • Pim, pam, pum

    Felipe Valle Zubicaray · Ortuella (Vizcaya) 

    Pim, pam, pum. La huelga no iba con su señoría. “Mañana seré yo el que abata los pichones. Nadie me arrebatará el trofeo. Despacho a esta patulea y me llevo a los dos para el coto”. El fiscal ya había solicitado la pena y el defensor oponía la resistencia acostumbrada en los viernes previos a un largo fin de semana dedicado a las reñidas cacerías que a los tres apasionaban. Cuando de pronto la voz de su señoría atronó la sala: condeno a cada uno de ellos a doce mil euros de multa por los delitos de calumnias, injurias, manifestación ilegal y atentado a la autoridad simbolizada en mi persona. ¿Satisfecha la acusación? ¿Alguna objeción de la defensa? Pues ¡a qué esperan, señores! ¡Guarden todos sus legajos, que van a volver a la pasantía! “¡A mí con manifestantes contra la ecológica actividad cinegética!... ¡Ya puedes ir preparando el jeep, Mariano!”

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  • Fulgurante

    Manuel Pablo Pindado Puerta · Leganés (Madrid) 

    Terminaba mi pasantía en Gómez y Molinero cuando el mismísimo señor Gómez me invitó a una cacería como ojeador, “tarea menor pero imprescindible en el acto cinegético”, según dijo pomposamente. Huelga decir que acepté, encantado de alejarme de carpetas y legajos y cambiarlos por el campo fragante, el sol y el aire en la cara. El señor Gómez avanzaba como un felino escopeta en ristre. Yo, entusiasta en mi papel, susurraba: ‘allí tiene usted una liebre, señor Gómez’, ‘mire ese pichón desvergonzado, señor’, y cosas parecidas. Recuerdo el movimiento rápido, el doble estampido del arma, el grito sofocado pero familiar y sus palabras frías, de cazador experto: “No olvide, Pantoja, que hemos pasado juntos todo el domingo en el bufete”. No he vuelto a darle la espalda al señor Gómez, ni siquiera cuando colgué el nuevo letrero “Gómez y Pantoja” de la puerta del bufete.

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  • Don Justo

    Pascual Rebollo Valero · Madrid 

    Don Justo entendía la justicia como una verdad matemática: la única conclusión a la que lleva todo planteamiento correctamente razonado. Le llamaron Justo, porque nació a los nueve meses exactos de gestación, incluido en el cómputo un Febrero bisiesto. Desde niño hacía honor a su nombre: tramaba huelga de hambre, si no le echaban el mismo número de garbanzos que sus hermanos. Se especializó en Derecho Natural. Mantenía que la Naturaleza era la única que impartía justicia de forma implacable. Por un compromiso de pasantía, tuvo que defender al acusado de dar muerte a un compañero de cacería, por la disputa de un pichón. Concluyó su exposición con las palabras: “…y, para mi defendido, pido la pena de muerte”. Ahora, estudia un grueso legajo de temas: prepara oposiciones de ferroviario. Sostiene que el tren es la única creación humana que avanza por la vía justa.

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  • El anuncio

    Manuel Merenciano Felipe · L'Eliana (Valencia) 

    Sabe que nadie la puede oír. Aún así grita. Grita en cuanto advierte que ellos no están. A lo lejos murmuran los ecos de la cacería. Con suerte, esa noche roerá los huesos de una perdiz, tal vez los de algún pichón. Alza la mirada hacia el tragaluz y rompe a llorar. Es un llanto sin lágrimas. Un gemido ahogado. Observa de reojo el cadáver macerado que yace en un rincón. Tiembla. Cree reconocer en él a un compañero de la facultad. Alguien que probablemente atendió la misma oferta. Enciende el flexo y se sienta tras la mesa carcomida. De madrugada le dejaron otro legajo. Emprende su labor. En un cantón del tablero amarillea el periódico que la arrastró hasta allí. Los titulares hablan de una huelga general. Debajo, un bucle en rojo circunda el anuncio: “Se ofrece periodo de pasantía. No remunerado. Alojamiento y comida gratis.”

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  • El abogado Quijote

    María Teresa Ganfornina Rus · Jaén 

    En un lugar de la Mancha, cuyo nombre huelga decir, no ha mucho tiempo que vivía un letrado de los de toga en perchero, formación en pasantía, estilográfica antigua y máquina de escribir. De variado menú diario -siempre fuera de casa-, los fines de semana acostumbraba a saborear duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún pichón de añadidura los domingos. Frisaba la edad de nuestro letrado con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de las cacerías. Es, pues, de saber que este sobredicho letrado, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de historia, legajos y otros documentos, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun lo que es peor, la administración de su despacho.

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  • Caza mayor

    Eloy Serrano Barroso · Madrid 

    Fidel va recogiendo los pichones que los cazadores abaten. Se ve ridículo arrastrándose entre los matorrales, desentonando de todos con la corbata y el traje gris que su jefe le ha obligado a llevar. “Estás invitado a mi cacería”, le dijo la víspera, con una oscura sonrisa que Fidel acertó inútilmente a interpretar. Ahora siente la humillación -más aún que en las horas lentas de la pasantía-, como un perro entre los perros. Pero en un bolsillo esconde el instrumento de su venganza: el falaz legajo que alentó la huelga en los astilleros. Y ocultando su rabia, se ofrece a cocinar los pichones rellenos. El jefe accede regodeándose en la docilidad de su pasante. No sabe que horas más tarde Fidel lo verá palidecer, justo cuando los ilustres y desconcertados comensales sacan del vientre de los pichones una bola de papel, la extienden sobre la mesa y empiezan a leer.

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  • Chantaje

    Elisa García García · Burgos 

    Achaqué al azar aquel encuentro inesperado. Había sido mi compañero de estudios, huelgas y correrías. —¿Sigues cazando? —me preguntó— Te invito a una cacería. Quedamos para el fin de semana. Aparqué mis legajos y encargué trabajo en la pasantía. Hubo muchas perdices, pichones, vino, risas y fotos con las piezas, con la gente. El anfitrión era un hombre desenvuelto y rico; me cogió por el hombro durante las fotos, no paro de reírse. Mi antiguo amigo se fue pronto, intenté irme con él pero el hombre rico me retuvo, me llevó aparte y me enseñó una foto de él y mía con el suelo lleno de perdices. —Señor Juez —dijo ya sin rastro de risa— mi juicio será en dos semanas, la decisión depende de usted. También de que esta foto se olvide para siempre. Ondeó la foto en la mano y se la guardó en la chaqueta.

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  • De máquina

    Pedro Martín Hernández · Las Palmas 

    Mamá pichón alimenta a su hijo hasta que adquiere la capacidad de volar. No marchará del nido hasta su total independencia. Entonces comienza la cacería. Pero eso, yo ya lo había pasado. Que duros aquellos años de universidad. Me encontraba sentado junto a mi mesa. A mi derecha un conjunto de documentos la decoraba. Había sido aceptado como pasante en una empresa de abogacía muy conocida. La pasantía no era remunerada, pero aprendería tanto, que al final valdría la pena. Además, con mi currículo seguro que sería contratado cuando esta finalizara. La curiosidad hizo que mi mano ojeara aquel legajo, pero solo alcancé a leer: “Los despidos habían provocado la huelga…”, cuando una voz me hizo levantar. - Eh tú, el nuevo- - Sí - le dije. Parecía ser el jefe de departamento. - El café me gusta sólo y con dos de azúcar.

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  • El cazador cazado

    Mª Jesús Rodríguez García · Barcelona 

    El peso de los párpados se le hizo insoportable. No podía creer lo que había descubierto, pero allí estaba todo: entre las páginas del legajo que sus ojos habían recorrido durante los tres años de pasantía en aquel despacho. Fijó la vista en las paredes desconchadas, los archivadores herrumbrosos. Pero su suerte iba a cambiar. Tenía que planear cada uno de los pasos que daría al comenzar la cacería. Fijó la vista en el sillón vacío de su jefe, su primera víctima. Desde la ventana entreabierta le llegaban los gritos de los estudiantes en huelga. La cerró. Le sobresaltó el ruido de la cerradura. Distinguió dos sombras en el umbral de la puerta. El impacto de algo desconocido le arrojó al suelo. La punta de un zapato le volteó la cara. –El pichón se quedó sin vuelo –apenas alcanzó a oír la risa metálica de su jefe.

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  • Tarde de domingo

    Eligio Fernández Silva · Ponferrada (León) 

    Irene realizaba la pasantía en el despacho de Cosme Fernández y Asociados. Esa tarde de domingo había quedado con su amiga Clara. Irene se preguntaba si un pasante tendría derecho a huelga, porque en dos meses no había hecho otra cosa que mecanografiar legajos. Clara leyó en voz alta la portada del periódico “Conocido abogado asesinado por el ex marido de su amante. El asesino esperaba en el aparcamiento y cuando vio aparecer a la víctima, disparó sin mediar palabra. A nadie sorprendió ver un hombre armado por la proximidad del club de tiro al pichón. Perpetrada la acción se entregó y sólo dijo “fin de la cacería”. Un escalofrío recorrió la espalda de Irene, recordando la conversación del viernes de don Cosme con la neumática señorita que le acompañaba sentencia en mano: “Pobrecito tu marido –decía-, encima de cornudo, apaleado; sin casa, sin custodia, sin ti…”

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  • El artista

    Mayte Campos Anglés · Blanes (Gerona) 

    '-Papá, voy a ser artista. Todos los letrados de mi árbol genealógico se levantaron de sus tumbas mientras sus palabras resonaban en mis oídos. Y pensar que lo primero que puse en sus manos fue un legajo con la intención de crear hábito… Pero lo pe

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  • El pasante fisgón

    Jose Arístides López de Rodas Campos · Albacete 

    “Estudia derecho hijo, llegarás a notario.” Si mi padre me viera con 35 años haciendo la pasantía, archivando los legajos de un picapleitos que no me pasa un mísero caso... Pero hoy haré huelga. Aprovechando que el jefe se ha ido de caza, usaré su ordenador para entrar en un chat caliente. Mientras él tira al pichón, yo tiraré al conejo. Pero primero husmearé un poco. A ver: mi música, mis imágenes, mis vídeos... Un momento. ¿Qué pone en ese archivo? ¿Día perfecto? Voy a abrirlo. ¡Vaya...! Pero si sale el jefe deshojando una margarita. ¡Quien lo diría, con la mala leche que tiene! Ahora aparece una piba, con un vestido vaporoso, recogiendo los pétalos caídos. ¡Menuda cursi! Pero está buena. A ver si le veo la cara... ¡¡Nuria!! ¿Qué diablos hace mi novia con ese cretino? Un momento... Hoy tampoco está ella en Madrid. ¿Entonces, la cacería...?

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  • El pasante

    Dania Witte Pértile · Madrid 

    Entró casi temerosamente, como un pichón recién salido del nido. Aunque tenía la cara guapa, no parecía creérselo. Venía a hacer una pasantía, por lo que ni podría participar en nuestras huelgas, ni hablaría con los jueces o letrados. Su labor se reduciría a poco más que archivar legajos. Lo que no sabíamos es que había venido de “cacería” y que una a una íbamos a caer, irremediablemente, en sus redes.

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  • El fuego capital

    Alvaro Ramiro Fernández · Buenos Aires (Argentina) 

    — ¿Cuánto tiempo lleva en huelga de hambre, señor Dantés? — preguntó el joven estudiante de Derecho, que, gracias a una pasantía, probablemente obtenida a costa de contactos, tenía la oportunidad de estar en la celda, en “el corredor de la muerte”, y cara a cara, con el primer invitado a fallecer de la Argentina. — ¿Y vos quién sos, pichón? — resignado, pero apacible, el recluso aguarda indiferente su destino innovador, de mártir y pionero. Con la resonante ejecución de la presa se daría por comenzada, de manera ejemplar, la primera temporada de cacería humana nacional. —Ezequiel Barragán, es mi nombre, soy estudiante de Derecho y además secretario del juzgado que tramita su legajo, señor Dantés —el preso levantó su mirada—. Vengo a notificarle su sobreseimiento; hubo un incendio…, se quemó toda la secretaría con su expediente dentro… y no quedó una sola página que lo acuse de algo, es libre… señor Dantés…

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  • En plato frío

    Juan Leante García · Madrid 

    A mi padrastro le gustaba zurrarme la badana. Lo oía llegar a casa, dando traspiés y con la lengua trabada por el alcohol, e intentaba escapar corriendo a mi cuarto, pero siempre me alcanzaba en el pasillo. Me esforcé en los estudios y conseguí una beca que me alejó de su cinturón. Estudié Leyes y conseguí una pasantía para un abogado de renombre. Me hacía cargo de legajos mientras él se relajaba en cacerías con sus amigotes. A veces me regalaba un pichón o una liebre, que yo tiraba al contenedor. “Me voy a Venecia, encárgate tú de preparar este juicio. Algo fácil: un despido por huelga”, me dijo un día. Claro que preparé el juicio. El negrero tuvo su primer descalabro, mi padrastro acabó en la cola del paro y sin indemnización, y a mí me contrataron como abogado en la empresa donde él había estado trabajando.

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  • Historias de Dalot

    Juan Albaladejo Roca · La Coruña 

    En la vieja corte de Justicia, el juez insistió nuevamente: -Monsieur Dalot, ¿insiste en mantener la inocencia del acusado? Este legajo está lleno de documentos que prueban lo contrario. Llevándose la mano a la solapa, el melifluo letrado hizo un breve movimiento de cabeza. -Señoría, nada acredita que este pobre diablo pueda haber cometido ese atroz delito; ¡se trata de una cacería emprendida por el Ministerio Público, que toma al acusado por un pichón que está dispuesto a comerse! -¡No le permito esa huelga de modales! ¡Debería volver a la pasantía! Dalot levantó entonces la cabeza, escudriñó la irritada figura del fiscal, y tras frotarse las manos, repuso: -¿Huelga, señor fiscal? ¡Las huelgas están prohibidas por Gobernación, son un delito! ¿No ve su señoría cómo se empeña el Ministerio Público en su particular cacería contra la defensa? ¡Aún no ha cobrado la cabeza del acusado y ya pretende la mía!

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  • El desquite

    Joaquín Valls Arnau · Barcelona 

    En el prestigioso bufete de don Pío se forzaba a los empleados a realizar jornadas de nueve horas, de lunes a sábado. Huelga decir que, mientras tanto, él no se privaba de ir cada semana de cacería y de practicar el tiro de pichón, en compañía de otros prohombres de la villa. Hasta que un día, un joven recién reclutado para labores de pasantía, habiéndose percatado de la costumbre de don Pío de humedecer su dedo índice para pasar las páginas, recordó a los demás el argumento de “El nombre de la rosa” y les propuso un plan. Desde entonces, por riguroso turno espolvorean raticida a dosis ínfimas en cada legajo que entregan a don Pío, y éste sufre frecuentes diarreas cuyo origen los médicos se han visto incapaces de determinar. En cuanto a sus aficiones cinegéticas, hace ya tiempo que las hubo de abandonar.

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  • El ingenioso letrado

    Mencía Iagrtua Pascual 

    En un juzgado de primera instancia, de cuyo número no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que ejercía un letrado de los de toga raída, legajo en mano y turno de oficio. Menús del día entre semana y alguna paella los domingos consumían gran parte de sus exiguos honorarios. El resto lo dedicaba a pagar arreglos y coderas de sus gastadas chaquetas, a llevar al tinte sus corbatas con lamparones y a pagar la letra de su coche viejo. Si cobraba algún pleito atrasado se daba el lujo de irse a una cacería de conejos con sus amigos del pueblo o a matar el gusanillo en el tiro de pichón. Trabajaba en su despacho una secretaria haragana que cuando no estaba de baja estaba de huelga y un licenciado aburrido que se eternizaba en su pasantía y que lo mismo le redactaba una demanda que le hacía de mensajero?

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  • No más patatas

    Rafael García Martín · Algorta (Vizcaya) 

    Anoche soñé que estaba en una cacería. Suelo tener sueños absurdos, sobre todo si la cena incluye patatas. En una ocasión soñé que era una gominola, pero eso fue el mes pasado. La huelga de funcionarios había paralizado la actividad judicial, por lo que mis compañeros de pasantía y yo, decidimos ir a pegar tiros a la dehesa. Yo disparé a un pichón, pero en la incoherencia del sueño resultó ser mi jefe, que, al ser alcanzado, cayó al suelo desde gran altura. Al tocar tierra, milagrosamente ileso, vino hacia mí amenazándome con un legajo que contenía un caso de robo con intimidación. Quise decirle que era un sueño pero fue inútil, así que allí mismo tuve que ponerme a trabajar, mientras él me llamaba gandul, hecho una fiera. Prometo que, si el despertador suena antes de ir a juicio, no volveré a cenar patatas.

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  • Papeles sin importancia

    Clara Rojas Cuadrillero 

    La huelga no nos estaba sirviendo de nada. Aquello era una cacería de brujas. Poco a poco los altos dirigentes hablaban con cada uno de los huelguistas para contarles como aquello afectaría a su carrera. A mi me dijeron que mi pasantía se acabaría muy rápido. Me explicaron que aquel legajo de papeles en los que contábamos nuestros motivos y exigencias no valdría ni para envolver a un pichón muerto con ellos. Poco a poco esquiroles superaron al resto de la abogacía. Era mi turno para agachar la cabeza. Y yo la agaché. Pero aquel legajo tenía cosas que hubieran supuesto el despido del déspota de mi jefe. Yo lo sabía. Pero su alegato era tan convincente a pesar de ser falso, que fue capaz de convencernos a todos de que llevábamos las de perder. Es lo que tiene ser veterano. Me encojo de hombros y sigo rellenando informes.

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  • Mariana

    Beatriz Sierra · León 

    Mariana se le acercó por la espalda y le amenazó como Lisístrata a los atenienses, haré huelga de sexo contigo Pelirrojo, sex strike, si te atreves a dispararle a algo vivo en esta finca. Handke no volvió a disparar un tiro, oui, oui, madame, désolé, y así fue como Handke conoció a Mariana, que boicoteaba a su manera la cacería planeada por el marido. Handke era estudiante de derecho y realizaba su pasantía en un prestigioso bufete sevillano. Mariana era hija de uno de los socios fundadores y reconocida abogada criminalista. Ií¯m leaving, amor. Me marcho. Sobre la mesa del cobertizo un atado de pichones recordaba al legajo que esperaba en su despacho. Things to do, you know. Trabajo. Mariana comenzó a vestirse. Algo en las tardes de domingo le encendía el desconsuelo frente al tiempo que se esfuma. Mariana era hermosa. Mariana era como la intemperie.

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  • La presa

    Teresa Lagranja Vallés · Castellón de la Plana 

    Huelga decir que nunca debí asistir a la cacería, pero fui incapaz de rechazar la invitación de aquel encantador viejecito, padre del ilustre abogado en cuyo bufete había conseguido una pasantía. Entre los participantes, antiguas glorias de la abogacía y la judicatura, el único menor de setenta años era yo. Todos portaban escopetas de caza y cananas repletas de cartuchos. Al preguntar por mi arma, el anfitrión me respondió con sonrisa pícara: No querido, tú no eres el cazador, eres la presa. Compréndelo, estamos aburridos del tiro al pichón. En el minuto de ventaja que me concedieron logré despistarlos y me colé en el sótano. Escondido tras una pila de antiguos legajos, marqué en mi móvil el número de emergencias. Hoy mis adorables ancianos viven en una casa de salud, donde han sustituido las cacerías por arriesgadas partidas de canasta.

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  • Leyenda judicial

    Amor Lago Menéndez · Valladolid 

    Dicen las malas lenguas que, recién aprobada la oposición, los miembros de la carrera fiscal son recluidos en un centro de alta tecnificación y adiestrados contra el abogado. Su favorito, aquel que, terminada la pasantía, se incorpora con ilusión al ejercicio de la profesión y en sus primeros pleitos es, cual pichón, presa fácil, siendo abatido sin compasión en los estrados. Ya se sabe, un juicio es la guerra y perder la muerte. Hoy me estreno. En la Sala, el Ministerio Público, apostado tras unos legajos, al sentir mi presencia rápidamente adopta una postura defensiva. La inactividad por la pasada huelga ha acrecentado su instinto depredador. Al grito de ¡audiencia pública! comienza la cacería.

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  • Máxima del cazador

    Carlos López Martínez · Gijón 

    Como en una cacería, no abate la presa el que mejor puntería tiene, si no el que es buen cazador y sabe esperar el momento adecuado para disparar. Don Augusto es un buen cazador de hombres. Tiene su despacho al lado de la Audiencia Nacional. A su servicio siempre hace la pasantía algún licenciado con matrícula de honor, pero el león de las facultades sólo es un pichón en la realidad, que es una jungla donde el que no caza es cazado. Así que él les enseña rapidamente a cazar para comer, empezando por la lección más importante: "cada legajo es una bala que no hay que desperdiciar, dispara sólo cuando sea posible hincar el diente y huelga decir, que si es posible, cobres por adelantado"...

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  • Instintos básicos

    Nuria del Peso Ruiz · Madrid 

    En aquellos días, mis tres compañeros y yo formábamos el comité Robespierre y al pasante de turno lo apodábamos el Pichón. El prototipo habitual de Pichón era un muchacho apocado, con gafas, voluntarioso, pero con poca iniciativa y bastante ingenuo. Nos burlábamos de él con bromas y algunos escarnios, aunque nunca de muy mal gusto, todo hay que decirlo. Los cuatro habíamos pasado por esa situación humillante. Le hacíamos ordenar montañas de legajos que no servían para nada y lo mandábamos de cacería, pues por aquel entonces las ratas que correteaban por los sótanos tenían el tamaño de conejos bien criados. El día en que Elsa nos saludó con un sensual aleteo de pestañas al comienzo de su pasantía el comité Robespierre optó por la huelga indefinida.

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  • Pichón, pichón

    Ascensión Pilar Martínez Ruiz · Benidorm (Alicante) 

    Mi gran vocación siempre fue ser una brillante Abogada. Mi sueño actual se reduce a ser pasante, a tener la oportunidad de quemarme las pestañas entre expedientes y legajos, a aprender una profesión, por lo que voy de puerta en puerta entregando mi curriculum, intentando desesperadamente tentar a algún Abogado, cual pichón indefenso sobrevolando una gran cacería. Pero mi sueño de tropezar con la pasantía se está convirtiendo en una pesadilla, y al final de cada día considero seriamente la posibilidad de declararme en huelga. Sin embargo, cada mañana, mientras remuevo con desgana el café, vislumbro entre la neblina de la depresión la sobra de mi gran sueño, y me digo que la ilusión es lo último que se pierde, sintiendo el impulso de salir de nuevo a la calle, a seguir tentando a la suerte, provocando al futuro, cual pichón indefenso sobrevolando una gran cacería.

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  • Naturaleza muerta

    David Vivancos Allepuz · Barcelona 

    Paseo entre los caballetes y los lienzos inacabados del estudio de mi amigo. Al poco de entrar en el bufete ya me había confesado su vocación pictórica. Alguna vez le había sorprendido rescatando un legajo del archivo y garabateando desnudos en el dorso de aquellos papeles. Recuerdo que tomó la decisión tras el hallazgo del cuerpo de Laura, una chica que hacía la pasantía en nuestro despacho, después de semanas de búsqueda en el vertedero. El crimen conmocionó a toda la ciudad. Se convocaron diferentes manifestaciones, una huelga y los carnavales fueron suspendidos. Ese mismo día se despidió y comenzó a pintar. Curioseo mientras prepara café. En un cajón descubro bocetos, principalmente marinas, escenas de cacería y un bodegón con un pichón y tres faisanes. Dentro de una carpetilla encuentro el bosquejo de lo que parece una joven muerta, entre basuras, fechado en enero del año del asesinato de Laura.

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  • El retrato

    Juan Manuel Batuecas Florindo · Madrid 

    Sé que éste es mi último invierno. Es diciembre del año 1788 y mientras termino el legajo con el borrador de mi testamento rememoro tiempos pasados. El conde de Floridablanca se encargará de redactarlo. Invariablemente, dediqué las mañanas a atender los asuntos de Estado y las tardes a mi gran pasión: la cacería. Mis comidas siempre fueron frugales. Trincheros de pichón y ternera y sopas. Han pasado más de 200 años y desde el retrato que me hizo el joven Francisco de Goya he podido observar cuánto ha cambiado esta ciudad. Uno de mis visitantes más asiduos es un joven abogado, al final de su pasantía. Suele venir por las tardes, terminado el trabajo. Me observa y le observo. Este mañana ha venido temprano acompañado de su prometida. Hablaba nerviosamente de una huelga, un hecho que le afecta en demasía. Se situaron frente a mi retrato y quedaron en silencio.

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  • Falsas sonrisas

    Marisol Artica Zurano · Castellón de la Plana 

    Había dedicado cuatro años de su vida a hacer fotocopias, archivar legajos, servir cafés de la máquina que nadie se acordaba de pagarle luego y recibir a los clientes con una sonrisa de oreja a oreja, aunque por dentro estuviera retorciéndose de rabia. Todo, por el módico precio de cero euros. Pero no se quejaba. Su jefe, Antonio Palomo, le había prometido que se convertiría en un abogado más del bufete cuando terminara su pasantía. Y mañana llegaba ese día.¡€™Huelga decir que estamos muy satisfechos con usted, pero la crisis nos impide realizar más contrataciones?, le comunicó Palomo, parapetado detrás de su mesa de nogal. Afortunadamente, estos cuatro años le habían convertido en especialista en falsas sonrisas. Se despidió de todos y se marchó en busca de la escopeta de su padre. Había llegado el momento de irse de cacería o, más bien, de practicar el tiro al pichón.

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  • El cazador cazado

    Paula Galán Isla · Bilbao 

    La pasantía que me tocó sufrir se basaba en el método del tiro al pichón: los aprendices nos camuflábamos tras algún legajo cuando el titular del despacho, demasiado ocupado con interminables charlas telefónicas o pantagruélicas comidas de etílica sobremesa, recordaba a última hora de la tarde que algo vencía, no, que había vencido ya. Huelga decir que no había montaña de providencias que pudiera ocultar a un pasante jadeante y sudoroso: la cacería no terminaba hasta haber hecho pieza. Pero un día, a base de ocuparme de despidos de última hora, descubrí que las alas se me habían hecho fuertes y sabía volar: la demanda en reclamación de salarios y cotizaciones le llegó el ultimo día antes de sus vacaciones de invierno en Suiza.

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  • El cazador cazado

    Jose Manuel Hidalgo López · Statesboro (Georgia) EEUU 

    ¡Menudo pichón estaba hecho! Recuerdo perfectamente sus inicios. Yo hacía mi pasantía en aquel remoto pueblo de la sierra y él era un joven letrado que acarreaba documentos y legajos en un humilde bufete de la misma zona. Al cabo de unos años lo vi en televisión convertido en uno de los picapleitos más célebres del país. Su popularidad se hizo notoria debido a que siempre iba a la cacería de los casos más escabrosos y repugnantes en los que solía defender lo indefendible. Su inmensurable falta de escrúpulos le dotaba de un increíble talento para voltear los reglamentos a favor de asesinos y traficantes. En el último caso alegó a favor de un sucio trapacero. El engaño en cuestión no era otro que el tradicional timo de la estampita. El acusado salió impune de todos los cargos y huelga decir en esta ocasión cómo cobró su astuto abogado defensor.

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  • Aventuras de pasante

    José María bento San Román · Galapagar (Madrid) 

    La verdad es que nunca imaginé que podría tendría una aventura así y menos con Inés, la atractiva secretaria del dueño del bufete. Después de varios días de miradas insinuantes y escarceos fugaces, decidí aparcar por un momento mi tediosa pasantía bajo un legajo de sentencias y pasar a la acción una tarde sofocante que los abogados habían dejado el despacho del jefe libre. Comenzó entonces una cacería alocada de besos y labios, un crepitar de caricias y jadeos sobre la mesa del abogado ausente. Códigos civiles y leyes procesales fueron los únicos testigos mudos de aquel desenfreno. Aquel insigne letrado jamás podría imaginar lo que aquel pichón que ejercía de pasante hacía con su secretaria en las tardes veraniegas. Huelga decir que después de aquellas tardes, cada vez que hojeo el código civil me sacude un estremecimiento inconfesable.

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  • Accidente mortal

    ¡µngel González Puga · Miguelturra (Ciudad Real) 

    El primer accidente de coche, la primera huelga universitaria, el primer amor (si no eres abogado) y el primer año de pasantía nunca se olvidan: mucho menos si van asociados a la muerte. Sí, yo era entonces un joven barbilampiño. Y fue un craso error invitarme a aquella cacería, aunque fuera el sobrino del director del bufete. "Mira,parece que lo han sacado de un escaparate de El Corte Inglés", bromeó alguien. "Sujetas el arma bajo el brazo como si llevaras el periódico o un legajo; relájate, hombre", me aconsejó el más veterano. "¡¨Tú distingues un pichón de un guarro?", inquirió impertinente el gracioso oficial. Así que en cuanto vi que algo se movía entre los matojos, disparé. Tenía que demostrarles mi valía. Arremolinados en torno del cadáver,dispararon todos las balas de sus miradas acusatorias contra mí. Nunca olvidaré la muerte de aquel perro.

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  • Diana cazadora

    Antonio Leal ¡µlvarez 

    Duró un día mi pasantía en el viejo despacho de Rufino Corbacho. -Busca en el archivo el expediente de la huelga de estibadores, dijo sonriendo. Y sonriendo abrí aquella puerta cuando me golpeó el hedor a humedad. No podía permitir que se me encrespara el pelo y decidí ventilar la habitación, pero una jungla de papeles me impedía alcanzar la ventana. Al primer salto se me rajó la minifalda y con el tacón pisé algo blandito. Mi grito ocultó el chillido de la rata. Siendo yo poco amiga de las cacerías, de un respingo me encaramé a la cortina, destrozándome la manicura. Tanto ajetreo despertó a Drácula de su letargo. Mi zapato voló entre una nube de polvo y ¡plaf! el murciélago cayó como un pichón en el campo de tiro. Dos horas más tarde lancé el legajo a los pies de Don Rufino y, cojeando dignamente, me despedí.

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  • Accidente de amor

    Cristina Reina Hernandez · Almoradi (Alicante) 

    Elvirita mató a su prometido durante una cacería organizada en la hacienda familiar. Dicen que lo confundió con el pichón gigante que se le aparecía en todas sus pesadillas infantiles. Los testigos dijeron que las lágrimas de la futura viuda se parecían a las de una fontana recién inaugurada, de lo claras y profusas. Elvirita había conocido al occiso durante sus meses de pasantía en la firma de abogados de su padre. Se habían enamorado durante la huelga de los juzgados que paralizó al país y los mantuvo encerrados en la misma habitación. Habían hecho el amor por primera vez en el sótano, entre los legajos y las togas abandonadas. El mismo lugar en el que la buena de Elvirita, aunque algo fea, lo había encontrado con la nueva y joven secretaria de su padre.

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  • Sueños rotos

    Esperanza Temprano Posada · Madrid 

    Quien me iba a decir que ahora que ya peino canas en esta profesión, que ostento la categoría de Don y que cuando yo hablo, todos callan, recordaría con nostalgia los años de pasantía, enterrado entre los legajos amarillentos del archivo, esperando que se me brindara la oportunidad de debutar como Letrado, dispuesto incluso a iniciar una huelga de hambre para que alguien del despacho se fijara en mí y me diera la alternativa. Entonces no era nadie, pero soñaba con serlo algún día, ahora me ríen los chistes aunque no tengan gracia, me ponen el pichón en la boca de la escopeta cuando voy de cacería y aplauden mis alegatos aun cuando sean insostenibles. Me he convertido en un abogado de éxito, pero este no era mi sueño, antes creía en lo que defendía y ahora defiendo todo aquello en lo que no creo.

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  • Un pasante cualquiera

    Javier Alós Domench · Barcelona 

    Mucha pasantía y poca diversión, pensó el joven licenciado. Su vida se reducía a entablar interesantísimas conversaciones con la fotocopiadora, que no paraba de escupir documentos destinados a morir de aburrimiento, apilados en legajos, simulando un tétrico cementerio de papel. “¡A la huelga!” gritó un día, cuando el revolucionario que llevaba dentro explotó de desencanto. “Pero qué huelga, pichón” - oyó que le decía la secretaria - “que para ir a la huelga, primero hay que trabajar”. “Esta juventud” - se sumó su jefa - “no saben más que quejarse”. “Hambre, si hubieran pasado hambre” farfulló uno de los clientes que esperaba a ser atendido. “Sinvergüenza, vago y maleante” apostilló la recepcionista para rematar la faena. Y así, en cuestión de segundos, se fraguó la cacería del pasante: puyas, dardos y collejas, algún disparo con bala y muy poca comprensión con una especie en peligro de extinción: el pasante.

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  • Vendetta post mortem

    Ignacio Hormigo de la Puerta · Isla Cristina (Huelva) 

    Los hechos que ahora narro ocurrieron al comienzo de mi pasantía en López, Chacón y Villegas, cuando acababa de licenciarme y hacía bíceps a base de llevar y traer legajos del archivo. El bufete se ocupó de un caso que tuvo gran repercusión mediática, no tanto por su importancia como por lo estrafalario del mismo; una demanda por agresión interpuesta contra un pichón silvestre. La desafortunada ave había sido abatida en el transcurso de una cacería por el banquero Emiliano Botón y, no se sabe si fortuitamente o, como sostenía el demandante, “en un claro afán por consumar sus ansias de venganza digno de un kamikaze japonés”, había finalizado su postrero vuelo impactando contra el ojo izquierdo de su verdugo, ocasionándole una pérdida de visión del ochenta por ciento. Increíblemente, la demanda fue admitida a trámite y se celebró el juicio. Huelga decir que el pichón fue condenado por incomparecencia.

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  • Visto para sentencia

    Manuel Sánchez Vicente · Madrid 

    Mi pasantía en aquel juzgado coincidió con la huelga de magistrados. “Queremos modernizar la Justicia, ya está bien”, me dijo el secretario antes de abandonar la sala para sumarse al paro. “Dejo aquí el sumario en el que está trabajando el juez, no lo pierdas de vista”, añadió. Cogí el mamotreto por dos folios, se rompieron, y el documento cayó al suelo a plomo, igual que un pichón abatido en una cacería. Tenía unas hojas tan desgastadas que se me deshacían en los dedos, como si fuera el cadáver de un legajo y yo un forense inexperto. Sorprendido, comencé a leer. El escrito desgranaba un caso en el que un astronauta estaba acusado de asesinar a su compañero con una llave inglesa. Miré la fecha. Habían pasado treinta años y aún no se había convocado el juicio. Recuerdo aquel día. El acusado había pisado Marte por primera vez.

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  • ¿Inocentes?

    Ana María Lezcano Fuente · Santa Cruz de Bezana (Cantabria ) 

    Inocencio no tenía un pelo de tonto. Apenas había salido del pueblo y su vida era el ganado. Lo apodaban " ojo de águila " por su excelencia como ojeador. Los fines de semana venía de la capital un hijo estudiado en leyes que malvivía de una pasantía mientras se curtía. Lo del chaval es el legajo, lo mío el campo, la cacería y un buen pichón a la cazuela, decía el viejo. Por sorpresa llegó un martes el hijo: hay huelga en lo mío, explicó. Y subió al monte con el padre. Inocencio se sentó en una roca y espetó: esos de la ciudad, ni hablar saben. Los escucho en la televisión y me dan risa, tan atildados ellos.Llevan semanas cotilleando sobre cacería y lo que hubo fue montería.¡ Y qué montería! ¿ Pescas la diferencia, chico? Y sacó la bota de vino. ¡ Sabrán estos!

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  • ¿Viejos tiempos?

    Francisco S. Ramírez Bullón · Valencia 

    “Señores consejeros: el imponente sillón reclinable que preside este despacho forrado de madera donde nos encontramos no me hará olvidar nunca mis duros comienzos en la abogacía. Lechuguino como era entonces, pensé que la pasantía sería la mejor forma de iniciarme en la práctica del foro; pero cómo las pasé: canutas, señores, canutas. Entre el fuego cruzado de los dos abogados titulares del bufete, que no se soportaban ni en pintura, yo era el pichón a quien todos apuntaban. Como en una cacería, caía y me levantaba una y otra vez y realizaba las tareas más ingratas: hacer fotocopias, ordenar polvorientos legajos... Ah, y por supuesto, ni mencionar la palabra huelga: eso era tabú...” Un mozo decrépito golpeó la puerta de la sala, interrumpió al letrado y, violando la reunión, le entregó pesadamente lo que parecía un expediente. Después se alejó arrastrando los pies. “Disculpen, caballeros; era mi pasante.”

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  • Venganza

    Teresa Bautista Polo · Salamanca 

    Le conocí cuando yo era un inmaduro estudiante de derecho haciendo la pasantía con un importante abogado de la ciudad. Siempre se dirigía a mí con desprecio, me llamaba "el pichón", y seguramente tenía razón, en aquellos años yo parecía una pequeña ave asustada de aspecto poco lustroso. Esta mañana, en la cacería, me ha reconocido de inmediato y me ha vuelto a llamar como lo hacía en el pasado pero de modo mucho más coloquial. Le habían informado que yo era el artífice y principal dirigente de la huelga, y recordaba que hace años le había visto usurpar clandestinamente un legajo del despacho que con el tiempo utilizaría para hacerse rico. Hoy sudaba más de lo habitual, sabía que tenía que negociar conmigo y esta vez yo llevaría las riendas.

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  • Ramírez

    Carlos Fruhbeck Moreno · Gualdo Cattaneo (Pg) - Italia 

    Ramírez habita desde hace treinta años en los archivos del Palacio de Justicia. Una dieta a base de casos de homicidio en espera de juicio y jugosos desfalcos sobreseídos le ha dado el aspecto de un legajo amarillento. Los bedeles usan trozos de su maltrecho cuerpo como papel de liar. Sufre mucho. Sin embargo, no quiere volver a la superficie. Tiene miedo de que no haya terminado la huelga de jueces. Recuerda como entraron en el juzgado con escopetas e iniciaron una cacería de abogados defensores y auxiliares administrativos. Como protesta, decían. ¡l sólo era un licenciado que empezaba su pasantía. De milagro, consiguió refugiarse en los sótanos. No quería que lo llenaran de perdigones, como si fuera un pichón. No volverá a ver el sol. Tiene miedo de que su cráneo acabe sobre una pared junto a una mala copia de Los Girasoles de Van Gogh.

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  • Testigo inútil

    Yemila Saleh Fraile 

    Soy el último de los míos. Nos han ido expulsando poco a poco. Primero fueron los que venían en busca de cacería, hechizados por el paisaje y la fauna. Luego llegaron los chalecitos para urbanitas estresados. Al principio, sólo eran unos pocos, pero al ver el éxito de semejante iniciativa, pronto llegaron decenas de hombres ambiciosos y con pocos escrúpulos que, legajo en mano y acompañados de sus hombres de la abogacía y de sus muchachos de la pasantía, convirtieron nuestro hogar en una urbanización gigantesca. Nada logró pararles, ni las protestas de los ecologistas, ni la huelga que organizaron sus maltratados obreros: se salieron con la suya. Si fuera capaz de hablar, contaría a un juez las barbaridades que he visto y escuchado, pero qué puedo hacer yo: sólo soy un pobre pichón. Y hoy parto en busca de otro bosque. Si es que queda alguno?

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  • Aquel diario

    Estíbaliz Aranzabe Basterrechea 

    Los años habían convertido su diario en un legajo amarillento. Hoy en día que las plumas estilográficas están sumergidas en una huelga indefinida, apenas existen escritos a mano, solo redes sociales y chats que permiten camuflar una cacería de pichones en una amistad virtual. Por eso, cuando tuve entre mis manos su diario, lo abrí y destapé la frescura de aquellos años. Siempre intuí que durante aquellos años en que hicimos juntos la pasantía con el Juez Calle, ella me amaba. Ella nunca tuvo valor de demostrarlo, solo de escribirlo en un papel sin boca para traicionarle. Yo tampoco lo tuve. Mi obsesión por el trabajo me negó la felicidad de compartir mi vida con ella. Hoy, día de su funeral y con su diario en la mano, soy un prestigioso juez infeliz y vacio. Hay cosas que más vale no saber nunca, saberlas tarde, no es suficiente.

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  • Sus largas piernas

    Maria Reina Hernandez 

    Me enamoré de ella durante la pasantía. Fueron sus largas piernas blancas y pecosas atravesando el pasillo de la oficina las que hicieron surgir en mi el amor. Pichón, pichoncito mío?su voz me llegaba a través de las paredes de falso ladrillo y aunque esas palabras no iban dirigidas a mí, si no al jefe del departamento, yo las sentía como propias y únicas. El legajo que alguien había dejado en mi mesa de escritorio compartida se llenaba de corazones quebradizos de tinta, ¡qué iba a hacer si en mi mente no había otra cosa! Alguien dijo que se encontró con un corazón roto sobre el casillero en el que debía estar escrito el monto de un seguro a cobrar. La cacería que emprendió el jefe pronto dio conmigo como culpable. Desde entonces mi corazón anda desempleado y en huelga.

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  • Pitiflonio

    Ernesto Fernández · Dos Hermanas (Sevilla) 

    Los tiempos en que Miliki era ídolo de masas, Ronald McDonal un símbolo de modernización, y Micolor la marca líder de detergentes, habían quedado atrás. El payaso Pitiflonio sobrevivió a todo, incluso a la gran escasez de narices de goma del 93. Pero esta crisis fue demasiado. Los contratos de cumpleaños se desplomaron, pelucas y zapatones ya no desgravaban, y el gobierno no les dedicaba ni una sola línea en sus planes de intervención. Pitiflonio encabezó la huelga que desató una despiadada cacería de funcionarios, secretarias, y hasta abogados en pasantía. ¡stos, cual pichones, caían bajo los martillos-pedorreta de los airados payasos, dejando un rastro de legajos y confetti por los pasillos ministeriales. Alarmado por la situación, el presidente accedió a entrevistarse con el cabecilla. Pitiflonio le estampó una tarta de crema ante millones de televidentes. La crisis no se solucionó, desde luego, pero, y lo que nos reímos...

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  • San Martín

    Agustina Herranz González · Linares (Jaén) 

    La secretaria personal del Sr. X leía con avidez los titulares de la prensa escrita mientras, de fondo, se escuchaba la noticia de la huelga de jueces en las principales cadenas de televisión. A las diez en punto de la mañana, como siempre, la eficiente empleada informó a su jefe de que podía respirar tranquilo un día más. El Sr. X dejó escapar un sonoro suspiro, pero su rostro se mantuvo en tensión porque sabía que en cualquier momento la cacería se dirigiría contra él, que un ejército de ayudantes llevaban a cabo su pasantía buceando cada día entre los más variados legajos con instrucciones precisas dirigidas a descubrir su punto débil, su talón de aquiles, aquél secreto inconfesable que le convertiría, más temprano que tarde, en el próximo pichón, en el blanco de la jauría. Después de todo, a cada cerdo le llega su San Martín.

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  • Realidad maquillada

    Yosune Parola Saez · Bilbao 

    La huelga del textil tíñó de sangre las calles de la ciudad. El Gobernador, hombre aficionado a la cacería, sacó pelotones de guardias a caballo, que se dedicaron a la caza del pichón con los obreros. Por aquel entonces, yo llevaba la pasantía de Bruñols e Hijos, ilustre bufete ajeno a la hemorragia de la ciudad. Cargado de legajos, me dirigí a la notaria, para legitimar unas escrituras. De pronto la vi, indecisa, en medio de la calle. Era el ser más perfecto jamás observado. No lo dudé. Tiré los bártulos y crucé para ponerla a salvo. Mientras la empujaba firme, pero tiernamente a la vez, debajo de un carro, sentí la hoja vuelta de un sable golpeando mi espalda. Hoy en día es mi mujer, y no tengo queja. Solo me queda un resquemor cuando a la hora de las comidas, coincido con su padre, el ilustre Gobernador.

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  • Valida pasantía

    Alicia Ballesta Ruiz · Orihuela (Alicante) 

    Inicié mi pasantía cual pichón revolotea en medio del coto privado, en período de cacería, sin saber donde acudir ni qué hacer, declarándome en huelga cada cinco minutos, abrumada por el miedo que produce no tener disposición suficiente ante los asuntos civiles, penales, mercantiles... que se amontonaban en mi mesa. Finalmente, gracias a la pericia de los abogados con los que realicé mi pasantía , reúno las sentencias, obtenidas con los conocimientos adquiridos en dicho período, cosidas en un único legajo que guardo con sumo cariño para mostrárselo a mis descendientes, llegado el momento. Cada día inicio mi personal cacería de asuntos que me permitan crecer cada día profesionalmente, de manera bastante como para estar frente a aquellos que en mis inicios conseguían que me amedrentase en sala, y que ahora inspiran mi crecida en el estrado cual mar bravío, enfadado por el viento incesante que perturba su calma.

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  • Recuerdos

    Javier de la Cruz Amárita · Bilbao 

    Hace ya muchos años pero recuerdo mis comienzos con mucha claridad. La época de pasantía en un bufete mediocre ha dejado huella en mí. Con la mesa llena de legajos sobre los más variados temas, disfrutaba del color amarillento de sus hojas y su olor rancio. Tras muchos años ejerciendo la profesión, ésos son quizás mis momentos más felices. Sin la responsabilidad de ser un hombre conocido, seguido por los medios al finalizar las vistas. Un joven anónimo que aprendía con lo que hacía y disfrutaba de cacería con los amigos, rodeado siempre de pichones más rápidos que sus reflejos. Huelga decir que he sido feliz, pero ahora que se acerca el final debo confesarles que no me siento orgulloso de algunos actos y actitudes de mi pasado. Son parte de mi vida y los asumo, pero también debo pedir perdón por el daño causado. Perdón.

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  • Testamento

    Salomé Guadalupe Ingelmo · Madrid 

    Temió que la huelga de transportes le hiciese llegar tarde a aquella cita impostergable con el hombre que durante su pasantía había sido su segundo padre. Pero allí estaba, justo a tiempo.
    La sarmentosa mano del anciano le aferra con una insólita delicadeza. Tiene los ojos vidriosos, como aquel pichón que abatieron el día que se lo llevó de cacería.
    -¡¨Serás el tutor de mi nieto?
    -No seré tan bueno como tú, pero prometo hacerlo lo mejor que sepa.
    -Enséñale lo que yo te enseñé. Enséñale por mí que ganar no es lo más importante. Que hay cosas que están por encima del dinero y el reconocimiento.
    Se pregunta en qué momento los trajes caros y los coches de lujo ocuparon el lugar de los ideales que aquel hombre había sembrado en él.
    -Por supuesto -responde ausente mientras intenta recordar la última vez que sintió algo al tocar un legajo.

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