Caza mayor

Eloy Serrano Barroso · Madrid 

Fidel va recogiendo los pichones que los cazadores abaten. Se ve ridículo arrastrándose entre los matorrales, desentonando de todos con la corbata y el traje gris que su jefe le ha obligado a llevar. “Estás invitado a mi cacería”, le dijo la víspera, con una oscura sonrisa que Fidel acertó inútilmente a interpretar. Ahora siente la humillación -más aún que en las horas lentas de la pasantía-, como un perro entre los perros. Pero en un bolsillo esconde el instrumento de su venganza: el falaz legajo que alentó la huelga en los astilleros. Y ocultando su rabia, se ofrece a cocinar los pichones rellenos. El jefe accede regodeándose en la docilidad de su pasante. No sabe que horas más tarde Fidel lo verá palidecer, justo cuando los ilustres y desconcertados comensales sacan del vientre de los pichones una bola de papel, la extienden sobre la mesa y empiezan a leer.

 

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