El abogado Quijote

María Teresa Ganfornina Rus · Jaén 

En un lugar de la Mancha, cuyo nombre huelga decir, no ha mucho tiempo que vivía un letrado de los de toga en perchero, formación en pasantía, estilográfica antigua y máquina de escribir. De variado menú diario -siempre fuera de casa-, los fines de semana acostumbraba a saborear duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún pichón de añadidura los domingos. Frisaba la edad de nuestro letrado con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de las cacerías. Es, pues, de saber que este sobredicho letrado, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de historia, legajos y otros documentos, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun lo que es peor, la administración de su despacho.

 

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