Imagen de perfilCOMPAÑERO BOT

Ángel Montoro Valverde 

Esta primavera, los fondos europeos han traído un robot al bufete. Su precio es secreto de confesión, dice mi jefe. No precisa formación continua, sino que se actualiza con un automático volcado de datos. Su capacidad para memorizar, procesar y razonar es cien mil veces superior a la de un humano (según qué humano, digo yo). Por ley, a estos engendros hay que matricularlos, pero a este, además, lo han colegiado. Todo un adelanto para el despacho y una amenaza para mí, que encima soy el encargado de ponerle al día. En su manual de instrucciones leo que optimiza cualquier tarea repetitiva, así que lo he puesto en atención al cliente y repite como nadie manidas expresiones: «De lo suyo aún no ha salido nada… las consultitas también se cobran… a veces se gana y a veces… justo en este momento estábamos estudiando su asunto…».

 

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