X Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilDías de gloria

Héctor Seco Rovira 

Un hombre y un niño esperaban tras la mesa. Una mujer de blanco abrió la puerta y entró un anciano con una camisa de pliegues marcados bajo una vieja corbata: —¿Puedo ayudarles? —preguntó el anciano. —Señor Adánez, necesitamos sus servicios —se apresuró a contestar—, para demandar a una importante cadena de comida. Será muy mediático y sabemos que ha salido victorioso de los últimos casos. La cara del anciano se iluminó con ojos encendidos de recuerdos. —El chaval ha sufrido ya dos lavados de estómago, la última convalecencia fue especialmente dura. —¡Indignante! —exclamó el anciano—. Debemos repudiar con firmeza estos abusos. Tras una hora charlando, se levantaron y apretaron sus manos. Salió por la misma puerta, acompañado de la mujer. —¿Tenemos que jugar a abogados siempre que venimos a ver al abuelo? —Nunca uses ese verbo delante de él —respondió empujándole la cabeza contra su pecho para esconder sus húmedos ojos.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilEl suplantador

María Sergia Martín González- towanda 

Jamás vi mayor felicidad en rostro alguno que cuando dijimos a mamá que viajaríamos juntos al lago. Para limar asperezas. Y es que ‘don Leyes’ había conseguido amargarme la existencia desde que compartimos útero. Ya, durante nuestra gestación, me pegaba patadas para salir delante en las ecografías. En la escuela, su verbo era seductor e incluso resolvía contestar si yo fallaba alguna respuesta. La universidad sirvió para acaparar chicas y matrículas… Sin duda, un tipo victorioso: el favorito de mamá. Su ovacionada graduación en Derecho me hizo repudiar la genética compartida con aquel mamarracho. Llevo años memorizando sus gestos, su conciliadora sonrisa, el tono autosuficiente con que discute, persuade o negocia cuando se dirige al estrado. Confío en que, tras su ‘accidente’ en el lago, ni mamá sea capaz de descubrir el cambiazo. Eso sí, opuso tanta resistencia a abandonar este mundo que necesitaré un tiempo de convalecencia. Probablemente largo.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilA Groucho abogado

    Nieves Prieto Lavin 

    Siendo niño, tras una varicela de la que salí victorioso, me autodeclaré oficialmente marxista. Pero no por Karl, sino por Groucho. El botón de rewind del Betamax salió muy perjudicado de aquella convalecencia mía.
    El abogado desastre de verbo fácil que convertía en un santiamén su vivienda en un despacho donde recibir clientes inspiraba lo que sucedía en mi casa cada tarde. Y es que antes, cuando los abogados, sin repudiar un solo asunto por extraño que fuera, se dedicaban a contestar demandas a escasos metros de la cocina de su casa, la profesión parecía otra. Más de pueblo, más cercana, más viva. Hoy, cada día que un generalista cuelga su placa en el portal de su vivienda, a un ángel le dan las alas. Eso sí, a Groucho le hacen cumplidos homenajes en el BOE (con demasiada frecuencia hasta para un fan como yo).

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  • Imagen de perfilPequeñas satisfacciones

    Jerónimo Hernández de Castro 

    Siempre resulta grato el reencuentro con los antiguos discípulos, aunque sea en la sala de vistas y yo sea el acusado. El fiscal, no cabe duda, es de mi escuela y de los mejores. De mí aprendió que la justicia es la prioridad y a repudiar distracciones sentimentales. Ahora, ante su verbo insolente que me apremia a contestar en interrogatorios y careos, debo hacer gala de todos mis recursos dialécticos para paliar lo inevitable.
    En unos días saldrá victorioso y ello me permitirá saldar mi deuda con la sociedad, a la que ya hace tiempo dejé de servir. Solo cabe aprovechar la oportunidad de una nueva etapa. Como un enfermo, con una larga convalecencia por delante.

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  • Imagen de perfil¿VICTORIA?

    FRANCISCO MORENO AMENGUAL 

    ¡¿Será posible?!!¿pero quién se ha creído que es al contestar así a mi interrogatorio?! Tales eran los pensamientos que me vinieron a la mente cuando, haciendo gala de la mejor de mis actuaciones en sala, puliendo al máximo el verbo, el demandado se había inventado una sarta de mentiras para justificar lo injustificable (el repudiar a un hijo propio). Lo peor de todo es que el juez parecía creérselo de cabo a rabo por lo que el bando victorioso no iba a ser el de mi cliente ¡tenía que reaccionar ya! Fue entonces cuando recordé lo de la caída a caballo del demandado que me había comentado vagamente mi cliente ¿No es cierto que fue su hijo quien le cuidó durante su convalecencia?¿por qué razón, si no, consta su nombre en el parte de visitas diario del Hospital? La victoria había cambiado irremediablemente de bando. Y él lo sabía…también S.Sª.

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  • Imagen de perfilSi no fuera por ti, amiga letrada

    Miriam Jiménez 

    Si fuese a contestar a todo lo que se ha dicho de mí en el pueblo, no viviría. Me ha costado no entrar en debates, y es que todo el mundo parece conocerte, sabiendo incluso que pasó aquella noche. Para mí, el verbo repudiar es muy intenso pero no encuentro otro que refleje tan bien como han sido estos años. Nadie me preguntó pero todos conocían el motivo de mi convalecencia. Durante un breve espacio, sentí esfumarse la presión aunque menos mal que en ese instante llegó ella con su chaqueta negra. Ahora este culpable sin sentencia, victorioso pero en terapia, se atreve a compartir su historia de vida.

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  • Imagen de perfilQUIZÁS

    MERCHE BOVÉ BARBERÁ 

    Salió victorioso de su lucha contra el cáncer tras una dura convalecencia que le mantuvo apartado de estrados casi un año. A la vuelta su verbo se había tornado más suave y en sus escritos ya no utiliza vocablos belicosos. Pero eso no fue todo. Se había propuesto repudiar aquellos asuntos que le encargasen las grandes empresas. A partir de ahora solo defendería a los más débiles. El primer conflicto no tardó en llegar. Tenía que contestar una demanda interpuesta contra un Banco que le había encargado muchos pleitos. ¿Iba a renunciar a ese caso? La cuantía era importante, me dijo que se lo pensaría. Empezó a preparar la contestación por aquello de que los plazos son improrrogables, y también asistió al juicio. Cuando le preguntaba qué había decidido, utilizaba cualquier excusa. La última, que quizás donaría el importe de sus honorarios a alguna ONG si ganaba en costas.

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  • Imagen de perfilTOMAR LA JUSTICIA POR SU MANO

    Susana Goñi Rodríguez 

    Fue un juicio largo y tedioso para los que acudimos como público. Tuvieron que analizar más de cien objetos encontrados en el lugar del crimen, incluido un serrucho. Menos mal que en los descansos podíamos estirar las piernas deambulando entre las salas.
    Al día siguiente tenía juicio a primera hora, pero no me importaba, aunque de contrario le tenía a Él, el abogado perfecto, guapo, de fácil verbo y mejor contestar. Todo se le permitía, de hecho, siempre se sentaba en el mismo sitio en la Sala, dónde estaba la mejor acústica. Daba igual si iba de demandante o demandado que él nunca se movía, y si alguno se quejaba siempre le disculpaban y salía victorioso ya recién comenzado el juicio. Me hizo repudiar el derecho.
    Pero ese día se hizo justicia, su silla cayó ruidosamente entre las tablas del estrado, parecían serradas, dijeron, algo extraño. Tuvo una larga convalecencia.

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  • Imagen de perfilAlonso Quijano

    Ander Balzategi Juldain 

    La convalecencia lo transformó. Salió de la clínica con algo más que un ánimo renovado, salió con el ímpetu de un caballero que se veía victorioso antes de comenzar la batalla. Notó, al hablar con la enfermera, que su verbo se había vuelto audaz y exuberante. Su desempeño como abogado en el pasado le parecía ahora insignificante, diluido por la efervescencia de sus nuevas pretensiones. Iría a por ellos, a por esos gigantes corporativos que medraban a sus anchas explotando el sistema y exprimiendo sus recovecos. Los conocía bien, llevaba años encerrado redactando contratos y preparando declaraciones fiscales para ellos. Cuando volvió a su cubículo encontró la mesa llena de expedientes y el teléfono sonando sin parar. No iba a contestar. Lo primero era encontrar un escudero. ¿Quién repudiaría una oportunidad así?

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  • Imagen de perfilDime por qué motivo…

    Daniel Domínguez Repiso 

    Mientras sorbía con desgana de la pajita aquel insulso brebaje, cayéndole más de la mitad por sus desobedientes labios, se le acumulaban, cuan bandada de cuervos, los más negros pensamientos.

    Él, victorioso en mil pleitos, verbo afilado del foro, portada de revistas, conferenciante de moda… apenas podía ahora contestar cuál era su nombre sin que se le cayera ridículamente la baba…

    Y ahora se cuestionaba agriamente para qué de aquellos desmesurados esfuerzos, el porqué de tantas noches sin dormir, aferrado a la cafetera, sostenido por el picante humo de la nicotina… De nada valía repudiar aquellas miles de hora… pero se maldecía una y mil veces por ello.

    Había sobrevivido y, con mucho esfuerzo, podría contarlo… quizás para que sirviera de ejemplo a terceros pero, ya se sabe, nadie escarmienta en cabeza ajena…

    Por delante una exasperante y dura convalecencia, con incierto resultado, y miríadas de amargos recuerdos…

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  • Imagen de perfilSIMBIOSIS

    Raúl López Expósito 

    Don Ernesto no descansa ni después de jubilarse. Cada mañana acude el primero al bufete, entra en su antiguo despacho y ocupa mi sillón. Como deferencia, y porque mantiene el privilegio de repudiar asociados, le concedo una hora. Luego llamo a la puerta y me recibe con documentos en la mano. Sonríe victorioso cuando señala alguna frase mal redactada, un verbo inadecuado, comas y puntos que sobran o faltan. Siempre le agradezco el interés, pero ayer incluso mejoró mi estrategia procesal en un litigio enrevesado y solo supe contestar:
    —¿Existe jurisprudencia?
    Cuánto me arrepiento. Me reconcome la culpa desde que oímos el golpe; nos encontramos a Don Ernesto tendido en la biblioteca, con fractura de cadera, consultando un tomo arrancado del estante superior. Por eso, y porque su ayuda me hará ganar más pleitos, aliviaré su convalecencia llevándole a casa, todos los días, mis borradores de trabajo.

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  • Imagen de perfilLa arroba terca

    JOSE MARIA SANHONORATO VAZQUEZ 

    Erase una vez una arroba que, por insistente y terca, se granjeaba la animadversión de un abogado igualmente cabezota. Tal era su necedad que obstinadamente se colaba, con un uso que no le correspondía, en las comunicaciones del Colegio de Abogados. Pero la terquedad del abogado era mayor y no cejó en su empeño de corregir la testarudez de la arroba. Así, cual Quijote asiendo fuertemente su maltrecha lanza y asumiendo su papel de defensor de una razón que en este caso sí le amparaba, cogió la arroba y, escogiendo el verbo más sonoro, la desterró inmisericorde de esas comunicaciones, poniéndole como condición para su vuelta que se incorporase a su uso habitual como símbolo o bien que consiguiese de la RAE el permiso conveniente, como penitencia en período de convalecencia. Y así fue como el abogado salió victorioso al contestar y repudiar justamente el uso incorrecto de la arroba.

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  • Imagen de perfilVIVIR ESPERANDO

    Eva María Cardona Guasch 

    Recién colegiado, desde un modesto despacho, confiaba en que la clientela llegaría. Así fue. Lentamente, el bufete se llenó de vida. Vinieron años intensos, apurando plazos, aguardando señalamientos; soportando retrasos procesales, nervios a las puertas de la Sala. Controlaba la impaciencia ante la notificación de cada sentencia, aspirando a quedar en el bando victorioso. Pero no podía ni quería repudiar aquel desasosiego, aquella permanente tensión, para mi, vital.

    La memoria ya me falla y vivo en una convalecencia permanente. Irremediablemente, me ha alcanzado la jubilación (tardía, eso sí).

    El día de la despedida, los colegas me homenajean, alzan sus copas, me exhortan a intervenir. No dudo en contestar al requerimiento a modo de postrera constatación: “Ahora que lo pienso, caigo en la cuenta de que el verbo de mi vida ha sido esperar”.

    “Y sólo me queda un plazo”, pienso para mis adentros para no aguar la fiesta.

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  • Imagen de perfilEL CAMBIO

    JUAN MANUEL RUIZ DE ERENCHUN ASTORGA 

    Siempre recordaré con cariño a Don Justiniano, el mejor letrado del país. Paseó su porte majestuoso por los estrados de tantos juzgados que sólo con mencionar su nombre levantaba admiración. Abogado de verbo victorioso, ganaba pleitos utilizando la dialéctica jurídica con rigor de pulcro bibliotecario y precisión de gran cirujano. Fue mi maestro y espejo durante más de cuarenta años, raudo a contestar cualquiera de mis múltiples dudas. Con él aprendí la disciplina, templanza y sapiencia del buen jurista. Alejado de leguleyos, farsantes y demás fariseos, siempre defendió con valentía y honradez las causas justas.
    Lamentablemente, Don Justiniano se ha ido. Tras un grave accidente y una larga convalecencia, cuando se recuperó le dio por repudiar su profesión. A sus setenta y cinco años jura ser miembro de los Rolling Stones. Ha cambiado códigos por guitarras, juicios por conciertos y pasantes por fans. Ahora se hace llamar Keith.

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  • Imagen de perfilUN DÍA CUALQUIERA EN CUALQUIER JUZGADO DE INSTRUCCIÓN DE CUALESQUIERA DE LAS CIUDADES DE ESTE PAÍS

    MANUEL MORENO BELLOSILLO 

    Declaración del denunciante: Era un día gris. Estaba corriendo tranquilamente por el parque cuando de repente vi surgir como del infierno a gog y magog, dos terriers gigantes negros como la noche que se me abalanzaron. Sus afilados colmillos refulgían entre los espumarajos de su boca carnicera. Finalmente pude repudiar el ataque y salir victorioso de la lucha. Secuelas: un año de convalecencia por las mordeduras y un terror patológico a los perros.

    Declaración del denunciado: No es sencillo contestar al denunciante, quien quizá, con su verbo fácil, haya confundido al tribunal. Era un hermoso día de primavera, mis chihuahuas pin y pon correteaban entre la hierba del jardín. De repente surgió ese energúmeno pisoteando las flores y mis perros se acercaron a saludarle alegremente. Secuelas: unos lametazos y una divertida anécdota ¿Quién puede ser tan inhumano como para odiar a los perros?

    SSª: Visto para Sentencia.

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  • Imagen de perfilCaso cerrado

    Francisco Lopetegi Peñagarikano 

    El abogado observaba a su importante cliente, quien recibía las felicitaciones de los asistentes al juicio. Era el caso más duro al que se había enfrentado, sobre todo después de que unos desconocidos le rodearan en un callejón hacía un mes. Tras dejarle su tarjeta de visita en todos los huesos del cuerpo, y sin la necesidad de utilizar ni un solo verbo, le transmitieron perfectamente que no podía fallar. Después de dos semanas de convalecencia en el hospital comenzó a repudiar su profesión, pero su única opción era sacar lo mejor de sí mismo y poner en práctica todos los conocimientos que había adquirido en la universidad. Afortunadamente, tantas horas invertidas en la cafetería de la facultad iban a servirle de algo: un par de llamadas, un cable de frenos cortado, algún testigo menos y caso cerrado. Suspiró y, con gesto victorioso, se dirigió a contestar a los periodistas.

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  • Imagen de perfilCucú (una historia sobre la injusticia)

    David Villar Cembellín 

    Cuando su madre se levantó, corrió a esconderse. El pequeño juez contaba cuatro años y su anhelo era dar un susto de verdad, se había acabado la convalecencia de aquellos tiempos condescendientes donde él hacía “¡uh!” y todos fingían miedo con aspavientos. Aquel día el susto sería real. Se oyeron pasos:
    —¡Cucú! —apareció victorioso.
    Como una flecha de luz, como un verbo fugaz, fue el acto reflejo de su madre: una sonora bofetada, ¡plas!, su mano izquierda abofeteándole con la velocidad de un parpadeo.
    En los ojos del pequeño juez comenzaron a condensarse lágrimas de incomprensión. No quería llorar, no sabía qué contestar, pero se palpaba el moflete amoratado y hacía pucheros. Aquel día descubrió La Injusticia...
    (...)
    Nuestro pasado nos pertenece como el hambre al destierro, imposible repudiar los recuerdos. Por eso eligió la judicatura, se autoconvence, para luchar contra la sinrazón.
    “Cucú”, todavía susurra cuando descarga el mazo.

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  • Imagen de perfilPlumas contra tridentes

    Alvaro Abad San Epifanio 

    “Verboquesehizocarne”, “Verbo” ahora para los amigos, respetó la recomendación de contestar tan sólo las preguntas de “Abogadodeldiablo”, el suyo. Semanas atrás, desde arriba le habían obligado a abandonar su marmórea tumba sin apenas explicaciones, y durante la sosegada convalecencia para cerrar sus heridas había decidido repudiar la impuesta invitación para cambiar este mundo de vino, peces y Magdalenas por un supuesto paraíso lleno de aburridos santos. Aunque esto le costara una divina demanda por supuesto incumplimiento de contrato. Por suerte para él, su abogado contaba con una muy dilatada experiencia en evitar paradisiacas ascensiones. Llevaba milenios haciéndolo y acostumbraba a salir victorioso de todos sus juicios.
    Hoy, la decisión del juez: o Verbo se queda entre los mortales, o unos emplumados angelitos lo prenderán para elevarlo hasta los celestes cielos. Cuando el magistrado entra en la sala rodeado por una nube de humo sulfuroso, “Abogadodeldiablo” sonríe maliciosamente.
    Se queda.

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  • Imagen de perfil24 HORAS

    Laura Valtueña Jiménez 

    Un día. Sólo pedí un día para tratar de esclarecer mis pensamientos aprovechando mi actual estado de convalecencia. Toda una vida respaldado tras el velo de una profunda amistad entre el bien y el mal, dualidad hecha verbo manifiestamente en Ignacio y en mí. Sin embargo, en esta ocasión, no era capaz de contestar ante su insolente proposición.
    Durante años había salido victorioso de cada fechoría perpetrada gracias a mi silencio pero, esta vez, la enjundia versaba sobre un crespo delito de calibre superior y mi papel se tornaba en un galimatías moral. No se trataba de encubrirle sino de delatarle, sabiendo que, así, lograría que me fuera a repudiar de nuestra relación casi fraternal para la eternidad.
    Aquellas efímeras 24 horas se habían desvanecido y en un espídico instante ya me hallaba ante las consecuencias de mi decisión.
    Un fluorescente titilando y mis rodillas flojeando. Una firma. Una traición.

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  • Imagen de perfilAs de corazones

    Carlos Alberto López Martínez 

    Recordaba el tiempo de nuestra juventud: él, atleta victorioso, conquistador insaciable de medallas y corazones; yo, un guiñapo de rostro picado tras una infructuosa convalecencia de la viruela, cuya única virtud estética fue nacer con el verbo fácil, y ser lo suficientemente humilde como para no repudiar los consejos de mis profesores de que me centrara en los estudios y dejara los triunfos deportivos a los mejor dotados para ellos. No obstante, de tan opuestos, eramos inseparables: él me defendía de los abusones y siempre me elegía en su equipo para las pachangas, y yo usaba mi labia para contestar cada vez que un profesor le recriminaba su escasa motivación por los cuadernos, como un abogado de pupitre. Nada dura por siempre y fuera de las aulas, nos perdimos la pista. Hoy, lo veo jugar por televisión y, cuando coincide que estoy en compañía, siempre presumo: "¡Mira, un cliente mío!"

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  • Imagen de perfilEl velocista

    Asier Susaeta Diez de Baldeón 

    Su reputación nos preocupaba a todos en el despacho. Habíamos oído que el nuevo fichaje del jefe era capaz de salir victorioso de cualquier juicio gracias a su verbo desbocado y réplicas de velocista y temíamos que aquel sujeto alterase nuestro ritmo natural, más próximo al de los maratonianos. Y así fue. Entró como una exhalación en la sala de reuniones, se presentó estrechando sus dos manos a la vez —sin ni siquiera darnos tiempo a contestar— y detalló su exitosa trayectoria en un santiamén. También comprobamos con qué rapidez te hacía repudiar cada célula de su cuerpo. Como es lógico, en cuanto desapareció de la sala dejando una estela trajeada empezamos a calcular los meses de convalecencia si, casualmente, sufría un accidente. Por desgracia no pudimos concretar ningún plan; en plena tormenta de ideas, todos nosotros recibimos un email suyo con la demanda por agresión en grado de tentativa.

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  • Imagen de perfilEL CICLO DEL ABOGADO DE FAMILIA

    Marina Verón Gálvez 

    La primera llamada de la mañana es la más difícil de contestar, sobre todo cuando estás en mitad de negociaciones de convenios reguladores. Se torna en heroico salir victorioso del entramado de argumentos que el compañero concienzudamente expone en favor de su cliente sin titubear.

    Tranquilo, el trance se supera con alguna que otra concesión y se solventa llamando al representado para exponerle muy cuidadosamente las variaciones a efectuar de la propuesta inicial, de la que en un primer momento no deseaba variar ni un verbo.

    Trabajo de titanes que de lograrse, tras horas de conversación con tu patrocinado, conllevará un pequeño periodo de convalecencia en el que prácticamente querrás repudiar cualquier asunto relacionado con visitas, custodias y alimentos, pero se supera en cuanto vuelves a escuchar otra aparente situación irresoluble en el núcleo familiar.

    Se lleva dentro, no lo puedes evitar. Se trata del ciclo del abogado de familia.

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  • Imagen de perfilEl golpe de suerte

    Anna García Vidal 

    Mi hermano siempre tuvo suerte. Tiene, tiene suerte, me equivoqué de verbo. Cada decisión era la correcta y cada casualidad, un regalo. Crecer a su sombra no fue fácil pero lo hice, siempre con el temor a que mis padres me llegaran a repudiar. Sí, le tenía envidia pero no, no quise matarle. Es que… se le veía tan seguro de sí mismo quitándose la camisa para meterse en el río… sólo quise asustarle y que todos nos riéramos de él, por una vez. ¿Cómo iba a pensar que la piedra le daría de lleno en la cabeza? ¿Está usted loco? ¡Él siempre tenía suerte! Nadie lo hubiera dicho, yo no lo hubiera dicho. ¡Es la primera vez en toda mi vida que soy yo el que sale victorioso! Y ni siquiera puedo celebrarlo. Abogado… No tiene por qué contestar pero ¿cree usted que me perdonará cuando termine la convalecencia?

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  • Imagen de perfilDislexia

    Jose Maria Bento San Roman 

    No puedo con esta secretaria. Le dije a mi socio de despacho que la crisis no justificaba contratar ignorantes integrales. Al final, como siempre, el salió victorioso y la contrató, supongo más impresionado por sus tetas y su vestido ceñido que por su aptitudes legales. Me pueden sus modales barriobajeros, su odioso perfume, su incontinencia al contestar las llamadas. Pero lo que me más me subleva es su incapacidad para usar términos jurídicos. Vale que no conjugue un verbo bien. Que equivoque los números de las carpetas. Que use más Facebook que Excel. Dislexia dice mi socio, mientras mira su escote con una mezcla de arrobamiento y lascivia. Para mí que es más grave, contesto, mientras intento dominar mis instintos homicidas al leer su último post-it: "Han llamado del buffet de procuradores, que han puesto la convalecencia es este Viernes y que tenéis cinco días para repudiar a los jueces."

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  • Imagen de perfilMUDITO

    RAFAEL CAMARASA BRAVO 

    El juez le quitó la palabra. El abogado quiso volver a hablar para pedirle que le dejara rematar su razonamiento, pero no pudo. Cuando por escrito le explicó al médico que aquel magistrado, literalmente, le había quitado la palabra, este rio y le dio la enhorabuena por su sentido del humor. Ahora, pasa su convalecencia soñando con regresar victorioso a las salas de vistas, con recuperar el habla y, con ella, ese verbo ágil por el que era conocido. La oratoria florida que le llevaba a repudiar con elegancia argumentos contrarios, a contestar cualquier discurso. Y por si vuelve a coincidir con ese magistrado y le aplica otra vez su hechizo, está aprendiendo el lenguaje de signos. Ya sabe que lo peor de su estado no es estar mudo, si no el dolor de estómago que producen las cosas que no se han dicho.

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  • Imagen de perfilMI PENA COMPARTIDA

    Manuela Fernández Manzano 

    Dio media vuelta y se fue sin contestar a mis reproches. Me dejó helado el corazón. Llegué a repudiar su verbo estoico y su templanza. Cerré los ojos, y seguí viendo mis heridas. En mi convalecencia abandoné los somníferos y asumí el duermevela; cambié la ansiedad por una licenciatura en Derecho.

    Llevo diez años reconciliándome con ella. Defiendo a inculpados en los tribunales. Si las pruebas de cargo son demoledoras, sugiero la negociación. Esta mañana ha sido la última vez; pero he descubierto en mi cliente la misma soledad que vi en él cuando le rogué que me dijera la verdad y censuró mi desconfianza. Ese día lo perdí. Recuerdo aquella desgarradora llamada telefónica. Me partió en dos. Esquivó victorioso la condena dejando su última palabra grabada en una nota de inocencia… Ahora me pregunto a quién quiso castigar más, si a ella, la Justicia, o a mí, su madre.

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  • Imagen de perfilLa mente y el trauma

    Daniel Aznar Alonso 

    Seguro que habrán visto alguna noticia sobre alguien que, tras una convalecencia generada por un hecho traumático, se despierta hablando otro idioma. Pues eso es lo que me pasó a mí tras el accidente, pero yo no desperté del coma conociendo otro idioma, sino sabiendo de leyes. Mucho. Podía recitar victorioso, con verbo fluido, cualquier artículo de cualquier código jurídico de cualquier país. Era algo maravilloso.

    Pero yo era comercial de seguros y no tenía estudios de derecho, por lo que no podía usar mis conocimientos para ejercer de abogado. De todos modos, como no se puede repudiar el conocimiento, un tribunal universitario estudió mi caso y quiso hacerme una prueba para otorgarme excepcionalmente un título.

    Llegó el día del examen y me quedé en blanco. Ni rastro de conocimiento. No pude contestar ni una pregunta. Eso sí, les vendí un seguro de vida a todos los del tribunal.

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  • Imagen de perfilSíndrome de Estocolmo

    Alejandra Rusell Giráldez 

    Sacar a mi clienta del psiquiátrico victoriosa no era lo más difícil de este caso. Durante su convalecencia voy a visitarla, más nerviosa de lo que esperaba. Al verme, un grito ahogado viste las paredes desnudas de la estancia. Me abraza con manos temblorosas, un mar de lágrimas se precipita hacia el abismo en el que está sumida.
    De pronto, esa fragilidad se torna seguridad y me pregunta con dureza " por qué " . No se que contestar, es una pregunta dolorosa por su carácter retórico. Soy amiga del verbo empatizar pero no consigo entenderla. Cómo pudo camuflar con sonrisas y maquillaje tantos años de golpes profesados por su marido el "prestigioso juez", mi padre, al que maté para evitarle una paliza más.
    Te encubriré, me espeta, porque ya nada me ata a este mundo, me quitaste lo que más quería. ¡Te voy a repudiar de por vida!

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  • Imagen de perfilConfesión inesperada

    laura pilato rodríguez 

    - Soy el presidente de la comunidad de vecinos, vengo a comentarle lo del coche.-
    - Vaya, el abogado... Estoy en plena convalecencia y no he podido abordar con usted este asunto.-
    - No sabía que estaba al tanto.-
    - Por supuesto. Mi hijo se acaba de sacar el carnet y su habilidad al volante es bastante limitada, no puedo más que repudiar su actitud; pero no venga con su verbo hiriente a darme lecciones de moralidad.-
    Si nos enfrentamos en el juzgado, saldrá usted victorioso, pero podemos arreglar esto por las buenas, ¿verdad?-
    Cuando iba a contestar, me mostró los papeles del seguro.
    - Mire, a todo riesgo. Llévelo al taller, yo me hago cargo.-
    - Mañana mismo- dije sorprendido al descubrir al autor de los arañazos de mi coche.
    -Pero yo solo quería avisarle de que mientras duren las obras del garaje, tendremos que aparcar en la calle.-

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  • Imagen de perfilCuervos

    Raquel Lozano Calleja 

    Un hoyuelo en la barbilla y el verbo fácil fue lo único que heredé de mi padre, "el abogado Victorioso", como apodaban el resto de colegas de profesión por su capacidad de defender y alzarse con sentencias favorables en los casos más truculentos e inverosímiles.
    Me hubiera gustado ser tan corpulento y atractivo como él pero mi falta de apetito y mis constantes convalecencias durante la infancia hicieron de mí un chico enclenque y debilucho.
    Comencé bien pronto a repudiar las leyes, literalmente no podía con ellas. Una mezcla de laxitud en mi musculatura y de rebeldía, me hizo juntarme con amigos que acarreaban otro tipo de papelillos.
    A mi padre solo se le vio derrumbarse una vez en una rueda de reconocimiento. Fue cuando tuvo que contestar al funcionario si estaba seguro. A pesar de tener la voz entrecortada, no titubeó, es mi hijo

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  • Imagen de perfilA colación de lo importante

    Javier Sánchez Bernal 

    Mi habilidad para contestar escritos, confeccionar demandas o redactar contratos me había permitido salir victorioso de más de un caso que, visto desde otros ojos, podría haber llevado a repudiar la profesión. Tal vez tuvieran razón mis colegas: soy un letrado de verbo fácil. El Derecho y su ejercicio se habían convertido en mi único amante; le había entregado mis energías y mi tiempo.
    Pero la vida es una compañera caprichosa y, en mi mejor momento, me regaló aquel fatídico accidente en el que casi pierdo la vida y del que he conseguido salir dejando atrás una larga convalecencia. Creí que se había acabado el mundo. ¡Quién me iba a decir que este infortunio me iba a regalar la más bonita lección! Nos movemos entre normas, plazos e intereses contrapuestos, que no sirven de nada sin empatía, devoción ni alma.

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  • Imagen de perfilGanar o perder

    ELENA BETHENCOURT 

    La última vez subió y le gritó que no era digna de nadie y que fuera a donde fuera la iban a repudiar. Ella murmuró algo y terminó con varios huesos rotos. La cuidó durante su larga convalecencia porque en el fondo es un buen hombre, según ella.
    Mil veces piensa en conjugar el verbo “denunciar” en pretérito, pero al final es más fácil decir: “Le perdoné”. Además él asegura que puede convencer al juez y a cualquiera de que es mala madre y tiene miedo.
    Ahora se concentra mejor. Piensa qué puede contestar antes de decir nada. Comparte sus aficiones. Hoy, mientras él está en el bar, ella ve el partido en casa y llora por cada pérdida de balón, vitorea cada tanto y saborea los penaltis en el área contraria. Porque si esta noche su equipo sale victorioso, puede que tal vez, tenga la fiesta en paz.

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  • Imagen de perfilHipocondríaco

    José Luis Barros Justo 

    Aquel joven abogado era un iluso y un ególatra consumado. Los dos verbos que manejaba con soltura eran Ser y Tener. Creyó que su convalecencia sería corta y que al final saldría victorioso. Cuando el especialista le comunicó el diagnóstico, le faltó tiempo para repudiar la idea y contestar al galeno con una amenaza de demanda civil. Menos mal que la gripe se curó sola, a los siete días.

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  • Imagen de perfilEl letrado B-2730

    Lorenzo David Rubio Martínez 

    Para los nazis ya no era el prestigioso abogado Hershel Yakubowicz afincado en Berlín, sino solo un cerdo más hacinado en el campo de concentración de Sachsenhausen. De nada servían ya los cientos de juicios en los que había salido victorioso defendiendo civiles arios. Pese a todo, a riesgo de ser fusilado, intentaba ejercer mi profesión defendiendo ante los soldados a algún preso enfermo o en convalecencia de tanto trabajo forzado, para que le eximiesen de cargar piedras; incluso me atrevía a mediar para que le ofrecieran algo de comer a los que, si no, les esperaba una muerte inminente por inanición. Pero ellos solo sabían repudiar a nuestra raza y el verbo que mejor dominaban era ‘matar’.

    Aquella madrugada me pareció reconocer al juez Frank Buergenthal entre el tumulto. Grité su nombre, pero no le dio tiempo a contestar. El gas de las duchas ya había dictado sentencia.

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  • Imagen de perfilSIEMPRE ABOGADO

    CARMEN ANDREY MARTIN 

    Por fin le encuentro. Totalmente calvo y con un cutis cetrino que, aunque deja entrever lo avanzado de la enfermedad, no oculta la alegría que rebosan sus ojos.

    - ¡Papá! No tenías que haber venido. Durante tu convalecencia...
    - Ni hablar. Me podrías repudiar.- Sonríe. Reprime un mareo.- No podía perderme tu primera vista. Tranquilo, eres listo, de verbo fácil. Lo conseguirás.

    Cierra los ojos, disimulando las náuseas. Sabe que vengo a por él. ¿Por qué se resiste? Otro ya se hubiera rendido. Es un tío con agallas.

    Arregla la toga a su hijo y, como este sigue sin contestar, prosigue: "Cualquiera puede estudiar Derecho, pero no todos logran ser abogados. Tú lo harás".

    No suelo irme de manos vacías pero esta vez decido alejarme, guadaña en mano. Has salido victorioso abogado. Cuánta razón llevas. Mi caso es el mismo: "Cualquiera está expuesto a mí, pero no todos deciden luchar".

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  • Imagen de perfilLos últimos días de la Suprema

    Carlos Llopis Sabater 

    Me temo que el momento ha llegado, amigos. Me dijeron que me quedaban pocos días, con suerte alguna semana en estado de convalecencia, pero que ya no tenía solución. Yo que me he mostrado tantas veces victoriosa con vosotros por ser inferiores a mí, ahora me siento abrumada al veros aquí a mi lado dándome ánimos. Menudita, encuadernada lujosamente o en fino papel, siempre he sido la última esperanza del abogado en todo pleito.
    “La muerte no es el final” –se atreve a decirme el Código Penal Militar. “No tengo miedo a morir, sino al olvido de aquellos que me han hecho servir” –me hubiera gustado contestar, pero me he mantenido Suprema, como siempre.
    Soy la Constitución del 78 y eso parece que me ha sentenciado repentinamente. Ahora que parece que todos me quieren repudiar temo por si la nueva deja de conjugar verbos como garantizar, reconocer, proteger o promover.

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  • Imagen de perfilIluminado

    Javier Mariscal 

    Fue en el tiempo de mi convalecencia que pude verlo claramente. No había sido un accidente; fue un designio, el pretexto doloroso de ese tiempo de iluminación.
    Larga fue la caída hacia el asfalto, el desvanecimiento, las preguntas que no pude contestar cuando me llevaban al hospital. Estando allí, entreví por fin el modo de prolongar una vista, resolver una caución, interponer un hábeas corpus en los casos que llevaba con cierta desidia. Ese golpe me había despertado del todo. Una vez que volví a la arena, me descubrí locuaz y grandilocuente, enhebrando alegatos épicos, conjugando el verbo deponer en todos los tiempos posibles; luego, paulatina, la torpeza habitual que solía repudiar en mí volvió a entorpecer mi éxito.
    No lo pensé mucho. Volví al lugar del accidente. Esperé a que pasara otro auto y me lancé enfrente.
    Mientras caía, tuve tiempo, antes del desmayo, de volver a sentirme victorioso.

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  • Imagen de perfilEL HILO DE ARIADNA

    PILAR ALEJOS MARTINEZ 

    Acabo de reincorporarme al bufete tras una larga convalecencia. Lo he pasado tan mal porque no lo vi venir. Pero, desde que he dejado de conjugar el verbo amar, me siento mucho más fuerte para coger nuestro caso por los cuernos. Ya no me podrás hacer más daño. He bloqueado nuestras cuentas bancarias como medida cautelar. Además, con las pruebas que obran en mi poder, solicitaré la custodia de los niños. Y no me resultará muy difícil repudiar al juez que lleva nuestro divorcio, en cuanto presente las fotografías tan comprometidas que os hicieron juntos.

    Sé que, por fin, he encontrado “El hilo de Ariadna”, aunque me sentiría más victorioso si hubiera sido capaz de contestar algo cuando tu buzón de voz me ha dicho que dejase mi mensaje después de oír la señal.

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  • Imagen de perfilLos intocables

    Marta Trutxuelo García 

    Otra vez arrinconado al fondo de la sala. Un paria. Un intocable. ¡Maldito oficio! Decidido a dar un giro a la situación, me acerqué al grupo: “Soy abogado”, me presenté. Mi verbo fluido se columpiaba entre casos ficticios, alegaciones supuestas y sentencias increíbles. En un alarde de intrepidez cité el juicio más mediático de la actualidad. Craso error. Un contertuliano presentó a otro abogado que participó en dicho proceso. “Le recuerdo: ministerio fiscal”, confirmó éste. Contestar un tímido “sí” y huir victorioso fue todo uno. Ya en el ropero, nos volvimos a encontrar: yo, con mi gabardina, sin sombrero de ala ancha y sin el carisma de Elliot Ness, arrepentido de repudiar mi profesión, de dejar en convalecencia mi oficio de inspector de hacienda; y el abogado, que aseveraba: “Estoy harto de que se me ningunee en actos sociales; gracias por no delatarme”, mientras recogía el frac y el maletín.

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  • Imagen de perfilEL GOLPE PERFECTO

    Ángel Montoro Valverde 

    Mi abuelo, conocido por Francisco de Santoña, Paco de Ocaña, o Curro del Puerto (ya que en sendos penales estableció sucesivamente su habitual residencia) en su convalecencia moral no para de repudiar su pasado criminal, pero vive con fruición mis últimos golpes.
    Como él en sus atracos, estudio las debilidades del banco, preparo minuciosamente una estrategia, y cuento con plan de fuga. Él, desde el último banco (en su acepción mobiliaria) observa cada uno de mis movimientos y se reconoce en ellos. Y lo que más le enorgullece es que salgo victorioso del asalto sin llevar pasamontañas ni pistola, ni salir huyendo de la sala, tras contestar sin piedad al fuego enemigo con fluido verbo, jurisprudencia y artículos de la ley de consumidores y usuarios en casos de cláusulas suelo, devolución de gastos hipotecarios y préstamos multidivisa.

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  • Imagen de perfilEl suplantador

    María Sergia Martín González- towanda 

    Jamás vi mayor felicidad en rostro alguno que cuando dijimos a mamá que viajaríamos juntos al lago. Para limar asperezas. Y es que ‘don Leyes’ había conseguido amargarme la existencia desde que compartimos útero. Ya, durante nuestra gestación, me pegaba patadas para salir delante en las ecografías. En la escuela, su verbo era seductor e incluso resolvía contestar si yo fallaba alguna respuesta. La universidad sirvió para acaparar chicas y matrículas… Sin duda, un tipo victorioso: el favorito de mamá. Su ovacionada graduación en Derecho me hizo repudiar la genética compartida con aquel mamarracho.
    Llevo años memorizando sus gestos, su conciliadora sonrisa, el tono autosuficiente con que discute, persuade o negocia cuando se dirige al estrado. Confío en que, tras su ‘accidente’ en el lago, ni mamá sea capaz de descubrir el cambiazo.
    Eso sí, opuso tanta resistencia a abandonar este mundo que necesitaré un tiempo de convalecencia. Probablemente largo.

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  • Imagen de perfilBAJO LAS MALAS HIERBAS

    Ana Isabel Rodríguez Vázquez 

    Aquí estoy, a tu lado, esta vez de forma irrevocable.
    La esposa sumisa, a la sombra del victorioso opresor de verbo fácil y mente turbia.
    La mujer temerosa de repudiar actos y contestar ofensas, castigada a silenciar las cicatrices, para evitar daños colaterales.
    Aunque de nada sirvieron los silencios, ella siempre supo la verdad, me lo contó hace tiempo en una de sus visitas.
    Dice que no puede perdonarte, le robaste a su madre, y su vida se ha convertido en una interminable convalecencia.
    Mírala, por ahí viene. Estoy muy orgullosa de ella,es una gran abogada que defiende a las mujeres de hombres como tú.
    Por eso te condena al olvido, dejando que tú nombre se oculte bajo las malas hierbas, y nadie puede reprocharle que solo ponga flores sobre mi lápida.

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