Carlos Llopis Sabater

Microrrelatos publicados

  • Los últimos días de la Suprema

    Me temo que el momento ha llegado, amigos. Me dijeron que me quedaban pocos días, con suerte alguna semana en estado de convalecencia, pero que ya no tenía solución. Yo que me he mostrado tantas veces victoriosa con vosotros por ser inferiores a mí, ahora me siento abrumada al veros aquí a mi lado dándome ánimos. Menudita, encuadernada lujosamente o en fino papel, siempre he sido la última esperanza del abogado en todo pleito.
    “La muerte no es el final” –se atreve a decirme el Código Penal Militar. “No tengo miedo a morir, sino al olvido de aquellos que me han hecho servir” –me hubiera gustado contestar, pero me he mantenido Suprema, como siempre.
    Soy la Constitución del 78 y eso parece que me ha sentenciado repentinamente. Ahora que parece que todos me quieren repudiar temo por si la nueva deja de conjugar verbos como garantizar, reconocer, proteger o promover.

    | Septiembre 2018
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  • El informe pañal

    No es fácil intentar teclear una sola palabra que resulte convincente con un renacuajo sin colegio reclamando tu atención.
    - Te engaño si te digo que volveré pronto –me acaba de declarar mi mujer. He intentado explicarle que debo terminar un informe jurídico para mañana, pero es más rápida ella cerrando la puerta que yo arrancando con mis alegatos para que no me deje solo con el pequeño Hugo.
    - ¡Hugo! ¡Por favor, no grites! Papá necesita concentrarse –dicen que a los pocos meses de nacer ya entienden lo que les dices. ¿Por qué entonces sigue gritando?
    Un vaso de agua fresca me ayuda a retomar el informe “…el relato debe ser calificado de no creíble por la falta de coherencia…” ¡Hugo, por favor! ¿Por qué lloras, cariño?
    Un pequeño hedor acaba de invadir la habitación. Creo que Hugo me quiere torturar.

    | Julio 2018
     Participante
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  • Algo pasa en mí

    Llevo meses sintiéndome extraño. Cada día, sin respetar la sobremesa, me levanto con el firme propósito de comprobar la fecha de caducidad de los yogures, como si la vida me fuera en ello. ¡Buffff, no son extemporáneos!
    Replico constantemente a mi mujer ¡hoy es día inhábil, cariño! Le presento diariamente solicitudes de incoación de un café con leche.
    El cardiólogo me mira pero no se atreve a definir estos nuevos comportamientos, simplemente me dice que es normal, que todos los trasplantados experimentan cosas nunca antes sentidas, y que algunos incluso creen percibir a quien irremediablemente les legó el corazón.
    Le protesto enérgicamente sin saber muy bien porqué, y le pido que conste a efectos de recurso en segunda instancia.
    El circo que acabo de montar me hace sospechoso de algo más que una cardiopatía. Lo mío ya no es un problema de corazón, me dice. ¡Qué sabrá él!

    | Enero 2018
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  • La vieja toga

    Pocas cosas recuerdo de mi padre. Aunque todo lo que soy se lo debo a él. Dicen que me encantaba esconderme en su despacho, detrás de la toga que colgaba de la pared. Tal vez porque me sentía protegido o porque, sin darme cuenta, empezaba a amar su profesión.
    Al cumplir dieciocho años mi madre me entregó esa toga que con premura desapareció de aquella pared y que tantas veces busqué esperando encontrar a su dueño junto a ella. Era la culminación de diez años de cartas correlativas. Esta vez, una escueta nota me decía "Sé lo que quieras, pero no seas mentecato, que el derecho rija tu vida".
    Esas palabras eran sin duda parte de su argumentario, las había oído tantas veces desde mi escondite que, al recordarlas, lo tuve claro.
    Hoy entro en Sala, presto para litigar, enfundado en la vieja toga de mi padre.

    | Abril 2017
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  • Cuando Elena cerró los ojos

    Estoy muerta y de nada sirve lamentarse. Toda la concurrencia que acudirá a mi sepelio se preguntará qué pudo hacer por mí, pero han estado más cómodos instalados en la ignorancia. No les culpo de nada, pues yo fui quien compró el cartón de bingo y jugué a esto del amor mal entendido. Son tantas las veces que te oí decir “hermana, el maltrato no es sólo físico”, que ahora me lamento del instante en que llegué a odiarte por la excesiva transparencia de tus palabras. Creí que eran fruto de la deformación profesional y que veías víctimas allí donde no las había. Lo siento, bajé la guardia, cerré los ojos y no quise ver que detrás de la persona, que me regalaba una piruleta con forma de corazón para pedirme perdón, había un maltratador. Lamentablemente, al actualizar la lista de víctimas, tendrás que leer mi nombre.

    | Marzo 2017
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