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Francisco Lopetegi Peñagarikano 

El abogado observaba a su importante cliente, quien recibía las felicitaciones de los asistentes al juicio. Era el caso más duro al que se había enfrentado, sobre todo después de que unos desconocidos le rodearan en un callejón hacía un mes. Tras dejarle su tarjeta de visita en todos los huesos del cuerpo, y sin la necesidad de utilizar ni un solo verbo, le transmitieron perfectamente que no podía fallar. Después de dos semanas de convalecencia en el hospital comenzó a repudiar su profesión, pero su única opción era sacar lo mejor de sí mismo y poner en práctica todos los conocimientos que había adquirido en la universidad. Afortunadamente, tantas horas invertidas en la cafetería de la facultad iban a servirle de algo: un par de llamadas, un cable de frenos cortado, algún testigo menos y caso cerrado. Suspiró y, con gesto victorioso, se dirigió a contestar a los periodistas.

 

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