Imagen de perfilLos intocables

Marta Trutxuelo García 

Otra vez arrinconado al fondo de la sala. Un paria. Un intocable. ¡Maldito oficio! Decidido a dar un giro a la situación, me acerqué al grupo: “Soy abogado”, me presenté. Mi verbo fluido se columpiaba entre casos ficticios, alegaciones supuestas y sentencias increíbles. En un alarde de intrepidez cité el juicio más mediático de la actualidad. Craso error. Un contertuliano presentó a otro abogado que participó en dicho proceso. “Le recuerdo: ministerio fiscal”, confirmó éste. Contestar un tímido “sí” y huir victorioso fue todo uno. Ya en el ropero, nos volvimos a encontrar: yo, con mi gabardina, sin sombrero de ala ancha y sin el carisma de Elliot Ness, arrepentido de repudiar mi profesión, de dejar en convalecencia mi oficio de inspector de hacienda; y el abogado, que aseveraba: “Estoy harto de que se me ningunee en actos sociales; gracias por no delatarme”, mientras recogía el frac y el maletín.

 

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