XII Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
De fronteras y brechas
patricia bueso izquierdoLa desigualdad de aquella situación cambiaría mi destino, dándome la oportunidad de empezar de nuevo, la primera mujer refugiada a la que atendía desde mi oficina me hizo ser consciente de lo positivo que tenía haber nacido en este lado del globo. Ella con esa mirada furtiva y esa voz hasta entonces callada, había atravesado a nado la brecha que separa su país del nuestro cruzando ese océano fronterizo, donde tantas otras palabras se habían ahogado. Por fin esa mujer había conseguido huir de la invisibilidad incierta a la que una injusta justicia le había sometido. Mientras hablaba, cerraba los ojos queriendo olvidar.Discriminar sin conocer realidades no nos lleva a nada, escuchar a las que han tenido que tomar impulso sin mirar atrás, nos conduce a todo.
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El más votado por la comunidad
LEY 3/2007
Javier Puchades SanmartinCuando me puse a trabajar para pagarme los estudios, descubrí que lo primero que tendría que aprender sería a discriminar entre los diferentes cafés que tomaban mis jefes. Había una desigualdad evidente de trato con mis compañeros por el hecho de ser mujer. Más que una brecha salarial, había una profunda sima. No aguantaba más tanto machismo, tanto dirigir con la bragueta. Me sacaba de quicio que en una mujer solo valorasen la amplitud de su escote y el largo de su falda. Yo merecía una oportunidad. Al tiempo que trabajaba, acabé la carrera de derecho. Tenía claro mi objetivo: cuando ejerciese como abogada, mi prioridad sería llevar a juicio a esta siniestra empresa. Hoy, cuando el juez ha emitido sentencia condenatoria por infracción grave de la ley 3/2007, he comprendido que siempre hay que pensar en positivo para alcanzar nuestros sueños.
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Relatos seleccionados
Me acaban de asignar un caso extraordinario en el turno de oficio. Viene de una remota provincia de China. De allí pasó a Irán, Italia y le detuvieron en Madrid.
Es un asesino en serie, cruel y despiadado. No tiene Dios ni señor. Su mirada es fría y tiene la determinación implacable de seguir causando dolor. No necesita discriminar: ricos y pobres, guapos y feos, qué mas da. En su furia ciega iguala nuestra desigualdad.
Ha abierto una brecha en la falsa seguridad de nuestra sociedad. Ha puesto de manifiesto nuestra fragilidad.
Es la oportunidad de mi vida, pero me repugna. Podría renunciar a llevar el caso, pero debo ser consecuente y defenderle para que se cumplan los sagrados derechos constitucionales a la defensa y a la asistencia de letrado.
He dado positivo. No puedo respirar. Me están intubando. Han suspendido los plazos procesales. Tengo que aguantar como sea…
0 VotosEl veinte de marzo estaba de guardia cuando después de cenar sonó el teléfono. Mi semblante atroz evitaba tener que dar cualquier explicación.
¡Papá, "quédate en casa" o te contagiarás del coronavirus! Gritó mi niña de seis años, víctima inocente de una sobreexposición a los informativos en esos días.
Aquella era una excelente oportunidad de explicarle que mi trabajo, aunque no se aplaudiera desde los balcones de España, suponía un encargo muy positivo para la sociedad. Mi leal compromiso podía borrar la brecha entre poderosos y necesitados, era capaz de romper con la desigualdad que supone pertenecer a una clase social desfavorecida.
Antes de salir tuve que discriminar si besar antes a mi niña o a mi mujer. Mi mujer ya sabía lo que supone ser abogado de oficio. Mi hija lo descubrió esa noche, cuando vio salir de casa a su superhéroe con maletín, guantes de látex y mascarilla.+3¡Jajaja! Otra vivienda más.
Aprovechando la brecha del sistema de seguridad me he colado.
Voy a rastrear habitación por habitación e infectar a todos los miembros de la unidad familiar. No voy a discriminar por edad, sexo... , ni crear desigualdades en el contagio. Es mi oportunidad para infectar por igual a todos. Los haré positivos a mi poder, porque para algo soy el rey de los virus.
Pero... ¡Qué ven mis ojos reales! En el pasillo se ha plantado un hombre vestido de negro, y con pulverizador de alcohol en mano me pulveriza mientras grita algo que no entiendo.
¡Me quema el alcohol!
¡Me abrasan sus palabras!
Yo no sabía que era la casa de un abogado.
Este juzgador repite una y otra vez mientras me derrito: « Te condeno por Lesa Humanidad a que te extingas»
Muero. Su poder de justicia me mata entre aplausos balconeros.+17Anoche, me dormí repasando las tablas de multiplicar con Mico. Quise comenzar dando una oportunidad a la del 9. La que más detesta… Se enfadó.
Le propuse inventar una cancioncilla nemotécnica. Nos salió divertidísima… Al final, ha entendido que discriminar es un prejuicio tonto, aunque sean números. Será positivo para las matemáticas. Y para su vida.
Hoy mi despertador ha gruñido a la misma hora. Inmisericorde como brecha abierta.
Sobrevolé el espacio hacia la ducha como Valentina Tereshkova. Ingerí té a la carrera y aparecí en los juzgados sin aliento. Grandísima plusmarca incluso para Fraser-Pryce... Saludé con mi sonrisa Portman y, aunque no estaba previsto, en mi réplica afloró Campoamor y su lucha contra la desigualdad.
La tarde en el despacho fue locura… Tres interminables reuniones. Tres.
Regresé a casa agotada… Mico y mi esposa me sorprendieron con mi tarta favorita.
—¡Feliz aniversario, superwoman…!
Seré tonta, pero estos finales compensan.+30Soy abogada. Llevo en la brecha desde que tenía 25 años. Por eso, y porque siempre he sido una persona muy independiente y confiada, decidí defenderme a mí misma en la causa abierta contra Abogados Pérez por despido improcedente. Me suele costar discriminar entre buenos y malos, pero esta vez tenía claro quienes eran los malos y en que lado me encontraba. Mi caso levantó un gran revuelo en todo el país. No obstante, supuso una oportunidad para hacer públicamente visible la desigualdad que sufrimos desde tiempos inmemoriales. Gané el juicio y se condenó al bufete a indemnizarme con una buena suma, pero lo verdaderamente positivo fue que serví como ejemplo a mucha gente que se encontraba en mi misma situación. Me habían despedido tras 15 años trabajando allí por cambiarme de nombre. Sí, esa fue la única razón. Me cambié el nombre. Antes me llamaba David. Ahora soy Macarena.
+7A mi padre discriminar a las mujeres desde su posición de jefe le parece un asunto de vital importancia para la buena marcha de su bufete. Ya no recuerda ver a su madre arrodillada limpiando escaleras para pagarle la carrera de Derecho y darle así una oportunidad en la vida. La brecha salarial le parece justa porque una mujer no tiene la dedicación de un hombre. La desigualdad existe porque somos distintos y el hombre es mejor. Ese es el refuerzo positivo que siempre encontré en casa. Estudié y conseguí un empleo con él. Hoy soy su mejor abogado. Gano más casos que sus otros empleados y piensa en hacerme socio. Ha sido cómodo llevar zapato plano pero el traje de chaqueta me produce urticaria. En mi último juicio entramos juntos en el servicio de caballeros. Se quedó de piedra cuando reconoció en su hija a su mejor abogad@.
+9Aún me dolía la brecha del otro día, pero ese pequeño percance no iba a impedir que aprovechara la oportunidad que me daba la toga para ejercer mi autoridad.
El caso a juzgar requería resolver un problema doméstico de desigualdad en el reparto de tareas.
Debía discriminar correctamente entre lo objetivo y subjetivo de las declaraciones.
Un denunciante aseguraba que, tras tantas horas de trabajo, no era positivo el reparto equitativo. El otro denunciante, sin embargo, afirmaba que, aunque no realizaba tantas horas, su trabajo requería de un mayor esfuerzo físico y no era justo que asumiera tantas tareas domésticas.
Una complicada decisión para un magistrado primerizo como yo.
A punto de dictar sentencia, el juicio acabó repentinamente cuando uno de los denunciantes me recriminó que, aunque estábamos en cuarentena, no era excusa para no recoger mi cuarto.+7La primera vez que se hizo la prueba dio positivo. No sabía qué hacer, a quién contárselo primero, o qué reacción provocaría entre sus compañeros de despacho. Sumida en un mar de nervios, llevaba seis días confinada en casa leyendo noticias poco alentadoras sobre el coronavirus, haciéndose mil preguntas. La brecha de edad con sus padres era evidente, y en nada ayudaría exponerles a una noticia que ni ella misma hubiera sospechado. Había coincidido un par de veces con su última pareja durante los últimos meses. Salvo eso, su vida transcurría en permanente soledad. Se preguntaba si era mejor discriminar a sus padres y ocultarles de momento la verdad, o darles la noticia sin más, pese a la desigualdad de pensamiento y mentalidad. Mientras pensaba en la mejor oportunidad para decirlo, sola y frente al espejo, ensayaba una y otra vez: Mamá, estoy embarazada.
+11Coge el trapo y, antes de limpiar el polvo de la mesa, escribe con el dedo: “Nadie me podrá discriminar”. Luego dibuja en el vaho de los cristales: “No más desigualdad”. Frota hasta dejarlos relucientes, se ve reflejada en ellos y se repite: “Sabes bien que eres la primera de la familia a la que se le da esta oportunidad”. Llena el cubo de agua y piensa: “Lucharé por mí y por las demás”. Sonríe. Coge la fregona y, con movimientos circulares, va trazando por los pasillos la frase: “No a la brecha salarial”.
Mientras baja fregando las escaleras del juzgado, sueña con el resultado positivo del examen de mañana y va recitando de memoria los temas de Derecho Laboral.+11ALARMA
ANGEL BRAVO DEL VALLE · MADRIDEstoy de guardia del turno de oficio. Me llaman para asistir a un detenido por un delito de lesiones. Al parecer, ha agredido a un vecino, provocándole una brecha en la frente. Acudo como siempre, con actitud positiva. Me gusta lo que hago y siempre es una gran oportunidad de seguir aprendiendo. Pero me siento algo extraño. Hoy es un día raro: el primero desde que se decretó el estado de alarma. Me he provisto de mascarilla, hidrogel y pañuelos de papel, porque no quiero estar en situación de desigualdad con el resto de los operadores jurídicos que me encontraré en el juzgado de guardia. Llego a comisaría, y tras no declarar allí (lo habitual), vamos al juzgado. Y mi sensación de extrañeza aumenta cuando me viene un acceso de tos, como cada mañana, fruto de mi adicción al tabaco, y no se me permite el acceso. ¿Prevenir o discriminar?
+6Yo, abogado luchador e impulsor de la justicia social, me hallaba atónito con el caso que acababa de aceptar, me sentía bastante apenado, que actualmente discriminar por el hecho de ser mujer, fuera tan habitual. No entendía la brecha salarial en trabajos idénticos, y en definitiva, tanta desigualdad en la esfera laboral; lo único positivo es que la jurisprudencia y normativa nos amparaban. Cenando, le pregunté a mi hija qué tal su trabajo, a lo cual me respondió contenta, que estaba esperando la oportunidad para demostrar que merecía el ascenso. Ahí me di cuenta que desde antiguo las mujeres han tenido que luchar para demostrar que podían y sabían realizar una profesión, mientras que al resto ha sido concedido como algo innato. Desde entonces no me pierdo ni una manifestación por la igualdad, por celebrar lo que hemos conseguido, y seguir luchando por todo lo que nos queda por conseguir.
+8Jacinto era serio, más de silencios que de verbos. De esos tipos que al estrechar la mano irradian el valor de la palabra dada. También un trabajador positivo e innovador. Motivo por el cual había entrado en pleitos con otros empresarios del sector del blindaje que exigían la aplicación del delito de intrusismo profesional regulado en el artículo 403 del Código Penal.
Como abogado y ciudadano comprometido con el reciclaje disfruté con el caso. Mi cliente supo ver la oportunidad. Destinó el añejo stock de un almacén heredado a la protección económica. Cristales blindados a precio irrisorio. Ni una brecha se producía en aquel imperecedero vidrio templado.
Las diversas sentencias absolvieron a mi cliente, resolviendo que no se podía discriminar a un empresario que rebajaba los precios legalmente. Se acabó la desigualdad en materia de seguridad. Turismos convencionales, furgonetas o incluso el Papamóvil siguieron revistiéndose con antiguas vajillas Duralex.
+10Muchos domingos de mañana le veía con su bicicleta. Se paraba junto a una tienda donde se sentaba un inmigrante que pedía sin pedir; tendía su pobreza, pero no la mano; y sólo hablaba si le hablaban. Yo, que también era ciclista, tuve la oportunidad de conocerlo.
Supe que hablaban de temas sociales como el de la brecha de desigualdad entre los suyos, porque él mismo, el camerunés Badgi, me lo contaba.
Un domingo que salí a darme mi acostumbrada vuelta, lo encontré más positivo que nunca, contento y dicharachero. Me dijo que el hombre de la bici era su propio abogado, y que ya no sentía que alguien le pudiera discriminar, porque ese mismo día le habían dado una buena noticia: ya no le expulsarían.
Su alegría me contagió tanto que, a pesar de las cupresáceas y mis setenta y tres años, hice más kilómetros. ¡Mis agujetas dan fe!
+44Hace mucho tiempo, me abrió una brecha en la cabeza de un golpe. La desigualdad de fuerzas siempre fue evidente; yo era una cría menuda, aunque envalentonada, y él era enorme y fuerte, amparado por la impunidad de la niñez, que le permitía discriminar a los débiles a cada oportunidad.
Hoy, tantos años después, nos volvemos a encontrar. Pero ahora el contexto es positivo para mí. Se le acusa de hurtos y trapicheos y yo soy su abogada de oficio. Mi primer instinto es salir corriendo, pero mi profesionalidad me sienta frente a él, y en sus ojos y sus palabras aprendo que, indirectamente, fui víctima de su experiencia de maltrato. Llego tarde para salvarle de todo aquello, pero puedo ayudarle a caminar en la dirección correcta. Sonriendo, le enseño la sombra de mi cicatriz, y le aseguro que él también puede seguir adelante, a pesar de la suya.
+8Se sentó en mi despacho observando con admiración mi título de abogada. Ella llegó hace unos meses, huyendo de la desigualdad y la injusticia, en busca de oportunidades. Se le iluminaron los ojos cuando me contó, con su incipiente español, que en su país no hay trabajo y que el dinero que ha ganado en el campo le servirá para ayudar a su familia. Aunque intuyo algo más tras el brillo de su mirada.
Por eso reclama mi ayuda para tramitar un nuevo permiso. Quiere quedarse en un país donde ser mujer no es un estigma. Aquí las mujeres pueden ser abogadas, maestras o doctoras, luchan juntas para cerrar brechas y se aprende a discriminar en positivo. Pero en el contrato que firmó ya acordó su viaje de vuelta. Y ella, con los ojos aún brillantes, me asegura que el próximo año volverá de nuevo…¿a recoger fresas?+19Aquel domingo de marzo, mi biblioteca me brindó la oportunidad de elegir un libro especial. Sentada en un confortable sillón comprado a conciencia para deleitarme del placer de la lectura, comencé a leer el nombre de su autora.
Recordé como antaño se escribieron tantas historias sin que su autor se atreviera a firmar por ser mujer. Muchas quisieron cambiar el mundo, algunas fueron derrotadas, otras siguieron soñando que vale la pena luchar por la igualdad.
—¡Qué gran brecha de desigualdad produce el miedo! —pensé convencida de lo antagónico que, a la búsqueda de la justicia, resulta excluir a las personas.
Aquel libro resultó un positivo reto: «La humanidad es una. Si cada mujer tiene poder sobre sí misma se erradicará la práctica de discriminar por costumbre. Se está haciendo tarde, la luz de cada persona merece brillar. ¡Encended la luz! —escribió mi abuela en la última página— ¡Atreveros a firmar!»
+15Estoy en la playa esperándoles, no tardarán. El mar y el cielo se funden en el horizonte y evoco a mi madre, con su halo de ausencia permanente; a mi abuela, siempre bordando toallas y sábanas para mi ajuar. Veo la brecha insalvable entre ambas.
Un día, mi madre, del cajón donde guardábamos manteles y paños de cocina sin discriminar, sacó un lápiz azul, algo descolorido: "Esto no es para ti, Carmela. Pinta tu vida de azul. Si crees ahogarte, busca algo positivo: bucea. Después, resurge. Vuela. Míralos: mar, cielo, sin desigualdad entre ellos. No parecen tener fin".
Ahora soy abogada, asisto a extranjeros llegados en pateras. Vienen buscando una oportunidad, esa que mi madre me dio y yo les daré a ellos. Junto con formularios y códigos, nunca faltan lápices en mi maletín: yo tengo azules, amarillos, naranjas, marrones... todos los tonos. A todos mis clientes les regalo uno.
+17Regreso de Estrasburgo. Últimamente vivo en los aeropuertos. Suena el móvil. Es Ana, mi antigua profesora del insti. Ella me dio la oportunidad de labrarme un futuro. Me llama para felicitarme por mi nombramiento en el Comité contra el Racismo y la Desigualdad. Siempre habla en positivo, pero algo le preocupa. Sé que es por sus alumnos. Por la brecha que existe entre ellos según sus etnias. Le propongo darles una charla y acepta feliz.
Antes de entrar en clase me habla de Alondra. Dice que le recuerda a mí.
— ¿Quiere estudiar derecho?—le pregunto.
—No, va a dejarnos para encargarse de su casa. Que, como gitana, es su obligación. Ya sabes.
¡Me duele tanto! Si abandonan los estudios, no conseguiremos que la sociedad acomodada deje de discriminar al diferente. Pero sonrío al pasar al aula.
-Buenos días, chicos —les digo—.Soy abogada. Soy mujer. Y soy gitana.+10Ella vende amor con gonococos desde que inauguró su pubertad con un regalo sorpresa en forma de cigoto. Cruzó las aguas de la desigualdad, que no se abrieron a su paso, hasta la tierra que nadie le prometió, a un destino sin plus de nocturnidad, donde discriminar es la regla y las oportunidades la excepción. Hoy se ha mezclado con las demás para gritar contra una brecha salarial que no le afecta. Camina radiante, positiva; la sonrisa se le escapa del perímetro del carmín y no hay rastro de la habitual brea de tristeza que ciega sus ojos, ni del perfume que enmascara su derrota.
–Es mi hija. Por ella estoy aquí –me dice, mientras me entrega media cuartilla impresa que ha sacado del bolso.
–Facultad de derecho. Justificante de matrícula. Primer curso. —Leo, mientras comprendo que desde ahora, además de su abogada, seré cómplice de su esperanza.+51Mientras terminaba de maquillarme frente al espejo, me dije a mi misma que hoy sería el gran día. El despacho iba a nombrar un nuevo socio, y por fin tendría mi oportunidad. Los resultados me avalaban como la aspirante con más victorias en los tribunales, y mi facturación se había incrementado de forma evidente. La firma había realizado campañas contra la desigualdad de género, y anunciado que no se iba a discriminar a nadie.
Convencida de que mi talento rompería el techo de cristal, y elevaría esa minoría de mujeres socias en bufetes, me dirigí al despacho del socio principal impregnada de espíritu positivo. Tras la entrevista, quedó claro que, la brecha, lo que es la brecha, había que cerrarla; pero no solo la de la desigualdad, también la de la frente de mi jefe, tras clavarle uno de mis tacones por condicionar mi ascenso al largo de mi falda.+19¡Cómo cambian los tiempos! Yo antes era el gordo, el de las brechas en la frente, el sujeto en todas las oraciones con el verbo discriminar en voz pasiva, el cuatrojos capitán de los piojos, quien suplicaba en los recreos a los acosadores que repartiesen mejor la desigualdad.
Pero la vida acabó por darme otras oportunidades cuando acabé derecho, y me inculcó también un aura positiva que me lleva desde entonces a defender al más débil casi como una obligación.
Aprobé las oposiciones a la fiscalía y me he ganado la fama de ser el azote de los explotadores. Para las injusticias que no consigo erradicar en los estrados, he creado un personaje al margen de la ley, con traje multicolor y antifaz. ¡Todo ha cambiado mucho...!
Ahora como fiscal se me conoce por el “Foureyes” y entre mis colegas los superhéroes como “Fatman”.
+42Sus lágrimas enturbian mi despedida. Trato de consolarla, hacerle ver el lado positivo de mi marcha, pero ya no dispongo de esa oportunidad. Y, aunque nunca me faltaron las palabras, mi actual mutismo ensancha la incipiente brecha que comienza a separarnos. Mi ánima se derrumba al verla cobijarse bajo mi vieja toga. Aquella que llevaba cuando nos conocimos, en el caso sobre desigualdad salarial: la sufrida por las empleadas del laboratorio farmacéutico donde ella trabajaba. “Discriminar es un acto denunciable e inconstitucional, queremos que se conozca y se frene esta injusticia”, me requirió. Gané el caso y su amistad. Nuestra vida ha sido feliz y equilibrada entre su ciencia y mis letras. Ahora, ella llora y yo no puedo consolarla. Antes de alejarme para siempre, sonrío a mis dos amores, aunque ninguna pueda verme. Ella, a causa de sus lágrimas; la otra, por la venda que cubre sus ojos.
+28—Usted sabrá, señorita, la cosa tiene diversos motivos. ¿El primero? La maternidad. No pretenderá usted una paga análoga e igualdad de oportunidades cuando previsiblemente pronto disfrutará de una baja maternal. ¿El segundo? Los roles de género, ¿o acaso va a afirmarme usted, señorita, que tiene usted la misma fuerza física que un hombre? Sabe bien que no, y no me venga con la cantinela del discriminar y patatín y patatán. Por no olvidar, señorita, que trabajo no remunerado existe con independencia de los sexos, ¿o no? Estará conmigo que aquí no estamos hablando de desigualdad ni mandangas de esas…
El jefe de Recursos Humanos —oxímoron empresarial— declamaba su discurso aprendido con ademanes ensayados y talante positivo. ¿Cuántas veces lo habrá repetido?, profundamente asqueada preguntábase la “señorita”.
Y cogiendo una grapadora, le abrió una brecha salarial en medio de la frente.
+8Mellizos... chica-chico... ¿diferentes? No tanto, pienso mientras ella aprieta mi mano y él los dientes ante las embestidas de sendas agujas.
“¡Qué valiente!”… “No te quedará cicatriz, guapa...”… el eco de esas afirmaciones dibuja otra brecha similar a la que lucen mis hijos, que se abre todavía más cuando la monitora de la guardería más cercana a nuestro bufete ofrece una muñeca a mi hija, y al niño, un balón.
—¿Lista para un par de casos?—y explico lo sucedido en urgencias y en la guardería a mi hermana melliza, que observa preocupada las vendas de los niños. — Merecen que les denuncie por discriminar por género y desigualdad de trato a tus sobrinos.
—Hay brechas que no se cierran con un par de puntos, Jon. Pero soy positiva, siempre hay oportunidades para cambiar: hoy por fin un cliente me ha tratado como abogada, no como la secretaria de Leiva hermanos.+40Su apariencia frágil contradecía el gesto lleno de decisión. Acudió a mi despacho para denunciar una irregularidad mientras participaba en un concurso de talentos. La primera fase consistió en el envío de una grabación de audio. El jurado había destacado sus rasgueos llenos de destreza y virtuosismo. La última prueba era una actuación en directo que no tuvo oportunidad de realizar, al ser eliminada por ser mujer. Le dijeron que las guitarristas flamencas son una rareza.
Perdimos el juicio. Según la sentencia, que supuso una brecha para el ánimo, los organizadores podían elegir o discriminar a quien desearan.
Contagiado del espíritu luchador de mi clienta, decidimos transmitir este resultado a la prensa. Políticos y asociaciones alzaron la voz contra semejante desigualdad.
Ahora su nombre es conocido y le llueven los contratos. Yo me he convertido en su representante legal y algo más. Nunca un fracaso profesional fue tan positivo.+42Crecí rodeado de jueces y fiscales. Combinando meriendas entre archivos, con visitas guiadas al sótano donde los expedientes sufrían largos periodos de hibernación.
Si algo positivo tenía el trabajo de mi madre, era propiciar la oportunidad de camuflarme en la sala de vistas como improvisado espectador, y convertir los interrogatorios y veredictos en mi espectáculo favorito.
Ella me enseñó a no discriminar. Decía que la desigualdad es una brecha que debemos cerrar para ser una sociedad mas justa.
Allí germinó la semilla de mi vocación, hasta convertirme en el abogado penalista que ahora soy.
Y todo gracias al esfuerzo de una gran mujer que apenas sabía leer, y a la que en el juzgado todos conocían como "Carmela, la limpiadora".+30Cuando me puse a trabajar para pagarme los estudios, descubrí que lo primero que tendría que aprender sería a discriminar entre los diferentes cafés que tomaban mis jefes. Había una desigualdad evidente de trato con mis compañeros por el hecho de ser mujer. Más que una brecha salarial, había una profunda sima. No aguantaba más tanto machismo, tanto dirigir con la bragueta. Me sacaba de quicio que en una mujer solo valorasen la amplitud de su escote y el largo de su falda. Yo merecía una oportunidad.
Al tiempo que trabajaba, acabé la carrera de derecho. Tenía claro mi objetivo: cuando ejerciese como abogada, mi prioridad sería llevar a juicio a esta siniestra empresa. Hoy, cuando el juez ha emitido sentencia condenatoria por infracción grave de la ley 3/2007, he comprendido que siempre hay que pensar en positivo para alcanzar nuestros sueños.
+61Cuando vi aquellos "trajeadísimos" rostros, ya supe que allí sólo encontraría burla y displicencia.
—Bueno, ¿Qué será hoy, bella dama?¿"Matar a un ruiseñor" o "Philadelphia"?— Dijo entre risas Anselmo, el viejo director de recursos humanos.
—Discriminar a nuestros trabajadores por razón de su sexo es una acusación muy seria, Alicia, estamos firmemente comprometidos en la lucha contra la desigualdad, no puedes denunciar una brecha salarial sin evidencias— Completó, Juan, el colega que siempre secundaba al anquilosado director.
—Qué oportunidad— Pensé, y sin decir nada dejé caer todas la actas notariales de trabajadores varones de la empresa en las que manifestaban su sueldo, superior al de sus compañeras. Aquellos simples papeles cayeron cual plomo sobre la mesa.
— Anselmo, me alegra verte tan positivo, porque hoy lo que toca es: "Algunos hombres buenos".
Cerré la puertas tras de mí y me fui tranquila, sabiendo que no tardaría en recibir una llamada.
+8Salí de la celda para entrevistarme con mi abogado. "Traigo buenas noticias. Pronto será libre" me dijo. Aquel tipo trajeado estuvo explicándome lo que supondría la retirada de la doctrina Parot en mi caso. Acortándome la condena se acabaría la desigualdad que, a su juicio, se había cometido conmigo. También me dijo que el Supremo pretendía evitar discriminar a los reclusos y otras sandeces legales de las que no entendí ni media palabra. Solo me quedó claro que, en unas semanas, volvería a estar en la calle. Había sacado algo positivo de pasar media vida entre rejas. Allí dentro era alguien. Y ahora pretendían darme una oportunidad, devolviéndome a una sociedad que no me quería. Preso por la ira y aprovechando un descuido del guarda, le arrebaté la porra. Un certero golpe en la cabeza me bastó para hacerle una brecha mortal. Sonreí. Por aquello me caerían unos años más.
+12Puse el canon en do mayor de Pachelbel y acercándome a la ventana me apresté a desplegar mi alegato final. Pensé en argüir mi perplejidad por un juicio tan sumario, sin dar siquiera oportunidad al inculpado para defenderse. “In dubio pro reo” me reafirmé. A pesar de las desigualdades que produjo entre sus semejantes, a pesar de que extendiese sin reparo la brecha del pecado, también él merecía un juicio justo. Listé en voz alta aspectos positivos de su existencia, recordé momentos en los que supo discriminar entre el bien y el mal, ¡ah, y su genialidad! ¡Esos arrebatos divinos en los que arañó el cielo! La música, la poesía... La esfera crecía indefectiblemente mientras yo disfrutaba de mi último ejercicio como abogado fumando un habano. Nunca esperé que el meteorito modificase su trayectoria por muy bueno que fuese mi alegato.
+12Érase una vez mi madre.
Canturreando en la ventana mientras regaba las plantas con mimo.
Trayéndome un Cola-Cao para que el Título V del Código Penal se me metiera en la cabeza entre sorbos y artículos.
Levantándose para comprobar si yo me había quedado dormida en aquella lejana madrugada de mis oposiciones a judicatura.
Orgullosa por darme, con mucho sacrificio, la oportunidad de ser alguien, de deambular por el lado positivo de la vida con la cabeza bien alta.
Ella, en sus tiempos, casi siempre malos, caminó la senda de la desigualdad con los pies descalzos, armada con su optimismo y su mágica sonrisa, peleando por mí, y por todas las que vinieran detrás, abriendo brecha en una sociedad que conjugaba el verbo discriminar con inhumana eficacia.
Cuando mi hija me pregunta por ella, suelo comenzar diciendo:
Érase una vez tu abuela…+36Con sumo gusto acepté la invitación a participar ese 8 de marzo en la charla convocada por la Asociación de Vecinos para impulsar la lucha contra la desigualdad en cualquiera de sus formas. Preparé un guion positivo para destacar que los avances logrados en derechos civiles durante los últimos años debían afianzarse, para nunca retroceder.
Era una oportunidad idónea de concienciar a los vecinos de mi barrio, mujeres y hombres, pues discriminar al colectivo de mujeres es una amenaza constante en nuestro entorno tanto personal como profesional. La brecha salarial supone un claro ejemplo de ello.
Cuando aquel señor de ceño fruncido y grandes aspavientos gritó que me fuera a fregar, recordé otra frase de mi padre, ese retrógrado que menospreció mi carrera de Derecho, que le restregaba a menudo a mamá: “Yo traigo el sueldo a casa”.
Al energúmeno le contesté con voz calmada: “Nos vemos en los tribunales”.+8