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Julio Montesinos Barrios 

Jacinto era serio, más de silencios que de verbos. De esos tipos que al estrechar la mano irradian el valor de la palabra dada. También un trabajador positivo e innovador. Motivo por el cual había entrado en pleitos con otros empresarios del sector del blindaje que exigían la aplicación del delito de intrusismo profesional regulado en el artículo 403 del Código Penal.

Como abogado y ciudadano comprometido con el reciclaje disfruté con el caso. Mi cliente supo ver la oportunidad. Destinó el añejo stock de un almacén heredado a la protección económica. Cristales blindados a precio irrisorio. Ni una brecha se producía en aquel imperecedero vidrio templado.

Las diversas sentencias absolvieron a mi cliente, resolviendo que no se podía discriminar a un empresario que rebajaba los precios legalmente. Se acabó la desigualdad en materia de seguridad. Turismos convencionales, furgonetas o incluso el Papamóvil siguieron revistiéndose con antiguas vajillas Duralex.

 

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4 comentarios

  • Una historia que apela a la nostalgia y que ha logrado transportarme a mi infancia. No vamos a ser tan simplistas y categóricos como para afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero hay que reconocer que hay cosas de antaño que es ahora cuando reconocemos su mérito, como el jabón Lagarto y las vajillas Duralex, un nombre muy bien puesto, como bien aplicado a esta buen relato, porque, como es conocido, lex, es ley en latín.
    Permíteme felicitarte por la originalidad.
    Un saludo, Julio

     
    1. Muchas gracias por tus comentarios, Ángel. Lo cierto es que al volver a la casa familiar en estos días inciertos para estar con mi madre mayor, vi que había una vajilla Duralex verde por algún armario, aún prestando servicio tras más de treinta años. Y sin apenas bajas de platos y vasos. Seguramente las excavaciones arqueológicas del futuro encontrarán estas vajillas dentro de mil años en perfecto estado de revista.