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Nicolás Montiel Puerta 

Érase una vez mi madre.
Canturreando en la ventana mientras regaba las plantas con mimo.
Trayéndome un Cola-Cao para que el Título V del Código Penal se me metiera en la cabeza entre sorbos y artículos.
Levantándose para comprobar si yo me había quedado dormida en aquella lejana madrugada de mis oposiciones a judicatura.
Orgullosa por darme, con mucho sacrificio, la oportunidad de ser alguien, de deambular por el lado positivo de la vida con la cabeza bien alta.
Ella, en sus tiempos, casi siempre malos, caminó la senda de la desigualdad con los pies descalzos, armada con su optimismo y su mágica sonrisa, peleando por mí, y por todas las que vinieran detrás, abriendo brecha en una sociedad que conjugaba el verbo discriminar con inhumana eficacia.
Cuando mi hija me pregunta por ella, suelo comenzar diciendo:
Érase una vez tu abuela…

 

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