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Ana Isabel Rodríguez Vázquez 

Crecí rodeado de jueces y fiscales. Combinando meriendas entre archivos, con visitas guiadas al sótano donde los expedientes sufrían largos periodos de hibernación.
Si algo positivo tenía el trabajo de mi madre, era propiciar la oportunidad de camuflarme en la sala de vistas como improvisado espectador, y convertir los interrogatorios y veredictos en mi espectáculo favorito.
Ella me enseñó a no discriminar. Decía que la desigualdad es una brecha que debemos cerrar para ser una sociedad mas justa.
Allí germinó la semilla de mi vocación, hasta convertirme en el abogado penalista que ahora soy.
Y todo gracias al esfuerzo de una gran mujer que apenas sabía leer, y a la que en el juzgado todos conocían como «Carmela, la limpiadora».

 

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