XI Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilBEST SELLER

Javier Puchades Sanmartin 

Me ilusionaba representar al famoso autor de novela negra, Gonzalo González, aunque, no entendía cómo un abogado especialista en Derecho Consuetudinario podría ayudarle. Tal vez, saliese desfavorecido con mi asesoramiento. Me dijo que tenía problemas con su último libro. Este se basaba en una reiteración de historias, y él creía que lo que se repite por costumbre se convierte en ley. Me explicó que para escribirlo habían colaborado de forma altruista amigos, admiradores y desconocidos. Que al acabar el trabajo con cada uno de ellos se deshizo de todo, incluso, del cactus que le regalo su mayor fan, que también aparecía en el texto. Continuó: «El problema surgió cuando la policía, al registrar mi casa, encontró un calcetín con sangre junto a la caldera del sótano». Entonces, me sobresalté y pregunté: «Pero ¿cómo se titula la novela?». Sonriendo, me respondió: «35 ASESINATOS NARRADOS POR SU AUTOR (basada en hechos reales)».

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilORGULLO Y PREJUICIO

PILAR ALEJOS MARTINEZ 

Representar a alguien en un proceso de divorcio no es fácil, pero jamás imaginé semejante final cuando mi cliente se presentó un día en mi bufete. Había contraído matrimonio en régimen de gananciales. Aunque su situación económica era acomodada y la de ella era muy precaria, no quiso hacerlo en separación de bienes. Estaban tan enamorados que pensó que su amor sería garantía suficiente. Tras la boda, a ella le cambió la voz y el aspecto. Dejó de ser cariñosa y su comportamiento se tornó frío y cruel. Se mostraba distante y, de manera unilateral, decidió que durmiesen en habitaciones separadas. Impuso sus propias normas hasta el extremo de convertirlas en derecho consuetudinario. Después, sustituyó la cerradura y lo dejó en la calle. Cuando solicité el reparto correspondiente de sus bienes para que mi cliente no resultase desfavorecido, lo máximo que le pude conseguir fue un cactus y un calcetín.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilSombra Negra

    Ignacio Solsona Fernández-Pedrera 

    Bajo un sol candente y asfixiante caminaba un intrépido justiciero, a quien por sus oscuros ropajes, todos conocían como Sombra Negra. Ni los cactus sonreían aquel bochornoso día de julio, pero el calor no fue óbice para que nuestro querido justiciero, anduviese con presteza por los senderos que llevaban hasta el lugar acordado para batirse en duelo contra aquel infame gambusino, que se había apropiado del oro de su desfavorecido hermano. Sofocado y sudado hasta el calcetín, alcanzó Sombra Negra su destino, y como era consuetudinario, anunció su llegada. Al rato esperando, advirtió un chirrido y tornó su mirada, viendo asomar por la puerta al ayudante del sheriff, quien con inaceptable desidia e indiferencia le dijo; "Paco, han suspendido el juicio". ¡Maldito forajido, había conseguido evadirse del azote de nuestro justiciero! Y así las cosas, se marchó Sombra Negra, cabizbajo y disgustado por no haber podido representar a su hermano.

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  • Imagen de perfilRebelde

    Miguel Ángel Arques Antón · Madrid 

    Había soñado con ser un abogado indomable y salvar a la gente a través de las leyes, representar a cualquier desfavorecido hasta conseguir justicia; sin embargo, el caciquismo del sistema había convertido en algo consuetudinario sus derrotas en los tribunales. Con todo, él no cejaba en su empeño, en su minúsculo despacho estudiaba cada caso hasta el mínimo detalle mientras un viejo cactus absorbía las radiaciones del monitor, o al menos eso le dijo aquella pobre mujer que solo pudo pagarle con la planta.
    Se puso la toga para entrar a la sala, otro juicio de un humilde contra las multinacionales que todo lo pueden, otra posible victoria de la injusticia que produce el dinero. Se levantó los bajos de los pantalones y se aseguró de llevar un calcetín de cada color antes de entrar. Esa pequeña rebeldía siempre le recordaba que la lucha aún no había terminado.

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  • Imagen de perfilLa letrada Teresa

    AUXILIADORA MARTINEZ MORENO 

    Teresa no era una letrada al uso. Gustaba de encabezar y representar causas perdidas donde amparar desahucios injustos, inmigrantes indocumentados o un despido improcedente, siempre con un desfavorecido o alma vulnerable que socorrer.
    De aspecto desaliñado y desastrado, aunque una buena toga todo lo tapa… o lo destapa, porque aquel calcetín desparejado evidenciaba poco cuidado de su imagen. Poco le importaba.
    Enamorada de lo sencillo, no había vista que no argumentara el derecho consuetudinario como herramienta para hacer valer lo natural, lo esencial, lo que perdura.
    Hoy era especialmente feliz. Había negociado un alquiler social con la poderosa banca BBCC para aquella familia numerosa que ya no se vería en la calle. Por eso cuando Paula, la más chiquitita de todos, entró en su desordenado despacho con un precioso cactus, no pudo evitar una sonrisa con lagrima incluida.
    - Me encanta, lo pondré en el mejor sitio. Gracias princesa.

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  • Imagen de perfilEl hombre cactácea

    José Francisco Castro Romero 

    Se presentó en el despacho con un calcetín de cada color y con un cactus bajo el brazo. Traía los pelos y la ropa como si se acabara de bajar de un huracán. El turno de oficio depara sorpresas a veces muy agradables: me tocaría representar a ese hombre que habita la parada de autobús, el que cada mañana no olvida que los buenos días es derecho consuetudinario del ordenamiento jurídico que regula la organización de nuestra plazoleta. Transcurridos los primeros veinte minutos de la entrevista su aspecto desfavorecido se tornó en una indumentaria obligatoria para el que no sufre la miseria de hacer del tiempo una rutina que termina atragantándonos. Terminamos el asunto con éxito y pude librarle de una multa por hurto. La cactácea luce en la repisa del despacho y me recuerda que mis espinas conservan el agua de lo que soy.

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  • Imagen de perfil¿Hecatombe?

    William Teixeira Correa 

    Estrangulaba a sus víctimas con un calcetín, que luego colgaba en un cactus en su jardín. Esta extraña manía llamaría la atención de la policía y llevaría a su arresto y posterior juicio. Por tratarse de un desfavorecido, lo representó un abogado de oficio. Tras recibir la pena máxima, el asesino lo culpó y juró que, como venganza, mataría a todos los abogados de la ciudad. Uno por semana. Ya han pasado casi dos años desde su fuga de la prisión. En ese lapso los “abogadocidios” se han vuelto algo consuetudinario, y de los cien abogados que había en la pequeña ciudad donde vivo solo resto yo. Esta última semana había sido una pesadilla para mí. Pero ayer, por fin, salió en los medios la gran noticia: “Capturan al Asesino del calcetín”. Sentí un alivio inmenso. Pero enseguida un interrogante me robó nuevamente la paz: ¿quién lo iba a representar?

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  • Imagen de perfilUn pueblo llamado Comala

    Ander Balzategi Juldain 

    Apareció Aquilino en el pueblo como el viento del sur, repentino y embravecido. Entró en mi despacho y levantó el polvo ceniciento que cubría los muebles y las carpetas. Dejó sobre la mesa un calcetín raído y exclamó “aquí están las pruebas. Dicen que ahora se puede obtener su rastro y demostrar que era mi padre”.
    Ya estaba harto de representar a los locos, a los idealistas y a los desfavorecidos, y no sabría donde encajar a Aquilino. Su padre nunca lo reconoció como hijo y el había porfiado por obtener su reconocimiento, luego su hacienda.
    Le recomendé que cesase en su empeño, la reclamación ya había prescrito. Él no entendía el concepto de la prescripción, a pesar de que en ese pueblo de mala muerte no quedásemos más que los cactus y los fantasmas. “Da igual”, respondió, “reclamo el derecho consuetudinario de las ánimas a vagar en sus propiedades”.

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  • Imagen de perfilLA LEY DEL DESEO

    ELENA BETHENCOURT 

    Soy abogado. Me gusta representar a los desfavorecidos si puedo, pero se está convirtiendo en norma consuetudinaria que medie en todos los conflictos de mi edificio.
    Ayer el vecino del quinto llamó a mi puerta. Era mal momento, pero le atendí igualmente. Me contó, muy afectado, que había encontrado un calcetín de hombre entre las sábanas y que no era suyo. Al preguntarle si había visto algo más, dijo que un cactus que estaba sobre la mesa del comedor estaba aplastado y la tierra fuera del tiesto. Luego rompió a llorar: le habían insinuado que su mujer tenía un amante en el edificio, pero prefería pensar que entró un ladrón.
    Le prometí que hablaría con todos y le pedí el calcetín como prueba del delito.
    Cuando se fue, abrí la lavadora, puse el calcetín con su compañero y terminé de quitarme los pinchos del cactus con las pinzas de depilar.

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  • Imagen de perfilA PESAR DE TODO

    Eva María Cardona Guasch 

    Conocía su fama de trabajadora tenaz y decidí que sería la abogada que me iba a representar. La adusta decoración del despacho (un cactus, una foto familiar) contrastaba con su carácter afable. La confianza que me inspiró me animó a importunarla con llamadas diarias que convertí unilateralmente en un derecho consuetudinario que a mí me hacía acreedora de su tiempo y a ella, parte notoriamente desfavorecida en aquella relación. Me arrepentí de esas insistentes e impertinentes consultas cuando me enteré, casualmente, de su situación familiar. Mis pensamientos revirtieron como se da la vuelta a un calcetín. La disputa con mi arrendatario no era nada comparado con la enfermedad grave y degenerativa de un hijo.

    El día del juicio me pregunté qué valor tendría aquella controversia para mi abogada, qué pasaría por su cabeza. Lo supe al verla actuar en sala: pensaba sólo en mi. A pesar de todo.

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  • Imagen de perfilJUICIO PERDIDO

    Ángel Montoro Valverde 

    Como una bombilla mal enroscada, crepitando para finalmente encenderse, o desconectarse del todo. No me explico por qué extraña conexión neuronal he pasado de citar el derecho consuetudinario a narrar el cuento de la desfavorecida Cenicienta. Me molestan las caras de extrañeza de los presentes al preguntarme la edad o el nombre de mi madre, así que les ignoro para perderme en ese brumoso infinito que va desde la montura de mis gafas hasta el micrófono de pie. Sigo sin entender por qué no estoy en estrados, sin nadie a quien representar o defender, por qué visto mi rebeca de lana y mis calcetines estampados de cactus en vez de la toga y por qué un compañero recita el doscientos del Código Civil. Balbuciente me acojo a mi derecho a no declarar antes de que Su Señoría me interrumpa para sentenciar la incapacidad de alguien que no recuerdo.

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  • Imagen de perfilDe locos

    Raquel Sánchez López 

    -Sé que sus intenciones pueden haber sido nobles. Sé que, al igual que yo, lucha por defender a los más desfavorecidos. Sé que ha sido un detalle precioso el cactus que acaba de regalarme…
    Pero no puedo regirme de manera consuetudinaria a la hora de representar su causa, ni apelar a mi espíritu navideño. No puedo dejar pasar lo sucedido. No puedo alegar el simple hecho de rellenar un calcetín de gominolas como atenuante frente al delito de allanamiento de morada entrando en aquella vivienda por la chimenea.
    Y ahora, dígame de una vez cuál es su verdadero nombre.
    -Santa Claus.
    -De locos.

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  • Imagen de perfilDERECHO DOMÉSTICO

    Belén Sáenz Montero 

    ¡Pobre Lord Justice Nightingale! La peluca se le apolillaba dentro del arcón; qué soberano aburrimiento le embargaba desde su jubilación. Así, se empeñó en representar en su vida cotidiana usos, costumbres y precedentes extraídos de vetustas compilaciones del derecho consuetudinario anglosajón. Todos los rincones de su residencia de campo, Gavel Manor, quedaron judicializados, desde los aposentos señoriales hasta las caballerizas. Si un calcetín pasaba demasiado tiempo desparejado en un cajón, dictaba una sentencia de divorcio firme con orden de alejamiento. En caso de infracción --es decir, si una sirvienta lo encontraba y lo regresaba con su compañero--, la condena conllevaba el escarnio de ser prendido en un cactus del jardín. El servicio resultó ser el sector doméstico más desfavorecido por las idas y venidas de su amo y, harto de los caprichos y las quijotadas del magistrado, exigió una legislación inmediata y formal acorde con la Constitución.

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  • Imagen de perfilTONTEANDO NUEVAMENTE

    Almudena Horcajo Sanz 

    Sin apenas conocerse, pasaron de tontear en los juzgados a vivir juntos. La convivencia fue un fracaso. Detrás de pequeños detalles, como que siempre enviudaba algún calcetín después de la colada, o que el cactus estaba seco, podíamos encontrar un buen número de malos usos y peores costumbres que nada tenían que ver con el derecho consuetudinario, como muy bien sabían ellos aunque su herramienta principal de trabajo fuese la norma escrita.
    En el día a día, optaron por representar, con vehemencia y sin medir las consecuencias, el papel de acusador o defensor según su conveniencia. La relación se deterioró rápidamente. Conscientes de que la peor solución era continuar, eligieron la ruptura.
    Repartidos los bienes, en ambos ha quedado un cierto resquemor al considerarse el más desfavorecido. Afortunadamente, de ánimo andan bien, convencidos de que las cosas no siempre salen a la primera, cada uno por su lado tontea nuevamente.

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  • Imagen de perfilAs time goes by

    Rubén Gozalo Ledesma 

    Repaso el derecho consuetudinario, miro los artículos de la legislación e intento memorizarlos. Pese a que mi memoria ya no es la de antes, trató de exprimir al máximo las neuronas. En un par de horas tengo un juicio importante. Y es que estoy algo alterado, desde que ayer mi hija montó en cólera cuando vio el bufete lleno de envoltorios de comida rápida y de bolsas de basura. Dice que me alimento mal, estoy desfavorecido y que no debería acumular tanta mierda. Incluso dejó entrever que me hago mayor y se me está yendo la cabeza. ¡Qué sabrá ella!, pienso tras meter el calcetín y los calzoncillos en la tostadora e introducir el recurso de apelación en el tambor de la lavadora. Después, me dirijo a los juzgados a representar a mi nuevo cliente con el cactus debajo del brazo.

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  • Imagen de perfilPleitos de verano

    David Gómez Ortas 

    El verano arrancaba tórrido, como hacía tiempo no se daba. En el despacho, mi jefe, un viejo letrado, de trato siempre seco y arisco como un cactus, había prescindido del resto del personal del bufete en los últimos meses, alegando estar próxima su jubilación.
    La cuestión era, que siendo yo el único superviviente, no tenía quién pudiera representar al desfavorecido en que me había convertido, así que, sin más remedio, decidí hacerlo yo mismo en el difícil pleito que supondría conseguir mis vacaciones. Me presenté ante don Cosme con mi mejor traje, mis calcetines de la suerte, y mis zapatos relucientes. En mi alegato, la norma consuetudinaria del bufete de no trabajar en agosto, el calor, la carga de trabajo asumida sin reproche, y cuanto pude hilar antes de escuchar aquellas palabras que interrumpieron mi ingenua exposición:
    - Joven, este año, para ti será hábil el mes de agosto.

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  • Imagen de perfilORGULLO Y PREJUICIO

    PILAR ALEJOS MARTINEZ 

    Representar a alguien en un proceso de divorcio no es fácil, pero jamás imaginé semejante final cuando mi cliente se presentó un día en mi bufete.

    Había contraído matrimonio en régimen de gananciales. Aunque su situación económica era acomodada y la de ella era muy precaria, no quiso hacerlo en separación de bienes. Estaban tan enamorados que pensó que su amor sería garantía suficiente. Tras la boda, a ella le cambió la voz y el aspecto. Dejó de ser cariñosa y su comportamiento se tornó frío y cruel. Se mostraba distante y, de manera unilateral, decidió que durmiesen en habitaciones separadas. Impuso sus propias normas hasta el extremo de convertirlas en derecho consuetudinario. Después, sustituyó la cerradura y lo dejó en la calle.

    Cuando solicité el reparto correspondiente de sus bienes para que mi cliente no resultase desfavorecido, lo máximo que le pude conseguir fue un cactus y un calcetín.

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  • Imagen de perfilDISCORDIA

    Ana Isabel Rodríguez Vázquez 

    Poco quedaba de la que había sido una pintoresca y acogedora casa familiar.
    Un raído calcetín rojo junto a la chimenea, los escasos muebles del salón cubiertos de polvo, y un solitario cactus como único superviviente del abandono.
    Pero ni aquel desangelado aspecto impedía a los dos hermanos reclamar el legado materno.
    El mas desfavorecido por avatares de la vida, solicitaba el uso temporal de la vivienda hasta sanear su precaria economía. Mientras el otro pretendía obtener una jugosa rentabilidad alquilándola como vivienda turística.
    Pero ni apelando al derecho consuetudinario, ni al sentido común, conseguí que acercaran posiciones; y mi asistencia legal resultaba, en este caso, totalmente inoportuna.
    Pués, aunque como abogado, tenía claro a quien representar, como padre no podía decantarme por ninguno de mis hijos.

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  • Imagen de perfilVirgen y mártir

    Jerónimo Hernández de Castro 

    Debí golpearme cuando buscaba un calcetín bajo mi cama. Un incidente consuetudinario abocado a la tragedia. Dos días en el suelo y noto crecer mi barba, hirsuta como un cactus, sobre un cuerpo paralizado y maloliente. No resistiré mucho más...
    Ni siquiera Samanta, o como se llame, podrá informar de mi estado al tribunal. Yo había contratado por primera vez sus servicios a domicilio y ella acudió puntual. No pude responder y casi quemó el timbre antes de marcharse airada, gritando al chulo que la apremiaba por el móvil.
    Pero mi muerte será útil. La incomparecencia de un fiscal como yo suscitará nuevas sospechas. El despreciable mafioso del banquillo no será absuelto de nuevo, tras representar su papel de desfavorecido, arropado por abogados brillantes; y, bien probada su relación con sicarios confesos, mi autopsia certificará una contusión tan precisa en la región occipital, que solo puede ser obra de profesionales.

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  • Imagen de perfilPURO TEATRO

    Teresa Arpal García 

    Para alejar mis miedos la puesta en escena debía ser perfecta: cerca del ordenador un cactus, el calcetín verde de la suerte en el pie derecho y el lápiz de madera en el bolsillo interior izquierdo de la camisa; pautas que yo seguía como derecho consuetudinario que había de cumplir antes de iniciar el trabajo. Todo y más, para no sentirme desfavorecido por la musa de la inspiración y poder representar mi papel de abogado con el aplomo debido.
    Yo frente a la pantalla mostraba mis dotes profesionales a la perfección… -¡Corten!- Oí mientras tecleaba negro sobre blanco… -¡Te llaman!- Escuché mientras mis dedos creaban una sonata excelsa en el teclado… -¡Es tu letrado…! ¿Pregunta por qué no estás en el juzgado?- Sobresaltado acabé con la mano llena de espinas, el pie derecho enganchado en los cables y mi cabeza en el suelo… ¡las togas me imponen!

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  • Imagen de perfilLA SUERTE DE LA VIDA

    ANGEL J. CLEMENTE RODILANA 

    Estaba delante de mi, había abandonado su tierra llena de arena y cactus por otra con asfalto e indiferencia. Podía creerse que se sentía desfavorecido, pero no era así, su mirada alegre, quizá algo inconsciente, me tenía completamente descolocado.
    Desde que supe que lo iba a representar, pues era mi primer caso como abogado del turno de oficio de extranjería, estaba sumamente nervioso, quería hacerlo todo bien, me estudie hasta la exageración todas las leyes, las normativas, europeas y nacionales, hasta el denostado derecho consuetudinario, por si en algún momento me servía.
    Me sorprendió que solo llevara un calcetín. "El otro se ahogo", me dijo sonriendo.
    "Como te llamas", le pregunte.
    "Soy Fares".
    "Como el actor del departamento Q" le comente.
    Sin entender, me sonrió.
    Esa hombre que estaba delante de mi se merecía toda la suerte que la vida me había proporcionado viviendo a este lado.

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  • Imagen de perfilULTÍLOGO

    JOSÉ RAMÓN SÁNCHEZ MAGARIÑOS 

    Aquel nevado día de diciembre iba a ser su primer día como Abogado. Madrugó. Llegó al despacho casi con estrellas. Sobre la mesa colocó su cactus, fiel compañero de sus días de facultad, y un ejemplar de su tesis sobre el derecho consuetudinario visigodo. Se reclinó en su sillón y se dispuso a esperar.
    Al rato se levantó para observar la orla de su promoción. En verdad no había salido nada desfavorecido en la foto. Después de comprobar el teléfono, se dirigió a la entrada del despacho y puso un gran calcetín de colores junto al árbol de navidad.
    De nuevo se sentó y cerró los ojos a la espera de clientes a los que defender o representar.
    Cuando volvió a abrir los ojos su vista se detuvo en una placa conmemorativa de sus cincuenta años de colegiado. Cerró los ojos y siguió esperando la llegada de clientes.

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  • Imagen de perfilEl calcetín

    Guillermo Portillo Guzmán 

    El caso me pareció cuanto menos, espinoso como un cactus. Debía representar a un migrante desfavorecido por la vida que le había tocado vivir y que, tras un largo viaje de varios miles de kilómetros, se encontraba detenido en la aduana con todas sus pertenencias desparramadas sobre una mesa.
    Aquel calcetín, que el perro policía había señalado de forma insistente, era inspeccionado concienzudamente por el personal aduanero, sin que, aparentemente, encontrasen lo que supuestamente iban buscando.
    El derecho consuetudinario establece la presunción de inocencia ante la de culpabilidad, pero tras la desaforada actuación del entrenado can, el policía ponía en duda tal presunción, e insistía en que su perro jamás erraba el tiro.
    Tardé cerca de dos horas en conseguir la libertad de mi defendido, alegando que el olor a pies, cercano a la putrefacción opiácea, no podía ser motivo de consideración delictiva y por tanto, de privación de libertad.

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  • Imagen de perfilNunca jamás

    Nuria Rozas 

    Representar legalmente a todo ser vivo metido en líos formaba parte del derecho consuetudinario de aquel lugar, sin importar la gravedad del delito ni lo desfavorecido que fuera el acusado. Así que, dada la similitud del caso, a ella se le asignó el abogado que en su día consiguió la absolución del ilustre cocodrilo.
    El letrado demostró que el malogrado capitán debía haber ido con más cuidado cuando echó mano al calcetín que se le había perdido entre los cactus, donde discretamente agonizaba su cliente, la última “Dionaea muscipula”, que no pudo evitar darle un pequeño bocado llevándose el meñique, cegada por el hambre. No tuvo culpa de que, en aquel lugar de ensueño, hubiesen borrado todo rastro de las moscas que afeaban el cuento en el que, aquel capitán, no volvería a bajar de su barco nunca jamás.

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  • Imagen de perfilDefensora de las flores

    Nieves Prieto Lavin 

    Mi vocación siempre fue la de estar del lado de los más desfavorecidos. Así, tras licenciarme, me inscribí en el turno de oficio.
    Un caso inesperado dio un giro a mi carrera como un calcetín: fue una adelfa rosa, acusada de homicidio imprudente en piscina por ingesta de un menor. La salvé de la poda y exterminio de la urbanización acreditando la negligencia de los progenitores. También me vi en la tesitura de representar a un cactus acusado de falta de lesiones al que defendí basándome en lo beneficioso de su existencia para la reducción de ondas electromagnéticas. Después una familia de plantas carnívoras fue absuelta por lo consuetudinario de la plantación en la zona. Y un largo etcétera.
    La especialización y la claridad argumental, no dar nunca un caso por perdido, son las claves del éxito en la profesión.
    Por cierto, no os lo he dicho: me llamo Alicia.

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  • Imagen de perfilVacaciones ¡YA!

    Leopoldo San Martín Nemesio 

    - Vamos a ver Letrado. Que acuda usted a la vista argumentando que viene con la camisa abierta,sin corbata y em bermudas por la ola de calor que hace que se sequen los cactus, bueno.
    Que me intenten convencer de que en base al derecho consuetudinario alemán puede usted representar perfectamente a su patrocinado calzando sandalias con calcetín, podría llegar, con mucho esfuerzo, incluso a entenderlo.
    Pero que se atreva a decirme que con este pareo estoy desfavorecida, por ahí no paso.
    - Bueno Carmen, tampoco hay que ser tan tiquismiquis, ya te dije que no pusieras ninguna vista el día que salíamos de vacaciones. Te espero abajo. ¡Ah! Lo del pañuelo era broma. Estás espectacular.

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  • Imagen de perfilVocación

    Ernesto Ortega garrido 

    Con tres años, ya aporreaba la mesa del salón con un martillo de juguete, intentando poner orden en la “casa”. Me pasé la infancia jugando a los abogados. Acusaba al cactus de haberme pinchado un globo, a los caramelos de provocar caries, a un calcetín desparejado de abandono familiar. Los llamaba a declarar y me pasaba las horas inventándome testimonios que aludían al derecho consuetudinario y a términos que no sabía siquiera qué significaban, ante la desaprobación de mis padres que querían que dejase cuanto antes todas esas tonterías. Desde pequeño soñaba con representar a los más desfavorecidos, pero me vi presionado a seguir la tradición familiar y, como hijo único, no me atreví a decepcionarlos. Ellos siempre vienen a verme al teatro. Al acabar cada sesión, se levantan de sus butacas y orgullosos comienzan a aplaudir. Mientras tanto, entre actuación y actuación, he empezado a estudiar derecho.

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  • Imagen de perfilMi primer juicio

    Iratxe de la Cámara Bajo · Barcelona 

    Aquel verano estaba siendo el más caluroso de todos los tiempos. Hasta los cactus sudaban la gota gorda y el único helado del congelador era un bien por el que bien merecía la pena iniciar una revolución. Como hermana pequeña, había crecido siendo la desfavorecida permanente, aceptando el derecho consuetudinario de mi hermano a adjudicarse por defecto cualquier privilegio que nos ofertara la vida. Y dije basta. Como hijos de abogados que éramos, entendí que la mejor manera de resolver aquello era representar un juicio con todas sus garantías, incluida fase de prueba. Mi hermano, entre sorprendido por mi rigurosidad procesal e indignado por la novedosa rebelión, no tuvo prueba que proponer. Mi prueba: los calcetines hasta la rodilla que mi abuela – que defendía la convivencia de estilo y altas temperaturas hasta sus últimas consecuencias – me había puesto esa mañana. El Fallo estuvo claro: Raquel uno, Carlos cero.

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  • Imagen de perfilLO IMPOSIBLE

    Nicolás Montiel Puerta 

    La flor de cactus entró en mi despacho y se quedó de pie.
    --- Mejor no le doy la mano --- me dijo.
    --- Sí, claro… ¿En qué le puedo ayudar?
    --- Quiero demandar a todas las flores del mundo.
    Me quedé perplejo y lo manifesté alzando las cejas.
    --- ¿Acaso me he equivocado de abogado?--- insistió.
    --- No, por supuesto que no.
    --- Lo celebro, me ha sido recomendado por el calcetín desparejado al que usted consiguió una pensión compensatoria después de quedar desfavorecido en el reparto de cajones.
    --- ¿Y por qué quiere demandar a las demás flores?
    --- Porque el tallo de ninguna de ellas pincha tanto como el mío… ¿Me va a representar?
    --- Por descontado, su pretensión es perfectamente legítima.
    Esa misma tarde profundicé en el proceloso mar del derecho consuetudinario y logré armar una contundente demanda por ejercicio desleal del derecho a la belleza.

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  • Imagen de perfilUsurpación de toga

    María Sergia Martín González- towanda 

    El traje era caro; la corbata, de firma y, aunque grandes, los zapatos perfectamente lustrados. Su vehemente alegato sorprendió en Sala, desarmó al fiscal y emocionó al desfavorecido cliente a quién debía representar. Sin ningún atisbo de duda, el juez absolvió. La verdad salía a relucir y la justicia equilibraba la balanza, aunque para lograrlo debió ‘sacrificar’ algunos principios. Recortó sus cabellos, desmaquilló sus uñas, se puso lentes de miope. Cambió faldas por pantalones, pantis por calcetines y entró triunfal en los juzgados, ataviada con la toga de su esposo: un donjuán consuetudinario, trasnochado e infiel. No cabían lamentaciones, el fin justificaba cualquier argucia. Ella amaba la profesión de él y él no volvería a necesitar aquella ilustre vestimenta bajo los cactus del parterre…, abrazado a su querido móvil, el mismo que atendía a deshora con respuestas monosilábicas, risillas tontas y bucólicos ojos de enamorado. Irrefutables pruebas de su adulterio.

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  • Imagen de perfilVista rápida

    Marta Trutxuelo García 

    Me enamoré del Derecho por sus vistas… sí… la previa, la oral, pero, sobre todo, por la vista rápida. Asimilé el estudio de sus fuentes –consuetudinarias y otras normas-- con el sistema de "vista rápida", extrayendo sólo los conceptos clave. Obtuve el título sin problemas y al ejercer la abogacía descubrí la otra acepción de vista rápida como juicio sumario, que me ha permitido trabajar en múltiples casos, especializándome en testamentos. Entre mis mayores logros ha estado minimizar la cuantía del impuesto de sucesiones a lo que cuesta regar un cactus. Aunque, al representar a tantos clientes alguno tenía que resultar algo desfavorecido. Sí... lo confieso... mi método tiene... fisuras...pequeños agujeros como el de la prenda que reclama mi último cliente, beneficiario del testamento que redacté: ¿quién iba a pensar que su padre escondería las joyas familiares en el mísero calcetín que escapó al análisis de mi vista rápida?

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