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Miguel Ángel Arques Antón · Madrid 

Había soñado con ser un abogado indomable y salvar a la gente a través de las leyes, representar a cualquier desfavorecido hasta conseguir justicia; sin embargo, el caciquismo del sistema había convertido en algo consuetudinario sus derrotas en los tribunales. Con todo, él no cejaba en su empeño, en su minúsculo despacho estudiaba cada caso hasta el mínimo detalle mientras un viejo cactus absorbía las radiaciones del monitor, o al menos eso le dijo aquella pobre mujer que solo pudo pagarle con la planta.
Se puso la toga para entrar a la sala, otro juicio de un humilde contra las multinacionales que todo lo pueden, otra posible victoria de la injusticia que produce el dinero. Se levantó los bajos de los pantalones y se aseguró de llevar un calcetín de cada color antes de entrar. Esa pequeña rebeldía siempre le recordaba que la lucha aún no había terminado.

 

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