Imagen de perfilMi primer juicio

Iratxe de la Cámara Bajo · Barcelona 

Aquel verano estaba siendo el más caluroso de todos los tiempos. Hasta los cactus sudaban la gota gorda y el único helado del congelador era un bien por el que bien merecía la pena iniciar una revolución. Como hermana pequeña, había crecido siendo la desfavorecida permanente, aceptando el derecho consuetudinario de mi hermano a adjudicarse por defecto cualquier privilegio que nos ofertara la vida. Y dije basta. Como hijos de abogados que éramos, entendí que la mejor manera de resolver aquello era representar un juicio con todas sus garantías, incluida fase de prueba. Mi hermano, entre sorprendido por mi rigurosidad procesal e indignado por la novedosa rebelión, no tuvo prueba que proponer. Mi prueba: los calcetines hasta la rodilla que mi abuela – que defendía la convivencia de estilo y altas temperaturas hasta sus últimas consecuencias – me había puesto esa mañana. El Fallo estuvo claro: Raquel uno, Carlos cero.

 

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