Imagen de perfilPleitos de verano

David Gómez Ortas 

El verano arrancaba tórrido, como hacía tiempo no se daba. En el despacho, mi jefe, un viejo letrado, de trato siempre seco y arisco como un cactus, había prescindido del resto del personal del bufete en los últimos meses, alegando estar próxima su jubilación.
La cuestión era, que siendo yo el único superviviente, no tenía quién pudiera representar al desfavorecido en que me había convertido, así que, sin más remedio, decidí hacerlo yo mismo en el difícil pleito que supondría conseguir mis vacaciones. Me presenté ante don Cosme con mi mejor traje, mis calcetines de la suerte, y mis zapatos relucientes. En mi alegato, la norma consuetudinaria del bufete de no trabajar en agosto, el calor, la carga de trabajo asumida sin reproche, y cuanto pude hilar antes de escuchar aquellas palabras que interrumpieron mi ingenua exposición:
– Joven, este año, para ti será hábil el mes de agosto.

 

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