XIV Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilDESPACHO UCRANIO

Benedicto Torres Caballer 

Nikita miraba compungido un par de expedientes y una caja embalada situados sobre la mesa del bufete, ubicado en un bloque de apartamentos iguales estilo “jruschovki”. Una solicitud de indemnización por acoso mediante conciliación extrajudicial, abortada por ametrallamiento; un divorcio sin acuerdo, que no llegaría a término por un misil sobre el domicilio conyugal. Les dio carpetazo y abrió la caja. En su interior, seis botellas de cerveza taponadas con mechas. Tomó una, abrió la ventana, después de prenderla la lanzó enérgicamente hacia la tanqueta y se ocultó inmediatamente. Vivir para resistir, peor que una condena -pensó con lágrimas en los ojos-mientras una ráfaga de ametralladora destrozaba los cristales.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilREVERSOS DEL METAVERSO

Manuel de la Peña Garrido 

Desde que existe el Metaverso, ejerzo por igual en el mundo real y en el virtual. Me corrijo: defiendo pleitos fáciles en los juzgados tangibles, mientras que mi avatar está especializado en casos imposibles. Tan peculiar conciliación tiene múltiples ventajas: mi clon internetiano gestiona mejor los fracasos y, si gana, yo -el de carne y hueso- cobro honorarios astronómicos en criptomonedas; como los inspectores de Hacienda no fisgonean el interior del ciberespacio, puedo vivir a cuerpo de emperador emérito. Además, mi alter ego, cual Bond, tiene licencia incluso para delinquir. Es un retrato 3D de Dorian Gray. Tras un juicio en el foro ficticio, él acaba de salvar de una draconiana condena a un malvado reincidente, un pájaro de la red oscura. La cuota litis será jugosa. Me guasapea el avatar de mi contable: - Las digicoins se han desplomado. Ya sabes, la maldita Guerra. Estás arruinado, en ambos universos.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilLa joven

    María Carmen ELUM · BETERA 

    En un turno de oficio, me encuentro con una joven asustada, sin apenas hablar el idioma y con un ticket de supermercado en la mano.
    La habían detenido por sustraer dos botellas de alcohol junto con un paquete de pañales que sí había pagado. Fuera, le esperaba aquel para quien eran las botellas, ella solo quería los pañales, pero él le exigía las botellas. ! Vaya dilema tenía!

    Mi condena es vivir con el conflicto interior que me causa mi profesión de abogado porque a veces hay que defender lo que es indefendible, aceptar lo que es legal, lo que se ajusta a derecho, tratando de establecer una conciliación entre la ley y la justicia .

    Cuando la ley y la justicia coinciden, igual entonces y, solo entonces, comprendo la grandeza del oficio y me siento orgullosa de ser abogado aunque solo pueda culpar, legalmente, a la joven.

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  • Imagen de perfilCAMBIANDO POR ELLOS

    Andrés Javier Roda Hernández · Las Palmas 

    Otro duro día de trabajo. Volví a llegar tarde a casa. Los niños dormían, pero la televisión aún seguía encendida. Me senté en el sofá con la cabeza entre las manos, exhausto, y con la sensación interior de haberles vuelto a fallar.

    Levanté la mirada y ahí estaba él, observándome, igual que siempre. Su cara reflejaba una mezcla entre compasión y ternura. Pese a todo, entendía mi modo de vivir. Sabía lo importante que era terminar esa demanda, contestar ese correo o encontrar una nueva línea de defensa para evitar la condena. También sabía que anhelaba la conciliación familiar.

    En el fondo, él confiaba en que conseguiría dejar de robarle tiempo al resto de mi vida. Nunca me había sentido tan seguro como en ese momento. Continué clavando la mirada en el reflejo de la televisión, que había apagado hace un momento. Sonreí esperanzado y me quedé dormido en el sofá.

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  • Imagen de perfilHay un abogado dentro de mí

    Ernesto Ortega garrido 

    Hacia tiempo que sentía ciertas molestias en el estómago. Yo pensaba que eran gases hasta que durante un interrogatorio al que me estaba sometiendo mi mujer por haber llegado tarde, una voz irreconocible salió de mi interior y comenzó a pedir “la venía”, a llamarla “su señoría” y a gritar “protesto”. Tras visitar a un doctor, un sacerdote y una médium, llegué a la conclusión de que había sido poseído por el espíritu de un abogado. Al principio, me hizo ilusión. Me sentía como Tom Cruise en “Algunos hombres buenos”, pero vivir con él se ha convertido en una condena. No lo soporto. No hace más que requerirme papeles y para todo me exige un plazo. Va a resultar imposible alcanzar un acuerdo de conciliación. He pensado en un exorcismo, pero prefiero tratarlo de igual a igual y he decidido demandarlo por ocupación indebida. Se va a enterar.

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  • Imagen de perfilCONSEJOS VENDO

    Alberto Ferran Royo 

    Gracias a su duro trabajo, Raquel había doblado su facturación respecto al año anterior. Tenía unos números sin igual, pero jamás había oído hablar del ascenso. En su interior, sabía que ser mujer era una condena a quedar bajo un techo de cristal. Atormentada por estos pensamientos, intentó apartarlos antes de llamar a su jefe.

    —Hola Carlos, la reunión con la empresa ha ido genial. Creo que podremos tener el documento con las medidas cerrado esta semana.

    —Genial Raquel, no podría vivir sin ti. ¿Cuándo estarás por aquí?

    —Pues quería pedirte si puedo volver ya mañana, que es tarde y tengo al niño enfermo.

    —Ni hablar, ya sabes lo que hay.

    Así que Raquel volvió a su despacho, en el que una placa indicaba “Abogados especializados en igualdad”. Esperaba tener redactado pronto el plan de conciliación de su cliente, para llegar a casa ni que fuera a cenar.

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  • Imagen de perfilINEXPLICABLE

    Margarita del Brezo 

    A mamá le dieron una conciliación. Nos explicó que eso servía para poder ir más tarde al trabajo, cuidar mejor del hermanito que vive en el interior de su barriga y estar más tiempo juntos. Mi mamá es abogada y defiende a los buenos.
    —¿Y si les hacen una condena cuando no estés? —preguntó Iryna, mi gemela.
    —Eso no pasará –sonrió–, papá estará en el despacho para defenderlos igual de bien que yo.
    Nos quedamos tranquilas. Y felices. Pero de repente es todo muy raro. Papá ya no viene a casa. Que tiene que defender a mucha gente, dice mamá. Nosotras no vamos al colegio ni salimos al parque. Se oyen sirenas y mucho ruido todo el rato, también por la noche, y así no podemos dormir en paz. Y encima ahora tenemos que irnos a vivir a otro sitio. Rápidamente. No me gusta nada esto de la conciliación.

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  • Imagen de perfilMUJER ABOGADA

    ROCIO SOLIS PAZOS 

    Eran las 6:50 horas de la mañana del 6 de Mayo de 2021, ella quería comenzar a vivir libremente y fue cuando mi mundo interior comenzó a tambalearse.
    Ella, que había cumplido casi nueve meses de condena teniendo que soportar mi dedicación absoluta, mi estrés y cambios de humor, al igual que las infinitas horas frente al ordenador contestando correos, redactando demandas y escritos.
    Ella, que había sido mi fiel compañera y apoyo moral en reuniones y eternas asistencias al Juzgado de Guardia, al que conseguimos que nos citaran de forma continúa los sábados, domingos y festivos para intentar conformar antes de su llegada.
    Ella y yo no lo sabíamos, pero juntas aprendimos lo que era conciliación.

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  • Imagen de perfilLección de vida

    Alyne Muds 

    Mi abogada ejerce una peculiar conciliación entre sus obligaciones legales y nuestra relación personal. Sus visitas hacen mi condena más llevadera y sus consejos me ayudan a vivir con esperanza en el futuro.
    - Debes utilizar este encierro para aprender de tus errores, me dice. Nada volverá a ser igual cuando salgas de aquí. Aprovecha los programas de reinserción, fórmate, y podrás empezar una nueva vida cuando recuperes tu libertad.
    Su discurso es tan convincente que he decidido estudiar derecho. Ella me anima hablándome de la satisfacción que se siente cuando sales de las tinieblas y ayudas a otros a encontrar su camino. Lo dice como si lo viviera en carne propia, y alguna vez he notado que, a través de los barrotes, pasea la mirada por las paredes de mi celda como si su interior le trajera viejos recuerdos.

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  • Imagen de perfilCUESTIÓN DE PERSONALIDAD

    Aman L. Lordén 

    En aquel pueblecito siempre hubo refriegas entre sus habitantes, aunque nada relevante. Nada igual a lo sucedido meses atrás. Una joven estudiante había sido asesinada brutalmente.

    Simón Rodríguez, mi cliente, un ser apacible, débil y con apariencia de no poder matar a una mosca, era el acusado. Él insistía lastimero en su inocencia. A pesar de que las pruebas le incriminaban, parecía imposible la conciliación entre la personalidad de ese individuo pusilánime e indefensivo y la de un asesino.

    El juicio fue un suplicio para él. Mis interrogatorios le atemorizaban, pero las preguntas del fiscal le suponían un infierno. El último día, tras haberle apretado en extremo, se desvaneció. Y de pronto, con una furia inusitada, salió de su interior, Matías, una bestia asesina que cobró vida ante la atónita audiencia.

    Sentencia: culpable. Pero para Simón, la peor condena era vivir con Matías en un mismo cuerpo.

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  • Imagen de perfilCUSTODIA COMPARTIDA

    Rosalía Guerrero Jordán 

    En mi interior estaba convencida de que aquello no podía salir bien. Que tendría que pagar un precio para huir de la condena de vivir a su lado.
    En el juicio por la custodia alegué las facilidades de conciliación que me permitía mi precario trabajo de media jornada. Él, que mi estado mental me incapacitaba para cuidar de nuestros hijos.
    Y a pesar de que en el informe psicológico forense que solicitó el juzgado constaba que él era la causa más probable de mi depresión, el juez dictaminó custodia compartida en distinto domicilio.
    Pero igual que se cansó de mí, no tardó en cansarse también de sus hijos. Ya me lo advirtió la abogada de la asociación: «Solo quiere la custodia para hacerte daño».
    Ayer firmamos un nuevo acuerdo. Por fin, vuelven a casa.

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  • Imagen de perfilARSENALES INTERIORES

    Almudena Horcajo Sanz 

    Aunque siempre consideraba que sus continuas infidelidades eran algo natural, cuando se enteró de mi desliz, se puso hecho una fiera, me declaró la guerra. No había duda de que en su interior guardaba un arsenal con armas tan poderosas como los celos, la venganza o el rencor. Temí, incluso, por mi vida. Afortunadamente, nos divorciamos antes de que corriese la sangre. Deseosa de que todo terminase cuanto antes, en el acto de conciliación, cedí a todas sus pretensiones. Que se quedase con el dinero, con las joyas, con las cosas de valor… no me importaba, me daba igual. Yo sólo quería no perder a Flequillo, nuestra mascota, el fiel compañero que me quitaba las penas. No podía imaginar peor condena que la de vivir sin él.
    Desde entonces, no nos separamos para nada, pasamos los días juntos en paz y armonía.

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  • Imagen de perfilREVERSOS DEL METAVERSO

    Manuel de la Peña Garrido 

    Desde que existe el Metaverso, ejerzo por igual en el mundo real y en el virtual. Me corrijo: defiendo pleitos fáciles en los juzgados tangibles, mientras que mi avatar está especializado en casos imposibles. Tan peculiar conciliación tiene múltiples ventajas: mi clon internetiano gestiona mejor los fracasos y, si gana, yo -el de carne y hueso- cobro honorarios astronómicos en criptomonedas; como los inspectores de Hacienda no fisgonean el interior del ciberespacio, puedo vivir a cuerpo de emperador emérito. Además, mi alter ego, cual Bond, tiene licencia incluso para delinquir. Es un retrato 3D de Dorian Gray.

    Tras un juicio en el foro ficticio, él acaba de salvar de una draconiana condena a un malvado reincidente, un pájaro de la red oscura. La cuota litis será jugosa.

    Me guasapea el avatar de mi contable:

    - Las digicoins se han desplomado. Ya sabes, la maldita Guerra. Estás arruinado, en ambos universos.

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  • Imagen de perfilAl pie del cañón

    laura pilato rodríguez 

    Lo dejé todo por Alina. Algo en mi interior me decía que juntos podíamos superar cualquier dificultad. Aunque reconozco que vivir en Ucrania al principio no resultó fácil, nuestro despacho especializado en derecho internacional pronto despuntó. Y, a pesar de la escasa ayuda para la conciliación, conseguimos criar dos hijos sin desatender nuestro proyecto laboral.
    Hasta que la amenaza de una guerra se volvió tan real, que permanecer en el país suponía una condena a muerte.
    Se nos facilitaron los medios para huir de aquella masacre, y al igual que diez años atrás, tomamos juntos una dura decisión. Pusimos a salvo a los niños y continuamos trabajando rodeados del sonido atronador de las sirenas y las bombas. Luchando por la paz con nuestras propias armas.

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  • Imagen de perfilALGUIEN

    ANA Mª GARCÍA YUSTE 

    Había algo especial en la tierra cuando mi padre la cogía entre sus manos y desmenuzaba los terruños, quitando malas hierbas.
    -¿Qué quieres ser de mayor?- me preguntó.
    -Igual que tú, agricultor- respondí con orgullo, aunque sé que en su interior algo se removió.
    -Vivir de la tierra da dignidad, pero poco dinero- arguyó triste-. No, tú serás alguien, no como yo- me fue imposible entender que se creyera tan poco, cuando para mí él lo era todo.
    Cincuenta años han pasado. Desde mi despacho de abogado cierro un expediente acabado, bajo la persiana y respiro por última vez el aroma que dejan los pliegos de condenas, absoluciones y los recuerdos de conciliaciones en mi vida privada insoportables de encajar. Celebro mi almuerzo de jubilación y luego conduzco hacia el labrantío que heredé de mi padre; no sé por qué, pero es allí donde me siento alguien de verdad.

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  • Imagen de perfilVOLVERÉ A TOCAR PARA TI

    MCarmen Sancho Quero 

    Hace días que mi despacho de abogados está cerrado. Hace más días aún, que la cordura política abandonó a otro cobarde más.

    Acostumbrado a defender intereses legales en los estrados de un Juzgado, me engulle el escenario de un caótico campo de batalla en el que nuestros compatriotas luchan por salir victoriosos ante la descabellada escalada bélica.

    Recuerdo como a mi padre le tocó convencerme de que, igual que para vivir, para aprender a tocar piano debía practicar a diario. Antes, mi agenda siempre mantuvo una reñida conciliación entre música y Abogacía, ahora, mi reloj marca la peor condena que he visto imponer arbitrariamente. Y, aunque todo cambió en un segundo y él falleció, ninguna estremecedora sirena impedirá que siga oyéndolo en mi interior.

    Cubiertos de tenebrosa oscuridad, esperando el cese de tan amargo horror, me calma pensar que la música será mi lenguaje para comunicarme contigo, donde estés, papá.

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  • Imagen de perfilVecinos a la fuerza

    Berto Vallejo 

    Pyotr, el vecino ruso del cuarto piso, recordaba con nostalgia la gran casa de campo en la que había crecido de niño, y sintió el impulso irrefrenable de pasar a la acción. Sin consultar a nadie procedió a agrandar el interior de su apartamento echando abajo la pared del comedor. Pensó que igual a su vecino Zhenya le encantaría ser anexionado a la familia adyacente. Vivir juntos y en armonía, aunque fuera un poco a la fuerza, no podía parecer más prometedor. Al oír los primeros golpes, Gutiérrez, el abogado del ático, les propuso un procedimiento de conciliación para no ir a mayores. Todo fue inútil. La condena por parte de la comunidad no se hizo esperar, pero pese a las suplicas del bueno de Zhenya y a los lamentos de su mujer e hijos, los vecinos se limitaron a pasarle un destornillador por el patio de luces.

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  • Imagen de perfilParticipación

    Yordys Stable Daudinot 

    Siempre quise aportar mi granito de arena para que se imparta justicia. Demasiado cobarde para ser policía y estar cara a cara al delito, la corrupción, y un sin número de pandilleros, lo peor de la sociedad. Mi inteligencia por otro lado no era tal que pudiera aspirar a convertirme en abogado; seguramente no pasaba el tercer semestre. En mi interior sentía que no era igual a la mayoría. Necesitaba vivir la experiencia de un juicio, ser parte del proceso... Al fin una oportunidad, estaba dentro, y entre protestas, declaraciones, el juez exigiendo orden en la sala me sentía en casa; donde siempre deseaba estar. Mi participación fue necesaria, tomada en cuenta principalmente al realizarse la conciliación final y llegar a la condena del acusado. Fui miembro esencial del jurado.

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  • Imagen de perfilProblemas del primer mundo

    Sergio Capitán Herraiz 

    Nada volvió a ser igual. Desde que mi despacho aprobó una serie de medidas para la conciliación familiar, todos los miércoles por la tarde podía pasarlos con mis hijas. Vivir en una gran ciudad te hace apreciar aún más estas cosas, y así renació mi niño interior. Disfrutaba haciendo los deberes, merendando y tirándome en el suelo con ellas. Al acabar la tarea, les concedía media hora de televisión. Se supone que a esa hora estarían los dibujos, pero aquel día los telediarios en directo copaban todas las cadenas. ¡Europa condena esta guerra!, decían al unísono.
    Pasaron los días y, en medio de la impotencia, me pregunté que podía hacer yo por ese pueblo. Vinieron refugiados a España y las tardes libres de los miércoles les estoy ayudando con los trámites legales para iniciar aquí una nueva vida.
    Mis hijas se quejan de que ya no juego tanto con ellas.

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  • Imagen de perfilMalabarismos domésticos

    Ana María Abad García 

    Por más que se hable sobre la conciliación de la vida laboral y familiar, ir al bufete cada mañana dejando atrás a dos niños pequeños es para mí una condena diaria. Hoy, mi yo interior se rebela y, nada más llegar, arrincono a mi jefe en su despacho y le pido una reducción de jornada. “Imposible”. Juego la baza del teletrabajo y, al final, llegamos a un acuerdo.
    Podré disfrutar de mis hijos, vivir con ellos algo más que los fines de semana, aunque tenga que aclarar el champú del pleito de Cristina contra el seguro del coche, sacudir las migas de empanada de la demanda de divorcio de Luis y Estefanía, o compaginar la lectura de Caperucita Roja con la apelación de Sebastián.
    Su padre, con sana envidia, ha decidido hacer igual y ahora preside los juicios desde los columpios del parque, con el chándal bajo la toga.

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  • Imagen de perfilPocas luces

    Fernando Beamud 

    Al juez le parecía imposible llegar a una conciliación entre las partes. En circunstancias similares, puramente, era una cuestión de acuerdo económico; pero el demandante resultó ser un testarudo sin igual.
    El octogenario querellante acusaba a la naviera, propietaria del buque que le abordó, de haber causado el hundimiento de su embarcación, debido a la impericia del capitán y la falta de vigilancia a bordo. Esperaba obtener, además de indemnización por su barco, una condena para los oficiales.
    Su abogado comentaba sotto voce que al hombre le resultaba imposible vivir sin salir a la mar.
    —Según indica la tripulación del mercante, usted estaba pescando en el interior de la rada del puerto y no pudieron ver su embarcación tanto por el tamaño como por la escasez luces de navegación.
    —¡Toma! —repuso el anciano —es que si llevo las luces encendidas los demás sabrán donde capturo mis piezas.

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  • Imagen de perfilSecuestro diario

    Gabriel Pérez Martínez 

    No me considero el mejor abogado del mundo. Solo puedo garantizar que paso el día en el bufete, dedicado en cuerpo y alma a mi trabajo. Procuro lo mejor para mis clientes y estos siempre terminan contentos conmigo, incluso si les toca vivir una condena en la cárcel. Pero igual puede darse una excepción…
    Ahora que voy con la boca tapada y atado en el interior del maletero de este coche, me pregunto quién me dormiría para raptarme. A juzgar por los baches, llevamos minutos circulando por un camino de campo. Frenan; se bajan; se acercan. El corazón va a estallarme cuando abren. Me cambia la cara al ver a mi hijo mayor acompañado de los dos pequeños. “Perdona papá, pero si no, no pasarías el finde con nosotros”. Rompo a llorar, pensando en todo lo que me he perdido al no hacer nada por la conciliación familiar.

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  • Imagen de perfilEl trato

    Guillermo Sancho Hernández 

    Comenzada la interminable condena del precio de la luz y de los combustibles, tuve la idea. Al principio tenía dudas, por el qué dirán. Ahora me da igual, porque me ayuda a ejercer como abogada, y pago mis impuestos.
    En resumen: he llegado a un acuerdo con Daniel, el propietario del bar más céntrico del pueblo, para que me ceda (temporalmente) una mesa en el interior del local, bien iluminada, para atender a mis visitas. El trato incluye mi desayuno, comida y cena, a precio fijo. Y muchos de mis clientes se toman algo en el bar, antes y/o después de las consultas, así que todos contentos.
    Como diría la canción (y mi querido Julián, en “El ministerio del Tiempo”), maneras de vivir. O de sobrevivir, en los tiempos que corren.
    La conciliación laboral y familiar también la tengo resuelta: he vuelto a casa de mis padres.

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  • Imagen de perfilPAZ PARA UN DESERTOR

    Inma Polo Gil 

    El peso del rencor que soportaba Fyodor era proporcional al de congoja por su condena. Cuando la conciliación internacional falló, le enseñaron que no podía negarse a tomar las armas contra sus iguales, aun contra el país vecino. Él prefería morir a vivir subyugado, teniendo que cargar con vidas inocentes. Desde el interior de la lóbrega celda de aquella prisión militar en Moscú, se oyeron pasos acercándose. Su hermana Katerina, abogada, venía de Kiev a defenderle en la corte marcial. Venía acompañada de dos funcionarios, armada solo con un maletín y un código bajo el brazo. Comprendí realmente a qué venía, cuando abrió el maletín y vi un frasco con un sospechoso líquido escondido en un doble fondo.

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  • Imagen de perfilSERENA REBELDÍA VITAL

    FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ MUÑOZ 

    Soy feliz en el interior de mi celda. Aquí tengo todo lo necesario para vivir y no tengo que rendir cuentas a nadie, ni sufro por la hipoteca, el pago de los impuestos o por conseguir una desesperada conciliación de mi anterior y frustrante vida, aparentemente perfecta y ordenada.
    Aunque igual me pasé cuando acepté, en contra del consejo de mi atribulado abogado, la condena por un delito que no había cometido. Pobres ignorantes, el letrado y el verdadero asesino.

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  • Imagen de perfilLOS JUBILADOS

    Ruth González Poncela 

    La concentración pacífica fue convocada a través de redes sociales para denunciar la condena silenciosa que los había arrinconado en el interior de sus despachos. Reclamaban ser tratados igual que los nuevos, aunque sabían de antemano que la lucha estaba perdida. Los novatos, unos advenedizos sin escrúpulos, eran más competitivos y fáciles de manejar. Intentarían una conciliación por todos los medios a su alcance. Más de cincuenta años de servicio tenaz avalaban una trayectoria impecable.
    La fecha señalada, ante miradas atónitas, miles de volúmenes legislativos elegantemente encuadernados, se manifestaron por las calles reclamando sus derechos, portando pancartas con una consigna clara: «¡Queremos vivir de nuevo!».
    Al día siguiente, los insurrectos regresaron resignados a sus estanterías para seguir engalanando oficinas y bufetes.
    Mientras tanto, las aplicaciones y softwares jurídicos que los habían desbancado se mofaron de la inútil exhibición de sus antepasados, olvidando que su supervivencia dependía del simple suministro energético.

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  • Imagen de perfilCelda 433

    José Ignacio Rodríguez García 

    Observé al hombre que estudiaba y me cayó bien. En el interior de la celda no había mucho que hacer y él empleaba su condena en sacar la carrera de Derecho. “Recurriré mi caso, les convenceré durante el acto de conciliación, me defenderé a mí mismo”, se motivaba mientras empollaba largos mamotretos de Penal. Con el tesón de quien posee un horizonte, escoltado por el enrejado, el hombre preparaba su recurso de apelación. Sobre el frío catre, todo su universo giraba en torno a las leyes, que en este caso era igual que decir a la libertad. A veces me ofrecía algún trozo de queso, o migas sobrantes del rancho, y así nos hicimos amigos. Yo movía el bigote de conformidad y le dejaba estudiar. Debía ganar, ¡su ímprobo esfuerzo lo merecía!

    Ahora se ha ido a vivir a un lugar con mar y este ratón le echa de menos.

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  • Imagen de perfilTormenta

    Francisco Sánchez Egea 

    Había soñado con una tormenta, como el día que falleció mi padre. Te supliqué que no fueras al despacho, que volvieras a la cama. Sabíamos que el ambiente estaba crispado tras la condena. Admitiste que no hay conciliación posible con quien solo alberga odio en su interior, pero me dijiste que vivir con miedo es igual que no vivir. Te llame hipócrita, sin rencor, sin malicia. Y nos echamos a reír tristemente, con la sal en los labios, ante tanta verborrea romántica. Supongo que guardábamos esa extraña esperanza que te mantiene cuerdo frente a las grandes tragedias, confiando, inconscientemente, en que todo aquello no era más que la exageración dramática del miedo a un desenlace improbable. Al menos te recordaré así, riéndote. Es el único pensamiento que me calma ahora, en tu funeral, y me ayuda a fingir ante tu marido y tus hijos que eras simplemente mi abogada.

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  • Imagen de perfilEXPIACIÓN

    Ana Isabel Velasco Ortiz 

    Me detengo en la puerta del edificio, cierro los ojos, evoco su imagen, respiro hondo. Es una especie de ritual, de conciliación interior que me trae la calma, que me permite vivir con menos amargura.
    Le quise desde el primer encuentro en la facultad. Él, soñaba ser abogado y yo, soñaba con él.
    Terminó por ejercer junto a otros compañeros y defender sin descanso los intereses de obreros y sindicalistas.
    Esta era la pasión que le definía. Daban igual mis reproches por tanta ausencia y poca dedicación.
    Me ganó el enfado y decidí no acudir a la cita. Dicen que esperó en la barra del bar entre impaciente y resignado. Luego, regresó al despacho.
    Lo que queda son esas imágenes que se sucedieron en televisión, su nombre entre los asesinados y la condena de esta ausencia que me lleva una y otra vez al número 55 de la calle Atocha

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  • Imagen de perfilDos palabras, ocho letras

    Raquel Gago López · Madrid 

    Dos años y nueve meses, yo sigo aquí y él sigue allí. Dos palabras, ocho letras. Ocho letras que cada día se repiten en mi interior como un eco interminable.
    Dos años y nueve meses después todo sigue igual. Él sigue allí por una condena completamente injusta que debí haber sabido evitar, y yo sigo pensando que la peor condena es la que me toca vivir cada día desde ese juicio. Recién salido de mi segundo máster en derecho penal, mi jefe me animó a coger el caso. “No tiene pérdida”, me dijo, “uno facilito para empezar”.
    Dos palabras, ocho letras que articuló mi boca a través de la ventanilla del furgón policial aquella tarde buscando aliviar mi culpabilidad más que una conciliación. Dos palabras, ocho letras. Lo siento.

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  • Imagen de perfilSOY MAYOR Y ME QUEDO

    LUIS DAVID SAN JUAN PAJARES 

    El caso era desesperado para su cliente y el acto de conciliación una burla, algo para lo que iba preparado. La anciana, agotada, estaba a punto de claudicar ante las zalamerías del experto abogado de la otra parte. Él no se inmutó y le dejó hacer. Después de una hora, decidió pasar a la acción. Se limitó a mostrar una pantalla a su colega y éste, espantado, claudicó sin condiciones. La abuela seguiría ocupando aquella vivienda de renta antigua. Vivir en aquel piso interior e insalubre podía ser horroroso, pero quedar en la calle suponía la condena definitiva: la muerte. «Ayudemos a la Señora Adelina a quedarse en su casa. Ocho mil peticiones en 60 minutos» era lo que aquel pobre diablo pudo leer. Sí, el recuerdo de Carlos San Juan era poderoso: nada era igual ya para los bancos desde su triunfo arrollador en las redes.

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