Imagen de perfilEXPIACIÓN

Ana Isabel Velasco Ortiz 

Me detengo en la puerta del edificio, cierro los ojos, evoco su imagen, respiro hondo. Es una especie de ritual, de conciliación interior que me trae la calma, que me permite vivir con menos amargura.
Le quise desde el primer encuentro en la facultad. Él, soñaba ser abogado y yo, soñaba con él.
Terminó por ejercer junto a otros compañeros y defender sin descanso los intereses de obreros y sindicalistas.
Esta era la pasión que le definía. Daban igual mis reproches por tanta ausencia y poca dedicación.
Me ganó el enfado y decidí no acudir a la cita. Dicen que esperó en la barra del bar entre impaciente y resignado. Luego, regresó al despacho.
Lo que queda son esas imágenes que se sucedieron en televisión, su nombre entre los asesinados y la condena de esta ausencia que me lleva una y otra vez al número 55 de la calle Atocha

 

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