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Ana María Abad García 

Por más que se hable sobre la conciliación de la vida laboral y familiar, ir al bufete cada mañana dejando atrás a dos niños pequeños es para mí una condena diaria. Hoy, mi yo interior se rebela y, nada más llegar, arrincono a mi jefe en su despacho y le pido una reducción de jornada. “Imposible”. Juego la baza del teletrabajo y, al final, llegamos a un acuerdo.
Podré disfrutar de mis hijos, vivir con ellos algo más que los fines de semana, aunque tenga que aclarar el champú del pleito de Cristina contra el seguro del coche, sacudir las migas de empanada de la demanda de divorcio de Luis y Estefanía, o compaginar la lectura de Caperucita Roja con la apelación de Sebastián.
Su padre, con sana envidia, ha decidido hacer igual y ahora preside los juicios desde los columpios del parque, con el chándal bajo la toga.

 

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