X Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilEl jurado número ocho

María Venegas Grau · Madrid 

El abogado concluyó: – Señores del jurado, una cosa es censurar una mala relación paternofilial y otra abogar por el castigo supremo sin pruebas irrefutables. ¡Estamos en 1957, en los Estados Unidos de América! Es cierto que, según el albarán, el chico compró la navaja automática, pero eso no demuestra que apuñalara a la víctima ni que le robara el anillo. En cuanto al vecino de abajo, afirma que le oyó amenazar al padre, pero ¿cómo puede estar tan seguro si apenas conoce nuestro idioma? Recuerden: en caso de duda razonable, solo cabe el veredicto de no culpabilidad. El juez levantó la sesión. El jurado número ocho fue el último en abandonar la sala. Con su rostro impasible, su traje blanco y su andar pausado, Henry Fonda encarnaba a la perfección al hombre que iba a dar un vuelco a las deliberaciones. Sidney Lumet sonrió satisfecho y gritó: “¡Corten!”.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilLA MEMORIA DEL ESPEJO

María Sergia Martín González- towanda 

Irrumpió en el bufete extremadamente alterada, exigiendo alguien que pudiera abogar por sus derechos. Esta vez quería divorciarse. Escuché. Sin censurar una sola palabra, aguantándome las lágrimas cuando pareció no reconocerme. Dijo que llevaba más de treinta años casada, no recordaba cuántos; que tenía tres hijas, o cuatro; que creía que su marido le amaba, pero, limpiando un archivador había descubierto una fotografía de mujer, oculta entre albaranes y facturas. Arrojó su anillo de bodas al suelo y comenzó a llorar… La cabeza volvía a martillearle, ahora, con el macabro idioma de los celos. Necesitaba respirar. Cogí mi gabardina y salimos a tomar un refresco. Al quiosco de siempre. El que está frente a nuestra casa. Donde se le declaró papá. Nos sentamos muy juntas y, cuando se sosegó, saqué un espejo de mi bolso y le obligué a mirarse. Frente a ella, reconoció aliviada a esa mujer: la otra.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilLA ENTREVISTA

    Estrella Hurtado La Rubia · Granada 

    "Bienvenida al abismo laboral". Estas palabras resonaban en mi cabeza al terminar mis estudios de grado.
    Experiencia laboral, idiomas, estancias internacionales, facilidad de palabra... y otros muchos requisitos que no comprendía cómo podían ser requeridos a una simple estudiante.
    Conseguí cumplirlos y llegó la ansiada entrevista. Yo misma me había obligado a censurar cada palabra que no encajara en aquella oportunidad. Aún así, el anillo que antaño perteneció al único jurista de mi familia, giraba sin control en mi dedo a causa del miedo. Me convertí en "pasante".
    Mi primer encargo no fue muy brillante: firmar un albarán de entrega y archivar unos expedientes. Lo viví cómo si fuera una abogada de reconocido prestigio.
    A partir de aquella entrevista, abogar por una inserción laboral digna de los abogados jóvenes se convirtió en mi máxima. Y ahora, diez años después, aquí estoy, con mis dos pasantes sin experiencia previa.

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  • Imagen de perfilÚnico

    Miguel Ángel Arana Martínez 

    Aquél fue el cliente más extraño que me deparó el turno de oficio. El intérprete sudaba tinta, trasladando a su idioma nativo los cargos de que se le acusaban, mientras él sacudía la cabeza en señal de negación. Llegó mi turno de abogar a su favor:
    "No hay prueba alguna de que mi cliente sea propietario del instrumento del delito."
    La mirada que me dedicó el Juez fue suficiente para censurar mis palabras. Señaló cansinamente:
    "Su firma consta en el albarán de entrega, letrado."
    Acto seguido, pronunció su fallo:
    "Condeno al acusado a la pena de cadena perpetua, como reo del delito de adquirir un anillo para gobernarlos a todos; un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas. Llévenlo al calabozo."
    Los guardias escoltaron a Sauron hacia la puerta. En fin. Miré el reloj. Tenía diez minutos para preparar el siguiente caso.

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  • Imagen de perfilJUSTICIA MODERNA

    Carlos Lucas Alcorta · Barcelona 

    Hace poco aprobé la última asignatura, Oratoria con megáfono, la más exigente, impartida en varios idiomas, y aquí estoy, con mi flamante licencia, ante las 1.001 personas que abarrotan la plaza. Mi primer caso. Dos veinteañeros asaltaron a una pareja de turistas y les sustrajeron sus anillos de boda, un collar y dos relojes de oro. El fiscal brama a favor de la propiedad privada con energía y brillantez. Pide dos años de prisión. La acusadora particular opta por censurar con furia y contundencia el progresivo aumento de la inseguridad ciudadana. Cinco años de trena. Yo decido abogar por los acusados denunciando la persistente desigualdad social que lleva a muchos jóvenes a necesitar fondos atípicos para subsistir. La gente ruge mientras delibera y prepara sus pancartas finales... Consigo… 627 votos. Mañana recibirán los encausados, contra firma del albarán judicial de entrega, su cofre experiencia: un curso de civismo.

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  • Imagen de perfilUna digestión indefendible

    Carlos Villanueva 

    Vaya caso me tocó defender la semana pasada por destino del turno de oficio. Abogar por aquel tipo requería al menos del conocimiento de varios idiomas. ¿pero qué idiomas?.
    Cuando subió al estrado la cantidad de palabrajos que soltaba, hacían imposible mantener una conversación con él. En su chaqueta el albarán de una relojería del centro, era la única prueba en su defensa.
    Pero qué podía hacer yo por aquel pobre hombre, si no había traductor posible en todo el cuerpo de traductores del Estado.
    No paraba de decir con los ojos desorbitados; Brein po, brein por ani llu.
    Su señoría no pudo más que censurar su comportamiento, instándole a que se callase. Entonces arrancó un golpe de tos que hizo temblar a la sala, tras el cual un anillo de al menos 24 quilates voló por los aires para llegar hasta mi toga donde no me atreví a tocarlo.

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  • Imagen de perfilDIAMANTE

    Ana María Lezcano Fuente 

    Su anillo de casada con un hermoso brillante- aunque pequeño- era luz en aquel secarral.

    Educadas en la vieja escuela, dominaban el idioma de aquel hombre forzudo, oscuro de piel y taciturno que les había hecho preguntas aunque él solo chapotease en un dialecto incomprensible.

    La organización humanitaria debía abogar por el cumplimiento de pactos en el ámbito de los derechos humanos y debían censurar a los responsables que permitían que seres humanos fueran sometidos, esclavizados y maltratados de mil formas.

    Habían llegado y estado juntas hasta el minuto fatídico en la calle comercial, cuando la del anillo se encontró hablando al vacío.

    Un secuestro. Acabó sin consecuencias graves cuando una de ellas, juntas ya y encerradas, le espetó al tipo la palara albarán.

    El efecto fue inmediato y milagroso: le quitó su anillo y las dejó en medio de la nada.

    Fueron noticia breve en un telediario.

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  • Imagen de perfilEl caso de la señora Nobody

    Ander Balzategi Juldain 

    Comenzó a dejar de ser él cuando se dio cuenta de que había desaparecido de la orla de su promoción. No se encontraba entre las fotos. No podía creerlo. Trató de ubicarse buscando su nombre en un albarán, algo que lo vinculase a aquel bufete, pero ni rastro. Se miró la mano, tampoco llevaba el anillo nupcial. Me llamo Fermín Valera, estoy casado y tengo un caso, se reafirmó, debo abogar por la Señora Nobody. Pero sentía como si su existencia se estuviese desvaneciendo. En el juzgado, el juez no dejaba de censurar su presencia con gesto bronco e idioma ininteligible. Terminaron sacándolo a patadas. Y ni siquiera dio con la señora Nobody. Tras quedarse dormido en un banco se despertó sudando, no había preparado el examen de derecho procesal y sabía que de esa prueba iba a depender tanto su licenciatura como la futura existencia de Fermín Valera.

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  • Imagen de perfilLA CARNE

    LOLA SANABRIA GARCÍA 

    Sabía de sus compras de anillos y otros abalorios, por albaranes que guardaba como trofeos. Dudó aquella vez, cuando la denuncia de una ONG lo subió al estrado. Abogar por su inocencia, tras ver a la niña, balbuciendo palabras en otro idioma, con arroyuelos corriendo por su carita sucia, le costó una noche de insomnio, pero lo superó con la lectura de la Biblia y la mordaza invisible. El pastor fue absuelto y defendió el castigo del pecado con vehemencia desde su púlpito. No lo comprendía, pero ella no era nadie para censurar a un hombre de Dios. Ella era su humilde servidora. Pero hoy, cuando ha visto el cuerpo magullado de su pequeña, no ha vacilado. Y no ha sido ella quien le ha asestado el golpe fatal en la nuca, ha sido su Señor quien ha llamado a su vera a uno de sus hijos descarriados.

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  • Imagen de perfilConsulta gratuita

    Nuria Carames 

    No quiero censurar la indiscreción del personal sanitario, pero en la planta de trauma se han enterado de que soy abogado y esto es una locura.
    Con el brazo escayolado,sin poder hacer gala de mi efusivo idioma gestual, no dejo de asesorar a diestro y siniestro.
    Asuntos de lo más variopinto ocupan mi convalecencia: cheques sin fondos, anillos de boda sin boda, albaranes fraudulentos...
    Recibo visitas, cual santuario de Lourdes, de pacientes con muletas, vendajes y cabestrillos, en busca de asesoramiento legal.
    Tratando de abogar por mi descanso y tranquilidad,está mañana he pedido el alta voluntaria.
    El doctor, con gesto condescendiente, dejo el informe sobre mi cama, mientras me susurraba: fírmelo y pase por mi consulta antes de irse.
    Empiezo a tener mis dudas de quién va consultar a quién.

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  • Imagen de perfilA él y sólo a él

    Maria Luisa González Brito 

    Contemplaba mi anillo con discreción. Había pertenecido a mi familia durante generaciones y mi padre me lo regaló el día en que aprobé las oposiciones a juez. Nunca olvidaré sus palabras: "Te ayudará a recordar, cada vez que lo mires, que a partir de ahora eres como el médico, la vida de las personas estará en tus manos, actúa siempre con razón y justicia, hijo". Desde ese momento decidí censurar todo lo malo de mi vida y abogar por un futuro con albarán.
    Él, con su pelo blanco, su bastón entre las manos, dispuesto a recibir un homenaje por su brillante carrera profesional, me hacía sentir orgulloso porque me había enseñado no sólo ese complicado idioma jurídico que desde pequeño había escuchado sino que además había sido ejemplo vivo de extraordinaria oratoria para mí.
    Ahora, sentado junto a él, aplaudo al sabio juez, a él y su maravillosa vida.

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  • Imagen de perfilAbracadabra

    María del Mar Suárez Sanabria 

    -¡Está maldito! –me aseguró.
    Yo miraba el anillo. Al lado había dejado un albarán en el que se podían ver estampados lo que parecían tres seises.
    Según él, el hombre que se lo vendió era un brujo. Su gato había fallecido en extrañas circunstancias y estaba como un roble. Otro tanto la tortuga. Y su cotorra que hablaba tres idiomas, había enmudecido.
    -Solo mira horrorizada “esa cosa”, - me dijo señalándolo.
    Acerté a colocar el Código Civil en línea con el abrecartas de mi colega y mujer, en el que había grabado: “Todos tienen derecho a una defensa. No censurar”.
    De reojo miraba mi toga recién recogida de la tintorería y, me preguntaba de qué forma abogar por esta causa ante el tribunal. Tendría que buscar un chamán. Y pensé que la única esperanza que nos quedaba era que entre sus señorías hubiese algún entusiasta de lo esotérico.

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  • Imagen de perfilUN INTÉRPRETE ESCURRIDIZO

    VICTORIANO AYLLON CALIZ 

    El detenido balbuceaba algo parecido a “maicosin”. Una y otra vez: “maicosin, maicosin”. Llamamos a Ramírez que sabe idiomas. “Ni idea, yo solo domino el francés”. Avisamos al abogado de guardia y al intérprete, que llegaron enseguida. El detenido abrazó a este último de forma cariñosa y se sentaron muy juntos. ¡Qué cosas tienen estos ingleses! El instructor comenzó sin demora la declaración:
    —¿Desea usted declarar en esta comisaría?
    —Yes.
    —Dice que sí —aclaró el intérprete.
    —¿Ha robado usted el anillo?
    —Do not.
    —Dice que no.
    —¿Entonces quién ha sido?
    —My cousin.
    —Dice que no sabe.
    El abogado intervino para censurar nuestra actuación: “Dan cosas por sentadas…, ni siquiera le han preguntado por el albarán de compra, he de abogar por su presunción de inocencia”. Vale, pues añada la pregunta que desee.
    —¿Tiene usted el tique de compra?
    Todos miramos hacia la silla contigua. ¿Dónde se ha metido el intérprete?

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  • Imagen de perfilDigitalización

    Asier Susaeta Diez de Baldeón 

    Deposité el anillo en la bandeja metálica que se ocultó de nuevo en la fachada del Juzgado e inmediatamente recibí el mensaje con el albarán de entrega. Aquella fue la confirmación de que mi divorcio con Ana se había oficializado. A los pocos segundos un email del bufete me pedía que valorase la atención recibida durante el proceso; se adjuntaba la factura y también la copia de la sentencia. Y entonces, por primera vez, quise llamar a mi abogado y admitir que me había equivocado. Volverme atrás como cualquier hombre despechado. Pero en aquel bufete virtual no hablaban mi idioma, ni siquiera había formulario para arrepentidos, así que mi segunda opción fue buscar el teléfono de Ana y abogar por una solución en cuanto respondiese, sin darle tiempo a censurar mi comportamiento anterior.
    Contestó con un “sí, ¿quién es?”.
    Después de colgar, puse cuatro estrellitas en la encuesta de satisfacción.

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  • Imagen de perfilMI BODA

    María Dolores Navarro Esteban 

    De mi boda nos les quedó nada, pero "nadica" por censurar. ¡Ah!, y en más de un idioma, porque los invitados de mi novia vinieron de distintas regiones.
    Los hubo que censuraron el valor de su anillo, dando por hecho que al ser más delgado que el mío, en el albarán figuraría con un precio menor; que mi traje no estaba en consonancia con su vestido de novia de estilo griego clásico… En fin, comentarios pueriles. Pero, reconozco que me dolió escuchar que ella se merecía algo más que un picapleitos dedicado todo el día a abogar por los imperfectos, y que tarde o temprano se le caería la venda de los ojos y al verme tan poca cosa se volvería a Olimpo.

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  • Imagen de perfilMi alumna tenaz

    Maria Navedo Saurina 

    Siempre dijo que estudiaría Derecho a pesar de la oposición paterna que le replicaba en un idioma distinto . “Eso no es cosa de mujeres” le increpaban tras censurar sus razones. La veía imitar en el patio del colegio a aquellos abogados de las series de la tele que devoraba, mientras las demás calzaban tacones y volantes con el sueño de ponerse un anillo en el dedo. Quería abogar por los de su raza, casi siempre viviendo al margen, en el límite de la legalidad. Por eso le pagué la matrícula y firmé el albarán del temario para estudiar a distancia; tuvo que compaginarlo con las tareas domésticas y trabajos a tiempo parcial. Muchas horas de estudio robadas al sueño a la luz de una candela...pero hoy recoge su merecido título. Será la primera abogada de su estirpe, orgullosa de ser mujer y gitana.

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  • Imagen de perfilREFUGIUM

    Carmen Beltrán Eres 

    La pesadilla había llegado a su fin. Tras la interminable travesía, el buque había atracado hacía ya horas. Aún se le ponían los pelos de punta al recordar que se sintió cual mercancía entregada y reflejada en albarán.
    Conducida hasta aquel centro para migrantes, le habían cedido un asiento por su avanzado estado de gestación.
    La nostalgia le invadió cuando sus dedos jugueteaban con el anillo que su madre le había entregado antes de partir. Preguntándose si la volvería ver, decidió censurar ese pensamiento.
    Fijándose en el póster colgado tras ella, la diosa Justicia en él impresa parecía abogar por un mundo más libre, aquel mundo que ella tanto anhelaba.
    Entonces entró una mujer en la sala, una abogada, oriunda de aquella tierra, que chapurreaba con gracia su idioma. Dispuesta a ayudarla, le tendió la mano y le dio una bebida isotónica. Al leer el logotipo en la lata, sonrió.

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  • Imagen de perfilLA HUIDA

    Manuela Fernández Manzano 

    Acabo de estampar mi última firma en el albarán del mensajero. Debo desaparecer.
    Rápido. Subo al coche. Me alejo. Un kilómetro, otro, otro más. Dejo atrás la ciudad, el tumulto, el peligro, la inquietud. Con una mano dirijo el volante, con la otra me aferro al anillo de mi madre; es como un tatuaje velador en mi cuello. Nadie va a censurar mi huida porque no existo. Mi nombre y mi aspecto ya no son míos. El lugar al que voy no está ni en mi consciencia…

    Me sorprende una leve sonrisa…He ganado. Detengo el coche. Salgo a respirar y lloro como una niña.

    ¿Abogar por la inocencia de mi cliente? Nunca. Favorecí que una implacable condena lo engullera. Hace treinta años asesinó a mis padres y borró mi destino. Lo vieron mis ojos infantiles. Cuando abra el envío, descubrirá quién soy y como entiendo el idioma de la justicia.

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  • Imagen de perfilRELOJ DE CUERDA

    Eva María Algar García 

    Con manos trémulas, acercó la silla desvencijada y se sentó frente a él. Otra vez sintió el miedo lacerando sus entrañas, a pesar de que les separaba una mampara de cristal.
    Un rancio olor a sudor y tristeza inundaba la reducida estancia.
    Cabizbaja, asentía tímidamente al oír cada palabra sobre amor eterno y propósito de enmienda, aunque pronunciadas por aquellos labios le parecían tan extrañas y vacías como las expresadas en un idioma desconocido.
    El funcionario anunció el fin de la visita. Se levantó pausadamente y dejó su anillo en el cajetín metálico, a modo de albarán de entrega de doce años de matrimonio.
    Había decidido no volver jamás. Nadie la podía censurar por ello. Tras aquellos muros, solo abandonaba gritos y humillaciones, golpes y falsas promesas.
    Era Letrada, le enseñaron cómo abogar por la víctima, no a serlo. Pero aprendería. Daría cuerda a su reloj y empezaría de nuevo…

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  • Imagen de perfilEl Salvaje Mundo de la Ley

    Marta Trutxuelo García 

    Decían que resultaba perfecto para adentrarse en el mundo judicial, la mejor práctica para un recién licenciado. Me hicieron pasar a la sala de audiencias sin proporcionarme la pertinente toga, hecho que me sorprendió, máxime cuando me invitaron a sentarme entre el público. Primero se personó el fiscal mostrando un anillo como prueba crucial, después la defensa decidió abogar por la duda razonable y, seguidamente, desfilaron los testigos. La veracidad del juicio fue incuestionable hasta que el juez pronunció: "Visto para senten..., senten...", y martilleó su cabeza, que, entre chispazos, cayó sobre la mesa. Censuraré los exabruptos emitidos —en otro idioma— por el diseñador de los "androides-magistrados-anfitriones", para centrarme en la protesta que enarbolé agitando el albarán acreditativo de mi entrada como "letrado-visitante". Salvo esos desajustes, la recreación resulta perfecta para interactuar con el mundo judicial; de hecho, he interpuesto una demanda contra la multinacional propietaria del parque temático LEXWORLD.

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  • Imagen de perfilQuién dijo edad

    José María Izarra Cantero 

    Sesenta años de abogar por la inocencia de sus defendidos, los mismos que hacía que cohabitaba con la mujer con la que nunca se había desposado. Ella no creía en el matrimonio y de ninguna manera esperaba que su amor durase para siempre.
    Memoraba lo cual mientras escrutaba un albarán abandonado por la empresa de reformas. Había tenido que ensanchar los vanos de las puertas y sustituir la bañera por un plato de ducha, porque su compañera, enferma de Alzheimer, hacía ya meses que se había visto postrada en una silla de ruedas.
    Ya no hablaban el mismo idioma; de hecho, ella había dejado de hablar y de entender. Aprovechando tal vicisitud, se había decidido a poner un anillo de compromiso ―precisamente el San Raimundo de Peñafort que lo observaba desde el cuadro de la pared no le iba a censurar el gesto― en el dedo correspondiente de la anciana.

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  • Imagen de perfilDemasiada imaginación

    laura pilato rodríguez 

    Llevaba todo el día con aquella cajita en el bolsillo.
    Un mensajero se la entregó en la puerta del bufete, le vi firmar el albarán y guardarla discretamente.
    Nuestra relación, tanto laboral como personal, pronto cumpliría tres años, así que imaginé que el momento del anillo había llegado.
    Últimamente estaba nervioso, y yo decidí abogar por guardar silencio, y no censurar su extraño comportamiento.
    El idioma de los sentimientos no era su fuerte, y esperé impaciente a que se decidiera.
    Lo hizo sin mediar palabra. Puso la cajita sobre mi mesa y la abrió.
    - Estás seguro?- Pregunté algo decepcionada.
    - Por supuesto, eres mi novia, además de mi socia, no puedo confiar en nadie más.
    El nuevo cliente es un tipo peligroso, si algo me sucede entrega todo el material a la policía. Está en la caja fuerte de mi despacho, guarda bien la llave.

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  • Imagen de perfilPLANETA

    ESTHER SANTAMARIA 

    Estaba extendido en la antesala esperando la cita, con rodetes de pelo cano de algodón y una tez ultravioleta. Era un nuevo cliente.

    Desde la esquina retirada de la máquina del café, le observé censurar la papelera, el cenicero y los cláxones de la avenida. Me acerqué puntualmente a estrecharle la mano. Los dedos se ramificaron y pude contar anillo a anillo en su cuerpo de árbol sesgado toda la Antigüedad. Sus ojos con ictericia me asomaron un temperamento desolado que a otra racha de aire podría ser feroz. Abrió la boca marina y un idioma horrorizado de plástico salió de sus fauces. Olía a ballena podrida y precintada.

    El planeta me pide abogar para deshacer el intercambio y recuperar sus mercancías desmembradas que había dejado contra albarán en manos de la Humanidad.

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  • Imagen de perfilApego hiperbólico

    Daniel Aznar Alonso 

    Acudió a mí. Quería poner una denuncia por robo. Un anillo de mucho valor. Era un tipo extraño. No me gusta censurar la forma de hablar de los demás, pero se expresaba incoherentemente, como en otro idioma. Su aspecto tampoco ayudaba a vislumbrar un nivel mínimo de normalidad.

    Le pregunté por el ladrón. A quién teníamos que denunciar. Entonces se desquició, tirándose de los pelos.

    -Es un ladrón. Frodo sucio ladrón. Mi tessssoro. ¡Quiere destruirlo!

    Le pregunté si podía documentar su pertenencia. Una factura, un albarán o algo. No tenía nada, pero era mi cliente, y yo soy un abogado experimentado.

    Pude abogar ante el juez pertenencia por apego hiperbólico, y demostrar así el posterior robo. El juez obligó a Frodo a devolver el anillo a mi cliente.

    Después ya vino Saurón a imponernos la Noche Eterna por no haber destruido el anillo, pero eso ya es una historia diferente.

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  • Imagen de perfilLa ruta de la seda

    Jorge Luis González Castro 

    No me considero un abogado escrupuloso, aunque confieso que me disgustó la frivolidad de aquella mujer, hablaba mirándose su monumental anillo, le importaba poco el resultado del caso, temiendo solo a los titulares de la prensa rosa: “Multimillonaria compra un hijo-robot falsificado”. La firma demandante pretendía la destrucción del modelo falso fabricado en China. Sin esperanzas no quedaba más remedio que abogar sobre la base de la buena fe, alegando que el albarán redactado en idioma inglés parecía auténtico al igual que el modelo. Luego de un proceso espinoso la sentencia corroboró mis peores predicciones. Llegué descorazonado a casa y mi hija-robot me abrazó sonriente, dibujamos juntos y luego se durmió suspirando mientras acariciaba su imperfecto cabello. Mi hija también era una falsificación china, pero nadie me podía censurar con juicios morales de consumidor responsable, a fin de cuentas ella amaba tan intensamente como un modelo original.

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  • Imagen de perfilLA MEMORIA DEL ESPEJO

    María Sergia Martín González- towanda 

    Irrumpió en el bufete extremadamente alterada, exigiendo alguien que pudiera abogar por sus derechos. Esta vez quería divorciarse. Escuché. Sin censurar una sola palabra, aguantándome las lágrimas cuando pareció no reconocerme. Dijo que llevaba más de treinta años casada, no recordaba cuántos; que tenía tres hijas, o cuatro; que creía que su marido le amaba, pero, limpiando un archivador había descubierto una fotografía de mujer, oculta entre albaranes y facturas. Arrojó su anillo de bodas al suelo y comenzó a llorar… La cabeza volvía a martillearle, ahora, con el macabro idioma de los celos. Necesitaba respirar. Cogí mi gabardina y salimos a tomar un refresco. Al quiosco de siempre. El que está frente a nuestra casa. Donde se le declaró papá. Nos sentamos muy juntas y, cuando se sosegó, saqué un espejo de mi bolso y le obligué a mirarse. Frente a ella, reconoció aliviada a esa mujer: la otra.

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  • Imagen de perfilPENSIONES, DERECHOS Y AMORES

    Ángel Montoro Valverde 

    Corría y corría y corría en igual dirección que los demás. Como ñus cruzando el Mara, sin tiempo para pensar, fui descartando bocacalles que salían al paso. Observé cómo a todos, inexplicablemente, nos faltaba un zapato. Por eso, al llegar al hemiciclo formamos asamblea para estudiar tan insólito suceso, discutiendo nuevas fórmulas para la movilidad, la colectivización del calzado, el aprovechamiento por turnos previa firma del albarán de entrega, o la altura de los tacones. Alguien con más anillos que dedos apeló a la libertad individual mientras que otro insistía en abogar por su prohibición.

    Al final se impuso el sentido común y nos amputamos los pies descalzos.

    La decisión, aunque dolorosa, era justa; razón por la que extendimos tan equitativo criterio a todos los ámbitos, para censurar ideas y cercenar sueños que corrían el riesgo de no cumplirse.

    Yo, persona culta y políglota, guardo silencio en varios idiomas.

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