Imagen de perfilLA HUIDA

Manuela Fernández Manzano 

Acabo de estampar mi última firma en el albarán del mensajero. Debo desaparecer.
Rápido. Subo al coche. Me alejo. Un kilómetro, otro, otro más. Dejo atrás la ciudad, el tumulto, el peligro, la inquietud. Con una mano dirijo el volante, con la otra me aferro al anillo de mi madre; es como un tatuaje velador en mi cuello. Nadie va a censurar mi huida porque no existo. Mi nombre y mi aspecto ya no son míos. El lugar al que voy no está ni en mi consciencia…

Me sorprende una leve sonrisa…He ganado. Detengo el coche. Salgo a respirar y lloro como una niña.

¿Abogar por la inocencia de mi cliente? Nunca. Favorecí que una implacable condena lo engullera. Hace treinta años asesinó a mis padres y borró mi destino. Lo vieron mis ojos infantiles. Cuando abra el envío, descubrirá quién soy y como entiendo el idioma de la justicia.

 

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