VICTORIANO AYLLON CALIZ

Microrrelatos publicados

  • MENSAJE AL AMANECER

    Ayer, poco antes del amanecer, recibí un mensaje. Estaba en la cama y me sobresalté. Cogí el móvil de la mesilla: “Tienes que venir, enseguida”. Me puse la ropa, me pinté los labios y salí de casa a toda prisa. El autobús tardó un minuto. Venía repleto, lo más parecido a una urna. Subí y busqué acomodo junto a la ventanilla. Entonces caí en la cuenta. ¡Dios mío! ¿Quién me ha mandado el mensaje? Removí el bolso, saqué el móvil, pantalla en negro, apagado, sin batería. Respiro hondo, tres veces. Tranquila, hay que pensar. ¿El resultado del análisis? Imposible, una alergia no es nada urgente. ¿El recalo del pasillo? No es de mi competencia, eso al administrador. ¿Mi madre? ¡Qué va!, la pobre ni siquiera usa wasap. ¿Quién puede comunicar un mensaje de ese tipo? Tan frío, tan temprano. ¡Ostras! ¡Que estoy de guardia! Viento en popa hacia el Juzgado…

    | Mayo 2019
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  • 2039

    Hay que ver cómo pasa el tiempo. ¡Es increíble! ¡Ya 2039! Se va uno a la cama, tan tranquilo, y cuando despiertas el futuro te ha atrapado. Sin apenas darte cuenta. La fuerza transformadora del tiempo te arrastra inexorable. Por eso hay que estar atentos, ponerse las pilas, nadie te va a esperar. Mañana salgo de viaje. El Congreso de la Abogacía se celebra este año en Varsovia. Recuerdo que hace poco nos parecía impensable una Europa unida. Ya digo, te acuestas una noche y amaneces en otro día. Todo empezó con la innovación. Se fue haciendo grande esa palabra. A principios de siglo era un concepto más, una palabra del montón. Luego fue creciendo y asentándose, y se adentro en nuestras cabezas y en nuestro aliento. Sí, quizá fue eso. Pusimos atención y percibimos que estaba en nuestras manos. Innovar o regresar al pasado.

    | Marzo 2019
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  • MI PRIMER PLEITO

    Aquella mañana el viento soplaba con fuerza. Las palmeras se inclinaban doblegadas. Me había puesto mi camisa favorita y mi mejor traje. El asunto lo merecía. Que la comunidad de propietarios “Urbanización Costa Milagros” hubiera confiado en mí suponía un gran paso. Y eso que estuve a un tris de rechazarlo. A veces no es fácil conciliar familia y trabajo. Hay quien no comprende la ansiedad de un recién colegiado. Necesitas calmar la adrenalina, y sobre todo, necesitas abrir expedientes. Como sea. Entré a la sala y allí estaba, sentada en el banquillo, con cara de pocos amigos. El juez se encajó las gafas y examinó la causa. Luego alzó la vista y me miró. Después miró a mi madre. Yo estaba la mar de tranquilo: colocar macetas en la ventana se había prohibido en la última reunión. Más claro, el agua. ¡Iba a ganar mi primer pleito!

    | Febrero 2019
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  • UN INTÉRPRETE ESCURRIDIZO

    El detenido balbuceaba algo parecido a “maicosin”. Una y otra vez: “maicosin, maicosin”. Llamamos a Ramírez que sabe idiomas. “Ni idea, yo solo domino el francés”. Avisamos al abogado de guardia y al intérprete, que llegaron enseguida. El detenido abrazó a este último de forma cariñosa y se sentaron muy juntos. ¡Qué cosas tienen estos ingleses! El instructor comenzó sin demora la declaración:
    —¿Desea usted declarar en esta comisaría?
    —Yes.
    —Dice que sí —aclaró el intérprete.
    —¿Ha robado usted el anillo?
    —Do not.
    —Dice que no.
    —¿Entonces quién ha sido?
    —My cousin.
    —Dice que no sabe.
    El abogado intervino para censurar nuestra actuación: “Dan cosas por sentadas…, ni siquiera le han preguntado por el albarán de compra, he de abogar por su presunción de inocencia”. Vale, pues añada la pregunta que desee.
    —¿Tiene usted el tique de compra?
    Todos miramos hacia la silla contigua. ¿Dónde se ha metido el intérprete?

    | Junio 2018
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  • El abogado que no supo responder a mamá

    Un día, al poco de empezar a ejercer, mi madre, con mirada orgullosa, me preguntó cómo me sentía al ser abogado. No supe qué responderle. Vi en sus ojos la decepción. De eso hace ya cinco años.

    Primer día de agosto. Le he prometido a mi mujer que este verano voy a desconectar. Nada de investigar sobre asuntos pendientes ni de comerme el coco con honorarios impagados. ¡Estamos de vacaciones!

    Tumbado en la fina arena, tan cerca del mar que la brisa me eriza la piel y el agua me azota suave a intervalos precisos. La vida aquí parece tener sentido. Se acerca un chiquillo con pala y rastrillo. Mira a su padre, que le da licencia. El niño traza una raya en la arena. Una linde perfecta, pienso. ¡Emergencia! En septiembre me espera el juicio sobre acción de deslinde... ¿Lo tengo preparado?

    Cuando regrese tengo que responder a mamá.

    | Junio 2017
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  • ZOMBIS CON TOGA

    La alarma cundió como un reguero de pólvora. Oleadas de zombis con toga negra deambulaban por todas partes. El presidente de la nación llamó a la calma: “Lo vamos a solventar en un periquete”, dijo. Una comisión especial formada por médicos y biólogos trabajaba sin descanso. Los análisis de ADN no ofrecían dudas. Se trataba de una pandemia. El presidente volvió a dirigirse a la población: “No hay de qué preocuparse, son inofensivos, ni muerden ni atacan, pero mejor no acercarse a ellos, se les nota cabreados”. Los periodistas se frotaban las manos, aquel meneo les dispensaba un filón informativo descomunal. Todo el país seguía el asunto de los zombis. Obnubilados caminaban hacia un lugar común, eso era evidente, pero ¿hacia dónde? La respuesta apareció en un titular: “En una pradera, a la afueras de Madrid. Son abogados que han perdido el juicio. Solo quieren recurrir ante el Supremo”.

    | Mayo 2017
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  • EL MILAGRO

    A veces la vida te envuelve en un tupido manto de sombras tenebrosas. Todo se oscurece y poco o nada parece importarte ya; piensas que es inútil seguir adelante, que el fatalismo y la decepción te perseguirán eternamente. Entonces vuelve a suceder el milagro. Alguien se acerca y deposita en tu regazo la cesta áurea, la mimbre de las ilusiones doradas, rescatadora de abismos y necedades. Nada bueno presagiaba aquella mañana gris de finales de noviembre de los dos pájaros negros con puñetas en manga que desde el estrado me escrutaban con gélida solemnidad. De esta no te escapas, ha llegado tu hora, pensé cabizbajo y atribulado. Y, de pronto, entre murmullos inextricables una voz dulce enhebró la palabra mágica: caducidad. Al bajar me tendió la mano, fina y alargada como de diosa clásica, y un tatuaje de terciopelo asomó de su muñeca pálida. Gracias, abogada.

    | Enero 2017
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