Imagen de perfilEL MILAGRO

VICTORIANO AYLLON CALIZ 

A veces la vida te envuelve en un tupido manto de sombras tenebrosas. Todo se oscurece y poco o nada parece importarte ya; piensas que es inútil seguir adelante, que el fatalismo y la decepción te perseguirán eternamente. Entonces vuelve a suceder el milagro. Alguien se acerca y deposita en tu regazo la cesta áurea, la mimbre de las ilusiones doradas, rescatadora de abismos y necedades. Nada bueno presagiaba aquella mañana gris de finales de noviembre de los dos pájaros negros con puñetas en manga que desde el estrado me escrutaban con gélida solemnidad. De esta no te escapas, ha llegado tu hora, pensé cabizbajo y atribulado. Y, de pronto, entre murmullos inextricables una voz dulce enhebró la palabra mágica: caducidad. Al bajar me tendió la mano, fina y alargada como de diosa clásica, y un tatuaje de terciopelo asomó de su muñeca pálida. Gracias, abogada.

 

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