Imagen de perfilLA MEMORIA DEL ESPEJO

María Sergia Martín González- towanda 

Irrumpió en el bufete extremadamente alterada, exigiendo alguien que pudiera abogar por sus derechos. Esta vez quería divorciarse. Escuché. Sin censurar una sola palabra, aguantándome las lágrimas cuando pareció no reconocerme. Dijo que llevaba más de treinta años casada, no recordaba cuántos; que tenía tres hijas, o cuatro; que creía que su marido le amaba, pero, limpiando un archivador había descubierto una fotografía de mujer, oculta entre albaranes y facturas. Arrojó su anillo de bodas al suelo y comenzó a llorar… La cabeza volvía a martillearle, ahora, con el macabro idioma de los celos. Necesitaba respirar. Cogí mi gabardina y salimos a tomar un refresco. Al quiosco de siempre. El que está frente a nuestra casa. Donde se le declaró papá. Nos sentamos muy juntas y, cuando se sosegó, saqué un espejo de mi bolso y le obligué a mirarse. Frente a ella, reconoció aliviada a esa mujer: la otra.

 

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