XII Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
Legítima defensa
María Sergia Martín González- towandaAbel sigue permitiendo que sus vacas pasten en mi finca. Así sucede desde el principio, cuando distribuyeron las tareas laborales. Él, como favorito, eligió la fauna. Para mí quedó el durísimo ecosistema agrícola. Soy paciente, pero esta mañana he sentido impulsos criminales, propios de cualquier mafia, al contemplar cómo sus ovejas esquilmaban la última cosecha ecológica que comenzaba a brotar. Se me han hinchado… las narices. He agarrado una quijada de asno y le he atizado tan fuerte que ya es leyenda. ¡Debía proteger mi huerto! Inmediatamente, desde algún lugar del bosque, la Voz comenzó a interrogarme con preguntas malintencionadas del tipo «¿Dónde está tu hermano…?». He sido detenido por homicidio y tenencia ilícita de armas. Gracias al sindicato agrario, ahora, conozco mis derechos, así que, antes de declarar, exijo asistencia jurídica. Creo que concurren múltiples eximentes para exonerarme de culpa, sin sufrir el escarnio bíblico de la vez anterior.
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El más votado por la comunidad
Legítima defensa
María Sergia Martín González- towandaAbel sigue permitiendo que sus vacas pasten en mi finca. Así sucede desde el principio, cuando distribuyeron las tareas laborales. Él, como favorito, eligió la fauna. Para mí quedó el durísimo ecosistema agrícola. Soy paciente, pero esta mañana he sentido impulsos criminales, propios de cualquier mafia, al contemplar cómo sus ovejas esquilmaban la última cosecha ecológica que comenzaba a brotar. Se me han hinchado… las narices. He agarrado una quijada de asno y le he atizado tan fuerte que ya es leyenda. ¡Debía proteger mi huerto! Inmediatamente, desde algún lugar del bosque, la Voz comenzó a interrogarme con preguntas malintencionadas del tipo «¿Dónde está tu hermano…?». He sido detenido por homicidio y tenencia ilícita de armas. Gracias al sindicato agrario, ahora, conozco mis derechos, así que, antes de declarar, exijo asistencia jurídica. Creo que concurren múltiples eximentes para exonerarme de culpa, sin sufrir el escarnio bíblico de la vez anterior.
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Relatos seleccionados
Hubo un tiempo en que todas las familias querían tener un abogado en casa. Éramos un ecosistema fuerte, con una fauna rica y variada que iba desde los prestigiosos notarios a los imprescindibles pasantes. Jueces, fiscales, procuradores: todos nos sentíamos necesarios y nos respetábamos. Eran años felices en los que gozábamos de gran prestigio social. A finales del milenio los abogados comenzamos a brotar por todas partes, multiplicándonos como conejos en el bosque. Se produjo una superpoblación y para sobrevivir empezamos a pelearnos entre nosotros. Los bufetes más grandes se comieron a los chicos. Para proteger la especie tomamos medidas endogámicas que resultaron fallidas. Las largas jornadas laborales en bufetes y juzgados nos han llevado al aislamiento. Convivimos y nos apareamos exclusivamente entre nosotros, lo que ha terminado por convertirnos en una especie en peligro de extinción. Ahora puedes ayudar a salvarnos: adopta un abogado por 15 euros al mes.
0 VotosTanto árbol talado me impedía ver el bosque, así que instalé en el despacho una cubierta ajardinada con palmeral. En ella cultivamos frutales, verduras y flores que atraen libélulas, mariposas y fauna diversa.
Nuestros clientes disfrutan de un ecosistema rebosante de vida y les regalamos saquitos con plantas aromáticas recién cortadas. La rosaleda ha inspirado algunos de mis mejores alegatos.Mientras preparo mis juicios la flora se aplica a fondo en filtrar gases nocivos para proteger el medioambiente. En ocasiones, sobre el hilo de agua de la fuente veo brotar la imagen de la Dama de los Ojos Vendados que, sonriente, me guiña un ojo.0 VotosEl bosque había recuperado su ecosistema gracias al descanso que los humanos le habían dado. La fauna se reproducía a su antojo y las flores volvían a brotar en lugares ya olvidados. Proteger la vida era la misión primordial en aquellos tiempos convulsos.
El juicio se estaba celebrando al aire libre por medias de seguridad y había reunido a un público numeroso. Su Señoría tuvo que poner orden por los cuchicheos continuos. El fiscal y el abogado defensor realizaron sus alegatos con vehemencia, estaba en juego algo vital. El Juez se retiró para deliberar, iba a dictar sentencia in voce.
Regresó al cabo de media hora con su dictamen:
Debo condenar y condeno a los seres humanos a respetar y compartir la tierra con los demás seres vivos. En caso de incumplimiento, deberán cumplir un confinamiento anual de tres meses. Contra esta sentencia no cabe apelación solo sentido común.
+1Durante el pleito me vine arriba, lo reconozco. Y eso que no era cuestión de dinero, sino de conciencia. Se trataba de proteger una especie en peligro de extinción. Aunque, ciertamente, los argumentos contrarios eran robustos. No podía negar que era una especie invasora, incompatible con la fauna de su entorno. Por donde pasaba y en donde se establecía, nada vivo podía brotar. Pero defendí que el ecosistema era sólido, que los beneficios que aportaba merecían dichas pérdidas, que se podría reconducir la situación, conseguir una buena adaptación. No podíamos permitir que los árboles nos impidieran ver el bosque, era una especie imprescindible para el planeta Tierra. Pero dijo la justicia que nada podía hacer, que no estaba en sus manos. Y, al fin y al cabo, qué más le da al planeta una especie más o menos. La humanidad pierde el juicio y el virus sale victorioso.
+3Mi niño trajo del colegio un mini invernadero de juguete para un experimento de Ciencias. Con ilusión plantamos muchas semillas y día a día las vimos brotar. Al cabo de unas semanas ya teníamos un ecosistema en miniatura con su flora y su fauna.
En el pequeño bosque aparecieron parejas de humanos diminutos muy cariñosos que se dedicaron a procrear. Se organizaron y en tan solo unos meses ya habían construido la primera ciudad.
Pasábamos horas mirando embelesados aquel fantástico micromundo hasta que llegaron los problemas: rencillas, robos, abusos, picaresca... Y con los delitos surgieron los castigos de una crueldad tan primitiva que nos resultaba imposible de soportar.
No sabíamos qué hacer para proteger a nuestras criaturillas de aquella barbarie. Todo mejoró cuando —decididos a ahorrarles siglos de evolución del Derecho hasta la justicia actual— introdujimos en el invernadero minúsculos ejemplares de nuestro Código Civil y Penal.+5Entre pinos y robles la joven activista se encontraba sola. Alzó la mirada a las nubes de verdes telas ramificadas. El terreno se extendía hasta la línea en el horizonte donde el cielo y el bosque se fundían. De la tierra comenzó a brotar una jauría de mosquitos que se pegaron a sus ojos. Era ella y su bosque contra una central nuclear cercana.
Una voz segura y firme le habló «Aguarda, te ayudaré. No estás sola».
Cuando pensaba que no se libraría de la espada de Damocles, una luz cobriza iluminó su rostro. La fauna que revoloteaba entorno a sus mejillas huyó despavorida. Los árboles se abrieron, curvando su tronco para dejar pasar a un ser con traje y un libro en la mano, lubricado con un título «Ley». Se acercó a ella, entregándole la mano libre y prometiéndole proteger el ecosistema en el que ella se había criado.+2En un juzgado extranjero, donde se procesaba a un traficante de fauna silvestre por la captura ilegal de aves del bosque amazónico, ocurrió algo realmente extraño.
El fiscal, comprometido en proteger este ecosistema, buscó convencer al juez de la admisión de una prueba muy singular. Y es que una de esas aves, la cotorra, repetía incesantemente el nombre de su captor.
—Su señoría, promuevo como testigo a este animal… —señaló el fiscal con el ave entre sus manos.
“¿Cómo pudo brotar de su mente semejante idea?”, se preguntaba el juez algo preocupado.
Pero luego de algunas objeciones, el tribunal admitió la prueba y la cotorra pasó a declarar. El acusador pidió permiso a “su señoría” para interrogarla, sin imaginar lo que el ave diría en su deposición.
—¿Quién te mantenía cautiva? —preguntó confiado el fiscal.
Quizá de tanto escuchar decir “su señoría”…
—¡Su señoría! —Respondió el ave sin temor.+4Mi preocupación por la transición ecológica me llevó a cambiar la ciudad por una casita ecológica "high tech" en medio del bosque. Y debo reconocer que esto y digitalizar mi despacho, han sido dos de las mejores decisiones que he tomado en mucho tiempo. Cierto es, que a medida que avanzaban los días de confinamiento, en ocasiones, echaba de menos a la fauna de mi antiguo barrio. Supongo que fue porque transcurrieron varios días sin que ningún coche pasara por la carretera de enfrente de casa, donde una pequeña planta había aprovechado para brotar en medio de una grieta del asfalto. Debo reconocer que al verla allí, buscando un nuevo comienzo en mitad de aquella naturaleza que en silencio gritaba vida, me sentí más parte que nunca de un ecosistema al que pensaba proteger frente a cualquier delito ecológico y, de algún modo, supe que empezaría por ella.
+18Me senté frente a ella, y ahí estaba sollozando, recriminándose como había sido capaz de cometer tal masacre. Yo era conocedora de los hechos, pronto se había difundido por todos los medios de comunicación, pero como buena jurista me hago eco del principio de presunción de inocencia y la animo a que me cuente lo sucedido. Comenzó con un “soy madre, la Madre Tierra”, insistió, “he ofrecido todo mi ser para que desarrolléis una vida plena, junto a sus bosques y su fauna; sólo os he pedido aguardarlo, y me estáis exterminando, actuáis con tal egoísmo que ignoráis las consecuencias, viéndome abocada a proteger a mi especie”.
Sus palabras me estremecieron. Los datos respaldaban la regularización del ecosistema. Difícil de digerir el infortunio que ocasionamos con nuestra sola presencia. Mi alegato resultó claro: esta señora hizo brotar un virus, pero no hay duda que fue en legítima defensa.
+19RARA AVIS
Patxi Zarandieta Mendez · GranadaEn todo ecosistema jurídico que se precie, han de tener cabida la diversidad de fauna y flora que desde tiempos remotos procesionan por el bosque de la justicia.
Hay especies invasoras que alteran nuestro frágil ecosistema legal, amenazas exóticas externas, sin enemigos naturales, lobbies que emergen como ruidosos bandos de estorninos en invierno, o plagas de mejillones tigres, que impiden brotar a las especies autóctonas.
Dentro de las especies amenazadas que hay que proteger se encuentra el intrépido abogado autóctono individual o generalista, siempre en peligro de extinción. Se trata de una especie de “toda la vida” que ha sabido preservarse.
Atesoran conocimiento y dedicación, y no tienen complejo a enfrentarse con hondas a cualquier Goliats de turno.
Estos Davids, Rara Avis, son imprescindibles y resistirán -como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie- ¿les suena?.
Hoy salgo a aplaudirles a mi ventana.
Patxi Zarandieta+4El juicio a Noé quedó visto para sentencia. Aunque se había evidenciado su entusiasmo por proteger a toda la fauna mundial, el patrón de macho y hembra como modelo familiar animal de referencia, era a todas luces obsoleto. El bosque acogía especies que no cumplieron el protocolo y se quedaron en tierra… o mejor dicho, en agua.
El búho ejerció de contundente abogado defensor, pero los testimonios de la salamandra y la esbelta garza, hicieron brotar la esperanza a no pocas especies, desencadenando la determinante sentencia de la jueza avestruz condenando al barbudo patriarca por el delito de discriminación sexual con el presunto resultado de eliminación de especie.
El ecosistema del arca se tambaleaba, Noé fue condenado a readmitir las especies malditas: animales hermafroditas como ranas, lombrices y caracoles pudieron acceder a la abrumadora embarcación a pesar de su inicial exclusión y evidenciar una sexualidad ambivalente.
Y empezó a llover.+12Tras una intensa jornada en un juicio sobre difusión y revelación de secretos a terceros para proteger la intimidad de mi defendido, me aguardaba en casa mi hija Claudia, implorándome un enésimo cuento. Accedí. Ella tendría que descubrir a la protagonista. No osé desvelar secretos.
Era una aventurera de cerebro cuerdo que en sus viajes no tenía planes de volver pronto. Se le echaba el tiempo encima luchando contra la realidad con su imaginación. Cuando paseaba, la frondosidad de los árboles le impedía ver el tupido bosque, pero solía dejarse caer en un mágico ecosistema en el que se zambullía para brotar rodeada de una disparatada fauna.
Allí, la sensatez y responsabilidad vestían con chaleco y reloj, algún habitante era azul, otro tenía sonrisa eterna. Juntos, mataban el tiempo con acertijos y juegos de palabras.Es una historia imposible solo si crees que lo es.
–Su nombre empieza por “A”.+22El declive de la abogacía nos animó a poner en marcha el experimento. Necesitábamos un ecosistema propicio y que además nos permitiera proteger nuestra identidad. Por eso elegimos aquel bosque olvidado, cuya fauna se había extinguido hacía años. De los árboles más fuertes colgamos las crisálidas, primorosamente replegadas sobre sí mismas. Las habíamos alimentado con lo básico: la Constitución, el Código Civil… Los primeros especímenes que salieron podían resolver sin dificultad algunas particiones de herencia, procesos monitorios o divorcios de mutuo acuerdo. Para la siguiente remesa decidimos tener en cuenta la consabida globalización e introdujimos en su dieta algunos tratados internacionales y directivas europeas. Esta generación tardó más en brotar y nos brindó unos profesionales magníficos. Sin embargo, esa visión ampliada del mundo hizo que quisieran conocerlo y se fueron, sin más, poco después de su eclosión. Muchos no regresaron. Los que lo hicieron ya nunca fueron los mismos.
+11La indemnidad de su cliente era el bien jurídico a proteger. Sus intervenciones letradas las asumía con esa intensidad que narran ciertas vidas ejemplares, cuando la celebración de los actos más sublimes de su ejercicio y vocación, produce en sus autores una aguda extenuación.
A veces sentía que las interrelaciones socio profesionales de los diversos operadores jurídicos, no formaban precisamente un ecosistema armónico. Era cuando su estado de ánimo se exacerbaba en clave pesimista, y la profesión de la abogacía le situaba en medio de un espeso bosque, donde la fauna más depredadora se despertaba.
Pero en su alma jurídica también habrían de brotar sentimientos optimistas, que contrarrestaban la autocrítica amarga y la dureza de ciertos aspectos profesionales.
Cada mañana temprano, antes de ir a los juzgados, mientras se anudaba la corbata, imaginaba los platillos de una balanza y su sonrisa no los perdía de vista, hasta verlos bien equilibrados.
+33Me suda la cara tras la mascarilla y, aunque aquí no me tengo que proteger, estoy acostumbrada a llevarla. Ante mis ojos se extiende un inmenso bosque de piedras amarillas, dicen que el último ecosistema que permanece intacto. Cierto que entre tanta roca no hay flora capaz de brotar y su fauna causa un poco de respeto (osos, bisontes, wapitíes... casi nada), pero me alegro de mi elección. Tantos juzgados, detenidos, testigos, contratos por revisar, ERTEs, papeles, más papeles... Necesitaba desconectar.
Qué pena mi marido, también abogado, que no ha podido acompañarme. Está con los niños. De repente me zarandean y ... hablando del rey de Roma ...
- ¡Es mi turno! ¿Qué tal por Yellowstone?
Le cedo el sitio con desgana. Toca reinventarse, dicen, y desde que sabemos que este agosto toca trabajar, solo nos quedan estos viajes virtuales. Le estamos cogiendo gustillo ... mañana me voy a Cuba.
+19Yo era el hermano idealista, el biólogo soñador, mochila a la espalda por bosque y desierto y él, abogado mercantil,el legalista, maletín en mano por despachos y juzgados, con los pies en el suelo. “Y tus bichitos cómo van. Yo sí que trabajo en una jungla con fauna peligrosa”, me decía como comparando mundos diferentes, pero opuestos.
Naturaleza versus civilización.
No hacía mucho caso cuando le hablaba del peligro de la destrucción de la naturaleza. Pensaba que aquello no iba con nadie, concentrado en su feroz mundo empresarial plagado de demandas que no paraban de brotar como al inicio de aquellos focos de infectados durante la pandemia. Ahora sí, escucha preocupado cuando le alerto de las consecuencias de degradar cualquier ecosistema donde microorganismos al acecho pueden saltar de pangolines y otras especies al ser humano sin nada que nos pueda proteger. Mundos diferentes, pero que debieran ir de la mano.+25Aquel paseo, que suavizaba el largo confinamiento del COVID19, me llevó a un bello paraje ajardinado, de flora sobria y elegantemente dispuesta: olivos y cipreses conformaban una colina artificial de césped, rodeada de un pequeño cauce de agua, simulando un ecosistema armonioso.
El lugar, silencioso por la ausencia de fauna y la escasez de paseantes, invitaba al recogimiento y la reflexión y mis pensamientos rememoraban otras pandemias, crisis, atentados, recesiones, inundaciones, sequías, éxodos rurales...
Las palabras VIH, Ébola, Crack financiero, Yihadismo, Gota fría y España vaciada no dejaban de tamborilear en mi cerebro buscando repuestas para proteger nuestro mundo de tantos y reiterados ataques.
Concluí mi paseo, abandoné el Bosque de los Ausentes y soñé con un nuevo país en el que volvían a brotar la solidaridad, la justicia, la eficiencia y la magnanimidad y donde la resiliencia individual y colectiva podían con las alarmas, el pánico y el pesimismo.
+22Llegó el día. Aquí estoy… Viejo, solo... Sentado en el porche de mi casa con las vistas de Doñana al fondo. Mi secuoya se alza majestuoso en mitad del jardín, cercano a la valla que separa mi propiedad de la inmensidad de un bosque exterior. Mis abogados han fracasado tras un largo pleito contra la Administración. Hemos tenido que proteger este árbol desde que le vimos brotar hasta que ellos iniciaron la lucha por arrebatármelo. Esa “fauna” de voraces picapleitos dicen que mi secuoya es una amenaza al ecosistema, sin demostrar absolutamente nada. Se limitaron a ofrecerme mil soluciones a cambio de mi preciado árbol. Nunca sabrán que mis padres y abuelos yacen a sus raíces, en el subsuelo desde donde alimentan y dan vida a mi robusta propiedad. Este es mi sitio. Aquí les espero, sentado en mi butaca con la vieja escopeta de mi abuelo en el regazo…
+53El pequeño ecosistema reúne un grácil bosque de algas, base de arena, grava turquesa, piedras volcánicas, arrecifes de coral púrpura y fuego, cuevas con musgo, raíces hirsutas y seis pececillos iridiscentes de fauna caribeña. ¡Regalo de los socios del bufete!
Desde que el acuario entró en casa, mi miedo al retiro comenzó a difuminarse. Ahora, me ocupo de alimentar, proteger y mimar a mis pequeños compañeros. Cada día procuro que su medio acuático se mantenga en condiciones óptimas de limpieza, temperatura y luz. Estudio normativas acuícolas, requisitos zoosanitarios, hábitats… A cambio, ellos me regalan el bello espectáculo de la vida en movimiento, el brotar de un sinfín de burbujas perfectas, ascendentes. Su contemplación deleita mi espíritu y relaja mi mente. Apartado de juzgados y litigios, mi vida va tomando forma y color; las horas empiezan a llenarse de pequeños detalles y metas por conseguir. Comienzo a disfrutar de mi jubilación.+16Mi jefe siempre me dice: «Que los árboles no te impidan ver el bosque». Por ello, al ser el especialista en Derecho Medioambiental del bufete, me ordenó embarcar en el buque oceanográfico de la ONG MAR AZUL, de la cual el despacho gestionaba la denuncia contra varias navieras en su lucha por proteger los océanos. Debía obtener pruebas fehacientes para presentarlas en el juicio.
Desde el barco observé un bello reflejo irisado meciéndose con las olas. Conforme nos aproximábamos, llamó mi atención la presencia de toda clase de fauna marina muerta. Además, comenzó a brotar un olor fétido insoportable. Acompañado todo por un sonido seco, provocado al golpear el agua contra aquella masa putrefacta, como si doblasen las campanas por el ecosistema marino. Nunca pensé que la catástrofe sería así. Un mar de plástico navega sobre los océanos que agonizan, y que amenaza con terminar con nuestra vida.
+51Recuerdo a mi padre en el año 2006, ataviado con mi corbata y mi capa de Harry Potter, ensayando el juicio contra la empresa Boliden, ocho años después de la rotura de la presa minera. Caminaba de un lado a otro del pasillo, gesticulando y recitando con voz grave: “Ustedes eran responsables de proteger marismas y bosques de la terrible contaminación que los devastó. Ustedes aniquilaron ecosistemas protegidos y, defendidos por mafiosos abogados, peregrinan de un Juzgado a otro sin reparar el daño causado…”
Ha transcurrido mucho tiempo desde aquel desastre ecológico; la vegetación volvió a brotar y la fauna autóctona se recuperó, pero se gastaron millones de euros para descontaminar de metales pesados la zona y aún hoy continúo luchando por conseguir una indemnización, como hiciera mi padre.
Mañana tengo otra vista. Y aquí estoy, declamando en el pasillo con capa, corbata…y varita mágica. La voy a necesitar.
+31Mamá, hoy hace dos semanas que instalé mi despacho en tu dormitorio. Su manojo de rosarios, estampas de vírgenes y medallas han dejado paso al Aranzadi, a mi ordenador personal y a una impresora. Las flores de mis cactus empiezan a brotar donde antes crecían tus aspidistras. Mis expedientes ocupan las estanterías de tus recuerdos. Un bosque de lápices y subrayadores suplanta a la caja de los hilos como ecosistema. Mi pecera, sin peces, en un rincón de la habitación, a la jaula del canario que componía su fauna. No te supe proteger y no me dejaron despedirte. Lo primero que haré, cuando me entreguen tus cenizas, será redactar una demanda contra la injusticia del Mundo.
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