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María Carmen Caamaño López 

El declive de la abogacía nos animó a poner en marcha el experimento. Necesitábamos un ecosistema propicio y que además nos permitiera proteger nuestra identidad. Por eso elegimos aquel bosque olvidado, cuya fauna se había extinguido hacía años. De los árboles más fuertes colgamos las crisálidas, primorosamente replegadas sobre sí mismas. Las habíamos alimentado con lo básico: la Constitución, el Código Civil… Los primeros especímenes que salieron podían resolver sin dificultad algunas particiones de herencia, procesos monitorios o divorcios de mutuo acuerdo. Para la siguiente remesa decidimos tener en cuenta la consabida globalización e introdujimos en su dieta algunos tratados internacionales y directivas europeas. Esta generación tardó más en brotar y nos brindó unos profesionales magníficos. Sin embargo, esa visión ampliada del mundo hizo que quisieran conocerlo y se fueron, sin más, poco después de su eclosión. Muchos no regresaron. Los que lo hicieron ya nunca fueron los mismos.

 

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