Germán Delgado

Microrrelatos publicados

  • El Consejo

    Siempre andaba de fiesta, esperando que por un milagro llegara el negocio innovador que me haría millonario. Aquella tarde fui por cervezas, y pasé por casa de una amiga, pero no estaba. Me quedé conversando con su padre, y viéndolo preocupado, le pregunté qué pasaba.
    —¿Quieres saber que tengo? —me dijo, sacando de su maletín un documento que me hizo leer: Era una orden de desahucio.
    —Discúlpeme —respondí, y él, con sus ojos húmedos, continuó:
    —Joven en este mundo no hay equidad. No pierda más tiempo. ¡Estudie! La educación hace la diferencia. Hágase un profesional para que cuando sea viejo no quede desempleado y en la calle como yo.
    Ese mismo día le prometí que lo haría y pronto comencé a estudiar derecho. Sus palabras me dieron el valor para el cambio. Llevo más de cincuenta años ejerciendo de abogado y tengo una hermosa casa con vista al mar.

    | Septiembre 2020
     Participante

  • DEFENSA IMPROPIA

    El viejo retiró de su boca lo que pensó que sería una gruesa espina del pescado. Observó detenidamente y era otra cosa, un objeto extraño. Tomó agua para tranquilizarse, pero no pudo conservar la calma, pues uno de sus molares parecía fracturado. Molesto, hizo venir al dueño, y amenazó diciéndole que era abogado, que demandaría y haría cerrar el restaurante. El dueño, asustado, aseguró que el pescado era de la pesca del día y ofreció que todo lo que consumiera lo invitaría la casa.
    Ahora el jurista parecía feliz; pero el dueño, exagerando su adulación, hizo llamar al chef para que se disculpara por tan grave percance. El cocinero, quien estudiaba derecho, inflando un cachete con su lengua, se defendió obstinadamente frente al abogado, mostrando en su móvil noticias que probaban que la culpa no era suya, sino de las fábricas locales, por el reiterado vertido de plástico al mar.

    | Junio 2020
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 1

  • Una prueba muy singular

    En un juzgado extranjero, donde se procesaba a un traficante de fauna silvestre por la captura ilegal de aves del bosque amazónico, ocurrió algo realmente extraño.
    El fiscal, comprometido en proteger este ecosistema, buscó convencer al juez de la admisión de una prueba muy singular. Y es que una de esas aves, la cotorra, repetía incesantemente el nombre de su captor.
    —Su señoría, promuevo como testigo a este animal… —señaló el fiscal con el ave entre sus manos.
    “¿Cómo pudo brotar de su mente semejante idea?”, se preguntaba el juez algo preocupado.
    Pero luego de algunas objeciones, el tribunal admitió la prueba y la cotorra pasó a declarar. El acusador pidió permiso a “su señoría” para interrogarla, sin imaginar lo que el ave diría en su deposición.
    —¿Quién te mantenía cautiva? —preguntó confiado el fiscal.
    Quizá de tanto escuchar decir “su señoría”…
    —¡Su señoría! —Respondió el ave sin temor.

    | Mayo 2020
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 4