Imagen de perfilUn caso perdido

Jordi Rodríguez 

Durante el pleito me vine arriba, lo reconozco. Y eso que no era cuestión de dinero, sino de conciencia. Se trataba de proteger una especie en peligro de extinción. Aunque, ciertamente, los argumentos contrarios eran robustos. No podía negar que era una especie invasora, incompatible con la fauna de su entorno. Por donde pasaba y en donde se establecía, nada vivo podía brotar. Pero defendí que el ecosistema era sólido, que los beneficios que aportaba merecían dichas pérdidas, que se podría reconducir la situación, conseguir una buena adaptación. No podíamos permitir que los árboles nos impidieran ver el bosque, era una especie imprescindible para el planeta Tierra. Pero dijo la justicia que nada podía hacer, que no estaba en sus manos. Y, al fin y al cabo, qué más le da al planeta una especie más o menos. La humanidad pierde el juicio y el virus sale victorioso.

 

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