VIII Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
La traición
Ander Balzategi JuldainÉramos amigos desde la facultad y competíamos por todo. Después de cursar el mismo posgrado, nos presentamos a la misma plaza de un importante bufete de abogados. Al final del proceso de selección quedamos como los únicos aspirantes. Hasta ahí normal, pero en la entrevista final me dejé llevar y conté algunos secretos de mi amigo. Su participación en manifestaciones antisistema, sus proclamas por la independencia de los poderes fácticos, incluida la banca, y otras zarandajas parecidas. Sabía que no les gustaría, la banca era un cliente preferencial del bufete. Como me escocía mi traición, le llamé por teléfono y se lo conté. - Te agradezco que nos sinceremos. – me contestó. - ¿Nos? - Yo también lo hice. Pero además adjunté pruebas, un disco compacto con aquella comprometida foto tuya. Me tomé la entrevista como un acto procesal. Lo siento, pero de traicionar, mejor como un profesional.
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El más votado por la comunidad
MEJORES TIEMPOS PARA LA TOGA
Juan Alberto Díaz LópezEl aspirante a condenado avanzaba por la tediosa fila procesal. Su turno para enfrentarse al implacable disco duro, al frío escrutinio del Iurisdictor 2116 (así conocido por el año de su salida al mercado), se aproximaba. Un sistema operativo desfasado que, sin embargo, era el preferido de la Administración Pública por su gélida independencia judicial. Llegó su turno, le sedaron, le entubaron. Sintió el calor del escáner óptico en sus retinas. Aterrado, no podía dejar de pensar en lo que había hecho. Lo hizo, sí, y la máquina lo sabía. ¡Sus buenas razones tuvo para hacerlo! Ojalá pudiera explicárselo a alguien. Ojalá fuera cierta esa zarandaja. Ese mito de tiempos remotos, ese tipo ataviado con extraños ropajes que le hubiera defendido. El juicio concluyó. Una aséptica voz andrógina dictó su sentencia y se deslizó en perfecto silencio la puerta automática que le conduciría al patíbulo.
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Relatos seleccionados
El perfecto abogado es un eterno aspirante a la justicia, un devoto del plazo procesal que como el mejor de los acróbatas mantiene el disco girando al final del palo, conocedor entrenado del momento exacto en que necesita de nuevo impulso. Debe saber además vestirse con la versión del cliente, separando de lo esencial la zarandaja sin perder nunca su independencia. Tiene que saber hablar y callar, leer y escribir. Pero ante todo, debe saber creer en lo que hace.
0 VotosEmbrollo
Concha Peláez · CádizHoy, ha tenido lugar el sorteo del reclutamiento forzoso ¿Cómo es posible que habiendo una ley que suspende el servicio militar obligatorio sigan llamando a filas? ¡Menuda zarandaja!
- ¡Escribe! Tengo que recurrir para solucionar este error.
¡Vamos a machacar a esos majaderos!Y obligo a mi hijo aspirante a linotipista, a copiar al dictado mientras paseo a su lado. Pienso, fundamentar el recurso en el derecho procesal. Creo en la independencia del proceso judicial.
- Yo, Manuel…, con 89 años…, con seis hijos abogados…
Y motiva con locuacidad la nulidad del llamamiento militar…
En su cerebro se han quedado, como en un disco rayado, atrapadas las vivencias del niño y del joven que fue. Y se despierta de la siesta con la mente divertidamente liada. Pero no olvida por mucha demencia senil que tenga, el argot jurídico utilizado durante más de sesenta y cinco años, ¡toda una vida letrada!
0 VotosHace poco tiempo que comparto mi tiempo y mis casos con un aspirante a abogado. Cada mañana, este pasante llega al despacho con ambición de aprender. No se entretiene con zarandajas sino que pone en marcha su mente como un disco duro ávido de retener información. Como le gano en años también le aventajo en experiencia aunque envidio su esmerada formación y desparpajo. Con independencia de pequeños éxitos procesales, ya ha ganado algún pleito menor. Ayer me acompañó a un juicio largo y complejo. A la salida, alabó mi actuación y me preguntó: “¿Cuándo dejaré yo de pasar nervios en Sala?” Me quité la toga y me sequé disimuladamente el sudor de la nuca. Como respuesta, me limité a sonreírle al tiempo que pensaba para mis adentros: “Espero que nunca. El abogado que no siente tensión sobre el estrado es un abogado acabado”.
0 VotosRecuerdo bien el caso de la señora González, no es fácil de olvidar por dos motivos: la época en la que sucedió y la peculiaridad del asunto. Todavía era estudiante en la facultad, y aspirante a un puesto en un despacho de abogados. Había sido el mejor alumno de derecho procesal. María se presentó conmigo solicitando ayuda para su madre, Herminia González. Varios pensaron que era una zarandaja, pero yo tomé el asunto con seriedad porque su madre necesitaba a un abogado. La secretaria del afamado escritor Portobello había robado su disco duro. Él demandó sus derechos de autor, pero ella sólo lo había tomado prestado porque quería leer su próximo libro, antes de que lo publicaran. Como yo todavía gozaba de la independencia de no tener un contrato, tomé el caso e intenté defenderla lo mejor posible. Ahora, es coautora con Portobello del best-seller “Mejor sáquenme de aquí”.
+2No había color, si la elección tenía que ser entre estudiar los apuntes de derecho procesal o buscar a Esther en la disco, y hacer lo posible por espantar a tanto aspirante a bailar con ella, a buscar un sitio más tranquilo, a acompañarla a casa…
Basta de zarandajas, quedaban tres días para el examen y el aprobado seguía tan lejos como los favores de Esther, ese ángel rubio e indiferente que apenas pisaba la facultad y sin embargo parecía aprobar sin esforzarse.
Acabar la carrera, entrar de pasante en algún bufete, obtener cierta independencia económica, todo pasaba por cerrar la mente a distracciones con exquisito olor a piel suave y tentadora. Sobre todo la del cuello.
Cada página era un triunfo, cada esquema un mundo peleado hasta tener una sombra de esperanza de aprobar, si el profesor era benévolo.
Dio igual: Esther se sentó inmediatamente delante en el examen.
0 VotosMi padre me decía siempre lo mismo, parecía un disco rayado:
-Si quieres conseguir la independencia económica, en vez de simplemente ser un mero aspirante a ello, deja de perder el tiempo en zarandajas y aplícate a estudiar derecho procesal, derecho constitucional y el resto de asignaturas de la carrera.
Pero en la facultad yo veía que Ginés se sacaba una pasta trapicheando con maría y los libros ni los tocaba. Se pegaba la gran vida y estaba de juerga continua. La verdad es que se enrollaba conmigo y me invitaba muchas veces. A cambio yo de vez en cuando le ayudaba con los trabajos de clase.
El otro día, gracias a seguir los consejos de mi padre, pude devolverle el favor. No fue en la universidad, sino ya en el juzgado: Ginés se sentaba en el banco de los acusados y yo fui su abogado defensor.0 VotosNo es profesión para viejos la abogacía. Si eres aficionado a las etimologías sabrás que zarandaja deriva de serondo- tardío- y que la «seronda» es la penúltima estación. Ese del espejo con el pelo blanco, los ojos nublados y los discos intervertebrales desgastados fue también un día un joven lleno de ambiciones y con el pecho henchido de libertad e independencia. En el otoño de mi vida profesional sólo habré sido el eterno aspirante, la promesa, el que pudo haber llegado a algo pero no tuvo suerte… En el despacho ya sólo me encargan los trámites procesales más sencillos, me tratan como un estúpido y me hacen sentir como una zarandaja… El cementerio de elefantes era aquel mítico lugar en donde iban a morir los elefantes viejos ¿No habrá para los abogados viejos un cementerio de elefantes donde podernos retirar dignamente y morir entre las sabias osamentas de nuestros congéneres?
+2El abogado recibió al aspirante en su despacho instalado en el domicilio propio. Tras los saludos protocolarios, inició la instrucción acerca de las características del derecho procesal. Aquello prometía ir para largo y al joven el discurso le sonaba a disco de vinilo un poco rayado. Así y todo, omitió pronunciarse en voz alta. Al contrario, adquirió el rostro de alumno atento que le habían enseñado tiempo atrás en la escuela de interpretación. Cuando el ‘maestro’ abordó el tema de la independencia judicial, la sensación de hastío le invadió sin remedio y tuvo que disimular los bostezos. Preso de la modorra, le interrumpió con el viejo recurso del halago sobre sus conocimientos. Necesitaba unos segundos de respiro. El jurisconsulto, ajeno a la zarandaja, prosiguió la plática vuelto de espaldas. Entonces, sigilosamente, abandonó el bufete no sin antes admirarse de la pasión de aquel hombre de 97 años que aún ejercía.
0 VotosClaro que tuvo miedo cuando asaltaron su despacho con una patada en la puerta y un aspirante a sicario ejecutó el particular sistema procesal que aplican los matones. Y más miedo aún, cuando otro encapuchado arrancó unas hojas al código penal y le tapó la boca con ellas. A continuación, desmembraron su toga y con los jirones lo maniataron y le vendaron los ojos. Y sí, se orinó encima mientras encañonaban su cráneo con una pistola y alguien, como un disco rayado, le repetía: “Déjate de zarandajas, picapleitos, y olvida este caso; además, ya hemos comprado la independencia del tribunal”. Sin embargo, el miedo más fiero le sobrevino después, justo en el instante en que, lejos de olvidarse, los denunciaba. Porque los criminales lograron acobardar al hombre que fue mi padre, pero no al valiente abogado asesinado más tarde por atreverse a defender la dignidad de otros hombres.
0 VotosAl final la crisis y mi orgullo se llevaron por delante el ultimo símbolo de mi flamante independencia. -De esta no te salva ni Ada Colau, dijo mi enfurecido casero. Y efectivamente, ni siquiera mi condición de abogado de desahucios me salvó del lanzamiento. Ahora mi labor procesal transcurre en la barra del bar de Mariano. Algunos escritos se presentan con manchurrones de aceite pero al menos no pago rentas. Mis códigos nadan entre cañas y aceitunas y mi portátil consume wifi gratis. He descendido al escalón mas precario de la abogacía, pero al menos no me distraigo con zarandajas superfluas. Mientras redacto un recurso, la tele retransmite el discurso del aspirante a Presidente. - Acabaremos con los desahucios, dice. Pero suena a disco rayado y en el bar nadie parece escucharlo. La investidura va para largo, como los desahucios. Otro café, letrado? Menos mal que siempre nos quedara Mariano.
+9Recuerdo que Madrid estaba frío y que el periódico de aquella mañana hablaba del nuevo disco de los Beatles, Rubber Soul, y de la independencia del Sahara Occidental.
- Padre, ¿crees que entraré en el despacho?
- Pero ¿a qué viene ahora esa zarandaja? ¡Claro que sí!
Aquella misma mañana empecé a trabajar. Entré en el área de procesal y ahí fue donde conocí a Don Pascual. Por entonces ya tenía el pelo blanco y la voz muy tomada. Le recuerdo entre pilas de papel, armado de paciencia, explicándome cada detalle del procedimiento. Decía que era el aspirante a procesalista que más rápido había aprendido de todos los que habían sido pasantes en el despacho pero, aun así, no hay duda de que me dedicaba más horas a mí que a cualquiera de sus clientes. Con él aprendí que para ser un buen abogado, saber derecho es solo el principio…0 VotosBelarmino Cifuentes, abogado del turno de oficio y aspirante a la Cátedra de Derecho Procesal, quería obtener la plaza por gozar de mayor seguridad e independencia económica. Se alegró mucho al enterarse del tema que le había tocado en suerte para desarrollar oralmente ante el tribunal: El acto de conciliación, naturaleza, efectos y procedimiento. Se lo sabía bien y lo guardaba en su memoria como en un disco duro. Sin embargo, cuando se presentó ante el tribunal y reconoció en su presidente a Don Cesáreo, el vecino que le venía reclamando desde hacía dos meses la reparación de los daños causados por una fuga de agua, le cambió la cara.
Intentó rehacerse de la sorpresa y empezó decidido su exposición pero, cuando llevaba cinco minutos hablando, fue interrumpido abruptamente por Don Cesáreo:
—Déjese de zarandajas, señor Cifuentes, ¿me va a pagar los desperfectos o no?+4Convertido en aspirante a letrado, inicié mi andadura profesional como pasante en el bufete de don Alonso “el invencible”. Entusiasmado, me vi a mi mismo enarbolando códigos y defendiendo, con idealismo quijotesco, causas perdidas. “¡Déjese de zarandajas!”, espetó él mi primer día: “¡De momento, a ordenar expedientes!”. Cual fiel escudero, aprendí a compaginar mis tareas acarreando legajos capaces de provocar hernia de disco con el atento escrutinio de su trabajo: su estrategia procesal infalible, su impecable oratoria, su independencia… Cuando lo visité en el hospital tras sufrir un infarto no imaginaba que me emplazaría, índice en alto, a sustituirle al día siguiente bajo la arenga de “¡adelante, llegó su hora!”. Con un sudor frío le di mi palabra y, tras pasar la noche en blanco revolviendo papeles, me atavié mi primera toga para hacer el milagro: Sancho Panza derrotó al molino, y jamás olvidaría las enseñanzas impagables de su Quijote.
+1Los años de ejercicio me han hecho más sabio. He aprendido, incluso, a sacar partido de los tiempos muertos en los pasillos de los juzgados. Suelo colarme en la sala de vistas para presenciar los juicios anteriores al mío y observo la conducta de mis colegas en el estrado: desde el joven aspirante a letrado, al que le queda tan grande la toga como la maquinaria procesal, hasta el astuto jurista que se las sabe todas y repite una y otra vez, como un disco rayado, las carencias de su contrincante. De paso le tomo el pulso a Su Señoría y compruebo si está o no para muchas zarandajas y si es de los que piensan que la independencia judicial les otorga un estatus de eslabón perdido entre Dios y el hombre. Cuando llega mi turno, sé a qué atenerme y rara vez me equivoco.
+4Cuando se acercó a mí vestida con sus pantuflas y la espalda encorvada en perfecta sintonía con un rudo bastón de madera, inmediatamente me asaltaron las alarmas del prejuicio: “¿qué pinta aquí esa vieja zarandaja?” - Por favor, ¿podrías ayudarme con la contraseña? Mi “disco duro” la olvidó– dijo señalando su cabeza, teñida ya del blanco que acompaña el paso del tiempo, y entregándome su firma electrónica. Después supe que fue una silenciosa defensora de la independencia y reconocimiento de la mujer en nuestra profesión, que suma más de cincuenta años de ejercicio y que aún está activa en el turno de oficio, allí donde yo creía que sólo encontraría aspirantes noveles anhelantes de experiencia procesal.
Y entonces caí de mi petulante arrogancia, agradeciendo la bofetada al corazón, para comprender que la edad no es excusa para no adaptarnos a los nuevos tiempos, a los tiempos modernos.+3El abuelo recuerda, emocionado, cuánto tiene que agradecerle al zarandaja del Braulio... A su regreso de las Américas, el Braulio vino convertido en don Braulio: ¡el mecenas del pueblo! Gracias a sus donativos construyeron el centro cultural, restauraron la capilla mudéjar y terminaron de esculpir los discos gremiales de la plaza mayor. Pero, ante todo, don Braulio era admirado y querido por fundar la beca “Independencia procesal”. La famosa “Beca brauliana” (como la llamaban en el pueblo) consistía en hincar los codos para entrar en la Facultad de Derecho. A quien lo lograba, don Braulio le sufragaba los gastos de la carrera (incluyendo la pensión completa en un hostal de Madrid). Mi abuelo fue el primer aspirante en conseguirla. Hoy, el abuelo todavía recita con nostalgia y convicción el “Lema brauliano”, el principio que guió su carrera: —Un buen abogado nunca devuelve favores… Aunque tenga mucho que agradecer.
+2Tengo un loro en el bufete, entre leyes y códigos. Lo cuido temporalmente, por unos días, hasta que sus dueños (unos clientes míos) regresen de un viaje. Le encanta ver la televisión, al pajarito. Además parece que sabe leer, porque cuando ve en la pantalla de mi ordenador que estoy redactando algún alegato que no le convence me llama “aspirante a letrado”, afirma “eso son zarandajas”, o me pregunta “¿seguro que fuiste a clase de derecho procesal?”. Anteayer decidí situarlo en el otro extremo del despacho, cerca del balcón, y empezó a silbar a las chicas que pasaban por la calle. Ayer me pidió que le sacara de la jaula, que quería irse. Me negué, por supuesto, no sin antes preguntarme qué hacía yo debatiendo con un loro. Hoy, nada más verme, ha empezado a reclamar una y otra vez, como un disco rayado, la independencia de los ovíparos.
+9Era un experto en derecho procesal. Brillante en la exposición e implacable en sus conclusiones, llevaba los juicios con gran maestría. Sobre su mesa se amontonaban los informes, para desesperación de aquellos que asistían impotentes a sus larguísimas exhortaciones, ante un tribunal rendido de antemano a su discurso de disco rayado. Para él cualquier atenuante era zarandaja, pecata minuta, trampantojo que zancadilleaba la independencia de la justicia. Y así, lo mismo mandaba al Infierno a un ladrón de un supermercado, que a un asesino. Pero aquel aspirante a Lucifer, querubín rubio que sonreía inocente y angelical, le robó el alma. Pasó de fiscal a defensor y juez y le abrió las puertas del Cielo. Desde entonces, un espeso manto de nubes ensangrentadas cubren la Tierra, y los niños se echan a perder sin ángeles que los orienten y los guíen.
+3Habían transcurrido muchos años, pero aquellas palabras del viejo profesor de Derecho Procesal seguían atormentándolo: “un zarandaja como usted jamás será un buen letrado”. La injusta predicción del desalmado catedrático condicionó toda su carrera profesional, y su vida entera, girando y girando como un disco que se hubiera lanzado al infinito. Había pasado mucho tiempo, sí, y a pesar de haber desempeñando con brillantez la abogacía, nunca encontró esa independencia de espíritu que algunos llaman felicidad. Acaso por eso no lo dudó tras leer el insólito anuncio. Acaso por eso halló el arrojo suficiente para enviar su currículum y convertirse así en aspirante; uno más, entre los varios millones de juristas que acudieron al reclamo.
Y fue el elegido.
La noticia le llegó en forma de nube, una mañana primaveral: oficiaría en la mayor causa que jamás vieron los tiempos. Él sería el abogado defensor… ¡el día del Juicio Final!+4Mami, de grande quiero ser abogada, me dice mi hija desde sus tiernos cinco años. Y yo me lo tomo a broma. No es más que una zarandaja con la que pretende llamar mi atención. Pero no abandona la idea y se repite como un disco rayado. Le pregunto el porqué de esa obsesión y me dice: Quiero ayudar a la tía Cris a meter en la cárcel al hombre malo que le pega, y ella siempre tiene los ojos morados.
Así que ante su motivación y determinación, la declaro aspirante al Colegio de Abogados y le prometo que le voy a ayudar en su periplo, con el derecho procesal como meta.
En la actualidad, es una abogada de prestigio, adalid de la independencia de la mujer como medio para luchar contra la violencia de género. Lástima que la tía Cris ya no está con nosotros. Él fue más rápido.+10Siento profundamente, ¡créanme!, que la independencia de los tres poderes siga siendo igual que en el futuro: una zarandaja dialéctica. También lamento la precipitación procesal que, al igual o más que su tardanza en el XXI, traducida a la experiencia de los ciudadanos, la convierte -por irreparable- en sinónima de injusticia. Por último deploro la falta de garantías a que se enfrenta cualquier aspirante a desfacer entuertos, así como la falta de medios con que se dota históricamente a los defensores. Ahora, por ejemplo, dicha penuria me priva de un abogado de oficio eficiente. Bueno, me priva de un abogado de oficio, sin más… pero claro esto es el siglo XV y yo soy un viajero del tiempo…
Esto lo repetía una y otra vez aquel orate ante su majestad, como un disco rayado, mientras antecedía a un señor con un hacha enorme y una capucha negra.+17El aspirante a condenado avanzaba por la tediosa fila procesal. Su turno para enfrentarse al implacable disco duro, al frío escrutinio del Iurisdictor 2116 (así conocido por el año de su salida al mercado), se aproximaba. Un sistema operativo desfasado que, sin embargo, era el preferido de la Administración Pública por su gélida independencia judicial. Llegó su turno, le sedaron, le entubaron. Sintió el calor del escáner óptico en sus retinas. Aterrado, no podía dejar de pensar en lo que había hecho. Lo hizo, sí, y la máquina lo sabía. ¡Sus buenas razones tuvo para hacerlo! Ojalá pudiera explicárselo a alguien. Ojalá fuera cierta esa zarandaja. Ese mito de tiempos remotos, ese tipo ataviado con extraños ropajes que le hubiera defendido. El juicio concluyó. Una aséptica voz andrógina dictó su sentencia y se deslizó en perfecto silencio la puerta automática que le conduciría al patíbulo.
+26La independencia de su profesión era un arma de doble filo: libertad y sujeción al mismo tiempo. Y con esa premisa tenía que hacer equilibrios, entre el argumento humano y el jurídico. No le valía una zarandaja cualquiera, la precisión era su punto de apoyo, su lema.
En estas lides, batallando por la iustitia, aprovechar los medios del Derecho procesal era todo un arte que dominaban los grandes juristas a los que tanto admiraba. En sus tiempos de aspirante reproducía como un disco rayado los preceptos, pero a la hora de la verdad los había aprendido de sus mentores, de sus compañeros, proceso a proceso. Eso le había convertido en el gran jurista que era hoy, querido, reclamado y respetado.
Se descubrió rememorando cada momento, recorriendo ese largo camino, y despertó. Rodeado de toda su vida, de su legado, les regaló su última sonrisa.+7Tensa espera
Mario Pérez Garrigues · ValenciaHace ya quince días que se celebró el juicio y desde entonces paso las horas absorto frente a la pantalla de mi ordenador. Pasan las jornadas y no logro concentrarme en recursos, demandas ni en plazo procesal que valga. No me afectan las noticias sobre independencias ni investiduras; apenas como, mi barba supera ya con creces la de un aspirante a hipster; le tengo dicho a mis compañeros que no me pasen llamadas, que no me molesten si la fotocopiadora reclama su dosis de tóner o si la copia de seguridad del disco duro del servidor avanza renqueante; que no estoy para zarandajas. Vivo como un ermitaño recluido en mi despacho. Hasta hoy, en que mi vida como abogado ha cambiado. Hasta hoy, que ella por fin ha llegado. Mi primera notificación por lexnet, la primera sentencia que no me trae el cartero. Lo echaré de menos.
+6Comencé a sentir esa sensación de independencia el día que se firmó mi divorcio. Quizás una serie de zarandajas, como siempre decía, fueran lo que me llevó a ello. Esa aspirante a secretaria que se beneficiaba los jueves, ese disco duro, escondido en el altillo de la cómoda, con la prueba para condenar a más de uno de sus clientes y esa libreta en números rojos por apostar al negro.
Creo que he ejercido mi derecho procesal y con él, desde hoy, duermo tranquila entre algodones, derecho y esos brazos que no enjuician mis actos.
Todo un propósito de enmienda para una vida que comienzo sin normas y en proceso de legítima defensa.+12--- No existe la verdad, existe el procesal, y nuestra obligación es conocerlo con el automatismo de una oración aprendida en la infancia.
El orador giró el puro entre sus dedos y, ante el asentimiento del resto de comensales, prosiguió:
--- Nuestra independencia radica en nuestra fuerza, y nuestra fuerza no se basa en la verdad ni en otras zarandajas por el estilo, sino en el conocimiento de las grietas de la Ley… Así los sacamos de la cárcel.
Los socios sonrieron y el aspirante a serlo se levantó para volver a poner el disco de Ella Fitzgerald, que debía amenizar la puesta de sol que se dibujaba en el horizonte de la terraza de la décima y última planta.+4