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Pilar Blázquez 

Claro que tuvo miedo cuando asaltaron su despacho con una patada en la puerta y un aspirante a sicario ejecutó el particular sistema procesal que aplican los matones. Y más miedo aún, cuando otro encapuchado arrancó unas hojas al código penal y le tapó la boca con ellas. A continuación, desmembraron su toga y con los jirones lo maniataron y le vendaron los ojos. Y sí, se orinó encima mientras encañonaban su cráneo con una pistola y alguien, como un disco rayado, le repetía: “Déjate de zarandajas, picapleitos, y olvida este caso; además, ya hemos comprado la independencia del tribunal”. Sin embargo, el miedo más fiero le sobrevino después, justo en el instante en que, lejos de olvidarse, los denunciaba. Porque los criminales lograron acobardar al hombre que fue mi padre, pero no al valiente abogado asesinado más tarde por atreverse a defender la dignidad de otros hombres.

 

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