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Sergio Constán Valverde 

Habían transcurrido muchos años, pero aquellas palabras del viejo profesor de Derecho Procesal seguían atormentándolo: “un zarandaja como usted jamás será un buen letrado”. La injusta predicción del desalmado catedrático condicionó toda su carrera profesional, y su vida entera, girando y girando como un disco que se hubiera lanzado al infinito. Había pasado mucho tiempo, sí, y a pesar de haber desempeñando con brillantez la abogacía, nunca encontró esa independencia de espíritu que algunos llaman felicidad. Acaso por eso no lo dudó tras leer el insólito anuncio. Acaso por eso halló el arrojo suficiente para enviar su currículum y convertirse así en aspirante; uno más, entre los varios millones de juristas que acudieron al reclamo.
Y fue el elegido.
La noticia le llegó en forma de nube, una mañana primaveral: oficiaría en la mayor causa que jamás vieron los tiempos. Él sería el abogado defensor… ¡el día del Juicio Final!

 

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