Imagen de perfilMEJORES TIEMPOS PARA LA TOGA

Juan Alberto Díaz López 

El aspirante a condenado avanzaba por la tediosa fila procesal. Su turno para enfrentarse al implacable disco duro, al frío escrutinio del Iurisdictor 2116 (así conocido por el año de su salida al mercado), se aproximaba. Un sistema operativo desfasado que, sin embargo, era el preferido de la Administración Pública por su gélida independencia judicial. Llegó su turno, le sedaron, le entubaron. Sintió el calor del escáner óptico en sus retinas. Aterrado, no podía dejar de pensar en lo que había hecho. Lo hizo, sí, y la máquina lo sabía. ¡Sus buenas razones tuvo para hacerlo! Ojalá pudiera explicárselo a alguien. Ojalá fuera cierta esa zarandaja. Ese mito de tiempos remotos, ese tipo ataviado con extraños ropajes que le hubiera defendido. El juicio concluyó. Una aséptica voz andrógina dictó su sentencia y se deslizó en perfecto silencio la puerta automática que le conduciría al patíbulo.

 

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