XI Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilOPEN ARMS

Sean Rodríguez Velasco 

Me llamo Ángel, soy géminis, tengo 46 años y, por fin, puedo decir que soy feliz. Cuando no lo era, fui el primero de mi promoción, después un reconocido abogado a nivel internacional, justo antes de convertirme en multimillonario defendiendo a peces gordos. Síntoma inequívoco de que, en mi vida, algo iba mal. O al menos no tan bien. Pero ese es otro tema a debatir. A día de hoy soy uno de los pocos abogados y uno de los muchos voluntarios en Proactiva Open Arms, y he cambiado aquellos peces por refugiados que llegan a Europa huyendo de conflictos bélicos, persecución o pobreza. Y no solamente ante la ley o aporreando el teclado de manera anual para hacer una donación de seis ceros. No. Lo hago también mojándome las manos mar adentro, unas veces de agua y otras de sangre; pero siempre que regreso a tierra, llenas de satisfacción.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilEJECUCIÓN PERFECTA

Javier Puchades Sanmartin 

Al aprobar la selectividad, mi padre me llamó a su despacho. Me senté rodeado de cientos de tomos de Aranzadi y bajo la atenta mirada de los retratos del bisabuelo y del abuelo. Ambos habían sido miembros del Tribunal Supremo. Sumido en aquella atmósfera jurídica, papá comenzó su alegato. No íbamos a debatir. Estaba todo sentenciado, sin recurso de apelación posible. Dijo que no podía defraudar a mis antepasados, que habían hecho donación de su vida al derecho. Al salir, tenía la decisión tomada. De forma anual, durante mis estudios, iba a demostrarles que era capaz. No podía exhibir ningún síntoma de flaqueza. Llegó el día señalado. Descubrí que el negro no me sentaba mal. En la sala estaba presente toda la familia. Según me iba acercando al estrado cesaron los cuchicheos. Me senté, puse mis manos sobre el teclado y comencé mi primer concierto como solista de piano.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilHISTORIAS DE MAR

    CARMEN ANDREY MARTIN 

    Un buen día decidí ir más allá de mi donación anual. Salir de detrás del teclado de mi ordenador y hacer cosas buenas. Pero buenas de verdad. Sin nada más que debatir.

    Y aquí estoy desde entonces, aunque no es fácil. Continuamente veo pasar chicas de rostros famélicos y pienso: "No más víctimas de trata. Por favor". Llega una pequeña con las mejillas blanquecinas, fruto del exceso de salitre y del horror vivido. Al parecer, ningún otro síntoma. Cruzo los dedos.

    Bien. Es mi turno. Conseguiré que, dentro de un tiempo, estas niñas no vean muerte al mirar esas aguas azules. Verán esperanza. Renacimiento. Sé que el mar puede hacerlo. O, mejor dicho, LA mar. ¡Ja! Sonrío con mi propia broma mental. No me permitiré perder el sentido del humor, nunca. Tiendo mi mano en señal de bienvenida.

    - Hola, soy tu abogada. Estoy aquí para ayudarte. Me llamo Mar.

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  • Imagen de perfilEl testamento

    Enrique Soler Santos · Sevilla 

    Un caso práctico enrevesado, eso era el maldito testamento de mi tío. Un galimatías lleno de trampas, igual que los que utilizaba para torturar a sus alumnos en el examen anual.
    Él había puesto en mí todas sus expectativas. “Tú seguirás mis pasos”, sentenció. Así que no había nada que debatir, estudié Derecho.
    Pero yo no pensaba pasar dieciséis horas diarias encorvado sobre el teclado como él. Fundé una ONG, hoy tramito solicitudes de asilo de refugiados. Él lo consideró síntoma de ingratitud.
    Podía haberse limitado a desheredarme, pero el insigne catedrático no había podido resistir la tentación de darme una clase póstuma con su testamento envenenado: donación modal, fideicomiso de residuo, legado de alimentos... Yo era su heredero único. ¡Para pagar las deudas!
    Lo decía en sus lecciones: “La repudiación de la herencia debe hacerse en escritura pública”. Así que acabo de salir de la notaría. Melancólico, pero liberado.

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  • Imagen de perfilUn negocio corriente.

    Jordi Rodríguez 

    El cliente siempre tiene la razón. Seguro. El mío, se retrasaba considerablemente. La sala de espera de la notaría empequeñecía a medida que el tiempo pasaba. El oficial me miraba de vez en cuando, mientras torturaba el teclado, como si aquélla hubiera de ser la última escritura de su vida. No se trata de una compraventa; no existe contraprestación. Así lo sentenció mi cliente, siempre en escuetos correos. Ninguna opción de debatir otras posibilidades. No debí aceptar el caso, no me gusta trabajar así. Yo soy el profesional, sin duda, pero los emolumentos arreglarían mi cuenta anual, muy necesitada. Entró el donatario y, por primera vez, dudé. Se le veía tranquilo, no mostraba el mínimo síntoma de angustia o preocupación. Y eso, justamente, me inundó de remordimientos. Pero, inmediatamente, mi profesionalidad se impuso y me dije que, al fin y al cabo, la donación del alma es un negocio corriente.

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  • Imagen de perfilEntre cuentos

    María Sergia Martín González- towanda 

    Recuerdo su nariz curioseando las páginas del último Código Civil. O sus ojillos, frente al teclado de mi ordenador, escudriñando palabras y anotando latinajos en su libreta. Si alguna asignatura anual se me atragantaba o cuando insinué que el Derecho no era para mí, síntomas de algún pasajero desencanto, lograba reconducirme planteándome disparates como aquél de crear un banco de donaciones para unicornios heridos o animándome a debatir si una bella princesa de cuento debía despertarse o seguir durmiendo. Parece de locos, pero unas navidades me pidió como regalo que preparara la mejor defensa para Blancanieves, acusada de allanar la morada de siete enanitos. Cuántas horas invertí para sorprenderla con mi gran demanda contra el lobo de Caperucita: su cuento fetiche...
    Ha pasado mucho tiempo, pero no he podido evitar emocionarme cuando han pronunciado su nombre y, orgulloso, he tenido el honor de colocarle su banda de graduada.
    ¡Enhorabuena, mamá!

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  • Imagen de perfilUtopía.

    Javier López Vaquero 

    Repasando manuscritos, leyes, normas, sentí una ilusión que creía desterrada. Todo comenzó el día de la feria anual cuando Facundo, un agricultor jubilado, de boina calada y traje remendado, apareció por la puerta del despacho.
    «Es un síntoma de locura» pensé al escuchar su petición. Al debatir con mis socios la propuesta, y ante su incredulidad, vi una nueva perspectiva del asunto. ¡Íbamos a litigar con los gobiernos del mundo en defensa de los derechos de la Tierra!
    Los aledaños del Tribunal Internacional eran un hervidero de periodistas venidos de todos los rincones del planeta. Fueron semanas inolvidables, intensas. Los ánimos en forma de donación o de palabra nos abrumaban.
    La utopía se derrumbó con la sentencia, pero mereció la pena.
    Hoy treinta años después recuerdo con nostalgia aquellos tiempos convulsos. A golpe de teclado relleno la solicitud para la reubicación en Marte. No creo que tenga suerte.

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  • Imagen de perfilMALDITO REGALO DE REYES

    Modes Lobato Marcos 

    Entró en mi despacho con síntomas de agotamiento.
    Me dijo que su vida había consistido en una permanente donación de risas y humor, sin recibir nada a cambio.
    Y estaba harto de sentir, con una cadencia diaria, mensual, anual..., cientos de golpes en todo su cuerpo.
    Tan pronto le atizaban con el teclado del ordenador, como lo arrojaban desde un precipicio.
    Tan pronto lo golpeaban con una roca gigante, como lo tiraban desde un avión sin paracaídas.
    Y todo el tiempo corriendo, saltando, subiendo, bajando...
    Tras escuchar sus palabras, admití que no tenía sentido debatir quien llevaba razón en este caso, pues era evidente.
    Por eso acepté defenderlo.
    Entonces, con lágrimas de emoción surcando su rostro, me abrazó mientras murmuraba: "No sabía que pudiese llorar".
    Y así, aquella mañana, conocí al primer dibujo animado que logró escapar de un Cinexin.

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  • Imagen de perfilSu verdadero triunfo

    Mª Asunción Buendía Hervás 

    Como abogado con una dilatada carrera de éxito, no se sentía triunfador.
    Así lo habían tildado en el espléndido reportaje que abría el semanal del prestigioso diario La Nación.
    En la pantalla de su móvil se sucedían flases acompañados de vibraciones, síntoma de que todo aquel que tenía una mínima relación con él lo había leído. Amén de los curiosos que no faltaban a la cita con idea de debatir cualquier punto para sacarle tajada informativa.
    Presionó el teclado para apagar el dispositivo. Ya había tenido bastantes parabienes, tanto de los sinceros como de los interesados.
    Sonrió al imaginar qué pensarían los primeros y estos últimos, si supieran que no pocos de sus clientes menos favorecidos económicamente satisfacían su minuta tras recibir cierta donación que provenía del propio bufete, y los malabarismos hechos para que finalizado el ejercicio la cuenta anual se saldara positivamente.
    En esto consistía su verdadero triunfo.

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  • Imagen de perfilLA DECISIÓN FINAL

    Miguel Ángel García Rodríguez 

    Frente al teclado, empecé a escribir sobre un hombre; un buen hombre, pues nunca faltaba a su cita anual con la donación de sangre y, ante una discusión, prefería debatir a atacar. Un don muy útil en el juzgado con el que logró ganar juicios imposibles.
    La historia iba saliendo sola y las palabras fluían sin esfuerzo, síntoma de mi máxima implicación.
    Pero el relato se fue poco a poco volviendo sórdido y aquel gran abogado se iba metiendo en asuntos turbios. Una espiral de desesperación que, paulatinamente, le fue llevando hasta el final de la historia, donde acabaría adquiriendo un arma en los bajos fondos, que tan familiares le resultaban últimamente, y que le pondría frente a la decisión de si apretar el gatillo o no.
    Cuando mi mano dejó de teclear para tocar la fría empuñadura me di cuenta de que, aquel hombre del relato, era yo.

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  • Imagen de perfilCuriosa la vida, cuando menos…

    Enrique Barbero Rodríguez 

    Demanda tras demanda, había pasado la vida con la toga al brazo o al cuerpo para defender y acusar a todo aquel que se ponía en mis manos. Con tantos años de profesión uno va teniendo amigos y enemigos. De los primeros pocos, de los segundos alguno más, pero entre todos destacó Emiliano. A golpe de teclado, nos demandamos infinitas veces a través de clientes y cuando no los hubo hasta en el Colegio de Abogados.
    La última vez que lo había visto hasta hoy fue en el Congreso Anual de la Abogacía y de nuevo, más que debatir, abrimos informe para alegato final. Ese mismo día comenzaron los síntomas de mi enfermedad. Hoy ha venido a visitarme a la habitación del hospital. Plantado frente a mí, con una media sonrisa, ha soltado: ahí tienes tu donación de médula, te veo en el próximo juicio. Curiosa la vida, cuando menos…

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  • Imagen de perfilNostalgia

    Miguel Ángel Arques Antón 

    El sonido del teclado de una máquina de escribir me llevó hace años hasta unos chicos del Rastro sobre cuyas cabezas se leía: “Dame un tema y te daré un poema”. Quizás aquello solo era un síntoma de la precariedad de los tiempos, en cualquier caso me animé a intercambiar una pequeña donación por sus versos:
    No te rindas, no ceses de debatir,
    Todo está de gente muda a rebosar
    Que siempre permite a los demás mandar,
    Que solo abre la boca para llorar,
    Nunca para escuchar, luchar y construir.
    Aquel simple poema me inspiró la vocación de la abogacía. Hoy lo he encontrado mientras buscaba las llaves del Mercedes. He sentido nostalgia de aquel joven idealista que era yo. He quemado el horrendo poema mientras sonreía, he encendido un puro cubano y he salido dispuesto a disfrutar de mi descanso anual en el yate de un adinerado cliente.

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  • Imagen de perfilDESCANSE EN PAZ

    Almudena Horcajo Sanz 

    Don Leonardo fue un cliente más que peculiar. Era tan rico como aprensivo. Aunque se hacía un reconocimiento anual completísimo, al menor síntoma acudía corriendo al hospital. Nunca le encontraban nada, pero salía convencido de que le quedaban dos días de vida. Nervioso, me llamaba inmediatamente para cambiar el testamento que estábamos redactando; soltero y sin hijos reconocidos, dividió su fortuna en numerosos lotes que distribuía entre familiares, amigos e incluso conocidos. Yo, sentado al teclado, podía pasar horas moviendo lotes como si fuesen piezas de ajedrez. Sabiendo que no era amigo de debatir nada, me armaba de paciencia y, a todo le decía amén.
    Falleció, de manera repentina, dejando un documento manuscrito en el que hacía donación de sus órganos a la ciencia y declaraba su voluntad de que el destino de todos sus bienes fuera el estudio de la enfermedad rara de la que estaba seguro que moriría.

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  • Imagen de perfilEl novelista

    Maria Navedo Saurina 

    Con las vacaciones anuales llegaban mis primeros síntomas de aburrimiento. Yo no era un niño activo; así que mientras él se encerraba a preparar sus pleitos, encontré en la lectura de sus viejos libros una vía de escape hacia otros mundos. De forma inconsciente fui forjando mi vocación y en cuanto dispuse de un teclado empecé a escribir mis propias historias. Nunca entendió que no siguiera sus pasos de ilustre abogado por cuyo despacho pasaron muchos rostros conocidos. Yo quería triunfar de otra manera y que nadie nos comparase.
    Ahora que ya no está, mi madre ha dispuesto la donación de todos sus libros. Entre sus códigos y recopilaciones legales encontramos alguno de mis ejemplares más vendidos. Nunca me dijo que los hubiera leído. Ojalá hubiera podido debatir con él sobre alguno de sus casos: siempre me inspiraba en ellos para mis novelas de ficción.

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  • Imagen de perfilREINVOLUCIÓN INDUSTRIAL, TECNOLÓGICA Y LEGAL 6.0

    Margarita del Brezo 

    Tras el balance anual de cuentas, los números no cuadraban ni triangulándolos por lo que, para reducir gastos, los socios decidieron prescindir de mis servicios sin debatir siquiera. Justificaron tamaña injusticia aduciendo haberme pillado tonteando con el teclado del de Penal. Por un momento pensé que se les había cruzado algún cable o que algún virus agresivo les confundía, pero me duró la esperanza lo que tardó en imprimirse mi despido. De nada había servido estudiar tanto obviando cualquier síntoma de fatiga y graduarme en la primera promoción de androides abogados gracias al empuje y la donación de mi excéntrico mentor, el cual, se rumoreaba, había perdido un tornillo al injertarse demasiados terabytes de inteligencia artificial. Inocente de mí llegué a pensar que las cosas podrían cambiar, pero esto del avance de la ciencia es pura ficción: digan lo que digan me echaron por ser una simple robot de cocina.

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  • Imagen de perfilDESCONEXIÓN

    Francisco Javier González Álvarez 

    22 de julio.
    Repasaba las necrológicas en la revista anual del Colegio cuando vi algo que no encajaba: veinte compañeros fallecidos en el último mes. Descolgué el teléfono y, tras debatir varias horas con sus allegados, obtuve un patrón común: todos habían aparecido muertos encima del teclado; enfrente, la bandeja de LexNET vacía. Descartando que ellos mismos hubieran eliminado sus mensajes como última donación al mundo, llamé al Decanato.
    “No tenemos noticias de virus. Aunque últimamente se están reportando varios problemas con las recepciones”.
    Con síntomas claros de terror procesal, corrí a abrir el frío aplicativo. Me tranquilizó ver que mis anteriores notificaciones seguían intactas. Al igual que el hecho de recibir una nueva. Así que, sin reparar siquiera en el remitente, la abrí sin pensar.
    “DIEZ DÍAS”.
    Era todo cuanto alcancé a ver.
    Apunté el fatídico vencimiento y resoplé. Al menos podría disfrutar de todo el mes de agosto...

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  • Imagen de perfilTaquígrafo de tribunal

    David Villar Cembellín 

    Ocurre que los taquígrafos somos los grandes olvidados del mundillo judicial: los jueces se llevan la gloria, los fiscales los cargos políticos, los abogados las series de televisión, ¿pero quién se acuerda de nosotros? ¿Quién repara en ese pequeño ser retrepado sobre una silla de skay sin parar de golpear su teclado? ¿Alguien le da valor a ese incesante clic clic clic recogiendo declaraciones, conclusiones, veredictos? Somos insignificantes, nuestra estenotipia apenas música de fondo. Los grandes focos apuntan a otro lado, nuestra presencia es baladí. La vida prosigue con su cadencia semanal, mensual, anual, y nosotros ahí, dándole a la tecla. Criaturas invisibles. Síntomas desapercibidos. Una gran nada, sombras chinescas a la hora de aportar, condenar o debatir. Escribanos. Multicopistas. Cuán penoso…
    —Oiga, ¿ha apuntado usted lo de la última donación? —interrumpe el juez mis pensamientos.
    —Sí, claro —replico.
    Pero yo, sobre el papel, continúo divagando sobre mi triste vida.

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  • Imagen de perfilNo es normal

    María Dolores Navarro Esteban 

    Debería estar contenta porque he pasado con éxito la revisión médica anual. El cardiólogo con el teclado en modo de mayúsculas ha escrito en la conclusión del informe «Normal», pero yo no me siento normal para nada. El síntoma de verme atraída por leer todos los días el BOE, de luego irme a los juzgados y ponerme a debatir con abogados, que no conozco de nada, las sentencias publicadas, y terminar el día estudiando algún proyecto de Ley no lo veo normal en mí, y además me resulta agotador.
    Que estoy agradecida a la donación de corazón de un abogado de primera, pues sí, pero hubiera preferido el de alguien con una vida más tranquila, la verdad.Un escritor de microrrelatos sobre abogados, por ejemplo.

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  • Imagen de perfilDAMAS EN ACCIÓN

    Aman L. Lordén · Madrid 

    Llegar al bufete y ver a Luis aporreando el teclado era síntoma de que algo no iba bien. Seguramente el caso que llevaba entre manos habría dado un giro inesperado y tendríamos que debatir nuevas estrategias. Litigábamos contra un apuesto ejecutivo acusado de apropiación indebida por nuestras clientas, señoras adineradas de cierta edad, que le habían confiado la gestión de su peculio. Él sostenía que los montos reclamados eran donaciones anuales por servicios especiales. Hasta ahora, nuestra defensa se basaba en la desprotección e inocencia de aquellas pobres mujeres frente a depredadores financieros sin escrúpulos. Cuando entramos en la sala de reuniones y vimos todas aquellas fotos de ellas sodomizando al ejecutivo, nuestra línea argumental se derrumbó como un castillo de naipes.

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  • Imagen de perfilCapital asociado

    Marta Trutxuelo García 

    Aquella última jornada parecía no tener fin. Las palabras aparecían en la pantalla antes que en mi mente. ¿Antes? ¿Cómo era posible? Mi atónita mirada se columpió desde mis manos paralizadas por el estupor hasta el teclado del ordenador, que bailaba claqué con descarada autonomía. Parpadeé... sería cosa de mi cabeza… sí... el síntoma inequívoco de que la necesidad de vacaciones había alcanzado el nivel de urgencia extrema. “La donación íntegra del beneficio anual neto del bufete al asociado Luis Leiva se aprueba por unanimidad, sin apenas debatir”, leí en el documento escupido por la impresora, accionada también, por voluntad propia. Antes de sellar el documento se lo enseñé al socio fundador, que me admitió, entre las risas de mis compañeros: “Luis, es verdad, vamos a nombrarte asociado, pero creo que alguien te ha gastado una broma... eres tú el que aportará un capital… ¡pero de eso hablaremos en septiembre!”

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  • Imagen de perfilANÓNIMO

    Ana Isabel Rodríguez Vázquez 

    Mi cliente estaba detenido por exhibicionismo y conducta obscena.
    Le encontré envuelto en una manta, con evidentes síntomas de desnutrición y una extraña sonrisa en la cara.
    -" ¿No me reconoce, letrado? ", masculló. Suelo tocar el teclado en la alameda y le veo paseando por allí. También pido limosna frente al juzgado, aunque la gente no suele reparar en mi presencia".
    Yo, que me jacto de mi generosa donación anual a una reconocida ONG, sentí cierto remordimiento al escuchar a aquel hombre.
    -" No se preocupe", continuó. No vamos a debatir ahora sí soy un marginado social. Aunque cuando pedí trabajo y una vivienda digna nadie me escuchó. Pero hoy estoy contento, todo el mundo está pendiente de mí. Incluso me han asignado un buen abogado.
    Y solo he tenido que bañarme desnudo en el estanque del parque".

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  • Imagen de perfilTALIÓN

    Ángel Montoro Valverde 

    Los ancianos comunicaron al gran jefe que el poblado desdeñaba la arbitrariedad de sus sentencias; síntoma de la inseguridad jurídica que supone regirse por usos y costumbres imprecisos e, incluso, contradictorios. Por eso, propusieron como solución la norma escrita. Recibieron de una oenegé la donación de un portátil, y a golpe de teclado y navegador obtuvieron diversas compilaciones normativas. Tras debatir y sopesar opciones, rechazaron nuestro reglamento hipotecario por eludir los verdaderos problemas de la sufrida clase salvaje media. Rehusaron también el casuístico derecho anglosajón, el amplio código justinianeo… Finalmente eligieron un texto claro, conciso, que no requería alambicadas interpretaciones ni laberintos procesales: el Código de Hammurabi.
    Pasadas trece lunas, el Consejo, en su reunión anual, evaluó la implantación de la ley babilónica: Imperaba el orden, no había dilaciones indebidas y la cárcel estaba vacía. Todo un éxito, aunque hubiera más desdentados que de costumbre y algunos tuertos.

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  • Imagen de perfilRebelión de las máquinas

    Daniel Domínguez Repiso 

    “Síndrome del teclado ardiente” es un mal muy común entre los letrados, que se agiganta según va avanzando el estío. No es que el sumiso artilugio de plástico se haya convertido en una plancha hostelera pero textualmente: QUEMA.
    Es una dolencia anual, recurrente, perenne en el gremio… Quieres escribir, te obligan a escribir, te exiges escribir… pero el otrora sumiso compañero de trabajo lo impide sistemáticamente.
    Un síntoma que se ha de debatir por profesionales del Derecho, la Medicina y, principalmente, de la Psicología; cuando se va acercando el mes de agosto aparece siempre tan maligno prodigio, sea cual sea la marca, antigüedad o colocación del artilugio.
    Y, aun con las yemas de los dedos que claman a gritos por una dermatológica donación, sigue LexNet bullendo, apareciendo escritos de vetustos legajos, llamadas urgentísimas de casos en estrados varados… y hay que defender el fuerte hasta hoy: 1 de agosto

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  • Imagen de perfilJuicios paralelos

    Juan Manuel Chica Cruz 

    No sé qué causa penal me llevó de presentar sólo un síntoma de mala conciencia a padecer todo un síndrome de culpabilidad. Empezó con el narcotraficante. Su absolución en los juzgados fue mi condena en el tribunal de la conciencia dónde jamás encontré juez más severo. Dictó que la manera de expurgar la culpa era contribuir con mi tiempo libre a cualquier fundación que ayudase a los drogadictos. Después, mi logro librando a una corporación de una fuerte sanción acusada de verter residuos tóxicos me supuso el recibir yo otra mayor. Acabo de pulsar intro en el teclado autorizando una donación anual a una oenegé preocupada por la naturaleza. La cuantía ha sido tal que los de la oenegé me han llamado diciendo si no sería un error. Tendré que debatir con mi conciencia qué culpa tengo en todo esto porque una victoria más y tendré que cerrar el despacho.

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  • Imagen de perfilSolo uno más

    Lorena Torrentí Fernández 

    Mientras la letrada miraba el teclado con las manos paralizadas y los dedos en garras, la página seguía en blanco y el cursor parpadeaba...el recurso esperaba un milagro para estar terminado el día de gracia, último del mes. Era un claro síntoma de la necesidad de descanso que de forma anual y por las mismas fechas sufría la abogada, al igual que el resto de sus compañeros. El calor y el desgaste hacía que todos los abogados estuvieran más suspicaces que de normal. Cualquier forma de dialogar, negociar o debatir se transformaba en batalla por obra y gracia del verano, el calor y el desgaste. ¿A quien había que realizar la donación, soborno u ofrenda para que LEXNET descansara hasta septiembre? Las neuronas necesitan una pausa para resetearse y volver todo lo frescas que la profesión actual permitiera, o al menos lo suficiente para aguantar otro año. Solo uno más.

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  • Imagen de perfilCerrado por vacaciones

    Julia Lucía Pariente 

    Cuando apagué el ordenador dispuesta a disfrutar al máximo de mi merecido descanso anual juré que esta vez sí aparcaría cualquier tema jurídico durante las vacaciones de verano.
    Pero allí me encontraba yo, en un chiringuito de playa con mi amiga Beatriz, quien se había empeñado en debatir los pormenores para una donación de parte de su fortuna a favor de sus gatos.
    Luego llegó Sofía para contarnos el último síntoma de adulterio que había advertido en su marido, y pedirme asesoramiento para su divorcio.
    Y, finalmente, tras el atraco por el plus de terraza de las consumiciones que habíamos tomado, esa misma noche teclado en mano empecé a redactar una reclamación ante la Oficina de Consumo.
    Un verano más, el “cerrado por vacaciones” era relativo.

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  • Imagen de perfilDOÑA MARÍA

    Belén Sáenz Montero 

    Aquella añorada profesora de Penal nos animaba a debatir en clase los casos más sangrientos de las compilaciones de jurisprudencia. Era una mujercita adorable, calmada. Con una percepción profunda de las miserias del alma, comparaba estas situaciones con síntomas de una enfermedad letal. La podredumbre de personas desatendidas. En su despacho, siempre estaba al teclado de su vieja Olivetti, redactando alguna petición de donaciones para la rehabilitación de jóvenes delincuentes. Una de esas mañanas de todos los veranos en las que diluvia con tozudez anual, la encontraron muerta de una puñalada. Parecía una paloma. Su asesino sólo se llevó un libro de poemas de Benedetti subrayado y unos pendientes de plata regalo de sus alumnos. Atravesé un periodo de negación; estuve a punto de dejar la carrera. Hoy, en el bufete, he conseguido recordarla con una sonrisa mientras tecleo en esta Olivetti heredada la cruda historia de mi próximo defendido.

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  • Imagen de perfilPinocho

    Mikel Aboitiz 

    En medio de la calle comercial, un hombre perfectamente trajeado vocifera delante de una hucha con tres letras rojas (AVR): «Dios escribe en su teclado celestial con renglones torcidos. Si no es así, ¿cómo explicar tanta mentira en el mundo? Se acabó el debatir; comemos ideas precocinadas, ¡tragamos sin masticar falsedades!¡¡Realice su donación anual a Abogados de la Verdad Revelada!!». La boca de metro expulsa a cientos de pasajeros con síntomas de estrés. Pasan junto al tipo, casi patean la hucha, se dispersan por los comercios, ganan el cruce regido por los semáforos y el peón de la Verdad Revelada se apunta a lo sumo unas sonrisas piadosas. Mi hija me aprieta la mano y pregunta: «¿Papá, este señor trabaja contigo en el “pufete”?» y yo, que apenas sé mentir, me noto crecer la nariz: «No, hija, no». Y es que, si hay renglones, estos están bien retorcidos.

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  • Imagen de perfilSENTENCIA FIRME

    PILAR ALEJOS MARTINEZ 

    Años al servicio del bufete y aquella era la primera vez que se sentía asustado. Había trabajado en miles de demandas, recursos y acuerdos, sin cometer un error. Sabía que los perpetrados los últimos días eran un claro síntoma de que algo extraño le pasaba. Intentó ocultar su problema trabajando en equipo con normalidad, mano a mano, en la defensa de los clientes ante los juzgados. Pronto se celebraría la reunión anual de socios, donde solían debatir los problemas y tomar decisiones sobre altas y bajas. Si se enteraban de su situación, estaba perdido.

    Cuando empezaron a faltar letras en los documentos, le echó la culpa al teclado. Pero no tuvo excusa el día que descubrieron que, en lugar de cobrar el importe de la factura de un cliente, había realizado una donación.

    La sentencia que dictaron fue inapelable. Alegaron que sufría de obsolescencia antes de desconectarlo de la red.

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  • Imagen de perfilEJECUCIÓN PERFECTA

    Javier Puchades Sanmartin 

    Al aprobar la selectividad, mi padre me llamó a su despacho. Me senté rodeado de cientos de tomos de Aranzadi y bajo la atenta mirada de los retratos del bisabuelo y del abuelo. Ambos habían sido miembros del Tribunal Supremo. Sumido en aquella atmósfera jurídica, papá comenzó su alegato. No íbamos a debatir. Estaba todo sentenciado, sin recurso de apelación posible. Dijo que no podía defraudar a mis antepasados, que habían hecho donación de su vida al derecho.

    Al salir, tenía la decisión tomada. De forma anual, durante mis estudios, iba a demostrarles que era capaz. No podía exhibir ningún síntoma de flaqueza.

    Llegó el día señalado. Descubrí que el negro no me sentaba mal. En la sala estaba presente toda la familia. Según me iba acercando al estrado cesaron los cuchicheos. Me senté, puse mis manos sobre el teclado y comencé mi primer concierto como solista de piano.

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