Imagen de perfilEJECUCIÓN PERFECTA

Javier Puchades Sanmartin 

Al aprobar la selectividad, mi padre me llamó a su despacho. Me senté rodeado de cientos de tomos de Aranzadi y bajo la atenta mirada de los retratos del bisabuelo y del abuelo. Ambos habían sido miembros del Tribunal Supremo. Sumido en aquella atmósfera jurídica, papá comenzó su alegato. No íbamos a debatir. Estaba todo sentenciado, sin recurso de apelación posible. Dijo que no podía defraudar a mis antepasados, que habían hecho donación de su vida al derecho.

Al salir, tenía la decisión tomada. De forma anual, durante mis estudios, iba a demostrarles que era capaz. No podía exhibir ningún síntoma de flaqueza.

Llegó el día señalado. Descubrí que el negro no me sentaba mal. En la sala estaba presente toda la familia. Según me iba acercando al estrado cesaron los cuchicheos. Me senté, puse mis manos sobre el teclado y comencé mi primer concierto como solista de piano.

 

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