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Aman L. Lordén · Madrid 

Llegar al bufete y ver a Luis aporreando el teclado era síntoma de que algo no iba bien. Seguramente el caso que llevaba entre manos habría dado un giro inesperado y tendríamos que debatir nuevas estrategias. Litigábamos contra un apuesto ejecutivo acusado de apropiación indebida por nuestras clientas, señoras adineradas de cierta edad, que le habían confiado la gestión de su peculio. Él sostenía que los montos reclamados eran donaciones anuales por servicios especiales. Hasta ahora, nuestra defensa se basaba en la desprotección e inocencia de aquellas pobres mujeres frente a depredadores financieros sin escrúpulos. Cuando entramos en la sala de reuniones y vimos todas aquellas fotos de ellas sodomizando al ejecutivo, nuestra línea argumental se derrumbó como un castillo de naipes.

 

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