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Ángel Montoro Valverde 

Los ancianos comunicaron al gran jefe que el poblado desdeñaba la arbitrariedad de sus sentencias; síntoma de la inseguridad jurídica que supone regirse por usos y costumbres imprecisos e, incluso, contradictorios. Por eso, propusieron como solución la norma escrita. Recibieron de una oenegé la donación de un portátil, y a golpe de teclado y navegador obtuvieron diversas compilaciones normativas. Tras debatir y sopesar opciones, rechazaron nuestro reglamento hipotecario por eludir los verdaderos problemas de la sufrida clase salvaje media. Rehusaron también el casuístico derecho anglosajón, el amplio código justinianeo… Finalmente eligieron un texto claro, conciso, que no requería alambicadas interpretaciones ni laberintos procesales: el Código de Hammurabi.
Pasadas trece lunas, el Consejo, en su reunión anual, evaluó la implantación de la ley babilónica: Imperaba el orden, no había dilaciones indebidas y la cárcel estaba vacía. Todo un éxito, aunque hubiera más desdentados que de costumbre y algunos tuertos.

 

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