Mikel Aboitiz

Microrrelatos publicados

  • No solo canicas

    La ley del más fuerte regía en mi colegio de manera eficiente. Ante la tosquedad y prepotencia de los más salvajes no cabía negociación.
    —Me gustan esas canicas. Gracias.
    Sobraba la excusa artificial, la justificación, incluso, a veces, la violencia física. Ser débil no era ser tonto. Los menos fuertes desarrollaban un instinto autoprotector: las canicas (o lo que se terciara), cambiaban de manos. El profesorado daba también ejemplos de injusticia: bofetada o capón antes de comenzar a regañar. Aquellos tiempos me marcaron a fuego. Cambié mucho, pero no podía olvidarlos. Recurrí a drogas y sicólogos, hasta que, finalmente, la salvación me llegó con la vocación. Decidí hacerme abogado. Buscaba justicia, respeto a las normas. Deseaba distanciarme de aquella impune zafiedad y barbarie. Creo haberlo logrado y, sin embargo, después de tantos años, aún siento el peso de aquellas dichosas canicas fuera de mis bolsillos. Las cargo en la conciencia.

    | Enero 2024
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 11

  • Sin luz ni épica

    Entre la barbarie reinante en el mundo, nuestros problemas de apartamentos (en adelante denominados zulo, por sus ínfimas dimensiones y falta de luz exterior) no eran cosa especial de tratar más allá de la barra del bar. Yo pasaba horas encerrado en mi zulo entre cláusulas de Derecho Administrativo para sacar un máster a distancia, asfixiado por el olor a pintura. Allí conocí por videoconferencia a Sonia, una de las docentes. Increíble. Ella ocupaba el zulo aledaño al mío y jamás nos habíamos topado hasta el día en que coincidimos aprovechando el sol del ventanuco del rellano en una pausa lectiva. Al finalizar el máster decidimos abrir nuestros corazones y una puerta en el muro de mampostería. Con aquella reforma ampliamos horizontes. Luego a ella la hicieron fija y yo me coloqué. Ahora vivimos en un modesto apartamento con balcón. Y no, no añoramos aquellos oscuros tiempos sin ventanas.

    | Octubre 2022
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 5

  • Voluntad en quiebra

    La voz de Rocío Jurado se cuela por entre la ropa colgada en el patio de luces como una ola a todo volumen. El futuro abogado cierra la ventana. Sin aire fresco la habitación es un invernadero. Pensativo, se rasca la sien con el boli y una gota de sudor inicia un eslalon mejilla abajo hasta despeñarse en el derogado artículo 874. Lee en voz alta, retocándolo: «Se considera en estado de quiebra el examinando que sobresee en el pago corriente de sus obligaciones estudiantiles». Agobiado, abre la ventana. Julio Iglesias le saluda distante con un « Hey!». Es un hecho manifiesto que la vecina no deja de programar grandes éxitos. Ha de huir. La alegría del sábado noche lo espera tomando una copa en un bar, lejos del viejo Código de Comercio. Es hora de aceptar que es un truhan y un soñador y salir a su encuentro.

    | Agosto 2022
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 3

  • A una carta

    Marina lo es todo. Atiende el teléfono, coordina las agendas del bufete, resuelve asuntos a la carrera, aguanta el malhumor del animal del jefe al empezar los lunes y siempre me dedica una sonrisa dulce. Marina es un tanto menuda y eso, con su discreción y ligereza, la hace casi invisible para los demás. Pero no para mí. Nunca pierde la compostura ni levanta la voz. Su experiencia vale un potosí, tanto como su mirada azul y miope enquistada en sus quehaceres. Cuando la miro, no desgasto la tapicería de la silla, levito. Mi antecesor me dejó a mí —apocado solterón impenitente—, un legado de divorcios pendientes. Pero hoy, ¡qué nervios!, en lugar de coser parches jurídicos a fracasos, buscaré mi suerte: voy a dictar a Marina la mejor carta de mi vida y les aseguro que no llevará el membrete del despacho. Espero su voto de confianza.

    | Abril 2022
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 10

  • Algo más que persuasión

    Enrique, mi abogado, salía al paso de dificultades evitándome riesgos inútiles. Buscaba preservar mi visible tranquilidad frente a los testigos de cargo. Tenía una labia exquisita, capaz de crear un tejido de palabras envolvente, persuasorio. Mi mujer compartía ese entusiasmo por su labor y me daba ánimos en los bis a bis a través del cristal. Fruto de dicho entusiasmo quedó encinta. Aquello suponía una doble condena: la pérdida de ella y la de mi abogado. Les juro que no sé cómo, pero él logró evitarlo. Explicó lo inexplicable, seduciéndome con un entramado de argumentos, sosteniéndome la mirada con esos ojos azules que derretían. Les adelanto el final feliz: libre por falta de pruebas, saqué la pasta del escondite y compré un chalecito donde vivir los tres y criar al niño. Al bautizo Enrique ha invitado a la jueza. Algo me dice que la casa se nos queda pequeña.

    | Octubre 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 18

  • Sabina, culpable

    El segundo ponente proseguía su disertación en el Colegio de abogados: «…En el futuro, la conservación de las garantías del Estado de Derecho, pasará por promover un cambio…», mientras yo me rascaba el tobillo con disimulo (proverbial la saña de los mosquitos aquel verano) y algún que otro compañero entrado en años, rendido al masaje invisible del calor, cabeceaba, arrullado por la cadencia del discurso. «…Porque las Instituciones deben acercarse al pueblo…». Las caras de póker del público habrían dado para llenar el casino de Torrelodones. Pensaba yo en Sabina, en 500 noches de insomnio, en el verde que te quiero verde, cuando me sorprendieron los aplausos y, más aún, el oír mi nombre anunciado antes de lo previsto. Salí disparado al estrado, dispuesto a darlo todo, por encima del calor, por encima del sopor y, sobre todo, por encima del decano con el que tropecé, saltándole las gafas.

    | Septiembre 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 8

  • Vecinos

    Un mes tardé en erradicar la población de saltamontes de la cocina. Llamadas al casero, su incredulidad, pegas. Finalmente, recurriendo a un abogado, un exterminador pasó por casa. Mantengo un fuego cruzado de cartas con membretes jurídicos con mi arrendador. Porque a las cucarachas le siguieron los ratones. Me despierto por las noches con visiones de lluvias de fuego y granizo, moscas, plagas bíblicas y requerimientos judiciales. He dejado el café. Ahora mi vida gira en torno a médicos cargantes y abogados solícitos. Me siento vulnerable, fuera de mí. Ayer, al abrir el colacao del desayuno, hallé un pelo de bigote de conejo. Hoy he dado con su rastro. Una abertura en el suelo del salón me abre la oportunidad de encontrar su madriguera. Si me empleo a fondo, el túnel pronto estará listo (soy ingeniero de caminos). Mientras excavo, solo temo una cosa: toparme con un bufete de abogados.

    | Junio 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 12

  • Siempre ahí

    Desde que Bolaño dejara el bufete andábamos como pollos sin cabeza, especialmente Lola, más ocupada en la industria de producción de bostezos que en invertir tiempo pasando llamadas. La adaptación a su ausencia tampoco fue fácil para Fenestrillas que empujaba decaído el carrito del correo, repartiendo correspondencia con la pesadez de un titán melancólico. Por evitar su falta, huíamos de los códigos de derecho, que acumulaban polvo sobre su puesto vacío. Cuando las disposiciones legales se te volvían callejones sin salida, Bolaño estaba ahí cerca, insuflándote su aliento, como a punto de dar un buen consejo. Embutido en su perpetuo chaleco moteado de manchas de café, respiraba más fuerte que un fumador exhausto. Bolaño de nuevo siempre a tu lado, lento, perezoso, sacando papada, mirando meditativo. Sin título académico, másteres ni cum laude. Él era el alma del despacho. Bolaño, nuestro pobre bulldog extraviado en la Gran Vía.

    | Mayo 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 10

  • Sabrosos honorarios

    La bomba estalló en la calle General Urbano, en el bufete de los Hermanos Enríquez. No hubo víctimas mortales. Al construir la vivienda se recurrió a materiales resilientes, capaces de enfrentar artefactos detonados por Paquita Valsinvales, clienta de siempre de los Enríquez, abogados matrimonialistas. No se trató de un atentado, sino de un anuncio: deseaba divorciarse de su tercer marido. Las agujas de los tacones de Paquita acribillaban la moqueta del despacho, en su imparable trajín, mientras desgranaba a gritos innumerables afrentas conyugales, sin parar de sonarse en pañuelos de papel. Los abogados realizaron un buen trabajo, el becario también (llenó la papelera) y todo marchó a pedir de boca con pingües beneficios. Dos navidades después la prensa rosa anunció el inminente enlace nupcial de la Valsinvales. Los Enríquez, expertos en matrimonios y explosivos, se felicitaron entre miradas cómplices, no en vano, sabían más que nadie de bombas de relojería.

    | Marzo 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 13

  • Reencuentro

    Tuvo problemas de crecimiento, hambre por aprender y unos padres siempre entregados a sus recursos de abogados. Mientras, un inagotable suministro de niñeras velaba por él, tarea fácil, pues pasaba horas leyendo. El estirón de la adolescencia quedó apenas reducido a la altura de miras que le diera la prematura lectura de Maquiavelo y Montaigne. Tímido, canijo e hipocondríaco, ingresó en la Facultad de Derecho. Salió de ella hecho un Demóstenes. En las vista orales la toga se le quedaba pequeña, ganaba en músculo mental, solo le faltaba ponerse verde, como el superhéroe de cómic. Me contó su vida, orgulloso por haberse aupado a hombros de los gigantes de sus lecturas, pero confesó un vacío infantil que ni el más nutrido ejército de niñeras jamás logró borrar. Al despedirnos le estreché la mano notando la levedad del tiempo y el extraño remordimiento de quien no supo proteger como buena soldado.

    | Febrero 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 3

  • Quijotescos, inconfesos

    Herbert Stein, el abogado que ingresó en el bufete directo desde Berlín, sabía leer en los ojos de sus clientes, cantar en las fiestas navideñas «O Tannenbaum» a voz en cuello y formalizar difíciles acuerdos inter partes. En tanto que experto mercantilista, era innovador e imbatible. Sin embargo, en su vida privada, como él mismo me revelaba tras un par de copas de vino, le faltaba el valor para dirigirse a Laura G. con «fines extrajudiciales». «Me falla hasta la idioma», se lamentaba, recordando sus fracasados acercamientos a su exuberante Dulcinea, la mejor penalista del despacho.
    En la primavera de 2016 Herbert no aguantó el mal de amores y nos dejó por un bufete andorrano. Laura G. nunca se enteró de nada y yo seguí de pleito en pleito, trabajando de claro en claro y penando de turbio en turbio por la sinrazón de mi torpe falta de valor extrajudicial.

    | Septiembre 2020
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 3

  • Frío

    Un año atrás, el matrimonio de abogados comenzó a gestionar los casos del bufete febrilmente, sin pausa. Al despacho del fondo le crecieron tentáculos: los dosieres se esparcían por la mesa del comedor; en la cocina fotocopias y resguardos empapelaban el frigorífico; una edición atrasada del Código Civil reinaba en el baño sobre un trono de papel higiénico. Buscaban la plancha entre archivadores y rescataban el tubo dentífrico de la caja del correo.
    Era invierno cuando, recostados cara a la chimenea, ella miró hacia el almanaque enarcando una ceja y él, cómplice, la siguió hasta la única habitación intacta, libre de trabajo, la cara amable de la casa. A la de tres empujaron la puerta. Contemplaron los pósteres de Walt Disney, el escritorio escolar polvoriento y salieron huyendo abrazados hasta la chimenea. Allí quemaron un tomo de Derecho Sucesorio casi sin estrenar y retomaron el trabajo con mayor ahínco.

    | Septiembre 2019
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 12

  • Pinocho

    En medio de la calle comercial, un hombre perfectamente trajeado vocifera delante de una hucha con tres letras rojas (AVR): «Dios escribe en su teclado celestial con renglones torcidos. Si no es así, ¿cómo explicar tanta mentira en el mundo? Se acabó el debatir; comemos ideas precocinadas, ¡tragamos sin masticar falsedades!¡¡Realice su donación anual a Abogados de la Verdad Revelada!!». La boca de metro expulsa a cientos de pasajeros con síntomas de estrés. Pasan junto al tipo, casi patean la hucha, se dispersan por los comercios, ganan el cruce regido por los semáforos y el peón de la Verdad Revelada se apunta a lo sumo unas sonrisas piadosas. Mi hija me aprieta la mano y pregunta: «¿Papá, este señor trabaja contigo en el “pufete”?» y yo, que apenas sé mentir, me noto crecer la nariz: «No, hija, no». Y es que, si hay renglones, estos están bien retorcidos.

    | Agosto 2019
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 6

  • El todo y las partes

    Apreciado señor Domínguez:

    Con arreglo a derecho no puede adquirir la nacionalidad alemana, por muy made in Germany que sea su recién implantado corazón artificial. Una transformación quirúrgica del calibre de la sufrida por usted, por muy eficiente que sea, no justifica ni su deseo ni un desafío al sentido común, estimado Domínguez. No se líe con averiguaciones obsesivas ni con el derecho europeo. Déjelo estar. Coincido con el insigne matemático Pascal en que «El corazón tiene razones que la razón ignora», sin embargo, en tanto que abogado y movido por circunstancias familiares ajenas al caso, he de incidir en mi consejo: olvide el asunto, se trata de una vía muerta.

    Reciba un cordial saludo de su asesor legal,

    Dr. Dagmar Frankenstein

    P.D.: En cuanto a su prótesis de cadera made in Japan, le remito a los anuncios de prensa escrita donde hallará sugerentes y variados cursillos de ikebana.

    | Abril 2019
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 4

  • De ultratumba

    ¿Cómo conciliar ante la comunidad su profesión de abogado con la de médium y cambiar de actividad como de camisa para pasar del terrenal mundo articulado en leyes a las esferas de los desaparecidos? Fácil para Eduardo Alvires. En su consultorio, un discreto limbo entre ambos mundos sito en la Calle de los Vientos junto al Tribunal de Justicia, asesora a colegas en pleitos sobre libertades, derecho europeo o cuestiones penales en línea directa con Tocqueville, Montesquieu o Hans Kelsen. Su voz, al reproducir las inflexiones del propio Cicerón, insufla coraje a clientes desanimados.
    Una vez enterado de un caso, Alvires desaparece por la escalera del sótano para regresar de las profundidades con sabios consejos de los espíritus, ojos inflamados y un leve temblor de manos. La fe de los parroquianos en sus poderes es inmensa. Tanto como la biblioteca jurídica que esconde en los bajos del consultorio.

    | Febrero 2019
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 11

  • Homenaje

    Desmayarse, imponerse, estar alerta. Acudir notando el escalofriante contacto de la toga. Ser valiente en el alegato, interrogar al acusado. Apoyarse en los peritos. Disfrutar del trabajo bien hecho sin confundirlo con la bolsa. Sustentar tesis arrullado por la loción balsámica de la lectura de pruebas documentales. Entrelazar los dedos y escuchar los alegatos. Reaccionar, refutar, rabiar. Ser un rey apuntalando la propia posición. Sentir hundirse el suelo bajo los pies de la contraparte. Ver entreabrirse los infiernos. Volar alto, apelar a la justicia. Albergar un mundo en el pecho. Notar el corazón ahogándose encabritado, pidiendo oír las tres palabras postreras: «Visto para sentencia».
    Esto es una primera vista oral, quien lo probó, lo sabe.

    | Enero 2019
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 7

  • Gracias

    No le engaño: en el internado del bachillerato se respetaba la ley. La ley del más fuerte. Y yo era débil. Pero cuando me llegaba el agua al cuello, aparecía Betanzos, mi defensor frente a la tortura del colegio. Betanzos era una montaña implacable, de movimientos lentos, capaz de enfrentarse a cualquiera en las duchas y cerrar un pleito de dos puñetazos. Él olía mis problemas. Dejaba la bandeja a un lado y citaba con una seña al fulano de turno en los servicios. Volvía al comedor hambriento y se sentaba asintiendo hacia mí con su cabeza poderosa. Eso equivalía a declarar que alguien en los baños pasaría del postre. Muy extraño; no hablábamos, no éramos amigos, jamás supe por qué me ayudaba. Después de años, volví a toparme con él. No me reconoció ni por el nombre. Luego creería que olvidé pasarle la minuta tras su juicio por lesiones.

    | Julio 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 18

  • Nuevos tiempos para historias eternas

    Tengo fama de abogado puntilloso. Es porque busco definir los deseos con claridad, sin dejar nada al aire. Mis propuestas son exactas, no chácharas de sobremesa. No soy un trapecista de circo. Trabajo sin red. Sé lo que está en juego. Mi propósito no es inmiscuirme en su vida privada, sino recabar informaciones sin parecer sospechoso con mis preguntas. Sepa que no lo sé todo. Tan solo soy un intermediario. Me dice que ansía poder, elevarse por encima de los demás. Liderar, arrastrar masas. Que las mujeres se rindan a sus pies. Que el tiempo tiña sus sienes del blanco de la sabiduría. Pero que la vejez no le haga mella. Y vivir, vivir mucho. Lo entiendo. Por eso le pido su firma. Aquí, sí. En la tableta. Use este bolígrafo digital. Son otros tiempos. Allá abajo también lo saben. No ha de ser con sangre. Gracias por su confianza.

    | Enero 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 16

  • Blanco y en botella

    A la primera oportunidad, y sin género de dudas, el empresario López, haciendo gala de un refinado estilo olímpico, se salta la barrera de la legalidad al difamar en público a su rival, el comerciante Estrada. Alarmado, Torres, segundo socio de López, recurre como mediador a Ríos, tercera pata de la firma, quien, incapaz de conciliar ambos bandos, recomienda a Arranz, oscuro personaje, especialista a partes iguales en terapias de pareja y vudú haitiano. A su vez, la secretaria Díaz, cuenta a su novio Octavio todo este desbarre. Octavio, ortopeda y gran aficionado a los crucigramas, la escucha atento, anotando metódico en cada línea de un cuadernillo todos los nombres, el suyo incluído (López, Estrada, Torres, Ríos, Arranz, Díaz, Octavio) uno bajo el otro. Cuando acaba, se palmea las piernas triunfal, exclamando: «¡Increíble, justo lo que necesitáis tenía que aparecer aquí! Es de sentido común. Lee el acróstico vertical».

    | Octubre 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 31

  • Juicio interior

    El abogado defiende. El fiscal ha de investigar. En la arena de los juzgados se fija la sinuosa linde de la legalidad, esa frontera que cruzo sin papeles.

    Soy uno y muchos a la vez. Existo dentro de todos. Corro por sus venas y no siempre termino en los juzgados. Porque también soy lo cotidiano: una mirada envenenada, el no agarrar la mano del que cae, la mentira vestida de piedad. Si bien, en ocasiones me pongo de domingo y me tomo alguna licencia: desfalco un banco o acaricio con demasiada fuerza el cuello de una amante. Me juzgan simultáneamente en Londres, Berlín y Madrid. Todos me quieren entre rejas, cuando habito en ellos mismos, escondido en prisiones de carne y hueso.

    Los abogados defienden. Los míos no cobran honorarios. Los fiscales investigan. Los míos cuentan ovejas por las noches y, como vampiros, rehúyen los espejos.

    | Junio 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 13

  • Abogapoly

    Daba gusto ver al muchacho, veloz como un ratón de pradera, moviendo ávido su ficha por las calles del abogapoly. Resultaba terco como un burro en su afán de recurrir cuando sus contrincantes lanzaban el dado fuera del espacio legalmente estipulado. También se mostraba preciso como un estudio de ADN al solventar desajustes en sus minutas en abogadeuros. Si al robar de las cartas del centro le llovían querellas que, como una peligrosa pandemia, ponían en peligro su mundo de cuatro bandas (Códigos Civil y de Comercio, Estatuto de trabajadores y Constitución), daba un meneo al cubilete y evitaba la cárcel con hábil maniobra. Y si le preguntabas qué quería ser de mayor, no dudaba. Lo paraba todo. Te miraba fijamente a los ojos conteniendo el aliento y gritaba algo así como: «¡Compro título preliminar de la Constitución! ¡Te toca!» Y vuelta a correr los dados: Allí estaba la respuesta.

    | Mayo 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 1

  • Modestos entre gigantes

    Aquel mentecato de Iriarte achicaba los ojos enojado, contraía su boca conejil y arrugaba la nariz como asqueado por un olor repugnante exudado con premura por su cerebro al alumbrar el menor atisbo de acudir a la vía conciliadora. Acto seguido espetaba a sus enemigos que pronto tendrían noticias de sus abogados. Contaba con un ejército de juristas para litigar por lo civil o penal. Y siempre ganaban. El paso correlativo de sus víctimas tras un enfado de Iriarte era esperar aferrándose a algún argumentario legal en que cimentar sus intereses, pero lo cierto es que Iriarte —por mano de sus sicarios colegiados— aplastaba a todos en la lona de los tribunales. Hasta que se topó con la horma de su zapato: Iturriarte. Desde entonces pleitean entre ellos, mientras los demás letrados nos ganamos los garbanzos contemplando su batalla legal desde la barrera, apuntándonos honrosas faenas de igual a igual.

    | Abril 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 2

  • Mariano, Alberto y el sexo de los pollos

    En el cole del pueblo nos confundían. Alberto y Mariano. Mariano y Alberto. Hasta que él (Mariano) se mudó a la ciudad y quedamos sin poder retomar el contacto. No había correo electrónico y la tarifa telefónica era… Bueno, ¡que quisimos perdernos la pista! No nos queríamos demasiado. Pero hace cosa de un año la vida demostró estar sazonada con la especia de la sorpresa pues yo, literato de afición, hallé su foto en el periódico bajo el titular: «Abogado penalista gana VIII concurso literario de microrrelatos "diferencias mínimas"». Comparé nuestras ropas de trabajo, su elegante traje tres piezas con corbata frente a mi peto y mascarilla de sexador de pollos de un parecido asombroso a Mariano, excelso miembro del Colegio de Abogados de Madrid, ganador del certamen. No le envidio el tres piezas ni la carrera jurídica, pero nunca le perdonaré que ganara con su microrrelato «Mi doble odiado».

    | Septiembre 2016
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 34

  • Abogado sabueso

    El becario no ha necesitado la llave del despacho. Sobre la mesa su objetivo: la carpeta roja con el caso de su tío, el empresario. No va a tirar la toalla, nadie le va a pillar robando datos del bufete. Traga saliva; la nuez un subibaja en el cuello. En la pausa del mediodía el silencio devora el sol que entra por el ventanal espejeando en la pantalla del móvil, listo para fotografiar. Su tío sabrá ser muy generoso. La carpeta, pegajosa entre las manos sudadas, le arde; el fax ruge y él pega un respingo. Una foto con los datos y todo será un incidente a olvidar. Huele a tortilla de patata, la que el abogado Lara estará comiendo abajo, mientras él acaricia indeciso las gomas de la carpeta. Por fin la abre. Dentro solo una nota: «Ni me chupo el dedo ni vuelvas mañana. Saludos a tu tío».

    | Agosto 2016
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 8

  • Sino

    En las noches en que la luna menguante luce como una rebanada fresca de melón, pasan por casa de Adelaida el jurista, el médico, algún torerillo desconfiado y todo aquel dispuesto a dejarse adivinar el futuro. Directa, sin ningún rodeo, Adelaida consulta los astros, lee las leyes del destino en su bola de cristal y aboga por sus clientes para que la desdicha sea esquiva. Pero su verdadera especialidad es inquirir a los hados por la resolución de pleitos administrativos. Adelaida escruta en su tarot los designios de la Ley Reguladora de la Jurisdicción Contencioso Administrativa, los recursos oportunos, los plazos y, hasta la corbata o falda adecuada del abogado para enderezar el destino. Muchos la veneran, otros la temen y vilipendian, pero cuando canta el gallo de la aurora, Adelaida recoge su baraja y se tiende a dormir plácidamente, mientras un nuevo día comienza en la Administración de Justicia.

    | Julio 2015
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 8

  • Maneki Neko

    Según el testimonio de mi mandante, el señor Chin Oig, la policía aduanera acababa de romper su sueño de ganar dinero en un futuro inmediato al desbaratar su plan de importar quince mil gatos chinos de la suerte. «Levantaban blazo delecho y elan dolados“ repetía Ching Oig lloroso.“ Eso tlae suelte pala negocios y mile, ahola todo decomiso». La fiscalía entendía a su vez que esa suerte se dejaba acompañar en forma de droga oculta en los gatos a pilas. No fue fácil sacar a Ching Oig del apuro, de aquel mayúsculo malentendido. Aprendí del caso que las apariencias engañan: los gatos chinos en realidad no son de origen chino y mi cliente era más inocente que el corderito del anuncio de suavizante. Y es que esos gatos se llaman Maneki Neko y son tan japoneses como honrado era el bueno de mi cliente.

    | Febrero 2015
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 6