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Mikel Aboitiz 

Tuvo problemas de crecimiento, hambre por aprender y unos padres siempre entregados a sus recursos de abogados. Mientras, un inagotable suministro de niñeras velaba por él, tarea fácil, pues pasaba horas leyendo. El estirón de la adolescencia quedó apenas reducido a la altura de miras que le diera la prematura lectura de Maquiavelo y Montaigne. Tímido, canijo e hipocondríaco, ingresó en la Facultad de Derecho. Salió de ella hecho un Demóstenes. En las vista orales la toga se le quedaba pequeña, ganaba en músculo mental, solo le faltaba ponerse verde, como el superhéroe de cómic. Me contó su vida, orgulloso por haberse aupado a hombros de los gigantes de sus lecturas, pero confesó un vacío infantil que ni el más nutrido ejército de niñeras jamás logró borrar. Al despedirnos le estreché la mano notando la levedad del tiempo y el extraño remordimiento de quien no supo proteger como buena soldado.

 

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