Imagen de perfilSabina, culpable

Mikel Aboitiz 

El segundo ponente proseguía su disertación en el Colegio de abogados: «…En el futuro, la conservación de las garantías del Estado de Derecho, pasará por promover un cambio…», mientras yo me rascaba el tobillo con disimulo (proverbial la saña de los mosquitos aquel verano) y algún que otro compañero entrado en años, rendido al masaje invisible del calor, cabeceaba, arrullado por la cadencia del discurso. «…Porque las Instituciones deben acercarse al pueblo…». Las caras de póker del público habrían dado para llenar el casino de Torrelodones. Pensaba yo en Sabina, en 500 noches de insomnio, en el verde que te quiero verde, cuando me sorprendieron los aplausos y, más aún, el oír mi nombre anunciado antes de lo previsto. Salí disparado al estrado, dispuesto a darlo todo, por encima del calor, por encima del sopor y, sobre todo, por encima del decano con el que tropecé, saltándole las gafas.

 

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2 comentarios

  • La mente es sabia y está llena de recursos. Mientras el cuerpo ha de permanecer en un lugar y una postura, guardando las apariencias, ella puede conducirnos a espacios de evasión que hagan soportable lo que no lo es. Sabina siempre anima el alma y el espíritu, aunque en este caso, a tu protagonista casi le motivó demasiado. Sabina es culpable de hacernos felices, de hacernos olvidar el a veces tedioso día a día, y muchos somos culpables gustosos también de dejarnos llevar por su magia.
    Un relato original y divertido.
    Un abrazo, Mikel. Suerte