Imagen de perfilSin luz ni épica

Mikel Aboitiz 

Entre la barbarie reinante en el mundo, nuestros problemas de apartamentos (en adelante denominados zulo, por sus ínfimas dimensiones y falta de luz exterior) no eran cosa especial de tratar más allá de la barra del bar. Yo pasaba horas encerrado en mi zulo entre cláusulas de Derecho Administrativo para sacar un máster a distancia, asfixiado por el olor a pintura. Allí conocí por videoconferencia a Sonia, una de las docentes. Increíble. Ella ocupaba el zulo aledaño al mío y jamás nos habíamos topado hasta el día en que coincidimos aprovechando el sol del ventanuco del rellano en una pausa lectiva. Al finalizar el máster decidimos abrir nuestros corazones y una puerta en el muro de mampostería. Con aquella reforma ampliamos horizontes. Luego a ella la hicieron fija y yo me coloqué. Ahora vivimos en un modesto apartamento con balcón. Y no, no añoramos aquellos oscuros tiempos sin ventanas.

 

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