VII Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilEL ABOGADO QUE SOÑABA CON GANAR UN CASO

Salvador Soler Campos 

"Debo desestimar y desestimo". Esta es la musiquilla con que me obsequian los tribunales desde que inicié mi gloriosa carrera como jurista. Lo afirmo sin rodeos: pierdo todos los casos. El asunto se torna enfermizo, al punto que consumo mi presupuesto a partes iguales entre la consulta del psiquiatra y los depósitos para recurrir. Ayer perdí un divorcio, y eso que era de mutuo acuerdo; pero los cónyuges se reconciliaron en el último momento, obsequiándose con un beso de tornillo ante mi estupefacción y la fe del Secretario. Reflexionando en casa, he llegado a la conclusión de que mi formación jurídica, lejos de ser sólida, presenta más agujeros que una rebanada de pan cristal. Pero no cejo en mi empeño de ganar; así que me he demandado a mí mismo con idea de allanarme. Y ¡mira por dónde! mis dos yo han alcanzado una transacción. Lo dicho: no hay forma.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilEL ABOGADO QUE SOÑABA CON GANAR UN CASO

Salvador Soler Campos 

"Debo desestimar y desestimo". Esta es la musiquilla con que me obsequian los tribunales desde que inicié mi gloriosa carrera como jurista. Lo afirmo sin rodeos: pierdo todos los casos. El asunto se torna enfermizo, al punto que consumo mi presupuesto a partes iguales entre la consulta del psiquiatra y los depósitos para recurrir. Ayer perdí un divorcio, y eso que era de mutuo acuerdo; pero los cónyuges se reconciliaron en el último momento, obsequiándose con un beso de tornillo ante mi estupefacción y la fe del Secretario. Reflexionando en casa, he llegado a la conclusión de que mi formación jurídica, lejos de ser sólida, presenta más agujeros que una rebanada de pan cristal. Pero no cejo en mi empeño de ganar; así que me he demandado a mí mismo con idea de allanarme. Y ¡mira por dónde! mis dos yo han alcanzado una transacción. Lo dicho: no hay forma.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilCowboy togado

    Lidia Molina Gómez 

    Como jurista siempre he tenido cierta animadversión por los juicios al más puro estilo “rodeo americano”. Impredecibles. Inquietantes. Esos pleitos en que la balanza puede inclinarse en cuestión de segundos. Se abren las compuertas en estrados. Todos expectantes. El Juez da el toque de salida. Aunque tu línea de argumentación es buena, el potranco elegido por el abogado contrario para su defensa planta cara desbocado. Un punto a su favor. Esquivas su sacudida certera en el interrogatorio. Das un buen toque de espuelas en tu alegato. Realizas un par de cabriolas con consultas jurisprudenciales. Cuatro. Cinco... Adornas la exhibición. Mantienes el equilibrio sobre tus estribos. Siete… ¡Ocho! La rebanada está lanzada, veamos por qué lado cae. Mientras vuelves a casa se te escapa una mueca de satisfacción. La experiencia de jinete no garantiza el resultado, pero te ayuda a elegir la montura de tu adversario.

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  • Imagen de perfilEL MEDIADOR FAMILIAR

    Esperanza Temprano Posada 

    Cada día salgo más tarde del despacho, siempre hay un dictamen que terminar o una consulta complicada por resolver; la excusa perfecta para no volver a casa hasta que ella esté dormida. Si tiene la luz de la habitación encendida, doy un rodeo con el coche hasta que la apaga, entonces subo y con mucho cuidado de no despertarla, me meto en la cama ocupando el borde de mi lado. Por las mañanas salgo de casa con la rebanada de pan del desayuno en la boca para evitar cualquiera de sus preguntas. Lo peor llega los fines de semana, en los que la coartada de jurista ocupado hace aguas, pero aun así he desarrollado mis mañas: cuando ella se acerca con intenciones de entablar una conversación, me hago el dormido en el sofá, esperando que llegue el lunes y encontrar la mesa llena de conflictos matrimoniales que resolver.

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  • Imagen de perfilPrisas

    Francisco Perelló Coderch 

    Despertador. Salto de la cama. “Corre, a la ducha y a preparar desayunos”. Despierto a los niños. Salgo del baño. Resbalo en el suelo húmedo y mi pie impacta con el zócalo. Dolor. Pero no hay tiempo. Falta la merienda. Bocadillo para él y rebanada de pan con nocilla para ella. “Cuidado no me deje el informe.” Lo dejo al lado de las meriendas. Me visto. “¡Qué calor! Ya vuelvo a sudar!”. Vamos tarde. Las meriendas en las mochilas y la consulta legal en la cartera. Salimos de casa. Atasco, como siempre. Doy un rodeo para llegar antes al colegio. Conseguido. Sigo corriendo. La visita viene en diez minutos. Aparco, mal, pero por fin en el despacho. El cliente espera. Apretón de manos. Abro la cartera. “Aquí está el informe”. Y saco un bocadillo de la cartera. Nos miramos sin saber qué decir. “Jurista y padre, qué complicado”, pienso.

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  • Imagen de perfilMERMELADA

    RAFAEL CAMARASA BRAVO 

    Hoy hemos vaciado el bufete de mi padre. Mi hermano, jurista como él, ha querido quedarse con el legajo de un sumario importante que llevó. Yo he aceptado, pero antes he fingido hacer una consulta al viejo expediente y he buscado el folio 501. Recuerdo aquel día. Papá desayunaba en la mesa del despacho de casa una rebanada de pan con mermelada, al tiempo que revisaba unos papeles. Me asomé para decirle que me iba al colegio y, al despedirse con la mano, un poco de mermelada cayó sobre una hoja. “Folio 501. Sellado y compulsado”, dijo aplastando con el puño la mancha, mostrándome ese punto payaso que tanto me hacía reír. Ahora vuelvo a casa dando un rodeo. Viejas imágenes se agolpan en mi cabeza. En mi bolsillo, llevo un folio manchado de mermelada seca. “Tienen un valor jurídico incalculable”, ha dicho mi hermano refiriéndose a los otros papeles.

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  • Imagen de perfilLa panificadora

    Laura Galindos Reyes 

    La abogacía es como el pan, me decía mi mentor. Tienes la corteza, que forma el marco del caso. Todos los juicios tienen su miga, así que debes prepararlos a conciencia. Se empieza por la harina, los hechos. Se le añade la levadura, el ingrediente que lo infla; es decir, que todo buen jurista no utiliza solamente las leyes, sino también consulta sentencias, manuales e informes de peritos. Lo amalgamas bien, que la posición de tu cliente quede como una masa. Después, la horneas, lo que significa que en el pleito deberás adornar tus palabras, dar el rodeo que creas necesario a tu favor. Y vas avanzando rebanada a rebanada según la fase del proceso. Para terminar, nada casa mejor con este alimento que un buen vino: aturdir a tu contrario hasta que pierda el control. Y ya verás que no podrás dejar de saborearlo, al igual que ganar.

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  • Imagen de perfilABOGADO 24 HORAS

    Manuel de la Peña Garrido 

    He pasado la noche revisando los 10.000 folios del sumario. Hacia las cinco me quedé frito. Tuve pesadillas: comparecía juicio tras juicio sin ganar uno solo. Saliendo de casa, me aborda el portero, angustiado por sus preferentes. En el bar, explico al camarero la partición hereditaria troceando una rebanada untada con tomate. De camino al metro, llama mi tía-abuela. Quiere presentar ya la querella contra su peluquero. En el vagón, una pasajera, viéndome cara de jurista, me asalta sin rodeos; me consulta sobre su enrevesado divorcio. En el bufete, Aurelia, la limpiadora, me pide asistencia letrada para su hijo, metido siempre en líos. Sara me encuentra en la biblioteca.
    – Quiere verte el socio-director. Luego recurre mi multa, porfa.
    Don Justiniano me abronca:
    - No puedes tirarte un mes con un único asunto. Debes llevar varios casos, conseguir buenos clientes, cobrarles. No dormir si es necesario. Ser abogado 24 horas.

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  • Imagen de perfilUNA BUENA ELECCIÓN

    Belén Sáenz Montero 

    Don Justo Prudencio ocupó al fin la posición de privilegio que merecía en la sala de juntas del bufete al que había dedicado sus empeños más fervientes y que consideraba su segunda casa. De hecho, fue necesario apartar la larguísima mesa para instalar el féretro y los cuatro candelabros durante el velatorio. Había sido un jurista apasionado por el detalle que nunca se apartó ni un milímetro de sus manuales y códigos, pero que siempre solucionó amablemente las consultas sobre cuestiones éticas de sus colegas. Cuando supo que su fin se acercaba, dejó de lado sus habituales rodeos y circunloquios para redactar las instrucciones con las que se habría de elegir a su sucesor. El documento formulaba un método inédito que le había comunicado su portera y que se denominaba Prueba de la Rebanada. Si se dejan untar —sentenciaba la autora del concepto—, deben quedar automáticamente descartados.

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  • Imagen de perfilConciencia

    Ferran Varela Navarro 

    Me detengo frente a la que fue la casa de Marta. Normalmente doy un rodeo para evitarla, pero hoy me siento con fuerzas para enfrentarme a mis propios demonios; para acercarme hasta aquí y suplicar perdón. Siempre que voy a su consulta, el doctor me asegura que disculparme me ayudará a encontrar la paz. Como jurista y como persona.
    Cierro los puños y me repito, como un mantra, que no fue culpa mía que el caso aterrizase en mi despacho. Que no hay pecado en hacer mi trabajo. Que todos, incluso él, tienen derecho a una defensa. Que un abogado no es responsable de lo que su cliente haga nada más salir de la cárcel.
    Aun así, una lágrima acompaña al recuerdo del titular que empañó mi alegría por la sentencia absolutoria: “Aparece nueva víctima con la garganta rebanada”.
    Nunca llegué a conocerte, Marta, pero lo siento. Lo siento mucho.

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  • Imagen de perfilAbuelo

    Sol García de Herreros 

    Aquellos veranos aprendí que no hay mejor desayuno que una rebanada de pan con el sol en la cara y la conciencia tranquila. Mi abuelo me enseñó que no importan los rodeos que demos, que quien sabe dónde va, siempre acaba llegando. Me enseñó a escuchar los cantos de todos los pájaros, a distinguirlos e identificarlos, y a reconocer el tiempo de salir y cuando guarecerse en casa. Me explicó que quien cultiva los mejores tomates nunca es el que más sabe de puerros, y que hay que saber a quién se da consejo y a quién hacer una consulta. Me mostró que hay sequías que arruinan el trabajo de años y animales constantemente pisoteados por otros, porque la justicia solo existe en el mundo de los hombres y nos hace mejores. Mi abuelo no era jurista y leía a duras penas, pero me enseñó a ser un buen abogado.

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  • Imagen de perfilLEGITIMA DEFENSA

    ANTONIO LUIS MIRANDA SANCHEZ 

    No lograba desconectarme de mi próximo juicio, vivía agobiado con ese asunto. Me veía como veinte años atrás cuando me enfrenté como jurista a mi primera vista. Pero ahora era diferente, no eran nervios, sentía terror a sentarme en el estrado de la defensa. Cualquier consulta del expediente me hacía dudar, lo releía a todas horas en el despacho, en la cocina mientras apuraba la rebanada del desayuno o viendo la televisión. No paraba de añadir nuevas notas y corregir de forma convulsiva las anteriores. Llegué a olvidarme del resto de mis clientes. Cuando al fin llegó el día salí de casa directo al juzgado, me temblaban las piernas y no paraba de sudar. Tuve que dar un rodeo y ganar tiempo para recomponerme. Ya en el pasillo, mientras esperaba la llamada del agente, me coloqué la toga, respiré hondo y juré que nunca más me defendería a mí mismo.

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  • Imagen de perfilA pie de calle

    Noemí García Méndez 

    "Buenos días, doctora". Este es el primer saludo que oigo cada mañana treinta minutos después de salir de casa. Aunque soy jurista, así se dirige a mi la portera portuguesa del edificio donde trabajo. Diez minutos a pie, a paso lento y con tacones son los que separan mi domicilio y mi despacho. Sin embargo, media hora larga es lo que tardo en llegar. Si no es la señora encargada del parquímetro es la dependienta de la farmacia, y si no el tendero de Víveres Julián. Al acecho están para hacerme una consulta. Intentando esquivarlos no son pocas las veces que hago un rodeo. En mi huida busco refugio en un café cercano. Creyéndome a salvo disfruto entonces de mi rebanada de pan con mermelada de tuno indio, hasta que escucho balbucear a mi espalda: es ella...vamos a hacerle una pregunta...

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  • Imagen de perfilDESDE LA TRINCHERA

    José Enrique Lahoz Mañas 

    La Sala no es mi especialidad. Hace años que dejé de visitar los armarios de las salas de letrados de los juzgados, donde las togas aguardan a que alguien las saque para “disfrutar de las vistas”. Mi hábitat natural son mi ordenador y mis papeles, tras los que me parapeto diariamente con el único objetivo de dar respuesta a la última consulta que alguien ha disparado a bocajarro, sin previo aviso. Así es la empresa, rápida, imprevisible; así es la mesa del abogado interno, auténtica trinchera para el jurista de infantería. Fuego rápido y de contención, sin posibilidad de rodeo ni alarde estratégico alguno. Para los grandes despliegues tácticos ya está la caballería. Apuro el café solo, largo, cojo al vuelo la última rebanada con mantequilla y salgo de casa para acudir a mi particular campo de batalla, donde sólo yo percibo el alcance de mis pequeñas victorias.

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  • Imagen de perfilLa consulta

    rosa maria romero martin 

    Hace días que el expediente iba con él de casa al despacho y del despacho a casa. Tarde o temprano tendría que enfrentarse al caso más difícil de su vida como jurista, cualquier excusa era buena para no encararlo. Si embargo aquella mañana salió dispuesto a no demorarlo más. Cogió el coche y, sin rodeo alguno, condujo hasta su pasado, a aquel bloque de pisos de protección oficial donde cada tarde su madre le preparaba una rebanada de pan con Nocilla que él compartía con Roberto. Roberto R.M., acusado de robo con violencia, que había vuelto, precipitadamente, a su vida en forma de consulta en el Servicio de Orientación Jurídica. No era la mejor forma de reencontrarse con un hermano después de 20 años.

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  • Imagen de perfilLA ULTIMA PALABRA

    FERNANDO VALLADARES RODRIGUEZ 

    La tarima del estrado se acaba de convertir en un abismo que amenaza con tragarme. Hora y media de juicio. Testigos hábilmente interrogados, el forense dando un largo, demasiado largo, rodeo a la cuestión y los policías, nada convincentes. Además, por qué no decirlo, mi informe final ha sido, más que casa, una catedral levantada con palabras por un buen jurista sobre los sólidos pilares de una jurisprudencia muy, muy trabajada. Y, cuando ya podía ver el fallo absolutorio, la mirada que adivino aviesa del fiscal me dice que hasta aquí, amigo, buen intento, la rebanada va a caer del lado de la mantequilla. "Levántese" –ha dicho el juez a mi cliente- "¿Quiere añadir algo a lo que acaba de decir su abogado?" Y aunque su mirada me consulta, mi expresión aterrada no le detiene y una pausa, terrible, ominosa, precede al desastre: "pues mire, sí, señoría, yo quiero decir"…

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  • Imagen de perfilLÓYERES

    Guillermo Sancho Hernández 

    Toda nuestra población cabe en una rebanada de pan de molde...
    Me explicaré:
    ¿Ha estado alguna vez trabajando hasta las tantas en un escrito que parecía imposible, para presentarlo justo a tiempo a la mañana siguiente?
    ¿Ha recordado que tenía pendiente en el bufete la respuesta a una consulta, e incluso se ha planteado su posible solución, mientras descansaba tranquilo en el sofá de su casa?
    ¿Se ha sentido reconfortado tras pronunciar, como por arte de magia, la palabra justa en el momento más importante de una vista oral?
    Si en alguno de estos casos su respuesta es afirmativa, es hora de que conozca la verdad, aunque le pueda parecer increíble. Sin rodeos: es cosa nuestra, de los Lóyeres. Somos unos seres extraordinarios, un poco traviesos, pero de buen corazón; duendes microscópicos que ayudamos a los juristas, cuando sabemos que la razón está de su parte.

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  • Imagen de perfilOtra película triste

    Carlos Alberto López Martínez 

    Dio un rodeo al coche aparcado encima del paso peatonal para ir al kiosco de comida para llevar que estaba instalado en la esquina desde que el prestigioso jurista de cincuenta años recordaba. Como cada viernes, de camino a casa, vería la sesión de cine vespertina en el último cine de barrio que quedaba en la ciudad. En los últimos años ya no pasaban grandes producciones hollywoodienses, sino sólo cine de autor: no por actitud esnob, sino por falta de fondos para pagar al distribuidor, aunque como apasionado del celuloide, el letrado lo agradecía.

    Tras la consulta de la cartelera, masticó la rebanada de pizza de pepperoni y solicitó a la expendedora su entrada, quien rechazó cobrarle: "¡Tómela como un pago a cuenta, abogado, al fin y al cabo, usted tampoco ha cobrado todavía!"- le dijo la empleada de su cliente: el último cine pequeño en ser liquidado por concurso.

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  • Imagen de perfilSino

    Mikel Aboitiz 

    En las noches en que la luna menguante luce como una rebanada fresca de melón, pasan por casa de Adelaida el jurista, el médico, algún torerillo desconfiado y todo aquel dispuesto a dejarse adivinar el futuro. Directa, sin ningún rodeo, Adelaida consulta los astros, lee las leyes del destino en su bola de cristal y aboga por sus clientes para que la desdicha sea esquiva. Pero su verdadera especialidad es inquirir a los hados por la resolución de pleitos administrativos. Adelaida escruta en su tarot los designios de la Ley Reguladora de la Jurisdicción Contencioso Administrativa, los recursos oportunos, los plazos y, hasta la corbata o falda adecuada del abogado para enderezar el destino. Muchos la veneran, otros la temen y vilipendian, pero cuando canta el gallo de la aurora, Adelaida recoge su baraja y se tiende a dormir plácidamente, mientras un nuevo día comienza en la Administración de Justicia.

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