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Ferran Varela Navarro 

Me detengo frente a la que fue la casa de Marta. Normalmente doy un rodeo para evitarla, pero hoy me siento con fuerzas para enfrentarme a mis propios demonios; para acercarme hasta aquí y suplicar perdón. Siempre que voy a su consulta, el doctor me asegura que disculparme me ayudará a encontrar la paz. Como jurista y como persona.
Cierro los puños y me repito, como un mantra, que no fue culpa mía que el caso aterrizase en mi despacho. Que no hay pecado en hacer mi trabajo. Que todos, incluso él, tienen derecho a una defensa. Que un abogado no es responsable de lo que su cliente haga nada más salir de la cárcel.
Aun así, una lágrima acompaña al recuerdo del titular que empañó mi alegría por la sentencia absolutoria: “Aparece nueva víctima con la garganta rebanada”.
Nunca llegué a conocerte, Marta, pero lo siento. Lo siento mucho.

 

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