Ferran Varela Navarro

Microrrelatos publicados

  • Al pie del cañón

    Me miro al espejo y me digo que puedo hacerlo. Aunque me duela cada célula del cuerpo, más me dolería rendirme. Mi plan siempre fue luchar hasta el último aliento. Me enfundo en la seguridad de mi traje, cojo fuerzas con el café y vuelvo a la trinchera tras meses de ausencia.
    Me alegra reencontrarme con caras conocidas a medida que voy de un juzgado a otro presentando escritos. Los que no saben nada aplauden mi pérdida de peso y elogian mi nuevo peinado al cero. A esos les sonrío. Los que están al corriente de mi enfermedad me dan ánimos y me preguntan qué tal lo llevo. A esos les guiño un ojo y les aseguro que aún tendrán que aguantarme veinte años más, pues no hay cáncer que pueda detener a un abogado. O, al menos, no mientras tenga que lidiar con plazos, prescripciones y fechas de vencimiento.

    | Enero 2016
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  • Conciencia

    Me detengo frente a la que fue la casa de Marta. Normalmente doy un rodeo para evitarla, pero hoy me siento con fuerzas para enfrentarme a mis propios demonios; para acercarme hasta aquí y suplicar perdón. Siempre que voy a su consulta, el doctor me asegura que disculparme me ayudará a encontrar la paz. Como jurista y como persona.
    Cierro los puños y me repito, como un mantra, que no fue culpa mía que el caso aterrizase en mi despacho. Que no hay pecado en hacer mi trabajo. Que todos, incluso él, tienen derecho a una defensa. Que un abogado no es responsable de lo que su cliente haga nada más salir de la cárcel.
    Aun así, una lágrima acompaña al recuerdo del titular que empañó mi alegría por la sentencia absolutoria: “Aparece nueva víctima con la garganta rebanada”.
    Nunca llegué a conocerte, Marta, pero lo siento. Lo siento mucho.

    | Julio 2015
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 2

  • LA ÚLTIMA PRUEBA

    El joven contuvo un suspiro al escuchar las condiciones del trabajo. Ya había estado en un millón de entrevistas similares y siempre sucedía lo mismo. No solo pedían unas notas excelentes en la universidad, un par de cursos en una prestigiosa academia de idiomas y un máster en el extranjero, sino que, además, debía tener experiencia laboral. El puesto, por supuesto, era de becario. Eso significaba que, con suerte, le permitirían ayudar a redactar algún informe jurídico sin importancia después de llevarle el café a los jefes.
    —Entrarías como parte de nuestro programa de formación —explicó el entrevistador—. Harás currículo y aprenderás mucho, pero no tendrás salario hasta dentro de dos años.
    —Entonces volveré en dos años —replicó el joven—. Tengo que ganarme el pan.
    —Un negociador, ¿eh? Bien. Los conformistas no son buenos abogados. —El hombre estrechó la mano del chico—. Cobrarás desde el primer día. Bienvenido a bordo.

    | Abril 2015
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  • Vísperas

    No me percato de que me he dejado la cartera en casa hasta que la joven oficial me llama a sala. De hecho, no solo no llevo el expediente encima, sino que, ahora que lo pienso, ni siquiera sé de qué va el caso. Pero ¿qué clase de abogado acude a juicio sin preparar la vista? ¡Qué falta de previsión! ¡Qué poca profesionalidad! Voy a ponerme en evidencia delante de todos. Trago saliva mientras me planteo solicitar la suspensión, pero no se me ocurre cómo justificarla. Santo Dios. Más le valdría a mi cliente ir solicitando el indulto, pues no cabe duda de que la sentencia será condenatoria. Bajo la vista y descubro que, para colmo, he olvidado vestirme. Estoy desnudo bajo la toga.
    Me despierto entre sudores fríos, jadeando. Maldigo en voz baja. Llevo ya quince años ejerciendo y sigo teniendo pesadillas la víspera de cada juicio.

    | Marzo 2015
     Participante
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