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Sol García de Herreros 

Aquellos veranos aprendí que no hay mejor desayuno que una rebanada de pan con el sol en la cara y la conciencia tranquila. Mi abuelo me enseñó que no importan los rodeos que demos, que quien sabe dónde va, siempre acaba llegando. Me enseñó a escuchar los cantos de todos los pájaros, a distinguirlos e identificarlos, y a reconocer el tiempo de salir y cuando guarecerse en casa. Me explicó que quien cultiva los mejores tomates nunca es el que más sabe de puerros, y que hay que saber a quién se da consejo y a quién hacer una consulta. Me mostró que hay sequías que arruinan el trabajo de años y animales constantemente pisoteados por otros, porque la justicia solo existe en el mundo de los hombres y nos hace mejores. Mi abuelo no era jurista y leía a duras penas, pero me enseñó a ser un buen abogado.

 

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