Imagen de perfilOtra película triste

Carlos Alberto López Martínez 

Dio un rodeo al coche aparcado encima del paso peatonal para ir al kiosco de comida para llevar que estaba instalado en la esquina desde que el prestigioso jurista de cincuenta años recordaba. Como cada viernes, de camino a casa, vería la sesión de cine vespertina en el último cine de barrio que quedaba en la ciudad. En los últimos años ya no pasaban grandes producciones hollywoodienses, sino sólo cine de autor: no por actitud esnob, sino por falta de fondos para pagar al distribuidor, aunque como apasionado del celuloide, el letrado lo agradecía.

Tras la consulta de la cartelera, masticó la rebanada de pizza de pepperoni y solicitó a la expendedora su entrada, quien rechazó cobrarle: «¡Tómela como un pago a cuenta, abogado, al fin y al cabo, usted tampoco ha cobrado todavía!»- le dijo la empleada de su cliente: el último cine pequeño en ser liquidado por concurso.

 

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